sábado, 18 de junio de 2011

LA NAVE DEL REY

El puerto de Estocolmo era una verdadera fiesta aquel 10 de agosto de 1628, donde toda la gente de la ciudad se había convocado para presenciar el espectáculo. Fanfarrias y bandas tocaban marchas militares, los edificios estaban embanderados y había palcos donde se ubicaron los ciudadanos ilustres y personajes de la realeza junto con diplomáticos y embajadores extranjeros. No faltaban los espías de países vecinos mezclados entre la multitud, para informar a sus gobiernos sobre las características y poderío del Vasa.
El Vasa, amarrado al muelle era imponente con sus dos niveles de enormes cañones cuyas bocas sobresalían a babor y a estribor. Su peso de 1200 toneladas y sus 70 metros de eslora, lo posicionaban como uno de los navíos de guerra más grandes de la época.
El rey Gustavo Adolfo tenía veleidades de ingeniero naval y había dado numerosas sugerencias, que automáticamente se convertían en órdenes, sobre modificaciones y variantes en el diseño de la nave. Ninguno de los ingenieros navales se atrevió a cuestionarle sus opiniones y al término de 2 años y de enormes gastos en el erario público la nave estaba terminada y sólo se esperaba la orden de su capitán para levar anclas y navegar airoso demostrando a las demás potencias lo que podían hacer los astilleros suecos.
                                                           El rey Gustavo Adolfo


En sus 10 años de reinado, Gustavo Adolfo había edificado una organización militar eficiente y Suecia era uno de los ejemplos más extremos de un estado empleando casi todos sus recursos disponibles para transformar al país en una potencia bélica.
Finalmente, llegó la hora ansiada y el barco levó amarras y se desplazó impulsado por una suave brisa. La gente lanzaba exclamaciones y agitaba pañuelos saludando a la tripulación que a su vez respondía con sus gorras al aire. Los cañones del puerto lanzaron salvas de despedida, las bandas redoblaron sus marchas marciales y el pueblo enardecido no recordaba haber asistido a un espectáculo tan magnífico.
A medida que se alejaba todos pudieron contemplar la popa del barco, cargada de estatuas representando figuras del monarca que lo glorificaban con vestimenta guerrera portando escudos y lanzas. Eran tan numerosas que estaban pegadas una a continuación inmediata de la otra en un pesado estilo barroco. No se escatimaron gastos para embellecer la nave.

                                                                 Popa del Vasa
Demasiada ornamentación, pensaron algunos, pero a nadie se le ocurriría expresar en voz alta algún comentario crítico, a riesgo de ser agredido por los demás o incluso pasar a la sombra unos días en la cárcel de la ciudad. Se sabía que toda la decoración del barco era el resultado de la creatividad del rey. Además, destacados artistas, pintores y escultores habían trabajado intensamente en la ornamentación del Vasa.
El barco había recorrido unos cientos de metros cuando una brisa algo más intensa hinchó sus velas y ante los ojos asombrados de la multitud comenzó a escorar. Los marineros maniobraron rápidamente las velas y el Vasa se enderezó nuevamente. La multitud respiró aliviada. De pronto una segunda brisa más fuerte que la anterior hizo escorar nuevamente al barco y esta vez el agua se coló por la segunda línea de troneras. La suerte de la nave estaba  echada, se volcó y en pocos minutos se hundió llevándose consigo al fondo del mar, junto con parte de la tripulación, el orgullo y la arrogancia del monarca.
Las investigaciones mostraron graves errores de diseño, escaso balasto, demasiado peso y las líneas de cañones demasiado próximas al nivel del agua. Cuando se interrogó a los constructores, estos se defendieron diciendo que obedecieron órdenes, las órdenes del rey. El caso se cerró con la última frase del expediente que decía “Fue designio de Dios”. ¿No eran los reyes acaso divinos?
Con el transcurso del tiempo se fueron recuperando los cañones y finalmente en 1959 se lo rescató muy deteriorado del fondo del mar. Después de años de minuciosos y agotadores procedimientos de restauración la nave recuperó gran parte de su esplendor.
Quien esté interesado puede contemplarlo en el museo marítimo de Estocolmo que lleva el nombre del barco. Probablemente gracias al aporte de los turistas se hayan logrado recuperar los gastos que ocasionó el Vasa, no así el orgullo herido de Gustavo Adolfo quién arrastró hasta la muerte la imagen de su nave hundiéndose en el estuario de Estocolmo.
                                  El Vasa en el Museo Marítimo de Estocolmo

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