domingo, 27 de febrero de 2011

Agujeros



Joaquín Morales Solá corre justo para tapar un agujero donde puede escapar la noticia de que un banco internacional le concedió a Macri 350 millones de dólares para subterráneos y el gestor de lo superfluo los tiene sin usar pagando intereses altísimos.

Más acá podemos ver a Mariano Grondona tratando de tapar desesperadamente otro agujero enorme de Pirovano, uno de los funcionarios de la ciudad quién dijo que se podrían cerrar las escuelas públicas y ese dinero pasar a las privadas. En realidad es el pensamiento del PRO, pero es un quemo total que la sociedad escuche esa noticia.
Longobardi está sentado sobre otro agujero, su culo trata de tapar sin éxito que se divulgue el deterioro edilicio de las escuelas públicas y de los hospitales.
A Magdalena y Nelson Castro no les alcanzan las manos ni los pies para tapar los agujeros de donde salen noticias referentes a las personas que Macri decidió que lo acompañen en su futura campaña. El pianta votos de Duhalde, un mafioso en extinción, Del Sel un payaso del mediocre conjunto Midachi que no tiene idea de política, ni proyecto ni programa. Ese iría como gobernador de Santa Fé. Como si esto fuera poco, Macri designó como candidato de gobernador en Salta al terrateniente esclavista Olmedo, un impresentable con sus discursos contra la juventud, los homosexuales, lesbianas, etc. Agreguemos que aún pesan sobre las espaldas de Macri el affaire Fino Palacios, por el cual el jefe de la ciudad está procesado. ¿A propósito, se puede hacer campaña política bajo proceso?
Tenenbaun y Majul ya no saben que hacer, aparecieron 77 agujeros de proyectos legislativos bochados por Macri, la mayoría de ellos aprobados por legisladores del PRO, una locura. Para colmo, Tenenbaum convocó a Macri en su programa para tratar de arreglar las cosas y el gestor de lo superfluo la embarró a un más cuando con cara de jugador de poker manifestó que no sabía porqué había impugnado varios de los proyectos. Respuesta impensable, grotesca y de una simplicidad inaceptable en un político.
Los agujeros siguen apareciendo y el CEO Magnetto les baja líneas a sus periodistas para que los tapen. Hay que preservar la imagen del único político neoliberal de ultraderecha que les queda, pero es inútil.
Para colmo, Cristina todos los días inaugura obras, fábricas recuperadas, represas hidroeléctricas, nuevas industrias, cientos de escuelas y miles de viviendas, deportes al acceso de todos y una economía que no deja de crecer ante los ojos alarmados de una oposición que preferiría que el país se hunda antes de que al gobierno le vaya bien. Cada mes que pasa Cristina les saca una vuelta de ventaja.
El diario La Nación trata de colaborar con el CEO Magnetto diciendo que hemos ofendido a Uruguay y que nuestras relaciones con ese país son deplorables, pero al día siguiente del insólito editorial viene Pepe Mujica a Buenos Aires a inaugurar junto con Cristina la Casa de la Patria Grande.
No pegan una!!
Y para finalizar ¿alguno se anima a elegir este personaje como jefe de la ciudad?

viernes, 25 de febrero de 2011

Los retorcidos editoriales del diario La Nación

Además de las columnas cargadas de distorsión y desinformación que caracterizan a “formadores de opinión” como Joaquín Morales Solá, Mariano Grondona o Adrián Ventura, los editoriales del diario La Nación se caracterizan por un estilo hipócrita y retorcido.
El vasallaje cipayesco ante los Estados Unidos expresado por la indignación del matutino de los Mitre por el avión y la valija incautada en la Aduana Argentina, nos recuerda la patética celebración que hizo este diario cuando Bush decidió reactivar la flota de guerra del Atlántico Sur, la llamada IV Flota. La misma de la cual desembarcaron los marines en diversas oportunidades en países de América Latina cuando el gobernante de turno decidía independizarse de la línea admonitoria de Washington. El editorial de ese día parecía provenir de un diario de circulación interna del Pentágono y no de un diario argentino.



La IV Flota de los Estados Unidos cuya reactivación fue saludada alegremente por el diario La Nación

Seguramente que los editoriales de La Nación también festejaron allá por el 45 la impúdica intromisión de Braden, a la sazón embajador de los Estados Unidos, en los asuntos internos de nuestro país. Porque hay que admitir que si alguna virtud tiene La Nación (a diferencia de Clarín que no tiene ninguna), es la consecuencia en sus ideas a lo largo del tiempo.
Los editoriales de ayer confirman esta línea de conducta. Bajo el contrito título "Perdón, Uruguay", el editorial señala que el embajador argentino en ese país calificó de "irresponsabilidad", las quejas públicas del Presidente de la Cámara de Industrias de Uruguay, Washington Burghi.
En primer lugar, si hay que pedir disculpas sería a dicho presidente y no a todo el país como pretende La Nación. En segundo lugar, el diario se guarda de informar cual fue el tono y el carácter de las quejas del señor apellidado como el prócer de los Estados Unidos, que además tiene el agravante de haberlas hecho públicas, como el propio diario señala.
Una vez más el diario La Nación magnifica a decibeles exorbitantes algo que seguramente fue un simple intercambio de opiniones divergentes. Con todo el respecto que me merece Pepe Mujica, en más de una oportunidad, especialmente durante su campaña, hizo comentarios de Argentina que navegaron peligrosamente entre el estrecho espacio de lo correcto y lo impertinente. Sobre esto La Nación nunca se quejó.
La Nación termina diciendo que estas actitudes nos ha llevado a pelearnos con casi todos, en los últimos 7 años excepto con Chávez. Sería interesante que el diario señalara específicamente con quienes nos hemos peleado porque yo no recuerdo ninguno. Al contrario, gracias a la gestión de Néstor Kirchner en el UNASUR se evitó un conflicto bélico entre Colombia y Venezuela y la muerte de Kirchner fue lamentada por todos los presidentes de América, la mayoría de los cuales asistieron al sepelio. ¿Les habrá pagado el gobierno para que vengan como dijeron oportunamente el Tata Jofre y la gorda Carrió?
¡Qué forma descarada de mentir del órgano oficial de la Sociedad Rural Argentina!
El otro editorial de La Nación es una crítica a la presidenta Cristina porque todavía no se definió en criticar al gobierno de Libia y además porque hace unos años visitó tanto a Libia como a Egipto. Omite mencionar nuevamente el diario, que los presidentes de Europa también tuvieron relaciones diplomáticas con esos dictadores y en el caso de Obama directamente los respaldó a lo largo de sus gestiones.
Se puede acceder a ambos editoriales haciendo click aquí.

