miércoles, 30 de octubre de 2019

LA DESGRACIADA AVENTURA DE LA PRIMERA FUNDACIÓN DE BUENOS AIRES


Los historiadores siguen elaborando hipótesis acerca de las razones que impulsaron a Pedro de Mendoza para que abandonase la vida placentera en su lujosa mansión de Granada y decidiera embarcarse en una expedición que auguraba más peligros y sufrimientos que satisfacciones. Francisco Pizarro cuando decidió venir al nuevo mundo, no tenía nada que perder, era un analfabeto y miserable cuidador de chanchos en Extremadura, mientras que Pedro de Mendoza lo tenía todo. Todo no, le faltaba lo más importante: la salud.
                                   Estatua de Pedro de Mendoza en el Parque Lezama

En 1527 este hidalgo caballero participó en la campaña de Italia ordenada por el emperador Carlos V y una vez que las murallas de Roma cedieron ante el avance de la coalición de fuerzas entre España y Alemania, los soldados, que no habían recibido paga alguna, se entregaron al saqueo. Mendoza fue uno de los que violó unas cuantas jovencitas y una de ellas le pegó la sífilis.
En 1535, el año en que se organizó la expedición al Río de la Plata, la enfermedad estaba haciendo estragos en su cuerpo. El otrora fornido guerrero, apenas podía levantarse del lecho. De los relatos producidos por los expedicionarios que regresaban a España, Mendoza se había enterado que en el Nuevo Mundo existía un árbol, llamado Guayacán, de cuyo fruto se extraía una poción que curaba las “bubas”, que así se llamaban las erupciones cutáneas que producía la sífilis.
Cuando el rey preocupado por las incursiones portuguesas en América, decidió mandar una expedición a la zona del Río de la Plata, le confirió el mando a una persona de su confianza que no era otro que Mendoza, Caballero del hábito de Santiago y Gentilhombre de Cámara del Emperador Carlos V. Al hidalgo la oportunidad le vino como anillo al dedo, allá, del otro lado del mar encontraría el remedio para sus bubas.
Se le asignó a Mendoza un sueldo de 2.000 ducados de oro por año y 2.000 ducados “de ayuda de costa para hacer la dicha población y conquista”, pero le aclararon que “estos cuatro mil ducados han de ser pagados de las rentas y provechos a Nos pertenecientes en la dicha tierra”. “Dicha tierra” abarcaba desde el norte de Buenos Aires hasta Tierra del Fuego.
Con el título de Primer Adelantado de América del Sur y enormes poderes, la flota de 16 naves y más de mil tripulantes partió de San Lucar de Barrameda el 24 de agosto de 1535. En las estrechas naves se codeaban hombres y mujeres de toda laya con personas de linaje y destacados funcionarios. Entre ellos se encontraba Ulrico Schmidl, un soldado lansquenete, viajero y cronista de origen alemán a quien la posteridad le agradece haber volcado en su libro Viaje al Río de la Plata, todos los relatos de aquella aventura. El otro cronista fue Gonzalo Fernández de Oviedo, pero no fue testigo de los acontecimientos, sino que recabó información de quienes allí estuvieron.
En las islas Canarias la flota se detuvo para aprovisionarse y varios tripulantes descendieron y desertaron, no sabían, o quizás lo intuían, de que iban a constituir el reducido número se sobrevivientes.
Mendoza rara vez emergió de su camarote para asomarse al puente y se puede decir que no había un capitán que, con mano férrea, comandara la expedición. En el mundo de la navegación la falta de autoridad legítima en la nave es una situación grave. Mendoza imposibilitado de abandonar el lecho delegó el mando a su maestre Juan de Osorio, hombre joven de poca experiencia en las relaciones humanas quien pronto mostró su soberbia y arrogancia y este comportamiento lo hizo impopular.
Juan de Ayolas, el Alguacil Mayor y hombre de confianza de Mendoza, convenció a éste de que Osorio planeaba insubordinarse y para ello consiguió testigos que se prestaron a declarar contra el odiado Osorio.
Mendoza no dudó y sin convocar al acusado para escuchar su defensa escribió su sentencia de muerte: “en cualquier parte que sea tomado el dicho Juan Osorio mi maestre de campo, sea muerto a puñaladas o estocadas o en otra cualquier manera que lo pudiera ser, las cuales le sean dadas hasta que el alma le salga de las carnes; al cual declaro por traidor y amotinador, y le condeno en todos sus bienes”. La sentencia se cumplió tal cual había sido ordenada cuando la expedición recaló en Río de Janeiro para reaprovisionarse.

