sábado, 25 de noviembre de 2017

EL MANCO DE CURUPAYTÍ



A las 8 de la mañana de ese 22 de septiembre de 1866, la flota imperial brasilera compuesta por 16 barcos entre acorazados y naves menores, inició desde el río Paraguay un intenso cañoneo sobre el fuerte de Curupaytí. La marina de Brasil debía realizar un bombardeo de desgaste sobre el objetivo, seguido del ataque por tierra del ejército argentino apoyado por fuerzas brasileras. La estrategia era tomar por asalto el bastión paraguayo. La táctica parecía relativamente simple, la práctica demostró la impericia y torpeza del general Bartolomé Mitre, comandante de las fuerzas de la Triple Alianza.

Vista del fuerte de Curupaytí según Cándido López. Barreras de plantas espinosas y fosos hacían imposible que las fuerzas argentinas pudieran atravesarlo, siendo fáciles blancos para los paraguayos.  

Mitre distaba de ser un estratega apto para el difícil cargo que había asumido. Incapaz de evaluar las condiciones del terreno y el desplazamiento de sus fuerzas en zona descampada al fuego de un enemigo oculto y parapetado, estaba dispuesto a lanzar varias columnas de asalto una vez que el almirante Tamandaré cesara el fuego de su flota.

Durante el bombardeo naval el comandante paraguayo hizo incendiar parvas de pasto seco que produjeron una densa cortina de humo e hicieron imposible a los artilleros de los barcos realizar un bombardeo de mayor precisión. Esto determinó que al mediodía cuando Tamandaré ordenó el cese del fuego, la fortaleza de Curupaytí permaneciera intacta.

Entonces llegó el momento del ataque terrestre y cuatro columnas con miles de soldados se dirigieron hacia el fuerte. Probablemente este ataque quede en los anales como el peor ejemplo entre las tácticas de guerra. El terreno estaba anegado y pantanoso debido a tres días previos de intensas lluvias, los soldados avanzaban lentamente hundiéndose en el barro, tropezando y en algunas partes con el agua cerca de la cintura. Pronto estuvieron a tiro de la artillería paraguaya que comenzó a diezmarlos, mientras que las avanzadas patriotas jamás alcanzaron a ver al enemigo parapetado y perfectamente camuflado.



Batalla de Curupaytí por Cándido López. Las fuerzas de la Triple Alianza fueron lanzadas a tomar el fuerte. Debieron atravesar un extenso espacio pantanoso bajo intenso fuego enemigo. Ningún soldado pudo alcanzar las defensas paraguayas. Museo Nacional de Bellas Artes.

Cándido López formaba parte de la tercera columna de asalto a Curupaytí, se había incorporado a las fuerzas de la Triple Alianza atraído por la proclama de falso triunfalismo y disparatada de Mitre: “En veinticuatro horas en los cuarteles. En tres semanas en la frontera. ¡En tres meses en Asunción!”. Pero la guerra duraría 5 largos años.

A López le habían otorgado el grado de teniente segundo, pero él, como otros miles que se enrolaron, no era militar, amaba el arte y se había dedicado a la pintura y trabajaba como retratista. Era el único soldado que llevaba en su mochila elementos para dibujar, porque se había propuesto recrear las escenas de la guerra.

Es probable que mientras avanzaba penosamente a través de los pantanos y bajo fuego enemigo, estaría maldiciendo el momento en que se incorporó a las filas. Súbitamente sintió un terrible dolor en la mano derecha y al mirarla comprobó que una esquirla de cañón se la había destrozado. Se sentó al pie de un tronco y con un pañuelo comenzó a vendarse la herida. De regreso al campamento aliado los cirujanos le amputaron la mano antes de que se gangrenara.