martes, 22 de febrero de 2011

Viaje a Sudán o cómo entender un lenguaje sin palabras

Introducción de Ricardo: Roberto Herrscher a quién conozco a través de sus padres que son amigos nuestros, es Director del Master en Periodismo Organizado por la Universidad de Barcelona y la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia de Nueva York.
El que sigue es un relato, o más bien una aventura en Sudán y que envió a El Mordaz


Texto y fotos: Roberto Herrscher

Al mediodía del viernes 1 de octubre de 2010, mientras la plana mayor del flamante diario Al Jareeda come una ensalada de tomates, pepinos, queso, yogurt y unas guindillas picantísimas tomando porciones con trozos de pan y con la mano desde una ensaladera de plástico, la responsable de investigación del diario se me acerca con una pregunta.
La chica apenas sabe unas palabras en inglés, así que viene con un compañero, que nos traducirá. Ambos visten ropas tradicionales sudanesas, ella un manto colorido que le cubre de la cabeza a los pies, él con una jilaba color crema de los hombros hasta los tobillos y un gorro cilíndrico en la cabeza. Cómo hacer periodismo de investigación en un país como Sudán es lo que quiere saber la reportera. Pero antes tiene una explicación que darme: en su país hay tres temas prohibidos: el sexo, la religión y el gobierno.
La luz diáfana de la tarde y el calor de las calles de tierra entran a raudales por la ventana del quinto piso de un edificio céntrico que en España se consideraría a medio construir. Me tomo unos segundos para pensar la respuesta. ¿Qué le puedo decir? Al final, intento recomendarle que se cuide, que se adentre poco a poco en nuevos asuntos y nuevas fuentes, que cuente historias de gente común, de víctimas y testigos en vez de referirse directamente a los poderes políticos y religiosos. Pero mientras hablo siento que, entre las dificultades del idioma, las diferencias culturales y lo mucho que yo debo entender para captar su pregunta, no puedo serle de mucha ayuda.
Es mi primera semana en África, y creo que estoy aprendiendo mucho más de ellos que lo que puedo enseñarles.
Lo primero que aprendí fue lo duro y complicado que es sacar un diario nuevo en un lugar como Sudán. Y lo valiente y sagaz que hay que ser para llegar cada día a la playa de las 16 páginas listas para imprimir.
Todo empezó hace casi tres años. Awad Mohamed Awad-Youssif me llamó por teléfono a principios del 2008. Tuve que salir de mi oficina en IL3 y caminar por el pasillo para que la conexión funcionara, para entender de dónde era que me estaba llamando. ¿De Sudán? ¿Que era un ingeniero y empresario sudanés de 45 años? ¿Y que quería venir a hacer el Master en Barcelona para cumplir su sueño de fundar un diario independiente?
Sí, lo había entendido bien. Awad se proponía pasar un año aquí, aprender a escribir noticias, entrevistar, sacar fotos periodísticas, diseñar prensa, hacer una página web, escribir y locutor en radio, hacer reportajes y documentales en televisión. Perderse un año de vida familiar y del crecimiento de sus hijos, que hoy tienen 15 y 8, y tener que dirigir a distancia sus negocios, mientras compartía aula y afanes con chicos españoles, europeos y latinoamericanos de 23 o 26 años. Y llevarse lo aprendido para abrir un diario nuevo en un país violento y con control de prensa.
Un año tardó Awad en poner a punto su proyecto y estar listo para fundar el diario. Hasta con el nombre hubo lucha: sus dos primeras opciones eran viejos diarios ya difuntos, pero cuyos nombres figuraban en los registros. Al final se decidió por Al Jareeda, que quiere decir ‘El Periódico’.
Tuvo que someter al director y la veintena de periodistas que quería contratar a la censura oficial. Tuvo que ocuparse de la conformación del grupo, de la línea editorial, de lo necesario para ser visto como independiente y moderno pero sin que lo cierre la férrea censura del país. Como quien quiere ver la copa siempre medio llena, Awad me comenta en una de nuestras largas charlas sudanesas que en su país al menos se puede hacer periodismo independiente, aunque controlado.
Reporteros sin Fronteras coloca a Sudán en el puesto 148 entre los 175 países que evalúa en su índice de libertad de prensa, y el fiscal del tribunal penal internacional de La Haya ha pedido el procesamiento del presidente Omar Hasan al-Bashir por crímenes contra la humanidad, por las matanzas en Darfur. Sin embargo, pude ver que al menos en la redacción de Al Jareeda, hay jóvenes periodistas que no tienen la cabeza anestesiada por la autocensura. Saben cuáles son los límites externos, y procuran poco a poco y con cuidado, empujarlos un poco y ganarse la atención de un público ávido de novedades, de información confiable y de sensatez.
