sábado, 14 de julio de 2018

LA GESTA DE ESPARTACO

La rebelión de los esclavos fue un acontecimiento que sacudió los cimientos del Imperio Romano en el año 73 antes de Cristo (a. C.). Fue una epopeya que se destaca a lo largo de toda la historia porque los esclavos se enfrentaron con el ejército más poderoso, disciplinado y mortífero de aquellos tiempos. Los registros históricos provienen de las narraciones de Plutarco, Floro, Salustio y Apiano.

Espartaco nació en Tracia, territorio que actualmente corresponde a Bulgaria. Los tracios eran un pueblo indoeuropeo milenario conocido por su larga tradición militar, motivo por el cual Roma solía reclutar tracios para incorporarlos a sus legiones como mercenarios y Espartaco fue uno de ellos. Su espíritu de hombre libre lo llevó a desertar con la intención de regresar a su hogar. Fue atrapado y condenado a trabajar como esclavo en las minas de yeso de Nubia.

De allí nadie salía vivo, el exceso de trabajo, los castigos físicos, la escasa comida y peor aún la insuficiente cantidad de agua que recibían, los mantenía deshidratados y la mayoría moría por destrucción de los riñones. El desprecio que tenían los encargados de las minas por la vida de los esclavos, sugiere que la oferta de estos era abundante y bajo el valor de compra.

El destino de Espartaco cambió súbitamente cuando un obeso individuo, elegantemente vestido y rodeado de un pequeño séquito de esclavos, realizó una visita a las minas. Se trataba de Léntulo Batiato, un “lenisti” o entrenador de gladiadores y por lo tanto era dueño de un “ludus” que así se llamaban las escuelas de gladiadores. A medida que los circos romanos se fueron expandiendo, se profesionalizaron las luchas de gladiadores, la atracción favorita de la época, y así surgieron los ludus, donde los esclavos eran sometidos a una rígida disciplina de entrenamiento. La compra de esclavos a bajo precio y la venta a otros circos de gladiadores formados, generaba una diferencia muy redituable y como la escuela de Batiato gozaba de buena reputación, había logrado amasar una fortuna respetable.

El ojo experto de Batiato detectó, y no se equivocaba, que Espartaco reunía las condiciones para transformarse en un excelente gladiador y se lo llevó a Capua en las afueras de Roma donde tenía su escuela. Las condiciones de vida mejoraron considerablemente para Espartaco, era bien alimentado y la dura disciplina de entrenamiento resultaba un bálsamo comparado con el trabajo agotador de las minas. Pero él no estaba dispuesto a divertir al pueblo romano arriesgando su vida en la arena y se sublevó en compañía de otros 74 gladiadores.


Espartaco, por Denis Foyatier, Museo del Louvre

Vencer a la pequeña guarnición y a los entrenadores fue tarea fácil y el grupo huyó hacia el monte Vesubio. Estaba constituido por tracios, celtas y germanos y durante el trayecto se les unieron numerosos campesinos y esclavos provenientes de las residencias y palacios que asolaban. Fueron despiadados con sus ocupantes y se apoderaron de su ganado y riquezas que Espartaco, que ya era el jefe indiscutido, repartía equitativamente entre sus hombres.

Compungido porque su negocio estaba en la ruina Batiato acudió a Roma en busca de ayuda. El Senado envió 3 cohortes urbanas bajo el mando de Cayo Claudio Glabro. Las cohortes urbanas, cada una compuesta por 1500 hombres, tenían como función el cuidado de Roma y sus alrededores. Los hombres que la componían estaban lejos de poseer la disciplina y la capacidad de combate de las legiones. Esta decisión del Senado se debió a dos razones, por un lado menospreció al enemigo, al fin y al cabo eran solo esclavos, pero además, las legiones en ese momento estaban en los confines del imperio sofocando revueltas en Hispania y Asia Menor.

Cayo Claudio Glabro también subestimó a aquellos rebeldes que estaban refugiados en las laderas del Vesubio. Cuando llegó al pie del monte estableció el campamente en el único sitio accesible, las demás laderas eran escarpadas e imposibles para trepar o descender. Violando las reglas vigentes de doctrina militar solo puso guardias de vigilancia en el frente, pensando que por allí podría venir el ataque. Espartaco mostró que tenía mucho mejores nociones de táctica que su rival. Sus hombres fabricaron lianas de los árboles de olivos y descendieron durante la noche por la zona escarpada, atacando al campamento por la retaguardia y creando gran confusión sobra la tropa que dormía.

Entre ambos bandos había profundas diferencias respecto del espíritu de lucha, los soldados peleaban en cumplimiento de una orden de sus superiores, los esclavos lo hacían por la propia supervivencia y la esperanza de llegar a ser libres.
Pocos días después, Cayo Claudio Glabro y unos pocos soldados se presentaron ante el Senado, eran los únicos sobrevivientes de la feroz derrota y tuvieron que soportar las recriminaciones e insultos de los senadores por su impericia y su imprudencia. 

Esta vez, patricios y magistrados tomaron conciencia de la gravedad de la situación, los esclavos se habían convertido en un ejército dirigidos por un comandante astuto e inteligente, estaban mejor armados gracias a las armas sustraídas a las cohortes derrotadas y eran muy numerosos, ya que superaban los setenta mil hombres y contaban con una modesta caballería.

Espartaco decidió abandonar el Vesubio y dirigirse hacia el norte con el objeto de cruzar los Alpes e ingresar en territorios que no estaban bajo el control del Imperio Romano. Mientras tanto, los cónsules Léntulo y Gelio al mando de veinte mil soldados salieron en forma separada a enfrentarse con los esclavos. 