Primera Fundación de Buenis Aires por José Moreno Carbonero.

Ya en el Río de la Plata Mendoza realizó la primera fundación que la dedicó a Santa María de los Buenos Aires, la Virgen generadora de los vientos que hinchan las velas de las naves y es venerada por los navegantes. El emplazamiento se erigió en el actual Parque Lezama, donde se puede apreciar una imponente estatua del conquistador. Esto ocurrió entre el 2 y el 3 de febrero de 1536.

Una vez constituida la empalizada y las viviendas y habiéndose agotado las provisiones, los españoles salieron a pactar con los indios y lograron que estos los aprovisionaran, pero al término de 14 días los nativos tomaron conciencia de que los espejitos de colores que recibieron a cambio, no compensaba el esfuerzo de buscar alimentos ya que bastante trabajo tenían con aprovisionarse ellos mismos.
Como la situación se hizo angustiosa salió una partida con 17 hombres a pactar con los indios, pero estos los atacaron violentamente y regresaron todos heridos al fuerte.
A partir de ese momento quedaron rotas las relaciones y los enfrentamientos con los nativos fueron constantes hasta llegar a verdaderos combates. Perdida toda esperanza de obtener recursos de los pocos amables naturales circunvecinos, fueron despachadas dos expediciones para buscar alimentos, una al Brasil al mando de Gonzalo de Mendoza, mientras que la otra remontó el Paraná al mando de Ayolas.
El 15 de junio de 1536 festividad de Corpus Christi, el mismo día que Ayolas al norte del Paraná bautizó con ese nombre el pequeño asentamiento a orillas del río, tuvo lugar un feroz encuentro con los indios, donde Diego, el hermano de Pedro de Mendoza, junto con otros jefes y varias decenas de españoles quedaron tendidos en el campo de batalla. Del lado de los nativos las pérdidas fueron mucho mayores, pero sus reservas eran enormes ya que participaron querandíes, guaraníes y charrúas para organizar nuevos ataques hasta lograr destruir el fuerte.
Durante todos esos días el hambre fue despiadada con los invasores quienes se vieron obligados a ingerir hierbas, culebras, ratones, el cuero de los zapatos y correajes y hasta inmundicias. Muchos estaban a punto de enloquecer y otros, rabiosamente, maldecían al Adelantado y su culpable enfermedad.
Fue en el poblado de Santa María de los Buenos Aires que se produjo el primer episodio de antropofagia por parte de los españoles. Así lo relata Ulrich Schmidl: “Sucedió que tres españoles habían hurtado un caballo y se lo comieron a escondidas; y esto se supo; se los prendió y se les dio tormento para que confesaran el hecho. Entonces fue pronunciada la sentencia que a los tres susodichos españoles se los condenara y ajusticiara y se los colgara en una horca. …No bien se los había ajusticiado, y cada cual se fue a su casa y se hizo noche, aconteció en la misma noche por medio de otros españoles que ellos cortaron los muslos y otros pedazos de los cuerpos, los llevaron a su alojamiento y allí los comieron. También ha ocurrido entonces que un español se comió a su hermano que estaba muerto. Esto sucedió en el año de 1535 en nuestro día de Corpus Christi en la antedicha ciudad de Buenos Aires”.
El relato del hermano fue retomado por Manuel Mujica Láinez en su libro Misteriosa Buenos Aires. Los hermanos Baitos formaban parte del grupo que salió a descuartizar los cadáveres, pero se armó una gran pelea por el botín humano y la noche impedía ver quien era quien. Uno de los Baitos se arroja sobre un caído, le corta el brazo y se lo lleva a su tienda. Entonces sus dientes tropiezan con un anillo y reconoce que pertenece a su hermano. Lanza un grito desgarrador y huye del fuerte en una carrera de borracho hacia las hogueras de los indios.