A finales de septiembre de 2010 finalmente Awad sacó a la calle su Al Jareeda. Pero unos días antes vino a Barcelona y me hizo una invitación que no pude rechazar: que viajara a Jartum para conocer algo de su país, de su proyecto, para apoyarlo y alentarlo en ese primer mes.
Cuando aterrizo en Jartum el diario ya lleva nueve días en la calle, pero hay muchas tuercas que ajustar. Durante estos días Awad trabaja hasta medianoche los siete días de la semana, vigilando hasta la última página, la maquetación, las fotos, los títulos, y después lleva a su casa en los suburbios, cruzando el Nilo, al impagable director de su rotativo, el respetado poeta y veterano de seis diarios Saad Al-Din Ibrahim.
Con el señor Al-Din nos comunicamos casi por señas. Awad me va traduciendo algunas de las cosas que dice, pero la impresión es fundamentalmente visual: ver a un sabio sudanés, un heredero de la larga tradición árabe de cuidado y mimo por la palabra, debatir cada texto, cada título, cada pie de foto con los jóvenes reporteros, sin perder la sonrisa a medida que las ojeras va dibujándosele en la cara redonda y aceitunada.
Así termina casi cada día en mi semana en Sudán: yo recostado en el asiento de atrás en el modesto coche de Awad, escuchando la música de estos dos hombres encendidos mientras discuten la marcha del diario, los errores del día, los planes del día siguiente, el desempeño de cada uno de los periodistas. Y de vuelta al centro de la ciudad, los planes y las ideas de mi amigo sudanés. Habla, discute conmigo y consigo mismo, se rasca la cabeza. En estos días Awad habría perdido la mitad de su pelo si no fuera ya calvo. Sus ojos se hunden cada día más tras esa nariz prominente, perfecta para el olfato periodístico. Pero no deja nunca de hablar por el móvil, de gesticular, de pensar, de soñar.
El té de Zenab
Durante mi primer día en la redacción me acerco a la columnista Amal Habani, una mujer de mirada vivaz que no para de mover la cabeza debajo de su pañuelo colorido. Amal había hecho una gira por las redacciones de los principales diarios norteamericanos, invitada por la embajada de Estados Unidos, y tiene un muy buen nivel de inglés. Tiene también muchas preguntas, muchas ganas de conocer otras formas de vivir y de pensar.
 “¿Qué estás escribiendo?, ¿de qué es la columna de mañana?”, le pregunto.  Me dice que el gobierno municipal ha emprendido una campaña contra las señoras que venden té y café en las esquinas. Es un paisaje típico de Jartum: sentadas sobre taburetes de madera, de plástico o sobre ladrillos, estas vendedoras de la calle despliegan sobre una mesita inestable vasos, cucharas y frascos con especies, y en una hornalla calientan las infusiones. A su alrededor se sientan los paseantes, que combaten el calor del mediodía con estas bebidas calientes. “Tienen familia, son el sostén de sus hijos, que gracias a ellas pueden estudiar”, me dice Amal.
Acto seguido me lleva a la ventana. Al abrirla, entra un vaho seco y caliente, como si hubiéramos dirigido a nuestra cara un secador de pelo. Cinco pisos más abajo, entre los árboles y frente a la calle de tierra con bolsas plásticas esparcidas por doquier se sienta contra una pared de ladrillos una de estas señoras.
Al día siguiente, apenas llego a la redacción, Amal me anuncia que tiene una invitación para mí. Me lleva a tomar té con la señora de la esquina.
La señora se llama Zenab y viene de Darfur. A su alrededor se sientan tres hombres negros, del sur de Sudán. Dos visten chándal y zapatillas deportivas, pero uno lleva traje oscuro y zapatos negros. Se dirige a mí en inglés. Se llama Dafallah (me lo deletrea), y se queja de la discriminación, de que los del sur no consiguen trabajo en el norte. En 100 días habrá un referéndum en el sur, y el más grande país de África corre el riesgo de desmembrarse. En Jartum todo el mundo habla del referéndum de enero y del peligro de una nueva guerra civil, que ya se cobró dos millones y medio de vidas en los últimos tres lustros. Dafallah quiere la unidad y la paz, me dice, pero se siente excluido en la capital. Está desempleado, y pasa sus días sorbiendo té en el puesto callejero de la señora Zenab.
Le pregunto a Zenab, con Amal de traductora, sobre los ingredientes que se esparcen en su mesita de fórmica emplazada sobre un mantel de paja que cubre una caja de plástico que se alza a su vez sobre cuatro pilas de ladrillos. Me los va pasando, para que los pueda oler: las especies para el té incluyen el naná (unas hojas verdes), el kerkedé (unas flores rojas) y la girfa (endulzante, como azúcar moreno).
Zenab llegó de Darfur hace 20 años. Tiene cuatro hijos, el mayor de doce. Vino escapando de la guerra y la miseria y apenas puede sobrevivir en Jartum con su comercio móvil de té, relata sin drama, sin quejarse. Pero la policía la hostiga. La semana pasada le quitaron todo: los taburetes, la tetera y la cafetera, las especias…