Al anochecer, cuando terminó el enfrentamiento, en el escenario quedaron los cuerpos de cuatro mil soldados argentinos y brasileros, mientras que del lado paraguayo hubo solo 90 bajas. La batalla de Curupaytí fue el peor desastre que sufrió la Triple Alianza y Mitre tomó la sabia decisión de delegar el mando y retirarse a Buenos Aires, donde se dedicó a lo que mejor sabía hacer: las intrigas y enredos políticos. La Nación, su diario, se encargó de ocultar para las generaciones venideras aquella derrota. Por el contrario ensalzó la figura de Mitre que logró derrotar al tirano paraguayo Francisco Solano López.

Una vez que el muñón cicatrizó, proceso que le llevó semanas de angustia y dolor, Cándido López comenzó a ejercitar su mano izquierda. Se había determinado que la pérdida de la otra, no iba a impedirle proseguir con su mayor placer: la pintura. También se había propuesto recrear los escenarios de las batallas, los campamentos, el cruce de los ríos por la tropa y cuanto detalle había quedado fijado en su prodigiosa memoria.

                           Cándido López (1840-1902). Autorretrato

Con tesón y perseverancia adiestró la mano hasta que logró la misma habilidad que había tenido con la derecha y su primer cuadro bien elaborado fue “Rancho en que vivía el Dr. Lucio del Castillo en el campamento de Tuyutí”. Se lo obsequió a su médico y actualmente se encuentra en el Museo Enrique Udaondo de Luján.

En 1872 se casó con Emilia Magallanes con quien tuvo doce hijos y para mantener a esta extensa prole trabajó como puestero en las distintas estancias de la familia de su esposa en San Antonio de Areco y Baradero. 

En 1885 decidió exhibir sus 29 óleos de la guerra del Paraguay y allí, la comisión de arte designada para evaluar su obra dictaminó que: “…además de sus buenas condiciones artísticas tienen un elevado e indisputable valor histórico”.

A partir de entonces, Cándido López inició una larga y fatigosa gestión para que el Estado argentino le comprara sus obras. Hasta que el 22 de septiembre de 1887 se autorizó al Poder Ejecutivo a pagar la suma de once mil pesos por la adquisición de los veintinueve óleos.

Sus pinturas han sido consultadas por historiadores, escuelas de guerra y analistas del conflicto de la Triple Alianza, debido a que tienen valor documental y sus títulos mencionan las fechas de los acontecimientos. En sus obras predomina la visión aérea a fin de obtener una mayor profundidad de la perspectiva. Volcó en los lienzos todo lo que vio, sin que nada escapara al campo visual de sus observaciones, reconstruyendo los hechos hasta en los detalles más insignificantes. Los momentos de las batallas, los desembarcos y los desplazamientos terrestres de los soldados, están desplegados en formatos horizontales en una proporción de uno a tres que permite abarcar varios escenarios.

Cada vez que tengo oportunidad de visitar el Museo Nacional de Bellas Artes, ingreso siempre en la sala donde, desde 1968, fueron incorporados como exhibición estable los cuadros de la guerra de Cándido López. Siempre encuentro detalles nuevos y cuando miro los pequeños lienzos, cierro los ojos, me traslado en el tiempo y me introduzco en aquellas escenas

Se dice que el verdadero artista es aquel que logra mantener intacta la emoción original, para revivirla después, cualquiera sea el lapso que la distancia temporal tenga, y recrearla con la misma intensidad. Cándido López era uno de esos.

Helena Menini. Cuando la historia se convierte en arte. Cándido López. Fratelli Menini Art. 20/01/2011.
Cándido Lopez y Curupayty

Relato de CL sobre la batalla
María Luque La mano del pintor.

Candido Lopez biografía

Detalles de la técnica

Batalla de Curupayty


viernes, 17 de noviembre de 2017

CARTAS DE AMOR


La ejecución
Son las 5 de la mañana del 1ro de febrero de 1931 y en el patio de la Penitenciaría de Las Heras va a tener lugar una ceremonia lúgubre: se va a proceder al fusilamiento de un condenado a muerte. Roberto Arlt presencia la escena con un nudo en la garganta, ve como el reo avanza con marcha de pato debido a que tiene los tobillos engrillados. Se dirige hacia una silla junto al muro cubierto de orificios producidos por las descargas de los pelotones de fusilamiento. Algunos espectadores ríen, ¿será de nervios?

