viernes, 11 de noviembre de 2016

LAS VISIONES DE HILDEGARD DE BINGEN


Hildegard de Bingen (1089-1179) fue, quizás, la figura más destacada en el pensamiento académico medieval, no solo por su talento creativo, sino también por su espíritu independiente, en una época de la historia en que prevalecía el dogma sobre la razón. En una sociedad dominada totalmente por hombres supo abrirse paso con persuasión, habilidad política y un dominio de la dialéctica aplicada al razonamiento.

Dedicó gran parte de su inquietud intelectual en comprender el mundo y sus misterios y estaba considerada como una persona que poseía la virtud de curar a los enfermos. Es uno de los personajes de la época que más produjo en diversas áreas, como literatura, pintura y música. Actualmente, en las buenas casas dedicadas al género musical, se pueden conseguir piezas atribuidas a esta singular mujer. En cuanto a la pintura su arte fue revolucionario para la época.


Una porción de esta imagen se extiende fuera del marco, concepto que no ha sido repetido en la historia de la pintura.

Infancia y adolescencia
Hildegard era de cuna noble y, por ser la hija número 10 de la familia, fue entregada a la Iglesia, según la costumbre de la época. Ignoramos si tenía o no vocación, pero es indudable que esta decisión de ingresar a un convento la benefició enormemente, ya que, por entonces, era imposible para una mujer tener acceso a los libros y dedicarse a actividades creativas. 

La vida monacal le concedió la libertad suficiente para leer, escribir, dibujar, componer y hacer volar el pensamiento. En plena Edad Media, abundaban los conventos y órdenes religiosas que mantenían reglas lo suficientemente laxas para que sus miembros gozaran de cierto grado de libertad.

Hildegard ingresó en la Orden de los Benedictinos, en el convento Monte San Disibodo, en la ciudad alemana de Maguncia, que era mixto, aunque hombres y mujeres estaban distribuidos en áreas separadas.

A los 18 años recibió los hábitos de monja, pero desde la infancia tenía visiones de objetos luminosos que las atribuyó a designio divino y ocultó celosamente. No obstante, comenzó a dibujarlos. Muchos de ellos se conservan en la actualidad y son motivo de diversas especulaciones entre los investigadores, aunque hay consenso de que la monja volcaba en el papel las imágenes ópticas de episodios de aura que precedían a sus cuadros de migraña.

Imágenes en escalera o de almenas como en las fortalezas medievales, que son características de los episodios de aura en la migraña.

La inquieta abadesa
A los 38 años, Hildegard ya era abadesa y dirigía el monasterio. Debido al creciente número de miembros, trasladó la comunidad a Binge, cerca de Maguncia, y también a orillas del Rin.

Para una personalidad como la de ella, activa y curiosa, las paredes del monasterio no fueron obstáculo para su afán de conocer otras ideas. Siendo abadesa, tenía libertad de viajar y visitó diversas ciudades de Alemania y Suiza, llegando, incluso, hasta París. Donde iba, daba sermones con gran elocuencia que los asistentes escuchaban absortos.

Fue dura con los movimientos que la Iglesia consideraba herejes, como los cátaros y los albigenses, pero mostró gran amor por el prójimo y frecuentemente, asistió a personas enfermas que acudían al monasterio, influenciadas por la fama de sanadora que tenía Hildegard. 

Su fuerte concepto de justicia la puso en más de una oportunidad en problemas con sus superiores, como en la ocasión en que otorgó sepultura cristiana a un hombre joven que estaba excomulgado. El convento sufrió una interdicción, pero Hildegard, con su capacidad de persuasión, expuso sus convicciones y la sanción fue revocada.

Su talento y fama la llevaron a mantener una fluida correspondencia epistolar con emperadores, papas, obispos, gente de la nobleza y monjas de otras congregaciones.
Una de las virtudes que tenían los monasterios y órdenes religiosas era la de archivar celosamente todos los escritos que producían sus integrantes. Gran parte de la información que poseemos de la Edad Media se debe a esa sana costumbre. 

En el caso de Hildegard, se conservan las partituras de 72 piezas musicales, muchas de las cuales se pueden conseguir hoy. Las composiciones de Hildegard fueron largamente ignoradas por los musicólogos hasta bien entrado el siglo XX. Esto se debió a que su música, a semejanza de sus escritos y pinturas, rompió con los cánones de la época. Si bien fue uno de los pocos compositores medievales identificados con nombre propio, Hildegard no fue incluida en los textos musicales, debido a que su estilo único no se reconciliaba con el canto gregoriano de carácter moncorde que prevalecía por entonces. Su vocabulario musical contiene rangos vocales que abarcan hasta dos octavas, saltos amplios y floridas melodías.



