martes, 29 de enero de 2013

31 DE ENERO DE 1943



El 31 de enero de 1943, el sexto Ejército del general Friedrich Paulus se rindió ante las fuerzas soviéticas, dando culminación a la batalla de Stalingrado con diversas consecuencias. Fue un punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial que acabaría con la guerra relámpago de los ejércitos alemanes que de allí en adelante no harían más que retroceder. La derrota de Stalingrado fue la premonición del fin de Hitler, del nazismo y de la soberbia alemana. También fue la batalla más cruel de todas las guerras.

                            General Friedrich Paulus (1890-1957)
Hitler rompió el pacto de no agresión que había hecho con Stalin y atacó sorpresivamente a la Unión Soviética en junio de 1941 con tres grupos de ejército que totalizaron casi tres millones y medio de hombres y miles de aviones y de carros blindados. 

Churchil, que detestaba a Stalin y al comunismo, estaba exultante. Conocedor de la historia, percibió que Hitler acababa de cometer el mismo error que Napoleón 131 años atrás: la subestimación del pueblo ruso y la abrumadora logística que tendría que desarrollar la Whermacht para alcanzar los centros vitales de la URSS. Fue cuando lanzó una de sus frases famosas: “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” y agregó: “si Hitler invadiera el infierno, me gustaría hacer al menos una referencia favorable al Diablo en la Cámara de los Comunes”.

Los triunfos alemanes en territorio ruso se sucedían uno tras otro hasta que Paulus con su sexto Ejército de 400.000 hombres, 7000 cañones y 500 blindados se aproximó a la ciudad de Stalingrado, un centro industrial vital de la Unión Soviética. Corría el mes de agosto de 1942. A partir de allí, comenzó un bombardeo por tierra y aire que transformó en ruinas la ciudad, matando a casi todos los habitantes, pero los escombros imposibilitaron la incursión de los blindados. Se inició entonces una lacerante guerra de desgaste a la que no estaban habituados los alemanes, se luchó casa por casa y habitación por habitación. La conquista de pequeños espacios podía cambiar de bando, incluso varias veces en el día.
                               Stalingrado en ruinas
Empezó el otoño y a este le siguió el invierno y las temperaturas bajo cero encontraron a los soldados alemanes mal equipados. Hubo momentos en que estuvieron por tomar la ciudad, pero los rusos recibían continuos refuerzos y además peleaban por su tierra y su supervivencia. Se ha especulado que lo hacían porque si retrocedían eran fusilados, los clichés antisoviéticos mencionaron miles de soldados ejecutados por esta razón, cuando los Protocolos de Stalingrado, recientemente descubiertos y escritos por un alemán sólo hablan de unos cientos.
Para el soldado alemán, su hogar estaba a más de 3000 kilómetros y si no fuera por el sentido de obediencia sin capacidad de duda analítica que posee su raza, ya habría arrojado las armas. Aun así, empezó a subir en forma alarmante el número de suicidios y las heridas autoinfligidas entre las filas alemanas. Hambrientos, tratando de soportar un frío intolerable e invadidos por miles de piojos y pulgas, la moral de los combatientes del Tercer Reich estaba agotada.

Un elemento nuevo en la batalla de Stalingrado fueron los francotiradores, soldados capaces de acertar blancos humanos con gran precisión. Esta modalidad fue resultado del terreno, caracterizado por una ciudad transformada en ruinas donde el francotirador se podía parapetar y disparar contra un enemigo situado a corta distancia. Los 11 mejores francotiradores soviéticos, eliminaron de esa forma cerca de cinco mil soldados alemanes.
                          General Vasily Chuikov (1900-1982)
 Finalmente el general Chuikov, mediante un movimiento de pinzas mantuvo cercado al ejército alemán que quedó imposibilitado de recibir ningún tipo de ayuda. Exhausto de municiones, habiendo transcurrido casi siete meses de la batalla más feroz e implacable en la historia de la Segunda Guerra Mundial, Paulus se rindió el 31 de enero de 1943.
                   Soldados alemanes muertos en la batalla final           
 Fue entonces cuando empezaron a surgir de entre las ruinas como espectros fantasmales los soldados alemanes con las manos en alto o detrás de sus cabezas. Sus rostros macilentos mostraban la fatiga de noches sin dormir y los ojos hundidos en las órbitas cargados de tristeza y desolación por la derrota. Ya no vestían como soldados, parecían espantapájaros, los pies envueltos en trapos, encapuchados con sábanas para suplir los equipos de invierno que sólo les llegaron a unos pocos.