                                Roberto Arlt (1900-1942)

El reo se sienta en el banquillo y rechaza categóricamente que le venden los ojos. Él quiere mirar fijamente a sus verdugos, varios de los cuales, esa noche no dormirán en su afán por convencerse de que cumplen órdenes.

Segundos antes de la orden de fuego, el prisionero grita ¡Viva la anarquía! Y su cuerpo se desploma muerto y se desliza de la silla al suelo. Lo que sigue es la descripción de Arlt: “Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero quita los remaches de los grilletes. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra."
”Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez, de Última Hora, Enrique González Tuñón, de Crítica y Gómez de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
-       Está prohibido reírse.
-       Está prohibido concurrir con zapatos de baile.”

Severino Di Giovanni (1901-1931)



Severino Di Giovanni arribó a la Argentina con la última oleada de inmigrantes huyendo del fascismo y de la miseria que reinaba en Italia. El último recuerdo que traía de su país era la Marcha sobre Roma de los Camisas Negras. Tenía 23 años y llegaba a Buenos Aires con su esposa Teresa Masciulli y tres hijos que debería mantener. Fue autodidacta, maestro sin título y tipógrafo, también era un convencido anarquista.

Severino formaba parte de la línea dura del anarquismo, lo cual significaba que no se quedó en la teoría y en los panfletos. No se destacó por sus escritos sino por sus acciones violentas que generaron muchas controversias y tuvieron en jaque a la policía durante varios años. En su nota escrita en la celda antes de morir señaló: No busqué afirmación social, ni una vida acomodada, ni tampoco una vida tranquila. Para mí elegí la lucha. Vivir en monotonía las horas mohosas de los resignados, de los acomodados, de las conveniencias, no es vivir, es solamente vegetar y transportar en forma ambulante una masa de carne y de huesos. A la vida es necesario brindarle la elevación exquisita del brazo y de la mente. Enfrenté a la sociedad con sus mismas armas, sin inclinar la cabeza, por eso me consideran, y soy, un hombre peligroso”.

Su primera actuación pública resonante fue en junio de 1925 en el Teatro Colón, en circunstancias en que se realizaba una función celebrando el ascenso de Vittorio Emanuele III al trono Italia. Ante la presencia del presidente Alvear y el embajador fascista, irrumpió en la sala con un grupo de compañeros gritando "¡Asesinos, ladrones!" El incidente terminó con el encarcelamiento de Severino y sus compañeros.

El grado de violencia de sus acciones fue en aumento. Cuando la justicia de Estados unidos envió a la silla eléctrica a Sacco y Vanzetti, colocó una bomba en la embajada de ese país, haciendo volar parte de sus instalaciones. A este atentado le siguió una bomba en el City Bank en el centro porteño, una en el consulado italiano de Buenos Aires donde murieron 7 fascistas y generó el rechazo de la línea menos combativa de sus compañeros anarquistas. También participó en robos y en uno de ellos hirió gravemente a un policía desfigurándole la cara de un tiro. El mayor asalto fue a un camión pagador donde se alzó con 286.000 pesos, que le permitieron realizar el sueño de abrir su propia imprenta libertaria.

Severino se había convertido en el enemigo público número uno y la policía estuvo detrás de él durante meses hasta que logró atraparlo junto con su amante América Scarfó y el hermano de ésta, Paulino Scarfó en una quinta de Burzaco donde vivía y tenía la imprenta. 

Su huida por las calles de Buenos Aires quedó como algo legendario. En el tiroteo cayó una niña, y por supuesto le adjudicaron a él esa muerte cuando fue notorio que recibió balas policiales. Los tres fueron encarcelados, pero América fue inmediatamente liberada por ser menor de edad. Paulino Scarfó fue brutalmente torturado y fusilado un día después de Severino.

