Nelson Mandela (1918-2013)
La
prospectiva, futurología o como se la quiera llamar, es una disciplina con alto
componente de error. Las predicciones sobre el terreno social o económico con
el paso del tiempo suelen terminar incumplidas. Localmente, los profetas
vernáculos de la política y los economistas de marras se llevan las palmas en
lo que hace al fracaso de sus predicciones.
Si
nos trasladamos al ámbito internacional, era imposible prever la desintegración
de la Unión Soviética un año antes de la caída del muro y menos aún, que un
negro con prisión perpetua terminara siendo presidente del país más racista del
planeta, con una minoría blanca cuya religión era el apartheid, un eufemismo que significaba “los únicos con derechos
somos nosotros los blancos”.
Escenas habituales del apartheid
Por
ser activista contra el opresivo régimen de su país, Mandela fue condenado a
prisión perpetua en Robben Island, una isla a 12 kilómetros de Ciudad del Cabo,
hoy transformada en museo de la ignominia. Allí pasó 17 años prácticamente
incomunicado, recibiendo malos tratos y sometido a trabajos forzados. Cualquier
otro en su lugar se hubiera quebrado moralmente, pero Mandela tenía esa fuerza
interior llamada resiliencia, que es la capacidad de un individuo de sobrellevar
situaciones donde otros caen en la depresión, el suicido, la locura o mueren de
alguna enfermedad. Pero además, Mandela mantenía incólumes sus principios.
Cuando fue trasladado a una cárcel en el continente, donde no la pasó mejor, en
1984 el Partido Nacional le ofreció, la libertad a cambio de que desistiera de
su actividad política. Llevaba 22 años entre rejas y aislado del mundo. Cualquier
otro hubiera aceptado y no habría sido una claudicación, tenía 66 años, su
cuerpo era frágil y sus pulmones estaban enfermos como consecuencia de las
privaciones. Sin embargo Mandela declinó la oferta por considerarla una burla a
sus ideales políticos y a su dignidad personal.
Mandela en la prisión de
Robben Island
Pasó
6 años más en la cárcel, donde le permitieron cultivar un pequeño huerto, que
se transformó en su mundo, plantando y cosechando bajo la lluvia o el sol. Así
como podía controlar esa parcela de tierra, también podía controlar su dignidad
y sus memorias. Su abogado George Bizos lo recordó en uno de los escasos
momentos en que podía visitarlo. Llegó escoltado por dos guardias adelante, dos
a los costados y dos atrás, seis hombres fornidos para custodiar a un preso
incapaz de hacer daño alguno ¿Era una parodia ridícula o es que le seguían
teniendo miedo? Mandela no parecía un prisionero, caminaba con la frente alta y
parecía que era él quién les marcaba el paso a sus carceleros. Cuando se acercó
al abogado le dijo sonriendo: “George, permíteme que te presente a mi guardia
de honor”. Así de inquebrantable era Mandela.
Discursos
sentidos y sin duda sinceros fueron emitidos por los principales estadistas con
motivo de su muerte reciente. “No puedo imaginar mi vida sin su ejemplo”, citó
Obama. Por su lado el Primer Ministro inglés Cameron manifestó: “Se marchó una
gran luz que teníamos en el mundo. Pedí que la bandera del Número 10 (sede del
gobierno), ondee a media asta”. También podrían haber pedido perdón por el
miserable comportamiento que tuvieron sus respectivas naciones con el líder
negro. Hasta 2008, Estados Unidos lo tuvo clasificado como terrorista y por su
parte Margaret Thatcher consideraba al Congreso Nacional Africano del que
Mandela fue la principal figura, como una organización terrorista y se negó a
participar en el boicot internacional contra el apartheid. Otros miembros del partido de la Dama de Hierro también
lo detestaban, llegando uno de ellos a decir “Mandela debería ser fusilado”.
En Argentina, durante todo el tiempo en que se mantuvo la dictadura que entró en vigor en 1976, los comandantes de las tres fuerzas hicieron caso omiso de la Convención Internacional sobre la Represión y el Castigo al Crimen del Apartheid. Por el contrario, mantuvieron excelentes relaciones comerciales y de logística, especialmente antiterrorista, con el régimen racista de Pretoria. El gobierno de Raúl Alfonsín puso fin a esta denigrante situación.
En Argentina, durante todo el tiempo en que se mantuvo la dictadura que entró en vigor en 1976, los comandantes de las tres fuerzas hicieron caso omiso de la Convención Internacional sobre la Represión y el Castigo al Crimen del Apartheid. Por el contrario, mantuvieron excelentes relaciones comerciales y de logística, especialmente antiterrorista, con el régimen racista de Pretoria. El gobierno de Raúl Alfonsín puso fin a esta denigrante situación.
Una relación de mutuo
respeto y estrecha amistad
En
general, durante sus años de prisión muy pocos pensaron en el calvario de
Mandela. Por estas tierras de América, agobiadas por dictaduras de extrema
derecha, la única voz que clamaba por la injusticia contra el líder negro era la de Fidel Castro. Pero el apartheid se
venía cayendo a pedazos, aislado del mundo era un anacronismo insostenible.
Finalmente, los dirigentes del Partido Nacional le abrieron las puertas de la
prisión y dejaron que aquel hombre gobernara con la sabiduría y la humildad que
ellos nunca poseyeron.
La hija de Nelson Mandela,
Zenani Dlamini, es la embajadora de Sudáfrica en Argentina, un orgullo para
nuestro país
La
imagen de Mandela es un símbolo para recordarnos que el mundo es un apartheid global, con countries amurallados que separan a los
ricos de los pobres. Un mundo cada vez más segregado, con ciudadanos de primera
y de segunda, donde cada vez hay más riqueza en menos manos y la pobreza se
extiende merced a un capitalismo salvaje, en una Europa gobernada por gerentes
de bancos y grandes financistas.
Nelson Mandela: From 'terrorist' to tea with the Queen. The
Independet,06/12/2013.
Ariel
Dorfman. Madiba, más allá de la leyenda. Página 12, 06/12/2013.
Patricio
Porta. El largo camino de Mandela. Página 12, 06/12/2013.
Marcus Mabri. Generation Born After
Apartheid Sees Mandela’s Fight as History. The New York Times,
07/12/2013.
Martín Granovski. Mandela y la democracia argentina, vidas paralelas. Página 12,08/12/2013.
Martín Granovski. Mandela y la democracia argentina, vidas paralelas. Página 12,08/12/2013.