sábado, 15 de junio de 2013

SPRUILLE BRADEN





"El búfalo"
 En la historia de América Latina, la injerencia de Estados Unidos en la política y la economía fue una constante. En algunos casos en forma flagrante y sin tapujos, con el explícito apoyo del embajador norteamericano de turno. En otras ocasiones se limitó a respaldar los gobiernos de facto que le resultaron afines.

                        Spruille Braden (1894-1978)

En el caso de la Argentina, el ejemplo más desembozado de la intromisión del país del norte ocurrió en 1945 cuando arribó a Buenos Aires el magnate Spruille Braden, como nuevo embajador de la Casa Blanca. Hombre corpulento y obeso que gustaba del mote de “búfalo” con que se lo solía nombrar en los círculos que frecuentaba, era hijo de un rico empresario minero vinculado a la familia Rockefeller, de quién heredó la habilidad de hacer su propia fortuna, junto con la mayoría de las acciones de la Braden Copper Company en Chile. Complementó eficientemente sus actividades comerciales y empresarias junto con las políticas, y su área de trabajo para ambas funciones, fue América Latina. 


                          Braden en us despacho de la embajada
 
Braden fue testaferro de los Rockefeller en una concesión que favoreció a la Standard Oil Company en la cuenca petrolera del chaco paraguayo y su dominio del castellano y su capacidad de convicción en los encuentros comerciales como lobbysta de empresas norteamericanas, le ganaron la simpatía y confianza de la Casa Blanca. En 1939 fue designado embajador en Colombia y en 1941 fue trasladado a Cuba donde desarrolló estrechos vínculos con el dictador Fulgencio Batista. Con esos avales aterrizó en Buenos Aires para transformarse en protagonista del más importante punto de inflexión de la historia argentina, con el inconveniente de que los acontecimientos no siguieron el rumbo que Braden esperaba. 

Cuando arribó al país en su avión particular acompañado de una nutrida comitiva, fue recibido con esta nota del coherente diario La Nación: “Hombre de ciencia al mismo tiempo que hombre de ley, hombre de acción ante todo, mister Spruille Braden es un prototipo de los estadistas de su país, eminentemente práctico. Su vida es un ejemplo de fe apasionada en la energía que la Democracia encierra como fuerza propulsora de progreso. Desde que comenzó a señalarse en el desempeño de misiones en el exterior, afirmó el ideal de la confraternidad basado en la soberanía individual, como la única forma de alcanzar la victoria del espíritu sobre las pasiones oscuras.”

Respaldado por este obsecuente panegírico del canónico periódico, Braden fue presentado en sociedad en el Club Americano el 29 de mayo. Con el cinismo que suele caracterizar a muchos diplomáticos norteamericanos, dijo que su misión tenía por objeto proteger y promover todos los legítimos intereses de su país, cuidando de recalcar el término “legítimos”. Más adelante agregó que “si una minoría de malintencionados intentara llegar a estas costas, la colectividad norteamericana y su embajada la rechazarían con más indignación que los propios argentinos.”

            Braden a la izquierda del disertante en la inauguración de la 
                  Exposición Rural Argentina, donde fue un asiduo concurrente
 
El Foreign Office de Inglaterra no pensaba de la misma manera, para este organismo se trataba de una intervención directa del gobierno de los Estados Unidos en los asuntos internos de Argentina. El fino olfato de los ingleses desarrollado a través de siglos de ejercer la diplomacia en sus más variadas formas y colores, no se había equivocado.

La clase dirigente nativa, fundamentalmente los terratenientes, ya habían perdido su amor por Inglaterra, ahora, la nueva potencia bajo la cual había que cobijarse era Estados Unidos. Además, mister Braden, como solían llamarle, detestaba a ese coronel que se había encumbrado en el gobierno y no parecía simpatizar con su país. El odio a Perón unía a todos ellos, especialmente porque a través de la Secretaría de Trabajo y Previsión había emitido leyes que beneficiaron a la clase obrera en detrimento de sus bolsillos. De todas ellas, la más odiada era el Estatuto del Peón de Campo, que elevaba al trabajador rural de un estado semiesclavo hacia una posición con cierta dignidad.