América

                     América Scarfó (1913-2006)

América Josefina Scarfó, tenía 14 años cuando conoció al amor de su vida. Alumna sobresaliente del segundo año del Liceo de Señoritas "Estanislao Zeballos", de familia católica y siciliana, vivía con sus padres y 7 hermanos en una casa de Floresta. 

Los Scarfó tenían un vecino misterioso, del cual solo sabían que vendía flores al por mayor en el Mercado de Abasto, pero por sus idas y venidas y su aire enigmático llegaron a la conclusión de que podría estar en las filas anarquistas. En eso no se equivocaron, aunque les faltó saber que Severino era el más peligroso de todos ellos. 

Sin embargo, ese personaje vengador e implacable poseía un alma poética y romántica y América apenas una adolescente se enamoró sin concesiones de Severino. En el medio de ellos flotaban los sueños de un mundo libertario y detrás de ellos una cacería que haría todo lo posible para separarlos hasta lograrlo.

América y Severino tuvieron un amor pasional, pero también breve lo que no impidió que hubiera un frondoso intercambio epistolar. Cuando se produjo el allanamiento de la quinta de Burzaco, la policía confiscó las cartas que para América constituían el tesoro más preciado.

El resto de su vida América lo dedicó a formar una librería con material y publicaciones anarquistas. De ella no se habló más hasta que durante el gobierno de Menen se puso en contacto con Osvaldo Bayer. Cuando este la fue a visitar, aquella anciana de pelo blanco como la nieve, le manifestó que estaba cerca de la muerte y quería recuperar las cartas que Severino le escribiera. El siguiente es un relato de Osvaldo Bayer:

“Lo fui a ver a Unamuno, el director del Archivo General de la Nación. Siempre dispuesto a la ayuda me preguntó dónde había visto esas cartas la última vez. Le dije: "en el Museo Policial, en un archivo aislado". Me respondió: "Bueno, quien quizás pueda ayudarte es el ministro del Interior, Corach." 

Pedí la entrevista junto con América. Nos recibió a los dos días. Le expresé el deseo de América y me dijo que haría las averiguaciones pertinentes. A los dos días nos llama el jefe de la Policía Federal que me esperaba en su despacho. Fui con América. Nos recibieron el jefe y el subjefe. El jefe me escuchó con forzada benevolencia y me contestó: "usted me pide algo que pertenece a la Policía Federal." Entonces tomó la palabra América que con voz suave pero firme le expresó: "señor, son cartas de amor que me escribieron a mí, me pertenecen a mí. No es un documento policial o que sirva como prueba de algún delito. Las cartas me pertenecen sólo a mí". El oficial se sintió molesto y dictaminó: "pongan un abogado, se resolverá".

La gestión del abogado fue exitosa y días más tarde fueron citados a la Casa de Gobierno y América pudo recuperar las cartas de su amado Severino. Poco tiempo después falleció a la edad de 93 años habiéndose cumplido su último deseo.

Felipe Pigna. Los Mitos de la Historia Argentina 3, Buenos Aires, Planeta, 2006.
Roberto Arlt. El fusilamiento de Severino Di Giovanni. Aguafuertes de Buenos Aires http://www.elhistoriador.com.ar/articulos/decada_infame/fusilamiento_severino_di_giovanni_por_roberto_arlt.php
Felipe Pigna. Anarquistas y socialistas. http://www.elortiba.org/severino.html
Osvaldo Bayer. América. Página 12 27/08/2006


jueves, 9 de noviembre de 2017

EL LADO OSCURO DE LAS OLIMPÍADAS


Las Olimpíadas de Berlin
Gracias al genio artístico de la cineasta Lina Riefensthal, quedó para la posteridad el documental Olympia sobre las olimpíadas de 1936 en Berlín. El flamante estadio estaba colmado de público y abundaban los estandartes con la esvástica. Alemania había salido de la recesión que la aplastó durante casi 20 años, unilateralmente se negó a seguir cumpliendo con el agobiante Pacto de Versailles y mostraba al mundo que era una potencia desafiante. El pueblo adoraba a Hitler.