En las hazañas y aventuras de los conquistadores, la historia siempre relegó a las mujeres a un plano secundario. Con la expedición de Mendoza llegaron cerca de 20 de ellas y sabemos de las vicisitudes y sufrimientos que pasaron a través de Isabel de Guevara que cuando el fuerte fue abandonado se trasladó río arriba por el Paraná hasta Asunción. Permaneció 20 años en el Nuevo Mundo y entre la correspondencia que mantuvo con España se destaca la carta que le escribió en 1556 a la princesa Juana de Austria, cabeza del Consejo en las Indias. En ella detalló todos los sufrimientos padecidos y que debido a que el hambre había causado que los colonizadores varones "se desvanecieran por la debilidad, todas las actividades habían quedado para las mujeres,” incluyendo las labores civiles y militares. Isabel de Guevara argumentó que sus trabajos le daban derecho a una partición de tierra y a esclavos indígenas. Nunca recibió respuesta.
 Mendoza, empeorado y previendo su próximo fin, puso las velas hacia Buenos Aires para seguir a España y morir entre los suyos. Nunca tuvo oportunidad de utilizar las bondades del árbol guayacán, simplemente porque crece en América Central y en los territorios de Venezuela y Colombia.
Mendoza falleció en altamar sin poder llegar a España. En 1538 arribó al Río de la Plata el veedor Alonso de Cabrera quien después de evaluar la situación de los escasos sobrevivientes, decidió trasladarlos a Asunción. En 1541 ya no quedaban rastros del fuerte.
Me atrevo a extraer un par de observaciones sobre el episodio de la fundación de Buenos Aires. Por un lado la característica de los colonizadores españoles, muchos de ellos eran hidalgos que tenían el concepto de que el trabajo era para el campesino y no para la gente “noble”. Los colonizadores ingleses que escaparon de su país por razones religiosas, en cuanto llegaron a las costas de América del Norte, se pusieron a labrar la tierra y producir sus propios alimentos, nunca le pidieron ayuda a los indios del norte. Este fue uno de los factores que determinó que con el transcurso de los siglos se produjera una diferencia abismal entre el desarrollo de las ex colonias españolas y las inglesas.
El otro aspecto que llama la atención es el fracaso de las huestes de Mendoza para doblegar a las tribus del Río de la Plata. Resulta un enorme contraste con las conquistas de Pizarro y Cortés que sometieron a dos imperios de civilizaciones mucho más avanzadas y mejor armadas y con una relación de fuerzas abismal a favor de los españoles. Sin embargo tenían un flanco débil que determinó sus derrotas, una vez capturados Atahualpa y Moctezuma, considerados por sus pueblos como verdaderas deidades en la tierra, quedaron moralmente desarmados e incapaces de reaccionar.
Otro aspecto a tener en cuenta es que en el la conquista de México, Hernán Cortés, contó con la ayuda de tribus sometidas por los aztecas, quienes debían pagar a estos fuertes tributos, y las incorporó a sus fuerzas. En el Río de la Plata, querandíes, guaraníes y charrúas tomaron conciencia que el invasor era un enemigo común para todos ellos.

José Pablo Feinmann. Conquista, hambre y antropofagia. Página 12 30/08/2015
Ulrico Shmidl. Biografías y vidas. La Enciclopedia Biográfica en Línea. https://www.biografiasyvidas.com/biografia/s/schmidel.htm Subido el 14/01/2018.
Felipe Pigna. Pedro de Mendoza, antes de ser un adelantado. Diario Clarín 12/10/2016.
La conquista de Pedro de Mendoza. Tienda Federal. http://www.revisionistas.com.ar/?p=9037 subido el 14/10/2018.
Marisa Avigliano. Isabel de Guevara, nuestra primera feminista. Página 12 suplemento Las 12, 28/04/2017.
Manuel Mujica Lainez. Misteriosa Buenos Aires. 1950, Buenos Aires.

