sábado, 28 de julio de 2012

EVA Y LOS BUITRES


                                                            Evita por Ricardo Carpani

Eva Perón se destaca como uno de los personajes de más fuerte impacto sobre la política y la cultura de la sociedad argentina, con una característica particular, única en la historia de los estadistas y conductores de masas. Después de muerta se inicia una saga insólita y absurda que hizo que su cuerpo embalsamado pareciera cobrar vida, a través de un derrotero tortuoso y denigrante, que dio origen a una odisea donde la realidad y la leyenda marcharon de la mano.
La autotitulada Revolución Libertadora, había destruido todo lo perteneciente a Evita; su nombre y el de Perón estaban prohibidos, demolieron el palacio Unzué, destruyeron pulmotores, sólo porque tenían el rótulo de la Fundación Eva Perón y exhibieron obscenamente sus pertenencias.
Imbuidos de soberbia, odio e ignorancia, no se percataron que Evita había pasado a la categoría de mito y en una sociedad el mito es indestructible. Por eso, cuando el general Aramburu descubrió que el cadáver, perfectamente embalsamado por el taxidermista Pedro Ara, se encontraba en la CGT, se llenó de pavor. Los sediciosos no podían aceptar que el lugar se transformara en un santuario adonde acudirían en doliente peregrinaje masas enteras de la población.
El médico Pedro Ara, artífice del embalsamado del cadáver de Evita una de las obras más logradas en este arte

Era necesario que desapareciera, los peronistas jamás sabrían su ubicación. Había nacido el “Operativo Evasión”. Por esa decisión, Aramburu pagaría años después con su vida.
La increíble historia del peregrinaje del cadáver de Evita al que los militares designaron como “el paquete”, “la difunta”, “Persona”, o “la momia”, se inició con el teniente coronel del Servicio de Inteligencia Carlos Moori Koening. Lo primero que hizo fue sacarle bajo presión y soborno a Juana Ibarguren de Duarte la autorización para que el cadáver de su hija tuviera entierro cristiano a cargo del Supremo Gobierno de la Nación. Jamás se le informó dónde la conducirían.
                                                          Evita embalsamada

Una noche de fines de noviembre de 1955 salió de la CGT una camioneta con Moori Koening, el mayor Arancibia, apodado “el Loco” y el capitán Frascoli como conductor. Sin rumbo fijo ni plan premeditado, determinaron pasar el resto de la noche frente al Regimiento 1 de Infantería de Marina. Moori Koening decidió dormir en el vehículo. Al levantarse a la mañana comprobó, que pese al riguroso secreto del operativo, manos anónimas habían depositado flores y velas encendidas alrededor del vehículo. Este fue el inicio de un lento proceso de deterioro mental de Moory Koening quién terminaría amando y odiando pasionalmente aquel cuerpo embalsamado, al mismo tiempo que ingresaba en un delirio en el que un “Comando de la Venganza” lo seguía implacablemente. Como refugio, se entregó al alcoholismo.
Después de varios periplos con escalas en distintos lugares donde se repetía el fenómeno de las flores y las velas, Moory Koening decidió sepultar a “Persona” en Monte Grande. Fue cuando el mayor Arancibia, a quién por algo llamaban “el Loco”, le sugirió que la podían guardar en la buhardilla de su casa, en el barrio de Saavedra, hasta que se decidiera su destino definitivo. Moory Koening, quién ya estaba psíquicamente inestable, consideró que la idea era razonable.
Durante semanas, el cadáver de Evita permaneció en aquella buhardilla. Moory Koening sólo pensaba en su tesoro, que ya no tenía a su lado y que a esta altura formaba parte indisoluble de su existencia. Continuamente se comunicaba con Arancibia mientras lo embotaban las nubes del alcohol.
A la esposa de Arancibia la devoraba la curiosidad por saber qué había en la buhardilla, donde su marido iba casi todas las noches, permaneciendo allí durante períodos largamente sospechosos. Ante las preguntas de su mujer, contestaba con evasivas y había comenzado a leer libros sobre egiptología y el embalsamamiento de momias.

Una noche en que se suponía que el esposo volvería muy tarde, la mujer sustrajo las llaves y se dirigió a la buhardilla. Por algún motivo, Arancibia adelantó su regreso y lo primero que hizo fue subir a ver el cadáver. En la oscuridad vio un bulto y pensando que era un ladrón o alguien del “Comando de la Venganza”, sacó su pistola y disparó. El cuerpo se precipitó escaleras abajo y Arancibia comprobó horrorizado que había matado a su mujer, quien además estaba embarazada.
Esta vez Moory Koening, convencido de que no se podía seguir trasladando a “Persona” de un lado a otro, la llevó a su oficina en la sede central del Servicio de Inteligencia. Se sentía feliz, ahora la tenía nuevamente a su lado. Más temprano que tarde, el secreto se filtró y llegó a oídos de Aramburu, quién oportunamente había ordenado a Moory Koening que la enterrara en la Chacarita. Al comprobar la desobediencia a su orden y dándose cuenta que el mayor ya no estaba en sus cabales lo dio de baja no sin antes mandarlo a prisión a la Patagonia. Arancibia y Frascoli también fueron expulsados del Ejército.
Al capitán Galarza le correspondió cumplir la tajante orden de Aramburu: “Sírvase enterrar cuanto antes a esa mujer en el cementerio de Monte Grande”. Galarza puso el ataúd en un camión militar y salió bien temprano a la madrugada con un grupo de soldados en dirección al cementerio. Manejaba alegre, ésta sería la misión de su vida y seguramente lo ascenderían pronto a mayor.
A la altura de la estación de Lomas, surgió de la nada un camión cisterna que se le arrojó encima. Cuando se despertó en el hospital se enteró que tenía un corte a lo largo de toda la cara que lo desfiguraría para siempre, dos de los soldados habían fallecido y otros dos tenían heridas peores que las suyas. “Persona”, para variar, estaba ilesa, sin un rasguño, fresca como una lechuga.
Después de este episodio se decidió sacar el cuerpo fuera del país. El coronel Cabanillas, quién reemplazaba a Moory Koening, ordenó a dos oficiales que se embarcaran con el ataúd, que terminó recalando en un cementerio de Milán. Finalmente en 1971, el general Lanusse, tratando de congraciarse con Perón le devolvió el cadáver de Evita.
El 29 de mayo de 1970, (el día del Ejército), Aramburu fue secuestrado por un comando montonero conformado por Mario Firmenich, Carlos Ramus, Norma Arrostito y Fernando Abal Medina. Fue trasladado a una quinta en la localidad de Timote. Si alguna duda quedaba a sus raptores sobre dejarlo con vida, ésta se disipó cuando durante el interrogatorio Aramburu se negó a confesar el lugar en que se encontraba Evita. Su muerte sería la última de una serie de tragedias que sufriría el grupo de uniformados involucrado en el funesto y abominable “Operativo Evasión”.
A 60 años de su muerte, el recuerdo y el amor por Evita siguen en el imaginario popular más vivos que nunca.

Fuentes consultadas:
Tomás Eloy Martínez: Santa Evita
Alicia Dujovne Ortiz: Eva Perón
José pablo Feinmann: Timote

1 comentario:

  1. TERRIBLE Y DESGARRADOR.
    GRACIAS RICARDO
    YA LO HEMOS SUBIDO AL BLOG
    UN ABRAZO
    IQT
    INDECQUETRABAJA

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