Fragmento de partitura de una de las piezas musicales de Hildegard.

En lo que respecta a su obra literaria, Hildegard escribió setenta poemas y nueve libros, dos de los cuales se refieren a consejos médicos y farmacéuticos y a las propiedades de diversas hierbas.

Sus principales obras son tres y están dedicadas a la teología: Scivias, Liber Vitae Meritorum y De Operatione Dei. Estos tratados están muy vinculados con sus visiones, a menudo enigmáticas, pero llamativas y provocativas.

Cosmogonía y visiones de Hildegard
El material escrito producido por Hildegard es abundante y está salpicado de inquietantes y curiosos diseños totalmente alejados de la pintura religiosa que caracterizó a la Edad Media. Se podría decir que fue una precursora del abstracto y del surrealismo que surgieron ochocientos años más tarde.


Cuando se pretende interpretar las concepciones de Hildegard sobre temas vinculados con la ciencia, surgen ciertas dificultades. Una de ellas es la receptividad de su mente en continua evolución, que hace que visiones y teorías que aceptó en sus primeros trabajos fueran modificadas, alteradas y renovadas en trabajos posteriores.

Sin embargo, lo más fascinante de su obra es la actitud que adoptó hacia los fenómenos de la naturaleza y el universo. Para el pensamiento de Hildegard no había distinción entre los eventos físicos, las verdades morales y las experiencias espirituales. La fusión del universo externo con el interno acercó a Hildegard a una serie de visionarios medievales que culminan en Dante.

En la concepción de Hildegard, existe interdependencia entre las ideas de la naturaleza y del hombre, el mundo moral y el material, el universo, las esferas, los vientos, los humores, el nacimiento, la resurrección de los muertos y la naturaleza de Dios.
  
En la actualidad, separamos las ideas en categorías científicas, éticas, teológicas, filosóficas y artísticas, y consideramos una virtud encasillar los pensamientos dentro de límites que formamos deliberadamente. Para Hildegard, esta forma de segregación de ideas habría sido incomprensible. En su cosmovisión, lo material y lo espiritual estaban interconectados o directamente nunca estuvieron separados.

Bases patológicas de las visiones de Hildegard
 Al estudiar el fenómeno de las visiones de Hildegard, hay varias evidencias sobre su origen neurológico: sus propias descripciones, los informes de sus contemporáneos, biógrafos, como Teodorico y Godefrid, y las miniaturas del Wiesbaden Codex, preparadas bajo su supervisión.

Es evidente que, a pesar de su longevidad y la gran actividad que desarrolló a lo largo de la vida, Hildegard no gozó de buena salud. Desde la infancia tuvo episodios de trances y visiones y, periódicamente, estaba postrada durante prolongados períodos, sin que esto fuera impedimento para que continuara gobernando la comunidad religiosa.

Refiriéndose a sus visiones, Hildegard manifestó claramente que no se presentaban mientras dormía ni cuando soñaba, sino en estados de perfecta alerta e independientemente de que tuviera los ojos abiertos o cerrados. En muchos de sus dibujos, aparecen numerosas estrellas, y la imagen más destacada es un punto o un grupo de puntos de luz que se desplazan en forma de ondas o llamaradas. Se repiten con frecuencia imágenes que semejan las almenas de una muralla o de una fortificación. Estas figuras coinciden con las descripciones que hiciera 700 años después el astrónomo británico Sir George Airy sobre sus propios episodios de migraña.

Hildegard falleció en septiembre de 1179 a la edad de 90 años. Los eruditos de la Iglesia evaluaron la posibilidad de santificarla, pero no consiguieron documentar hechos milagrosos atribuidos a ella a lo largo de su vida. En realidad, el verdadero milagro fue su abundante legado adelantado a su época y que, aun hoy, sigue siendo motivo de estudio y especulaciones.

Bibliografía


4 comentarios:

  1. Gracias esta bueno!
    Hay una pelicula sobre ella interesante
    De Margarethe von Trotta,
    abrazos

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  2. Oswaldo C de Maryland12 de noviembre de 2016, 16:32

    Cuánto me gustó tu reseña histórica de Hildegard, Ricardo. He leído uno solo de sus libros sobre espiritualidad y supe que también fué avanzada en su talento musical. Ciertamente ella era tesoro y estrella de la época medioeval

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