domingo, 20 de octubre de 2019

LA DINASTÍA TRÁGICA DE LOS LUGONES


                                             
Este personaje polifacético y contradictorio tuvo suficiente influencia tanto en las letras argentinas como en la política, lo que mereció que sobre su vida y su obra, que es muy vasta, se escribieran varios libros, ensayos y críticas de todo tipo. Como señaló Horacio González en la persona de Lugones se encierran varios Lugones antagónicos entre sí: “el socialista, el modernista, el heráldico, el esgrimista fascista, el suicida heroico y el amante juglaresco”.
Aquí dejamos de lado su intensa y valiosa actividad literaria para adentrarnos en los vericuetos de su vida como político y como hombre. Si queremos sintetizar en una sola frase estos dos aspectos, podemos decir que estuvo lejos de tener una línea de conducta fija y coherente.

              Leopoldo Lugones (1874-1938)

Leopoldo provenía de una familia cordobesa de hidalgos empobrecidos de ideas conservadoras y provincianas. Durante su adolescencia decidió cambiar este cliché y se volcó al socialismo y como para él no había grises, abrazó la línea revolucionaria de esta filosofía política. Ya establecido en Buenos Aires desde 1895, fundó con José Ingenieros el periódico La Montaña, bien ubicado a la izquierda y combativo y en la plaza Herrera del barrio de la Boca, que era un bastión socialista, sus discursos de prosa impecable, fascinaban a la audiencia.
Cuando despunta el siglo XX, encontramos a Leopoldo casado con Juana Lujan González y con su primer y único hijo de su mismo nombre, que sería conocido como “Polo” para la familia, y para otros como el sádico y el torturador. Junto con este bagaje familiar, Leopoldo había recibido el espaldarazo de Ruben Darío quién elogió su obra poética.
Hay que agregar que por entonces estaba abandonando rápidamente sus ideas progresistas para volcarse al ala de los conservadores. Se hizo amigo de Roca y sus discursos revolucionarios que solía dar en la Boca, ahora destilaban odio hacia los inmigrantes. En las festividades del Centenario cuando se produjeron las huelgas estimuladas por los anarquistas, lanzó con su pulida retórica un discurso cargado de xenofobia, donde se rescata este párrafo: “El país háyase invadido por una masa extranjera y hostil que sirve en gran parte de elemento al electoralismo desenfrenado (…). El pueblo como entidad electoral no me interesa en lo más mínimo…y soy un incrédulo de la soberanía mayoritaria”.
También dio conferencias para los miembros de la Liga Patriótica y el Círculo Tradicionalista, dos instituciones dedicadas a perseguir judíos e inmigrantes revoltosos. Sin embargo. no fue un antisemita y destruyó con su elegante pluma las falsedades del libro Los Protocolos de los Sabios de Sion.
Admirador de Mussolini se incorporó al fascismo con los brazos abiertos. Vemos nuevamente que no hay grises en las ideas de Leopoldo quien podía pasar sin mayor prurito de la izquierda revolucionaria a la ultra derecha. También se observa cómo va acumulando contradicciones e incluso reniega de principios, por él mismo establecidos, según su conveniencia. Esto le costó la pérdida de amigos y de varios escritores, a cambio adquirió nuevas amistades políticas y militares que estaban lejos de alcanzar el valor y la jerarquía de las perdidas.
Cuando el conservadurismo terrateniente, quedó sin impulso y agotado, debió pactar con los radicales el sufragio universal, Leopoldo se quedó esperando los resultados con un plato en la mano esperando recibir al menos una migaja de sus nuevos correligionarios, pero el triunfo de Yrigoyen en 1916, disipó sus pretensiones. Comenzó lentamente a desgastar al nuevo gobierno, pero cuando su hijo Polo fue condenado a 10 años de prisión por violar y torturar a menores en un instituto a su cargo, Leopoldo padre se presentó ante Yrigoyen y según relata la anécdota, se arrodilló ante él y le pidió que cancelara la condena “por el buen nombre de la familia”. Era evidente que este gesto de humillación lo hizo más para evitar el escándalo que para ayudar a Polo. Yrigoyen accedió al pedido de mala gana y pocos años después, Leopoldo sería uno de los cabecillas que voltearía al viejo radical, olvidándose del favor enorme que éste le había concedido.
Lugones se hizo acreedor del triste privilegio de ser el artífice e instigador del golpe militar de 1930 cuyo brazo armado fue el general Félix Uriburu, episodio que sentó jurisprudencia para que, con el correr de los años, se sucedieran una serie de atentados contra la democracia. Hallándose en Lima, Perú en 1924 junto con Agustín Justo, el fraudulento ministro de guerra del presidente Alvear, lanzó su famosa proclama de “la hora de la espada”. Con esta frase jerarquizó al ejército como la tabla de salvación que quedaba contra “la disolución demagógica”. Así llamaba él a los gobiernos elegidos por el voto popular. Lugones fue quien creó y redactó la proclama golpista para derrocar a Yrigoyen.
Su prestigio literario contribuyó a difundir la revuelta, pero lo que no se imaginaba era que con el general Uriburu ingresaba al poder una dictadura fascista burda, manejada por la oligarquía terrateniente y entregada al capital extranjero.
Por entonces Lugones mantenía una relación apasionada con una joven estudiante de literatura. Él, que había escrito El libro fiel con poemas dedicados a su esposa jurándole fidelidad y amor eterno, estuvo enredado durante 6 años con una estudiante de filosofía y letras. La joven adolescente Emilia Cadelago, se acercó un día a Lugones para pedirle prestado un libro para su tesis. A partir de allí nació un romance que se transformó en pasión furibunda, el escritor alquiló un departamento próximo a Retiro que se transformó en el cotorro donde la pareja saciaba su romance clandestino y transgresor. Un abundante epistolario da fe de aquella pasión. Algunas de las poesías tenían la bizarra originalidad de estar firmadas con sangre y semen.
Polo el hijo de Lugones tuvo acceso a las cartas y rompió la relación de la pareja. El poeta enloqueció. Se desesperó. Estuvo varios años intentando recuperar a su amada. Todo fue inútil. Desencantado con la vida (incluyendo la política) se suicidó el 18 de febrero de 1938 en una modesta habitación de una hostería del Tigre. Un año antes había asistido al funeral de Horacio Quiroga y acercándose al féretro había exclamado: “Horacio, te suicidaste como una sirvienta”.

