domingo, 29 de mayo de 2011

RESCATANDO A UNA DIVA


Tuve oportunidad de hojear “Memorias íntimas de una cantante”, de editorial Tusquets, colección Ediciones Eróticas La sonrisa Vertical, inquietante y sugestiva metáfora que me impulsó a indagar en la vida de esta soprano.
Su nombre es Wilhelmine Schroder-Devrient (de aquí en más Guillermina), que cualquier musicólogo la identificará inmediatamente como la cantante más destacada del siglo XIX. La Enciclopedia Britannica le dedica un espacio respetable, pero con su estilo recatado y discreto, no indaga en los vericuetos más sabrosos de su vida.
Gullermina nació en Hamburgo en 1804 y desde su infancia fatigó escenarios junto con su padre, un respetable barítono y su madre una celebrada actriz. Revolviendo archivos, el lector encuentra que su vida fue intensa, apasionada y llena de vicisitudes. Conoció precozmente el sexo en forma violenta e indeseada y más tarde lo gozó sin límites y con los hombres que ella eligió.
Guillermina tenía una voz exquisita y era una talentosa actriz, conjunción que hubo que esperar hasta María Callas como paradigma de quién podía fusionar ambas cualidades. La otra razón que ubicó a Guillermina en el pedestal de los inolvidables fue su autobiografía, excelente pieza del género erótico que hace volar la imaginación y los deseos.
Volviendo al bell canto, Guillermina se dedicó exclusivamente a la ópera alemana y su debut fue en Viena en 1821, en el papel de Pamina, pieza sublime del genio de Salzburgo que es la Flauta Mágica. En carrera ascendente, se hizo famosa en el personaje de Leonora de Fidelio, la única ópera que compuso Beethoven.
Richard Wagner tuvo oportunidad de escucharla siendo aún joven cuando estaba terminando Tanhauser. Si Wagner hasta ese momento no sabía lo que era el éxtasis, lo experimentó aquella noche en que sus sentidos se colmaron con la voz y la imagen de Guillermina. En su autobiografía encontramos estos párrafos: “Nunca más volví a ver en escena una mujer que pudiera comparársele. En la lejanía de mis recuerdos no encuentro en toda mi vida acontecimiento alguno que haya ejercido sobre mi, una influencia tan fuerte como aquella representación de Fidelio.”
Wagner recuerda que esa noche deambuló erráticamente por las calles hasta que decidió escribirle una esquela en la que volcó su pasión de juventud y su talento. El compositor confesó años después, ya siendo famoso, que la diva lo recibió frecuentemente en su casa y que había guardado celosamente aquella epístola. Ignoramos si estos encuentros superaron el nivel del coloquio musical para terminar en alcobas en penumbra y sábanas retorcidas. Conociendo la personalidad de ambos, hay sobrada razón para suponer que así fue. No se descarta que esta parte de la autobiografía haya sido eliminada por la censura de Cósima Liszt, hija del gran compositor y viuda de Wagner.
Guillermina continuó actuando en los escenarios de Viena, Dresde, París y Londres. Su última actuación fue en 1847 en Riga del Imperio Ruso. Sus memorias son un conjunto de cartas que la diva envió a uno de sus admiradores, quién celosamente las recopiló y después de la muerte de Guillermina tuvo la feliz idea de publicarlas bajo el título de Memorias íntimas de una cantante. De él sólo se sabe que era un médico que la frecuentaba y que firmó el prólogo de la primera edición con las iniciales HFG.
A pesar de sus connotaciones bizarras, el prólogo es una atractiva pieza literaria como se desprende del siguiente párrafo: “Habiéndome excitado mucho con la lectura de sus cartas pensé que no podía morir sin haberla poseído y debo confesar, que si bien ella por entonces estaba lejos de ser una jovencita, seguía siendo muy hermosa. No había visto jamás un cuerpo tan esbelto, con un bello tan fino y rizado en la piel como solo había admirado en las estatuas de Bernini.”
Lamentablemente, en la época de Guillermina no se disponía del recurso técnico de la voz grabada ni de la imagen en movimiento, el legado que nos queda son los comentarios de las enciclopedias y de los tratados de ópera. También sus memorias.




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