“Creen que estas señoras están relacionadas con los movimientos armados en Darfur”, me explica Amal.
 “Si no puedo hacer esto, ¿de qué vivo?”, gesticula Zenab que les pregunta a los policías municipales. “¿De qué van a comer y vestirse mis hijos? Se volverán mendigos en la calle…” Los tres hombres del sur la escuchan en silencio.
Degusto mi té con naná y azúcar moreno. Fuerte, aromático, delicioso. Es cierto que para combatir el calor, nada mejor que beber caliente. Por un momento, el aire parece más fresco, mientras la infusión milenaria baja por la garganta y pone el calor circundante en perspectiva. 
Remolinos de censura, tormenta de arena y bailes nubios
Las columnas de Amal siempre van de lo que le pasa a la gente, de los desfavorecidos, de injusticias cotidianas. Sus textos comparten la última página de Al Jareeda con las del director al-Din, que son más políticas. O más obviamente políticas. Su columna de hoy comenta el pedido del gobierno de que las autoridades autonómicas del sur permitan que los diarios de allí publiquen opiniones a favor de la unión sudanesa en el referéndum. “Podría empezar el mismo gobierno dando el ejemplo con esto de la libertad de prensa”, me dice Awad, resumiendo el argumento de su director.
Lo único que entiendo en el diario son las fotos. Me fijo que durante varios días priman en la portada fotos internacionales: una manifestación de israelíes opuestos a las nuevas construcciones en los territorios ocupados a los palestinos; un mendigo en Nueva York, ejemplo de la pobreza y la crisis en el Primer Mundo; choques de manifestantes y policía en Barcelona, representación de las protestas sindicales en Europa.
“Tenemos una posición y un interés propio, pero debemos abrirnos al mundo”, me explica Awad. Algunas de las noticias en portada llegan al límite de lo permitido por la censura. El jueves 30, por ejemplo, aparece el cuerpo consumido, demacrado de un activista sudanés en huelga de hambre en Líbano.
“Esto no le va a gustar al gobierno”, dice Awad mientras da el visto bueno a sus diseñadores para que coloquen esa foto en la portada.
A lo largo de la semana visito las orillas del Nilo Azul, que viene de Etiopía, y el Nilo Blanco, que sube desde Uganda, y contemplo su unión en las afueras de Jartum, en lo que los sudaneses llaman el nacimiento del Nilo (unificado), en cierta forma el nacimiento de la civilización, de la cultura. De nosotros. En el Museo Nacional me adentro en templos trasplantados desde el norte, la tierra de los faraones. Los jeroglíficos de hace cuatro mil años son el antecedente del diario de Awad, y de todos los diarios del mundo.
Perdido en medio de un templo, Huda, la esposa de Awad, mi excelente guía, me levanta la vista hasta la línea del horizonte. Por abajo, creciendo, subiendo, el cielo se está volviendo rojizo. Es una tormenta de arena que pronto nos envuelve, se nos mete en la boca pastosa.
Entre jornada y jornada de trabajo en Al Jareeda, familiares, amigos y ayudantes de Awad me llevan a pasear por su ciudad mítica. Dos experiencias me acompañarán para siempre. La primera es entrar en una mezquita poco antes de la hora de la oración. Mi familia es judía, vivo en un país católico, pero nunca había experimentado tanta paz como en esta abovedada sala, ornamentada con versículos del Corán. Me invitan.
Pregunto dos veces. ¿Puedo entrar? Sí, me están invitando a entrar. Me quito los zapatos. Sobre la pesada alfombra, un hombre duerme la siesta, otro consulta su correo electrónico, cuatro o cinco grupos charlan, como en su casa. En otra mezquita, a la hora de la plegaria, ya desde la calle veo  acercarse al templo una tranquila multitud – hombres a un lado, mujeres por otro – entrando con talante serio, cumpliendo lo que percibo es para ellos una función tan natural del día como la comida o el sueño. Atardece, baja un poco la temperatura y entre la penumbra percibo las siluetas de los fieles, unos con ropa occidental, otros con blancas jilabas y zuecos de piel de serpiente, descalzándose y perdiéndose entre las columnas de la mezquita, mientras de los parlantes del minarete resuena el canto de llamado a la oración.
La segunda experiencia es un paseo por el enorme mercado tradicional de Omdurman, el más grande de Sudán y uno de los mayores de África. Bajo un calor seco recorremos a pie las callejuelas con la esposa y el cuñado de Awad. A cada lado se despliegan negocios de zapatos de cocodrilo, puestos de especies y curry, que ataca primero el olfato y luego la vista. Está la calle de los aires acondicionados, la del oro, la de las frutas y dátiles, la de los teléfonos móviles. Muy pocas mujeres llevan nihab, cobertura negra que deja una ranura para los ojos. La mayoría llevan largas túnicas, y las más jóvenes visten jeans y blusas y pañuelos en la cabeza.
Como Sudán es tan grande y tiene un pie en lo árabe y otro en el África negra, mucha gente me recuerda a los marroquíes o egipcios en sus facciones, y otros son como los que en España se llaman ‘subsaharianos’. Percibo una gran variedad de fisonomías y vestimentas. El único extraño soy yo. En todo el paseo no me cruzo con ningún otro blanco. Pero nadie me mira como un bicho raro. Soy yo el que voy caminando con los ojos como platos, viendo un mundo que había visto de una u otra manera en documentales y fotos, pero que cambia totalmente cuando te rodea, te circunda, te abraza.
Casi cada hora es un descubrimiento, y el último día lo corona todo una comida típica sudanesa en casa de Awad y su familia. Mientras los niños juegan con una consola de Play Station, dos mandos y un gran televisor de plasma a resolver partidos de la liga de fútbol española, en la mesa del comedor damos cuenta de los manjares: ensalada con kiwi, crema de berenjenas, revuelto de verduras con hígado de cordero, pescado rebozado y jugo de mango. Es un momento de paz familiar. Este mes Awad apenas ve a sus hijos: cuando se despierta ya se fueron al colegio y cuando vuelve ya duermen. Huda espera que este sacrificio por el recién nacido Al Jareeda no dure mucho más.  
El último día, el viernes, todos acuden a la redacción con ropas tradicionales: túnicas largas y coloridas las mujeres,  y los hombres jilabas y tagia, un gorrito cilíndrico y bordado con motivos geométricos. Le pido a Eyhab, el técnico informático, su elegante taglia, pero también se quita la jilaba por la cabeza, y me la coloca. Me tomo fotos, en las que salgo sonriente. Ahora, cuando las veo, me veo disfrazado, pero en ese momento, bajo la luz azulada del corazón de África, me sentía portador de un regalo.
El último con el que hablo en la redacción de Al Jareeda es el encargado de cultura, Haitham Ahmed El Tayeb. Haitham es de Nubia, en el norte de Sudán, las tierras fronterizas con Egipto. Tiene los ojos como carbones encendidos y la apostura de junco de un bailarín. Acaba de volver de hacer un reportaje sobre bailes tradicionales. Me muestra las fotos en su ordenador.
“Pero lo principal es el movimiento”, susurra, mientras abre los ojos como platos en un esfuerzo por buscar las palabras en inglés.
Y entonces se pone de pie, levanta los brazos y una pierna y desarrolla, para explicarme, una pausada y elegante danza nubia en medio de la sala de redacción.
En ese momento siento que lo entiendo, que lo entiendo todo perfectamente.