Por eso, cuando ingresó al estadio seguido de los principales jerarcas nazis, bajo una marcha militar, la gente, que también estaba militarizada, se paró en las tribunas con el brazo extendido mientras gritaba repetidamente ¡Heil Hilter! Lentamente, el Fuhrer fue subiendo la escalinata alfombrada hasta llegar al palco principal.

                                        El saludo nazi en el estadio
Comenzó el desfile de las delegaciones internacionales. Las comitivas de Austria y Alemania pasaron haciendo el saludo nazi, aplaudidas por un público enfervorizado. En la agrupación de Estados Unidos desfilaban varios negros, uno de ellos, de físico modesto y más bien delgado, pasó totalmente desapercibido, se llamaba Jesse Owens y muy pronto su actuación se transformaría en una cachetada a las veleidades de Hitler sobre la raza superior aria.

Joseph Goebbels, el ministro de propaganda del régimen, hacía tiempo que venía poniendo casi toda su energía para que las olimpíadas se transformaran en un escaparate de lujo y una muestra al mundo del progreso de Alemania bajo el Nacional Socialismo. Ninguna pieza del engranaje debía fallar, pero dentro de sus cálculos no figuraba el negro Owens. 
   

                                                       Jesse Owens

El antílope de ébano
Cuando se lanzó la carrera de los 100 metros, Owens picó en punta sacándole considerable distancia al resto y llegó a la meta en 10,3 segundos. La escena fue filmada impecablemente por Leni Riefensthal quien utilizó técnicas fílmicas muy avanzadas para la época, que más tarde, se convertirían en estándar de la industria cinematográfica, tales como ángulos de cámara inusuales, cortes abruptos, primeros planos extremos y fijación de cámaras en el estadio para filmar al público. Leni registró el primer plano de la cara de los deportistas, el destello del disparo de salida, el impulso de Owens y su triunfal carrera. En el instante de la llegada, Leni no filmó el palco presidencial, o si lo hizo cortó la parte del negativo correspondiente al rostro de un Hitler petrificado y los gestos desconcertados de Goebbels y Goering.

Como si esto no fuera suficiente, al día siguiente, 4 de agosto, Owens consiguió su segunda medalla de oro con el salto en largo y superando la marca mundial al recorrer en el aire una distancia de 8,13 metros. Veinticuatro horas más tarde se impuso en la carrera de 200 metros y finalmente el cuarto día ganó en la carrera de relevos 4 x 100 metros. En forma sucesiva  había ganado 4 medallas de oro, proeza que solo se repetiría 48 años después cuando en 1984 Carl Lewis ganó la misma cantidad en eventos similares. Si bien Alemania se llevó el medallero con 33 oros seguidos de 24 por Estados Unidos, la imagen de aquel “antílope de ébano” que dio la vuelta al mundo y fue tapa de todos los diarios, menos los de Alemania, opacó la fiesta olímpica de Hitler y su plana mayor, y encima por un negro, un emergente de razas inferiores.


                                           Jesse Owens en plena carrera

Hasta ese momento, para Owens la vida no había sido fácil, hacer entrenamiento le costó el doble de esfuerzo que a los blancos porque no le otorgaron una beca por sus logros deportivos. Sin embargo, logró ingresar en la universidad, un salto social considerable para quien hasta hacía pocos años cosechaba el algodón en las plantaciones de Alabama a semejanza de su abuelo esclavo. La segregación le vedaba compartir el campus universitario, así como los restaurantes y los hoteles que utilizaban los deportistas blancos.