Polo Lugones


                                    Leopoldo “Polo” Lugones (1897-1971)

Cuando su padre vio a Polo, que sin haber entrado en la adolescencia, estaba sodomizando una gallina mientras le retorcía el pescuezo, lo menos que debe haber pensado es que tenía un hijo con graves trastornos de conducta. Ya adulto, pero sin haber cumplido los 30 años su condición de sádico y perverso, era vox populi en la alta sociedad porteña. Fue por esa época que ocurrió el episodio en que Leopoldo padre se arrodilló ante Yrigoyen rogándole que no se cumpliera la condena de 10 años de prisión por violación de tortura de menores.
Yrigoyen, al revocar la sentencia, cometió el error de dejar en libertad a un psicópata peligroso, con el agravante de que el general Uriburu lo nombró en un cargo donde podría ejercer y saciar su sadismo sin restricción alguna. El mesiánico general, de escasas luces, lo designó jefe de la Sección de Orden Político de la Policía de la Capital. Con este eufemismo se creaba un organismo cuya verdadera finalidad sería, bajo el estado de sitio y la ley marcial, perseguir, torturar y matar a todo sospechoso, político o activista que osara enfrentarse o criticar al régimen.
“No lo voy a defraudar mi general”, manifestó Polo cuando Uriburu le entregó el cargo. Lo cumplió al pie de la letra y los sótanos de la Jefatura de Policía no tuvieron nada que envidiarle a los recovecos donde la Inquisición Española, a fines de la Edad Media, se desahogaba contra judíos, brujas y blasfemos.
Ahora bien, Lugones padre conocía muy bien los instintos de su hijo a quien le había puesto el mote de “el esbirro”. También tenía un aceitado contacto con Uriburu. Sin embargo, no hizo nada para impedir el nombramiento de Polo en ese cargo tan peligroso para la sociedad. Más tarde lo pagaría carísimo cuando “el esbirro” desbarató su romance con la joven estudiante Emilia Cadelago.
A semejanza de su padre Leopoldo, el hijo no pródigo, que lleva el triste mérito de introducir la picana eléctrica como instrumento de tortura, terminó suicidándose, primero pegándose un tiro que no lo hirió de gravedad, entonces prendió una hornalla de gas y murió asfixiado. El 18 de noviembre de 1971, la sociedad se vio liberada de este flagelo.