Mohamed Awad, Saad Al-Din y Roberto Herrscher celebran la colaboración entre el Master en Periodismo BCNY
y el nuevo diario independiente de Sudán.




Los diseñadores de Al Jareeda ultiman la edición del 1 de octubre. Como es viernes, día de oración, van vestidos a la usanza tradicional.





La columnista Amal Habani escribe en una de las salas de la redacción. El diario es nuevo y se va amueblando lentamente.




Awad Mohamed y Roberto Herrscher, vestido con jilaba (túnica) y taglia (sombrero), muestran un ejemplar del diario.




Roberto Herrscher, director del Master en Periodismo,
en una charla con la redacción del diario Al Jareeda.




En una calle de tierra justo bajo la ventana de la redacción de Al Jareeda, la señora Zenab vende té con especias a los transeúntes.


lunes, 21 de febrero de 2011

El avión y los cipayos

El avión
Por Eduardo Aliverti (extracto) El texto completo se puede ver haciendo click aquí





A veces, sucede que los efectos de un hecho son mucho más importantes, o al menos más pedagógicos, que sus propias causas. Inclusive, puede ocurrir que el episodio sea, en lo potencial, de muy escasa trascendencia pública. Y que sus consecuencias lo transformen en algo tan inventado como rimbombante.
¿Alguien cree que el decomiso del avión militar estadounidense era o es un episodio capaz de despertar atracción masiva? ¿Es tan grave la carga no declarada de ese avión norteamericano?
Cualquiera de esas preguntas, que a priori son o podrían ser legítimas, pasó a ser irrelevante al cotejárselas con la réplica barbárica de los medios de comunicación hegemónicos, sus periodistas más connotados y, desde ya, una mayoría de la oposición o, si se quiere, de los dirigentes opositores que hablaron del tema (sólo el hijo de Alfonsín resaltó al procedimiento como de pleno derecho, y hubo un resto que se llamó a silencio). Con excepción del odio de clase, el racismo, el sentimiento de venganza y las barbaridades que se dijeron cuando el conflicto con los campestres, es difícil recordar un hecho a través del cual se haya manifestado, con tanta brutalidad e ignorancia, el espíritu y el estilo de quienes conforman, desde los medios, un soporte clave de la mentalidad vasalla.
Cabezas de portadas, informativos de radio y televisión, columnas centrales, entrevistas, machacando con la “perplejidad y preocupación” de los Estados Unidos por la “improcedencia” de haber amedrentado al personal del avión. Ex embajadores con amplia concesión de espacio, absortos por haber colocado a Washington en un “banco de acusados” (Juan Archibaldo Lanús). Los disparates interpretativos, sin un solo dato de sostén, bajo aseveración de que se ejercitó una represalia contra Obama por no incluir a la Argentina en su próxima gira. La impudicia de sugerir que si tampoco viene el jefe del Fondo Monetario por algo será. La amenaza de que la Casa Blanca borre al país de su status de aliado extra OTAN, brindado gracias al alineamiento incondicional de Menem con la política exterior de los republicanos... Qué asco.
Correspondería revisar si esta embestida mugrienta de los medios y sus ordenanzas no tiene nada de insólito, desde el entendimiento de que, después de todo, es la expresión de una tilinguería tan reaccionaria como ancestral.
Hay esa palabra, cipayos. Es de origen persa y la primera vez que se la citó, en el Diccionario de la Real Academia Española, aludía a “soldado indio”, en 1869. Pero unos años después, la definición se ensanchó a “soldado indio al servicio de una potencia europea”. Una segunda acepción es “secuaz a sueldo”. Aquí, ya se sabe, la popularizó Arturo Jauretche a través de su Manual de Zonceras, que lista las ideas negativas de los argentinos sobre su propio país.
El peronismo fluctuó históricamente a derecha e izquierda, y en su nombre se crió mucho de lo mejor y lo peor de este país. Pero estos garcas no oscilaron nunca. Jamás dejaron de ser escribanos de los imperios de turno, jamás tuvieron una fisonomía patriótica, jamás se plantearon a dónde condujo su pusilanimidad. De esa gente que toda la vida miró hacia afuera no para ampliar sus miras de pensamiento crítico, sino por la comodidad cobarde del presunto amparo bajo el sol. Esos frívolos acaban de dar otra muestra de sí.
A veces su símbolo es un helicóptero. A veces un avión.