  Izquierda prisioneros alemanes. Derecha: inicio de la larga marcha hacia los campos de concentración
La mayoría de ellos sabía que los verdaderos padecimientos recién comenzaban y que no regresarían nunca a sus hogares. Les esperaba una larga marcha hacia sórdidos campos de concentración soviéticos, en las peores condiciones imaginables. Los soldados rusos no tuvieron piedad con quienes habían destruido todas las poblaciones, incendiando sus casas y matado a sus habitantes. Hitler en su psicopatía suicida había producido la muerte de casi veinte millones de rusos entre civiles y militares. De los cien mil prisioneros sobrevivientes del sexto ejército de Paulus, sólo cinco mil regresaron diez años después a sus hogares, pero mental y físicamente estaban tan muertos como el resto.

Hoy se cree que sin la contraofensiva rusa y la entrada del Ejército Rojo a Berlín en 1945, Hitler no hubiera caído, o en el mejor de los casos, la guerra se hubiera prolongado varios años más.

Fuentes:
Mariana Dimopulos. El Arca Rusa. Suplemento Radar de Página 12. 06/01/2013.
Batalla de Stalingrado. Segunda Guerra Mundial. Tomo 11. Editor PDA SL. 2009
Stalingrad, Battle of. Encyclopaedia Britannica, tomo 1, pag 205. Chicago 1995.
Beevor A. Stalingrad. Viking Press, Peguin Books, 1999.


sábado, 26 de enero de 2013

LOS JUICIOS SEGÚN EMILIO CÁRDENAS



El diario La Nación no termina de sorprender con artículos insólitos, la mayoría de ellos se pueden hallar en las notas editoriales y en la anteúltima página. En el número del día jueves 24 de enero del corriente, Emilio Cárdenas, ex embajador ante las Naciones Unidas durante el menemato y director ejecutivo de HSBC Argentina Holdings S.A, escribió el artículo “Los delitos de lesa humanidad deben ser probados”.
                                     Emilio Cárdenas


Comienza señalando que terminada la Segunda Guerra Mundial y derrotada Alemania, los aliados pusieron en marcha los tribunales de Núremberg, para juzgar los crímenes y atrocidades del nazismo contra militares y civiles. El autor del artículo destaca las posturas marcadamente diferentes de los Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña por un lado y por el otro, las del aliado indeseable, es decir la Unión Soviética.
                                 Juicios de Nuremberg


Según Cárdenas, las diferencias estribaron en que los jueces occidentales trataron de ejercer juicios justos y bien fundados, mientras que los tribunales rusos fueron menos contemplativos con los jerarcas nazis y los miembros de las SS que lograron apresar. En otros términos, pretendían juicios más expeditivos contra aquellas alimañas.


Sin que exista ningún atisbo de comparación, Cárdenas se sumerge en un alambicado y farragoso soliloquio, pretendiendo hacer una extrapolación con los juicios a los genocidas argentinos, ya que según él, no fueron ni son sometidos a procesos judiciales prístinos y transparentes. Su nota pretende equiparar a los “negligentes” y “caprichosos” jueces rusos con sus pares argentinos.

 Finalmente, abandonando eufemismos y fraseología engolada, señala sin tapujos que muchos veredictos (sin indicar cuáles ni como), fueron resultado de la fantasía y las emociones de los jueces. Termina hablando de un revanchismo que no orgullecerá a las generaciones futuras. Artículos de estas características, sólo tienen cabida en publicaciones de ultraderecha como Cabildo o La Nueva Provincia y también el diario de los Mitre.