Víctima de la segregación
A su regreso a Estados Unidos fue celebrado como un ganador, un superhombre, pero sus cuatro medallas de oro no cambiaron ni el mundo –la segunda guerra mundial y el Holocausto estaban a la vuelta de la esquina— ni mucho menos su propia vida. Todo cuanto le esperaba en casa seguía siendo segregación brutal y racismo. Sufrió constantes humillaciones, cuando una fiesta en su honor se celebró en el lujoso hotel neoyorquino Waldorf Astoria, aunque el agasajado era él, fue obligado a ingresar usando el ascensor de carga. Tampoco fue invitado a la Casa Blanca, a pesar de que esa era la costumbre hacia los medallistas olímpicos. Roosevelt ni siquiera le mandó un telegrama de felicitación. No fue hasta 1976, 40 años después, que el presidente Gerald Ford honró su triunfo concediéndole la Medalla Presidencial de la Libertad.

En abril de 2016 se estrenó la película “El héroe de Berlín”, dirigida por Stephen Hopkins, que recrea la vida y hazañas de Owens, pero él no tuvo la oportunidad de verla, hacía 36 años que había fallecido.

Las olimpíadas de México
El 26 de julio de 1968 las fuerzas militares reprimieron brutalmente una rebelión estudiantil en Tlateloco que contabilizó varios cientos de muertos. La cifra exacta nunca se supo, eran demasiados cadáveres donde la derecha, que cuando tiene que matar carece de pruritos, esta vez no se animó a soltar números. El mismo país, a solo tres meses de esa masacre, se aprestaba a recibir alegremente en su capital, Ciudad de México, los XIX Juegos Olímpicos.

En esa ocasión participaron más de 5000 deportistas, pero el episodio más sobresaliente y que para muchos alcanzó ribetes escandalosos, con repercusión en el resto del mundo, lo causaron 3 deportistas en la carrera de los 200 metros. Se trataba de los afroamericanos Tomme Smith y John Carlos, que representaban a Estados Unidos. El tercer personaje era el australiano. Peter Norman.

Con el disparo de largada en sus oídos Carlos, hijo de un zapatero remendón de Harlem, picó en punta seguido de su compañero Smith, pero en los últimos 50 metros, vio con el rabillo del ojo que detrás de él venía Norman. Haciendo esfuerzos sobrehumanos, porque era bajito y tenía que multiplicar los movimientos de sus piernas, logró llegar en segundo lugar a la meta (20,06 s), detrás de Smith (19,83 s) y delante Norman (20,10 s).

Una vez en el vestuario, los dos afroamericanos antes de subir al podio decidieron informarle al australiano sobre lo que iban a hacer. Le dijeron que pertenecían al grupo Black Power (Poder Negro) y que una vez en el podio ostentarían la insignia que dice Olympic Project for Human Rights, y levantarían el brazo con la mano enguantada. Norman no solo estuvo de acuerdo sino que les pidió que le facilitaran una de esas insignias para ponérsela él también como signo de solidaridad. Faltaba un par de guantes negros y a Norman se le ocurrió que Carlos se lo pusiera en la mano derecha y le diera el otro a Smith para usarlo en la mano izquierda.

                                 Peter Norman, Tomme Smith y John Carlos

Con los primeros compases del himno de Estados Unidos, Carlos y Smith bajaron la cabeza y levantaron en alto las respectivas manos enguantadas, mientras que  el australiano lucía orgulloso la insignia de los derechos humanos. El gesto copó las portadas de todos los medios de comunicación del mundo y cuando bajaron del podio fueron abucheados por la multitud.

Ambos fueron retirados de la delegación y expulsados de la Villa Olímpica, y en cuanto regresaron a Estados Unidos se les prohibió toda participación en eventos deportivos. Uno de ellos terminó lavando autos en Texas y el otro cargando bolsas en el puerto de Nueva York. Pasados diez años lograron volver al mundo del deporte como entrenadores y como portavoces de la igualdad en el deporte.

Peor fue la suerte de Norman, a su regreso a Australia, no pudo conseguir trabajo. Repetidas veces lo invitaron a que pidiera perdón pero él se negó y siguió entrenando por su cuenta. Pese a ser el mejor corredor de su país, no se le permitió ir a los juegos de Munich en 1972 y Australia se presentó sin candidato para las carreras de 100 y 200 metros. Cuando se anunció que Australia organizaría los juegos del año 2000, Norman fue excluido de los medallistas olímpicos australianos invitados a desfilar el día de la inauguración.