sábado, 19 de febrero de 2011

Globalización y crimen organizado

El siguiente es un extracto del texto del mismo nombre producido por Raúl Zaffaroni miembro de la Suprema Corte de Justicia y Vicepresidente de la Asociación Internacional del Derecho Penal.
El texto completo se puede consultar haciendo click aquí.
Las ilustraciones son mías.



El poder planetario está marcado por tres revoluciones (la mercantil, la industrial y la tecnológica), que dieron lugar a tres momentos: el colonialismo, el neocolonialismo y ahora a la globalización. Este último lo marca una revolución técnica en las comunicaciones que provocó mayor concentración de capital, pérdida de poder de los estados, desplazamientos migratorios, incremento de las disparidades tecnológicas, desempleo, exclusión social y guerras. También aumentó la información disponible, las posibilidades de democratización del conocimiento y la integración de países en bloques económicos.
La moderna tecnología y la supresión de barreras agilita el desplazamiento de capitales en procura de más renta en menor tiempo, manejados por tecnócratas que no son sus dueños. Esto reduce el poder de los estados sobre los capitales e incluso su control. El objetivo de mayor renta en menor tiempo va venciendo todos los obstáculos éticos y legales, o sea, que produce una peligrosa desviación hacia lo ilícito.



La creciente pauperización de la periferia del poder mundial y los conflictos violentos impulsan a grandes masas de población a la emigración interna y externa. Esto genera otro tráfico ilícito y provoca un fenómeno de acumulación de riqueza y miseria en los limitados espacios urbanos, análogo al de la revolución industrial, con altos niveles de violencia criminal, sumada a la discriminación de los nuevos habitantes con peligroso renacimiento de ideologías racistas.


Las clases medias empobrecidas y las subordinadas que sufren la peor victimización coinciden en el reclamo de mayor represión, alimentado por la publicidad vindicativa del discurso único de medios, planetarizado por efecto de la propaganda del sistema penal de los Estados Unidos.
Los políticos sin poder para proveer soluciones estructurales –a causa del debilitamiento de los estados nacionales, por temor, por incapacidad o por oportunismo, optan por reducir su discurso a propuestas de mayor represión o segurismo interno.


Las leyes penales nunca eliminan los fenómenos, pues éstos no se evitan con papeles, pero habilitan un poder punitivo que se ejerce -por razones estructurales- en forma selectiva sobre los disidentes y los más vulnerables. En la práctica aumentan los ingresos de las organizaciones criminales y potencian su capacidad organizativa y tecnológica y, por consiguiente, su poder corruptor que involucra con frecuencia a los más altos niveles de autoridades estatales.


Se han cometido macrodefraudaciones internacionales protagonizadas por capital golondrina mediante ardides groserísimos, sin que sus perpetradores ni sus cómplices locales –ubicados en las más altas esferas del poder político- sufriesen la menor molestia por parte de estos organismos ni del sistema penal, pese a haber provocado la quiebra de enteras economías nacionales y con sospechosa complicidad de tecnócratas internacionales.
En este último sentido, puede afirmarse que ha surgido una macrocriminalidad económica que es la más alta manifestación de criminalidad organizada, inconcebible sin la participación por acción u omisión de los más altos niveles políticos de algunos estados, especialmente durante la última década del siglo pasado, encubierta con un discurso de fundamentalismo de mercado.



Todo ello sin contar con que la guerra al terrorismo degenera rápidamente en terrorismo de estado, que es una incuestionable manifestación de crimen organizado, esta vez desde las propias cúpulas del poder estatal. En el plano internacional se ha pretendido emprender una guerra preventiva contra el terrorismo, tomando prestado el término del derecho penal. El catastrófico resultado de esta intervención, el caso omiso a los más altos organismos internacionales, la falsedad de los motivos determinantes y la pretensión de un simulacro de proceso culminado en ejecuciones arbitrarias, han tenido el penoso efecto de desprestigiar a las organizaciones internacionales y echar sombras sobre los largos y costosos esfuerzos realizados desde la última posguerra para establecer una justicia penal internacional.
El escándalo no puede ser mayor y nuestra reacción como estudiosos del derecho debe ser proporcional. No está en nuestras manos sólo una cuestión menor, parcial o de detalle, sino la disyuntiva entre permanecer indiferentes, refugiarnos en un mundo normativo pletórico de dogmas desmentidos por la realidad cotidiana y resultar funcionales a las burocracias dominantes, o asumir realmente la responsabilidad de defender a nuestra civilización, en consonancia con el respeto a la persona y a nuestra mejor y más brillante tradición.