Susana “Pirí” Lugones

                             Susana “Pirí” Lugones (1925-1978)

El 30 de abril de 1925 nació Pirí Lugones, no poseía el talento literario de su abuelo, pero tenía valores éticos y conciencia clara del país que deseaba, algo de lo que su antepasado carecía. Supo crear una vida propia de ideales legítimos aun teniendo la agobiante mochila de ser la hija del mayor torturador de la historia argentina hasta ese momento.
Mientras estudiaba en la Universidad de Filosofía y Letras se enamoró de Carlos del Peral y vivieron juntos sin concertar lazos civiles ni religiosos, algo que en la década de 1950 no era bien visto. Fue un abierto desafío hacia su padre. Antes de separarse la pareja produjo tres hijos: Tabita, Alejandro y Carlos.
A comienzos de la década de 1960 Pirí trabajó en Prensa Latina, agencia de noticias cubana fundada por Gabriel García Márquez. En poco tiempo su carisma, su capacidad literaria y su dinamismo, hicieron que se convirtiera en el centro de la actividad cultural argentina. Se relacionó con numerosos escritores, algunos de los cuales recibieron el apoyo para publicar sus obras a través de la editorial Jorge Álvarez. Entre sus amistades se contaban Rodolfo Walsh, (con quien tuvo un breve romance), Paco Urondo, Horacio Verbistky, Manuel Puig, Ricardo Piglia, German García, Jorge Lafforgue y muchos otros escritores, ensayistas y críticos literarios.
En 1971, Pirí se incorporó a las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y formó un grupo de radioescuchas junto con Verbitsky, Walsh, Mónica Fractman y Carlos Collarini con quien tuvo un prolongado y apasionado romance. También colaboró en La Opinión y la revista Panorama. La época coincidió con el suicidio de su padre y en esa circunstancia exclamó exultante: “¡Se murió el torturador!”. El mismo mes, obedeciendo a la distorsionada genética de los Lugones, se ahorcó Alejandro, uno de los hijos de Pirí.
Con el advenimiento de la sangrienta dictadura de 1976, Pirí ingresó a la clandestinidad y continuó con su militancia mientras cambiaba continuamente de refugio. Al año siguiente fue asesinado Rodolfo Walsh en un enfrentamiento con las fuerzas de tareas y poco después Carlos Collarini, el amor de su vida, fue secuestrado en los alrededores de Retiro. Verbitsky se había exilado, su hija Tabita ya estaba radicada en España y todos le pedían que se fuera del país, pero ella se quedó. El 21 de diciembre de 1977 fue secuestrada y torturada y poco después arrojada al mar en uno de los vuelos de la muerte.
Se han rescatado relatos de compañeros que estuvieron con ella en cautiverio y sobrevivieron, que evidencian que nunca perdió su capacidad para la ironía y el sarcasmo y que mientras la torturaban les gritaba a sus verdugos: “¡Ustedes no saben nada, el que sabía torturar era mi padre, él inventó la picana”.