El alcoholismo y la depresión pusieron fin a su vida el 9 de octubre de 2006. Los ya sexagenarios Smith y Carlos viajaron hasta Melbourne y llevaron el féretro en el funeral, mientras la banda que acompañaba el cortejo tocaba Carrozas de fuego.

                 Smith y Carlos llevando el féretro de Peter Norman

En 2012, el senador laborista del Parlamento australiano Andrew Leigh, reivindicó a Peter Norman con estas palabras: “El país no hizo lo correcto con él. No se le ha dado el reconocimiento a alguien que hizo tanto por la igualdad racial”.



Escultura en el National Museum of African American History and Culture que homenajea a los tres deportistas

Mando Salvá. Jesse Owens, el atleta que ridiculizó a Hitler. El Periódico, 06/04/2016
Israel Viana. Jesse Owens, el atleta negro que enfureció a Hitler. ABC, 25/05/2010
Australia homenajea ahora a Peter Norman y su “black power”. El País, 22/08/2012.
Miquel Pucurull. La historia olvidada de Petern Norman en los Juegos Olímpicos de 1968. Running, 27/04/2015. http://running.es/reportajes/la-historia-ignorada-de-peter-norman-en-los-jjoo-de-mejico68#.V27Ue9J97cd 

Juan Forn. El tercero de la foto. Los viernes. Editorial Emecé 2016, Buenos Aires.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

EL ESCRITOR DEL ÁRTICO

En junio de 1875, Flora Wellman llegó a la conclusión de que estaba embarazada, y le transmitió la noticia a su pareja Wiilliam Channey, quien le exigió que abortara porque no pensaba hacerse cargo del futuro vástago. Desesperada, Flora intentó matarse, pero la bala del revólver esquivó zonas vitales y 7 meses más tarde nació John Griffith Chaney, quien al poco tiempo recibió el apellido London, el nombre de la nueva pareja de Flora. Desde su etapa intrauterina hasta el término de sus días, la vida de Jack London estaba destinada a ser turbulenta, arriesgada y, sobre todo, en extremo aventurera.

No había cumplido 20 años y ya tenía un bagaje de múltiples experiencias que le servirían más adelante para recrear los personajes de sus novelas. Sus actividades fueron tan dispares como buscar ostras con una chalupa en la bahía de San Francisco, enrolarse como grumete en un viaje a Japón, trabajar en varias fábricas, palear carbón hasta que el cuerpo le dijo basta y finalmente terminar un mes en la penitenciaría de Buffalo del estado de Nueva York por vagabundo.

                                         Jack London (1876-1916)

A mediados de 1897, con 21 años y una rica experiencia de convivencia con personajes de todo tipo, London se enteró de la fiebre del oro que se había generado ante el descubrimiento de yacimientos en el Klondike, una región en el territorio de Yukón del nordeste canadiense, y decidió probar suerte. Allí adquirió el concepto de la supervivencia del más fuerte, el de mayor experiencia y el de mayor astucia. Porque así era la vida en el Klondike, bellamente descrito en sus obras donde el mínimo error significaba la muerte.

London regresó a California débil, enflaquecido, con varios dientes menos por el escorbuto y marcas indelebles en el rostro que le recordarían su etapa del ártico, pero con la mente llena de ideas que serían la fuente de sus mejores novelas.

Mientras recuperaba su salud se dedicó a un voluntarioso período de formación intelectual que incluyó obras de todo tipo como Kipling, Spencer, Darwin, Stevenson, Malthus, Marx, Poe, y, sobre todo, la filosofía de Nietzsche. De Darwin y de su propia experiencia entre los hielos, adquirió la doctrina de la supervivencia del más apto, mientras que Nietzsche lo convertiría en una mezcla de socialista y fascista ingenuo. En el centro de su cosmovisión estaba el principio de la lucha por la vida y de la de los más fuertes, la doctrina del superhombre.