viernes, 18 de febrero de 2011

Reflexiones campestres


El campo! Desde la más remota antigüedad esta expresión ha servido para designar a quienes poseían la tierra y nunca a quienes la trabajaban.
Cuando Julio César, a la vuelta de sus victorias, repartía tierras en Italia o en las zonas conquistadas, los beneficiados construían sus villas para el verano y ponían a trabajar a los prisioneros devenidos en esclavos.
EE.UU. y Brasil, en tiempos más modernos, consagraron este esquema importando pueblos originarios de África que, ingleses, holandeses y portugueses, traficaban en combinación con reyezuelos africanos y emires medio orientales.
Ser propietario de la tierra tuvo siempre la doble distinción de convertir en propiedad privada algo que era parte de la creación divina, y la de permitir que tales propietarios pudieran mostrarse como inmensamente ricos sin tener que hacer el mínimo esfuerzo para lograrlo. Los esclavos, como reales siervos de la gleba, si bien eran quienes hundían sus manos en la tierra de dios y la mojaban con el sudor de su frente, eran subhumanos a quienes la voluntad de dios había condenado por sus vicios y pecados, o bien, a quienes la bondad divina reservaba el premio eterno en el paraíso.
La Revolución Francesa y la revolución industrial, con motivaciones diferentes, modificaron ese esquema sin lograr eliminarlo.
Como alguien escribió, "las nociones de libertad, igualdad, fraternidad suenan muy bien, pero funcionan muy mal", y, por otra parte, la industrialización sacó al siervo de la tierra para convertirlo en proletario urbano, algo así  como saltar de la sartén para caer en las llamas. Además se creó, falsamente, una oposición campo/industria que provocó la Guerra de Secesión en USA, estuvo presente en nuestras guerras civiles, aunque menos nítidamente e, incluso, fue un slogan del régimen de Vichy que propugnaba la vuelta a la tierra como un paradigma de la vida sana y virtuosa.
En fin, el campo es un mito que aureola a los propietarios y oculta a quienes lo hacen producir. Las revueltas campesinas, en todo el mundo y en todas las épocas, no tienen otra explicación más que esa.


Y el campo descendió entre nosotros, Martín Fierro y Segundo Sombra fueron despojados de lo que les pertenecía y a fuerza de mucho fierro pasaron a ser sombra todos los que fueron como ellos convertidos en peones de campo dentro de las alambradas.  
Hubo estatutos para esos peones, y supongo que los hay aún, pero la aristocracia de la bosta, unificada con la dirigencia de los grandes grupos trasnacionales, amparada por la vergonzosa venalidad de los gremios y defendida por tribunas de doctrina y representantes del pueblo de la Nación Argentina, permite que la esclavitud permanezca, en no pocas estancias y fábricas.
En definitiva, los principios teóricos ya están dados, falta hacer que tengan vigencia.
JCA

lunes, 14 de febrero de 2011

La valija, los marines y un poema


El enorme C17, un carguero Boeing Globmaster III, más grande que los conocidos Hercules, llegó en la tarde del jueves a Ezeiza con un arsenal de poderosas armas largas para un curso sobre manejo de crisis y toma de rehenes ofrecido por el gobierno de Estados Unidos al Grupo de Operaciones Especiales de la Policía Federal (GEOF), que debía tener lugar durante todo febrero y marzo. El curso estaba autorizado por el gobierno argentino, pero cuando el personal chequeó que el contenido de la carga coincidiera con la lista entregada de antemano, aparecieron cañones de ametralladora y carabinas y una extraña valija que no habían sido incluidas en la declaración.
Durante seis horas del viernes, varios de los marines de los Estados Unidos se sentaron en forma rotativa sobre la valija, impidiendo que sea revisada, lo que sugiere la importancia que le asignaban a su contenido. También señala la arrogancia y prepotencia con que se manejan las fuerzas del imperio.
Cuando se logró abrir la valija era una verdadera caja de pandora de armas estupefacientes y códigos encriptados en pent drives. Hacer click aquí para ver artículo completo
¿Alguno se imagina lo que hubiera ocurrido si fuera al revés?
A los marines que se sentaron durante 6 horas sobre la valija, a los que invadieron países centroamericanos para derrocar gobiernos que no eran adictos a Washington, a los que pisotearon las riquezas arqueológicas de Irak. En fin, a los que pisotearon el orgullo de tantos en tantos lugares, yo les dedico este fragmento poético de Humberto Constantini
Yanki marine hijo de puta
Si uno tiene,
pongamos por ejemplo,
un amor, una cosa
que le anda por la piel
por todas partes.
Digamos
Buenos Aires.
Digamos
un octubre, un poema, una muchacha.
O digamos la esquina
de Nazca y Tequendama
los domingos, a las seis de la tarde.
(Estoy casi seguro
que había una esquina así en Santo Domingo,
que había un viejo,
una silla,
un cielo inverosímil,
muchachos que volvían del fútbol,
señoras apuradas,
bocinas, qué sé yo
y tal vez
hasta un tipo solitario
como yo
que miraba).
Si uno tiene un amor entonces,
eso que le camina por la piel,
decíamos,
y pasa algo,
ocurre
que viene el mal, la peste, la desgracia
o para no ir más lejos .
vienen
los marines
idiotas,
los cretinos mascadores de chicle,
odiadores de todo lo que crece
y desembarcan.
Entonces
ya no se puede hablar así nomás,
hay que matar la muerte de algún modo,
hay que pelear con rabia,
destruirlos,
salirles al encuentro como sea
y además
decir, decir hijos de puta,
decir marine yanqui hijo de puta,
decirlo y masticarlo
y enseñarlo a los chicos
como un rezo.

Por amor a la vida,
simplemente,
me parece.