La Nación es un periódico que se posicionó del lado del proceso y jamás criticó los procedimientos aberrantes de los genocidas con sus prisioneros. La familia Mitre, junto con Ernestina Herrera de Noble, del grupo Clarín, tenían una deuda moral, o más bien inmoral, con el general Videla, quién les entregó el monopolio de Papel Prensa mediante procedimientos delictivos.


Vale la pena recordar una vez más, que cuando José Claudio Escribano, integrante del directorio del diario La Nación, se presentó ante Néstor Kirchner, apenas éste asumió, le entregó una carpeta con las sugerencias (digamos directivas), a desarrollar durante su gobierno. Entre ellas figuraba la de no juzgar a los uniformados involucrados en los crímenes de la dictadura. La actitud de Escribano evidenció la línea de pensamiento y de conducta del diario. Ver artículo haciendo click aquí.


Ahora Emilio Cárdenas, a quién no se le movió una pestaña por las violaciones a los derechos humanos durante los años de plomo, omite cuidadosamente que a ninguno de los prisioneros de la dictadura se les ofreció la oportunidad de una defensa. En realidad ni siquiera un juicio sumario o parodia de juicio. Por otro lado, cualquier abogado que pretendiera representarlos, corría el riesgo de sufrir el mismo destino.


En contrapartida, absolutamente todos los genocidas fueron sometidos a juicios con amplios derechos de defensoría. Procesos que duraron meses y que gracias a los aportes de numerosos testigos, determinaron sentencias más que justas.
 Juicio por los crímenes de la Perla donde se presentaron más de 700 testigos. La Perla fue el epicentro de la política de desaparición forzada de personas en la provincia y, según testimonios de sobrevivientes y organismos de derechos humanos, por ese lugar pasaron entre 2.200 y 2.500 personas.


Finalmente, Emilio Cárdenas menciona a los jueces soviéticos como venales y poco dispuestos a veredictos rigurosos. Esta parte del texto, por los términos y argumentos empleados que destilan un rechazo visceral hacia la Unión Soviética, resta credibilidad al análisis del autor de la nota. No dispongo de elementos para establecer si realmente los abogados soviéticos se ensañaron con los nazis sentados en los banquillos de Núremberg, pero si fuera cierto lo que dice el redactor, sería comprensible. Los nazis mataron a veinte millones de rusos entre militares y civiles, en una guerra donde la Unión Soviética fue atacada por sorpresa.


En momentos en que Argentina está considerada un adalid de los derechos humanos por el juicio a las juntas, algo que España no pudo, o no quiso resolver sobre los crímenes del franquismo, el comentario de Cárdenas suena como un violín desafinado en una orquesta armoniosa. Si bien este señor no lo explicita, surge de su texto de alambicada hipocresía la fuerte sensación de simpatía por la dictadura que sufrió la Argentina.

 Ver artículo de La Nación haciendo click aquí

                        Parque de la Memoria en la Costanera Norte


martes, 22 de enero de 2013

HO Y GIAP



A principios de mayo de 1941, mientras Europa estaba sumergida en la que sería la peor guerra de la historia, un reducido grupo de hombres de rasgos asiáticos se reunieron  en una cabaña de bambú. Los participantes estaban sentados en troncos de madera y escuchaban atentamente al orador que se hallaba detrás de una mesa destartalada. 

Quién hablaba era un hombrecito pequeño con barba de chivo y pómulos hundidos. Cada tanto, un acceso de tos interrumpía su discurso, padecía de tuberculosis y por su aspecto se diría que tenía por delante poco tiempo de vida. Sentado en primera fila entre los presentes, lo escuchaba atentamente otro hombrecito más pequeño aún, de aspecto aristocrático, pero de espíritu revolucionario, cuya mirada de acero sugería una voluntad férrea. Soldados franceses habían capturado y ejecutado a su hermana y encarcelado a su esposa que murió bajo las torturas que le infligieron.
 