Es un placer leer la prosa sencilla y directa de London que posee la virtud de introducirnos de lleno en el relato, la imaginación vuela y trata de armar la situación que está viviendo el personaje, sus miedos y su lucha para sobrevivir. Nos imaginamos perfectamente el bosque helado y hasta parece sentirse el frío punzante del lugar.

El cuento To build a fire (Encender un fósforo) relata las penurias de un viajero, que durante su travesía, lanza un escupitajo y la saliva hace un ruido seco contra el suelo, señal de que se congeló en el trayecto. El hombre sabe que eso significa que la temperatura oscila alrededor de los 50 grados bajo cero y entra en pánico. Trata de encender un fuego, pero siente las manos entumecidas que parecen no formar parte de su cuerpo, entonces recuerda que alguien le había dicho “nunca hay que viajar solo en esas condiciones”. 

Se sienta junto a un árbol y un sueño placentero comienza a envolverlo, mientras el cuerpo se le va poniendo rígido. El perro que lo acompaña se le acerca y al captar el olfato de la muerte da un salto hacia atrás y regresa trotando al campamento.

Este es uno de los cuentos donde London también resalta la capacidad de los perros esquimales para sobrevivir en circunstancias donde el hombre suele fracasar, y se nota en los relatos, su admiración por el instinto de supervivencia, heredado a través de generaciones de esa raza canina.

Sus novelas sobre el Ártico como El silencio blanco, El hijo del lobo, El llamado de la selva y Colmillo blanco, se transformaron en best sellers y London con 30 años de edad, se convirtió en el primer novelista millonario. 

En cualquier parte del mundo, es difícil encontrar algún aficionado a la lectura que no haya leído Colmillo blanco. Sus cuentos breves son obras maestras, que impusieron un estilo en una época en la que el género prácticamente recién nacía.

Primera edición de White Fang (Colmillo blanco) por Macmillan Company en1906

También incursionó en los aspectos sociales y la política de su país con obras como El pueblo del abismo, Guerra de clases y Revolución y otros ensayos, pero el establishment se encargó de que la sociedad lo conociera solo como el escritor de los perros. 

En este comportamiento hay que admitir que el sistema no estaba del todo equivocado ya que London era un extremista donde su socialismo perseguía un rígido apartheid. Sostenía que todo grupo étnico, debía ser subyugado o exterminado. “La historia de la civilización es una historia de un vagabundeo con la espada en la mano de razas fuertes, abriendo el camino y limpiando a los débiles, los que menos encajan”, decía sin ruborizarse.

Su obra decayó en los últimos años de su vida, a causa del alcohol y de múltiples problemas de salud. London era un hombre acabado y su riqueza no le servía para seguir viviendo en este mundo en el estado físico en que se hallaba. Él, que amaba el prototipo de superhombre, no estaba dispuesto a ser una piltrafa humana. El 22 de noviembre de 1916, hallaron el cuerpo sin vida en su residencia de 400 hectáreas. El diagnóstico del forense fue sobredosis de morfina.

En El último lector (Anagrama), Ricardo Piglia rescata una escena de la vida de Ernesto Ché Guevara, sobre la que Cortázar había llamado la atención. El 2 de diciembre de 1956, los 82 hombres que acompañaban a Fidel Castro desembarcaron en una zona pantanosa de la costa cubana. El grupo había sido delatado y fueron atacados por las fuerzas de Batista. Quedaron 12 sobrevivientes, entre ellos el Ché malherido. Pensando que se moría recordó haber leído cuentos que le dieron fuerzas para seguir luchando hasta ver el triunfo de la revolución. Eran relatos sobre la lucha por la supervivencia y su autor era Jack London.

Johan Hari. Fábula del perro solitario y del socialista indignado. Página 12, 29/08/2010.
Como un personaje de London. Página 12, 08/10/2007.

Great Short Works of Jack London. A Prennial Classic. New Yrok 1970.
Nora Dottori. Selección y notas de La Ley de la Vida y Otros Cuentos. CEAL Argentina 1981.