Mariana Guzzante. Leopoldo Lugones: el mayor de los venenos. Los Andes 14/02/2015.
Gabriela Cabezón Cámara. Leopoldo Lugones y los suyos: una tragedia argentina. Clarín 14/06/2014.
Vicente Muleiro. La saga de la Argentina trágica. Caras y Caretas, número 2338, año 2018.
Ricardo Ragendorfer. El sátiro de la picana. Caras y Caretas, número 2338, año 2018.
María Seoane. La única verdad es la parcialidad. La parábola de Pirí. Caras y Caretas, número 2338, año 2018.
Socorro Estrada. La maldición de los Lugones. Clarín 30/10/2004.

martes, 8 de octubre de 2019

HARVEY Y SERVET


Imaginemos que estamos en el año 1600 en el aula de medicina, que aún se conserva intacta, de la Universidad de Padua fundada en 1222 y por lo tanto, una de las más antiguas de Occidente y también la más avanzada. Imaginemos también que de un momento a otro ingresará el profesor en aquel anfiteatro de madera iluminado por candelabros y que lleva el nombre de “Teatro de Anatomía”.

                          Aula de Anatomía de la Universidad de Padua

La sala está colmada de alumnos de distintas partes de Europa, todos manejan el latín, el idioma utilizado como comunicación en las ciencias. De pronto cesan los murmullos y se hace un silencio sepulcral porque se acaba de abrir la puerta para dar paso al anatomista: Fabricius Ab Aquapendente. El ambiente se carga de tensión mientras todas las miradas confluyen hacia la mesa de disección en la que yace un cadáver. Con un instrumento cortante las manos del maestro, pese a las deformidades de la artrosis, comienzan a develar hábilmente los misterios de la anatomía humana. Entre los asistentes se encuentra William Harvey (1578-1657) quien contempla fascinado cómo Fabricius va separando las distintas estructuras anatómicas.
Harvey regresó a Inglaterra con un rico bagaje de conocimientos que serían decisivos para sus investigaciones. Por entonces prevalecía un enigma indescifrable sobre la circulación de la sangre. Las cavidades izquierdas del corazón la bombeaban con cada latido para ser distribuida por todo el cuerpo y después retornaba por las venas a las cavidades derechas, pero se ignoraba por donde la sangre pasaba nuevamente al corazón izquierdo para repetir el ciclo, que solo se interrumpía con la muerte.

Harvey le muestra al rey Carlos I su descubrimiento de la circulación de la sangre, por Ernest Board

Harvey se basó sobre los hallazgos del español Miguel Servet y en sus propias disecciones en animales, ya que al ser el médico de la Corte, sus experiencias se vieron facilitadas por el incondicional apoyo del rey Carlos I. Finalmente en 1639 publicó su obra magna De Motu Cordis que revolucionó la medicina en la cual sostenía que la sangre pasaba desde las cavidades derechas del corazón a la arteria pulmonar, se difundía y oxigenaba en los pulmones y regresaba nuevamente por las llamadas venas pulmonares al corazón izquierdo. Había descubierto el circuito pulmonar o circulación menor de la sangre.
A semejanza de sus colegas y científicos de la época, Harvey ignoraba que ya en el siglo XIII, la circulación de la sangre había sido descrita con la misma precisión por el médico Ibn al-Nafis de la ciudad de Damasco, la capital de Siria. Mucho antes que los europeos, los árabes ya contaban con universidades en Tunez, Fez, Bagdad y El Cairo. Por razones geográficas, por las enormes diferencias en el idioma tanto hablado como escrito y por el eurocentrismo arrogante de los pensadores europeos, no existía prácticamente contacto entre los avances científicos de Oriente y los escasos progresos de Occidente sumergido en un oscurantismo medieval.
Harvey no plagió a Ibn al-Nafis, ya que ignoraba sus investigaciones. Recién en 1924, un médico egipcio interesado en la medicina árabe, descubrió en una biblioteca de Berlín el manuscrito Comentario de la Anatomía sobre el Canon de Avicena, cuyo autor era Ibn al-Nafis. Este tratado, considerado uno de los mejores libros científicos, incluye entre sus contenidos la descripción precisa de la circulación pulmonar.
Harvey sí tenía conocimiento de los trabajos de Miguel Servet, pero quería confirmarlos a través de su propia experiencia. Ambos fueron mentes extraordinarias, pero con finales totalmente dispares. Harvey gozó siempre de fama y prestigio, era el médico que se codeaba con la realeza y tiene el crédito merecido de haber descrito la circulación menor. Su libro De Motus Cordis, de importancia fundamental en la cardiología, figura entre las otras grandes y revolucionarias obras que produjo Inglaterra en los últimos siglos: en sociología El Capital de Karl Marx, en física y matemáticas la Principia Mathematica de Isaac Newton y en biología El Origen de las Especies de Charles Darwin.
Muy diferente fue el destino de Miguel Servet. Nacido en Aragón, España estudió leyes en Francia y gozó de popularidad en la corte del Louvre. Husmeó en todas las disciplinas y defendió sus ideas acaloradamente. Esto le granjeó la enemistad de diversos académicos, pero se trataba de contrincantes inofensivos. Su vida se empezó a complicar cuando incursionó en teología y entró en conflicto con los ortodoxos de la Iglesia Católica y como si esto no fuera suficiente, embistió también contra los teólogos de la Iglesia Protestante, por entonces controlada por Juan Calvino, un fanático defensor de la nueva religión.