El disertante se llamaba Ho Chi Minh (el que ilumina) y sería presidente de la República de Vietnam. El otro personaje se llamaba Vo Nguyen Giap y pronto se convertiría en el estratega militar más brillante del siglo XX. Acababa de nacer la Liga para la Independencia Vietnamita, que pasaría a la historia como Vietminh. Ambos derrotarían al ejército colonial francés y más tarde a las fuerzas del imperio norteamericano que por primera vez mordería el polvo de la derrota en las selvas de Indochina.

                        Ho Chi Minh (1890-1969)           Vo Nguyen Giap (1911-)

Terminada la Segunda Guerra Mundial, Ho inició negociaciones con el gobierno francés para lograr la independencia de Vietnam, pero las conversaciones se hicieron cada vez más difíciles. El ejército francés parcialmente restablecido de la desastrosa experiencia contra Alemania, quería recuperar prestigio y no estaba dispuesto a ceder su colonia tan fácilmente. Leclerc, el hombre de De Gaulle, que conocía el terreno de Indochina, manifestó que se necesitarían quinientos mil hombres para doblegar a los vietnamitas y aun así el resultado sería incierto.

Para Francia una nueva guerra era inadmisible, pero más insoportable resultaba conceder la independencia a esos hombrecitos de piel amarilla que, lógicamente serían fáciles de dominar.

Fue una guerra revolucionaria, es decir una mezcla de guerra y de revolución. Los franceses y el resto de los occidentales leían diariamente las noticias que hablaban de la noble lucha contra el comunismo y se regodeaban con lo que parecía una sarta inagotable de victorias francesas. Para los vietnamitas, la guerra era distinta: no luchaban por el comunismo sino para sacarse de encima al opresor blanco.

Los franceses no entendían aquella guerra, sólo les preocupaba controlar el terreno y contar hombres. El espíritu de combate era completamente distinto en cada lado, para el soldado francés se trataba de una guerra distante, de vanidad y orgullo, para el soldado vietnamita era sencillamente una guerra de supervivencia y con una estrategia sin tiempo. Los franceses jamás comprendieron que el hecho de tener absoluta superioridad militar, era ilusorio, porque el Vietminh poseía completa superioridad política y cada labrador, cada mujer de una aldea era un espía que informaba al general Giap donde estaba la patrulla francesa, cuántos hombres la componían y que armas llevaban.

Una y otra vez sucedía lo mismo, los franceses avanzaban lentamente tratando de esquivar las minas, cuando de pronto, de la nada, surgían los vietnamitas y les caían encima. Para las fuerzas coloniales, la selva y la noche eran sus enemigas, para los vietnamitas ambos factores les facilitaban las emboscadas y los protegían de aviones y tanques.

La guerra se prolongó durante ocho años y ya resultaba totalmente antieconómica para Francia. Es así que el alto mando, a cargo del general Navarre, decidió tenderle una trampa al Vietminh. Situaron en un extenso valle una guarnición con numerosas piezas de fuego, pensando que el enemigo desconocía las tácticas modernas y al lanzarse al ataque sería aniquilado por la artillería y la aviación francesa. El lugar era un valle rodeado de altas cumbres llamado Dien Bien Phu.

El oficial a cargo estaba convencido que el Vietminh no tenía artillería y tampoco sabía cómo emplearla. Se persistía en el esquema de la superioridad profesional del militar blanco, sobre aquellos campesinos devenidos en improvisados combatientes. Sin embargo, durante días y noches cientos de hombres, haciendo esfuerzos sobrehumanos, arrastraron penosamente numerosas piezas de artillería. Las colocaron en bunkers construidos en la montaña lo suficientemente camuflados para no ser detectados por la aviación. Además, tenían un conocimiento acabado del empleo de ese material.