Humberto Constantini

domingo, 13 de febrero de 2011

Los vicariatos castrenses


En Alemania suelen soplar vientos de progreso en lo que atañe a la iglesia católica. En el siglo XVI, el sacerdote Lutero asqueado del negociado que hacía el Vaticano con la venta de indulgencias, procedimiento conocido como simonía, se levantó contra el papado e inició la llamada Reforma. Este movimiento de purificación de la iglesia se extendió por Europa como reguero de pólvora ante los ojos alarmados de los papas que veían como escapaban millones de feligreses de su rebaño.
Ahora, del mismo país surge otro movimiento de renovación en respuesta a la pedofilia en los colegios católicos, comportamiento aberrante de unos cuantos señores que bajo el hábito religioso ocultan un pene que entra en erección ante la vista de algún atractivo alumno que en ese momento ignora los suplicios a los que será sometido.
El caso es que en Alemania, cerca de 150 teólogos católicos presentaron un documento a la Conferencia Obispal de ese país por el cual se solicita la caducidad del voto de castidad para los sacerdotes y que se permita también investir la misión sacerdotal a las mujeres. Señala el documento que luego de los escándalos sexuales, la Iglesia Católica ha caído en una crisis única que requiere de profunda reforma. Como si esto fuera poco, también empezó una discusión interna sobre el reconocimiento de las parejas homosexuales.
El ultraconservador Benedicto XVI, próximamente visitará Alemania donde parece que no encontrará campo fértil a sus discursos y recomendaciones.



En Argentina, salvo por el gran avance del matrimonio igualitario, estamos bastante atrasados. La ultraconservadora jerarquía eclesiástica lleva el estigma de su indiferencia, aprobación y colaboración con los años negros de la dictadura y en este aspecto se destaca un apéndice podrido de la iglesia que son los vicariatos castrenses.
El origen de esta aberrante orden religiosa se la debemos agradecer al general Aramburu que la creó de común acuerdo con el Vaticano en 1957. En la mayoría de los casos, se trata de obispos que ocultan debajo de la sotana el uniforme militar y toda la ideología de muerte y odio contrarios a las enseñanzas del evangelio.
Ellos terminaron de lavar la cabeza a los miembros de las FFAA, que ya la tenían bastante simplificada después de egresar de los institutos militares.
Fueron ellos los que aprobaron y justificaron la tortura, mientras se paseaban con mirada de aprobación por las salas de tormento. La lista de nombres de estos individuos es larga y siniestra: Bonamin, Tortolo, von Wernik, Medina, Caselli, Baseotto, etc.
La jerarquía eclesiástica jamás condenó a estos señores, se podría decir que más bien los apañó como sucede con el sacerdote José Eloy Mijalchyk, acusado de complicidad por lo delitos cometidos por la dictadura en Tucumán. La misma jerarquía acaba de pagarle la fianza para que salga libre y pueda seguir dando sus sermones de odio.
Es hora de terminar con esta pústula de la iglesia, es decir el vicariato castrense, mantenido por el bolsillo de los ciudadanos.


jueves, 10 de febrero de 2011

El campo virtual y el campo real


Daniel Paz & Rudy

Hay que terminar con la expresión genérica de “el campo”, término aplicado con mucha sagacidad por la Mesa de Enlace en 2008 con la aviesa intención de producir una antinomia maniqueista de gobierno versus campo. Se endiosó al campo como lo más noble de la argentinidad y el verdadero trabajador era el del campo, el obrero textil, el de la construcción, eran trabajadores secundarios, ellos no se quemaban con el sol ni madrugaban, ni padecían frío como el peón rural. En parte es cierto porque el verdadero campo, el campo real, es el de la clase trabajadora rural, mientras que el campo que repiten hasta el hartazgo los de la ahora escuálida mesa de enlace es el campo de los terratenientes. Es el campo de los que bloquearon las rutas del país porque el gobierno se atrevió a meter las manos en sus desbordantes bolsillos de dólares, mientras que muchos de ellos tenían peones contratados en situación infrahumana.
Uno de estos personajes es el diputado Alfredo Olmedo que si se postula a candidato de algo, puede tener la seguridad que no lo van a votar los millones de jóvenes que usan tatuajes o algún tipo de piercing. Tampoco lo van a votar ni los homosexuales ni las lesbianas, ni cualquier persona que tiene tolerancia o respeto por los demás aunque no piensen igual o sean distintos.


Inspectores de la AFIP detectaron que 360 personas, entre ellas tres menores de edad, fueron encontradas en "condiciones infrahumanas" en los campos de olivos donde trabajaban. La empresa explotadora, inspeccionada pertenece al diputado nacional Alfredo Olmedo.
El otro personaje de esta tragicomedia es el Momo Venegas, titular de la UATRE, el gremio que agrupa a los trabajadores rurales. Este señor hizo permanentemente la vista gorda ante todos estos hechos de esclavitud laboral. Es delfín de Duhalde y de Barrionuevo y admirado por confesos sectores nazis liderados por Alejandro Biondini. Dime con quién andas y te diré quién eres.
Hoy, por orden del juez Oyarbide el Momo Venegas fue arrestado bajo sospecha de estar involucrado en la mafia de los medicamentos.
El diario La Nacion, que oportunamente negó la existencia de trabajadores esclavos, hizo una defensa encubierta del Momo Venegas diciendo entre otras cosas que el arco político opositor se manifestó en contra de su detención. Si se lee cuidadosamente los párrafos siguientes se observa que “el amplio rechazo del arco político opositor” se limita a Macri, De Narvaez, Duhalde, Felipe Solá, Gustavo Ferrari y Ernesto Sanz. Todos personajes que han perdido el respeto y la credibilidad por parte de la mayoría de los argentinos.