Miguel Servet (1511-1553). Grabado de Christian Fritzsh . Colección privada

La Inquisición católica lo puso en la lista de los herejes por sus ideas sobre la Trinidad, Jesús, la redención y el universo. Se cambió el nombre y trabajó como corrector de pruebas de imprenta donde gracias a sus conocimientos y el dominio de varios idiomas, le encargaron la traducción de la Geografia de Ptolomeo, que mejoró por lo cual está considerado como el fundador de la Etnografía y de la Geografía comparada.
Estudió medicina, se recibió de médico y produjo su obra magna Christianismi Restituto, donde hay un capítulo dedicado a la circulación de la sangre que décadas después serviría a Harvey para redondear su descubrimiento. En su libro Servet introdujo conceptos científicos y religiosos y en estos últimos volcó sus ideas que contradecían a la Biblia. Fue denunciado al Gran Inquisidor de Lyon y sus obras confiscadas. Logró escapar de la prisión sobornando a un carcelero y la Inquisición, rumiando rabia, tuvo que contentarse con quemar su efigie en un acto simbólico junto con sus obras.
Escapó a Italia, pero hizo escala en Ginebra, lo que equivalía a meterse en la boca del lobo ya que allí el hombre más poderoso era Calvino, quien había leído la obra de Servet y sentenció que no saldría vivo si ponía los pies en la ciudad. Su captura y juicio fueron cuestión de tiempo, en 1553 lo encerraron en una mazmorra y después de un tiempo viviendo en las peores condiciones fue sentenciado a ser quemado en la hoguera junto con sus libros y escritos.
Servet cometió un error imperdonable y fatal para la época que le tocó vivir: creer que todo lo que se piensa puede ser dicho. Esa imprudencia le costó la vida y en la forma más cruel e inimaginable. Fue un mártir del libre pensamiento.
No todo estaba resuelto en el funcionamiento de la circulación de la sangre, en este rompecabezas faltaba una pieza: demostrar como pasaba la sangre de las arterias a las venas una vez que llegaba a todos los tejidos. Harvey se llevó este enigma a la tumba sin poder resolverlo, por la simple razón de que carecía del instrumento necesario: el microscopio. Veinte años después de la publicación de De Motus Cordis, el médico e investigador Marcello Malpighi, de Bolonia, enfocó el reciente invento en tejidos de animales y descubrió los capilares, vasos microscópicos que establecían el nexo entre las arterias y las venas. Con este hallazgo quedó completado el círculo del recorrido de la sangre.

Marcello Malpighi (1628-1694) por Carlo Cignani

Álvarez JP. William Harvey, corazón valiente. Revista Médica Clínica Las Condes, 2012/noviembre/788-790.

Yanes J. Miguel Servet, el científico hereje que fue quemado tres veces. OpenMind, 25/10/2018

Fresquet JL. Marcello Malpighi. Historia de la Medicina. Biografías, octubre 2001.