La batalla comenzó el 13 de marzo de 1954 y ese mismo día el Vietminh, dueño de las alturas silenció completamente las armas francesas. A la noche, el coronel Piroth, a cargo de la artillería, se suicidó después de gritar: ¡Es culpa mía! ¡Culpa mía! El fuerte caería 56 días más tarde tras una heroica resistencia de la guarnición, derrochando valentía que no pudo subsanar la incompetencia de sus superiores.


 
                   Prisioneros franceses después de la caida de Dien Bien Phu

A partir de ese momento el retroceso de las fuerzas fue permanente, hasta que finalmente se firmó el acuerdo de Ginebra donde Vietnam quedó dividido en un territorio norte comunista y otro sur gobernado por Ngo Dinh Diem, un títere de Estados Unidos. El arreglo era que se harían elecciones para definir si se unificaba o no Vietnam. Ngo Dinh Diem era un inepto y un desequilibrado mental que se transformó en feroz dictador. Miles de campesinos huyeron hacia Vietnam del norte y engrosaron las fuerzas de Giap.

Finalmente, Diem fue asesinado por sus propios generales. Como el compromiso de llamar a elecciones no se cumplió, el Vietminh, ahora denominado Vietcong, inició nuevamente las hostilidades.

Estados Unidos temeroso de un efecto dominó se involucró en esta nueva guerra, primero durante el gobierno de Kennedy enviando a miles de asesores. Su sucesor Johnson y el secretario de Estado McNamara, viendo la impotencia de las fuerzas de Vietnam del Sur ante el avance del Vietcong, se introdujeron de lleno en el conflicto utilizando como excusa el ataque a una nave americana en el Golfo de Tonkin.

En Estados Unidos empezaron las manifestaciones y todo tipo de protestas contra aquella guerra tan lejana y absurda. Fue un frente interno que abrumó al presidente Johnson y a su sucesor Richard Nixon y ejerció una importante influencia para el retiro progresivo de tropas en el frente.

En esta guerra, Estados Unidos utilizó toda la parafernalia bélica contra las fuerzas de Giap: bombardeos masivos y constantes, bombas de fragmentación, el uso del napalm a escala monstruosa y defoliantes que destruyeron las selvas de Vietnam y todavía hoy, producen secuelas y malformaciones entre los aldeanos. 


            Superior: el empleo del napalm fue masivo por parte del ejército americano.
                     Abajo: manifestaciones en Estados Unidos contra la guerra de Vietnam.
 
Nada sirvió, las tácticas de la guerra señalan que siempre es mejor aprender del error ajeno que del propio, pero los norteamericanos en su soberbia, no tomaron lección de la derrota francesa. Por el contrario, incurrieron en las mismas inexactitudes y equivocaciones que el ejército colonial.
La guerra empezó en 1959 y finalizó 16 años después, el 30 de abril de 1975, cuando las fuerzas comunistas capturaron el palacio presidencial de Saigón y enarbolaron la bandera del Frente de Liberación Nacional. Un pequeño país de aldeanos, bajo la dirección política de Ho Chi Minh y comandado por el genial estratega Vo Nguyen Giap, sin carros blindados ni aviación, había derrotado a la maquinaria bélica más poderosa de la historia.

                  Huida en helicóptero del personal de la CIA en Saigon


En estos días, la presidenta Cristina en su visita a Vietnam, se introdujo en los túneles de Cu Chi, una red de más de 200 kilómetros bajo tierra que cumplió múltiples funciones durante la guerra. La presidenta enalteció la gesta de Ho Chi Minh y su pueblo en su lucha por la liberación de los colonialismos.

 


Fuentes:
Halbestam D. Ho. Editorial Bruguera, Barcelona 1975.

Brigha RK. Battlefield Vietnam: a brief history. http://www.pbs.org/battlefieldvietnam/history/index.html

Spartacus Educational. Vo Nguyen Giap. http://www.spartacus.schoolnet.co.uk/VNgiap.htm

Vietnam war. Encyclopaedia Britannica, tomo 12, pag 361. Chicago 1995.