Violando las normas más elementales de la diplomacia, Braden se introdujo con pasión, entusiasmo y vehemencia en la durísima campaña política que siguió al llamado a elecciones como consecuencia de la tremenda sacudida producida por la gesta del 17 de octubre del 45 que transformó para siempre al país.

Braden visitó a Perón en dos oportunidades, la primera fue relativamente cordial y en ella, el entonces vicepresidente le reclamó el cumplimiento de lo acordado por la Misión Warren, o sea el envío de material bélico. El embajador le espetó al coronel que sobre su gobierno existía una pésima opinión en el exterior y Perón prometió hacer algo en ese sentido. 

                En una cena con Perón antes de la ruptura de relaciones

La segunda visita terminó muy mal, debido a que Braden intentó extorsionar a Perón cuando le sugirió que las empresas alemanas y japonesas en Argentina podrían pasar a firmas norteamericanas. En compensación, el embajador intercedería ante la Casa Blanca para mejorar las relaciones entre ambos países. Perón le contesto: “A ese precio prefiero ser el más oscuro y desconocido de los argentinos y no ser identificado como un hijo de puta en mi país.” Braden se retiró furioso olvidando su sombrero que quedó colgando de una percha.

A partir de entonces, trabajó intensamente para aislar a nivel internacional al gobierno argentino y se dedicó a hacer lobby con todo el arco opositor. En esa actividad abandonó toda ética, reglamentos y obligaciones que corresponden a un embajador en el país en que se encuentra. Se puede decir que fue el gestor de la Unión Democrática, una ensalada arcaica constituida por los partidos Comunista, Socialista, Unión Cívica Radical, Demócrata Progresista y Conservador, la Federación Universitaria Argentina, la Sociedad Rural, la Unión Industrial y la Bolsa de Comercio. Si la Unión Democrática hubiera triunfado las luchas internas entre grupos tan dispares hubieran sumido a la Nación en el caos. Lo único que los unía era el espanto y la repulsión que Perón les inspiraba.

Braden editó el llamado Libro Azul, un tratado que tenía por objeto destruir a Perón desde todos los ángulos, acusándolo de nazi-fascista. Perón reaccionó con un slogan simple y contundente “Braden o Perón” que se repitió hasta el infinito en las paredes del país.


Cuando el peronismo, contra todo vaticinio ganó las elecciones en 1946, la revista Life señaló: “Braden parece haberse equivocado hacia Perón en por lo menos dos aspectos. Uno de ellos es que Perón se apartó de toda norma fascista al celebrar elecciones limpias y libres fuera de toda cuestión. El otro aspecto es que Perón es mucho más apreciado en la Argentina de lo que Braden suponía. Sus reformas económicas, similares al New Deal de Roosevelt, le aseguraron una enorme masa adicta rural y urbana.

Por su parte en el Senado norteamericano no le iría mejor al locuaz embajador. El senador Kenneth Wherry pidió la formación de una comisión investigadora sobre la devastadora política ejercida por mister Braden en Argentina. Sin embargo, años más tarde el obeso magnate lejos de escarmentar se transformó en lobista de la United Fruit y fue uno de los gestores del golpe de estado que derrocó en 1954 a Jacobo Arbenz. En 1967, el entonces dictador de Nicaragua Anastasio Somoza lo condecoró debido a su lucha por la libertad en América Latina. La muerte lo sorprendió en 1978, después de intentar boicotear sin éxito el pacto Torrijos-Carter. Su nombre ni siquiera figura en la Enciclopedia Británica.

Fuentes
Felix Luna. El 45. Editorial Sudamericana Buenos Aires, 1975.
Pelipe Pigna. Los mitos de la Historia Argentina, tomo 4. Editorial Planeta, buenos Aires 2008.
Spruille Braden. La Nación 13 de abril de 1945.
Robert Potash. El ejército y la política en la Argentina 1928-1945. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1975.

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