A esta altura de los acontecimientos Caxio, uno de los hombres de Espartaco decidió quedarse en Italia y se separó junto con cuatro mil esclavos. Fue la primera escisión dentro de las fuerzas rebeldes y Caxio y sus hombres pagaron caro su capricho al ser sorprendidos por las fuerzas de Gelio que los aniquiló totalmente.

Por su parte Espartaco se enfrentó con los dos cónsules y los venció en batallas separadas. Como homenaje póstumo a su camarada sacrificó a trescientos prisioneros, obligándolos a combatir entre ellos como si fueran gladiadores en lucha a muerte. Continuó su marcha hacia el norte, para atravesar los Alpes y junto a Módena se enfrentó con otro ejército romano, acaudillado por Cayo Casio, el pretor de la Galia Cisalpina, al que también derrotó.

A esta altura de los acontecimientos cometió su primer error, abandonó la idea de cruzar los Alpes y realizando un giro enigmático retornó rumbo al sur. La hipótesis más aceptada por los historiadores es que Espartaco fue presionado por sus hombres quienes convencidos de que eran invencibles estaban en condiciones de sitiar y conquistar Roma, algo que Aníbal, cien años atrás y con un ejército mucho más poderoso no se atrevió a consumar. 
En Roma, el pueblo aterrorizado veía como el ejército de Espartaco, que ya superaba holgadamente los cien mil efectivos, se aproximaba a la ciudad, Espartaco logró convencer a su gente que conquistarla era una misión arriesgadísima. El contingente siguió rumbo al sur con la idea de cruzar el mar y fortalecerse en Sicilia, para ello había hecho un trato con piratas turcos que proveerían naves para el traslado a la isla. Cuando llegó a la costa comprobó que ningún barco los estaba esperando: los piratas lo habían traicionado.

Quiso regresar, pero se encontró con Marco Licino Craso al mando de un ejército formado por 6 legiones y fuerzas adicionales que totalizaban setenta mil soldados. Craso no solo era el hombre más rico de Roma, también era inescrupuloso, despiadado y tenía vasta experiencia militar por haber participado en batallas anteriores. Envió a uno de sus lugartenientes con dos legiones, que fueron derrotadas por las fuerzas de Espartaco y muchos de los sobrevivientes desertaron. Craso mostró su capacidad de crueldad y para imponer la disciplina aplicó la decimatio, un terrible castigo en el que debía morir a manos de sus compañeros uno de cada 10 hombres de su propio ejército.

Espartaco y sus hombres estaban acorralados y obligados a dar batalla. En un gesto de grandeza, cargado de dramatismo, sacrificó su caballo diciendo que si triunfaba tendría otros para reemplazarlo y si moría en combate no lo necesitaría. La batalla fue feroz, nadie pedía ni daba cuartel, Espartaco pereció en el combate y su cadáver quedó irreconocible entre los millares de muertos. Craso obtuvo una aplastante victoria. Para escarmiento de cualquier rebelde, ordenó crucificar a los seis mil prisioneros. Todo el recorrido de la Via Apia desde Capua hasta Roma ofreció un espectáculo dantesco con miles de buitres revoloteando a la espera de la muerte lenta de los crucificados.

Varios miles de esclavos lograron huir, pero fueron masacrados por las legiones de Pompeyo que habían sido enviadas por el Senado para consolidar la victoria. Con habilidad política Pompeyo se las arregló para compartir el triunfo junto con Craso.

La guerra de los esclavos fue desastrosa para la economía de Roma, pero el imperio lo resolvió en poco tiempo con nuevos esclavos obtenidos de las exitosas campañas de Julio Cesar en la llamada Guerra de las Galias.

La epopeya de Espartaco no cambió la institución de la esclavitud ni mejoró sus leyes que prevalecieron durante todo el Imperio Romano y perduraron hasta el siglo XIX. El valor de esta gesta radica en el mensaje que dejó a la humanidad, mostrando que el ser humano, cuando lucha por sus derechos, es capaz de enfrentarse al poder de turno por más grande que éste sea. La figura de Espartaco pasó a la posteridad como sinónimo de justicia, rebeldía y libertad.

En aquellos tiempos eran pocos los que fallecían de muerte natural, especialmente si detentaban cargos importantes y comandaban ejércitos. Pompeyo y Marco Lisino Craso no escaparon a esta regla. El primero cayó en una trampa durante su campaña en Egipto, fue apuñalado por sus propios compañeros y su cabeza presentada como trofeo al rey Ptolomeo, tenía 58 años. Craso también fue víctima de una traición a la edad de 62 años cuando luchaba en Irán contra los Partos. Hecho prisionero le hicieron tragar oro derretido en alusión a su avaricia.

Spartacus. Encyclopaedia Britannica. Tomo 11, pag 73. Chicago 1995.

Spartacus. Encyclopaedia Britannica. Tomo 11, pag 73. Chicago 1995.


4 comentarios:

  1. Buenísima reseña histórica, Ricardo!!!. Fué un placer leerla mientras pensaba en la historia del poder y su repetición de diferentes formas.¿Es tan brutal antes como ahora?.Gracias . Cariños. Edith.
    Gracias. Cariños.
    Edith

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    1. No cambió nada Edith, ahora no crucifican, pero arrojan napalm y bombas en poblaciones que matan a mujeres, niños y ancianos. Antes había una esclavitud abierta, ahora es encubierta.
      }Besos

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  2. Buenísimo lo de Espartaco

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  3. Oswaldo C de Maryland16 de julio de 2018, 10:41

    Enormemente interesante y bien escrito, Ricardo, tu blog sobre Espartaco. Gracias por mandar.

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