domingo, 12 de julio de 2015

EL OTRO

El hombre está caminando por Buenos Aires y llega a la plaza San Martín, entonces lo atrapa el deseo de sentarse en un banco y relajarse. Porque el hombre es una persona de edad avanzada que frisa los 70 años y está fatigado. Se sienta, se relaja y contempla los árboles, deleitándose con el canto de los pájaros. Piensa que las plazas de la ciudad de Buenos Aires, donde abundan árboles de distintas especies, están siempre llenas de aves. Observa a unos chicos jugando con una pelota, que con sus gritos y risas son los únicos que rompen la paz del lugar. 

Suspira satisfecho, recuerda que tiene el periódico y se dispone a leerlo  cuando lo distrae una madre llevando un par de bebés que resultan ser gemelos y los sigue con la mirada. Entonces se percata que en el otro extremo del banco se encuentra un joven sentado, bien trajeado que está leyendo un libro.

Está por volver a la lectura del diario, pero hay algo raro en la otra persona que lo deja inquieto y esta vez la observa con más detenimiento y de pronto descubre que es él mismo cuando tenía 25 años. En ese momento, el joven comienza a tararear una canción que al hombre le trae recuerdos de su adolescencia y que también la cantaba, aunque ahora la tenía casi olvidada. Abrumado por la curiosidad se levanta y enfrenta al muchacho, observa que tiene el mismo traje que él recuerda haber usado en su casamiento por el civil.

Se aproxima un poco más y le llega una fragancia de agua colonia la misma que él se colocaba en el cabello cuando aún lo tenía oscuro y abundante. El aroma le trae numerosas escenas de aquellos tiempos, fenómeno que ya había sido señalado por Proust en su obra cumbre En busca del tiempo perdido, y es que el olfato y el gusto están fuertemente relacionados con los centros de la memoria y los recuerdos. El escritor francés se había adelantado cien años a las neurociencias.

El joven, o mejor dicho el hombre cuando era joven, eleva los ojos del libro y mira con curiosidad al anciano que lo observa con expresión de enorme asombro. Éste tiene un montón de preguntas para hacerle que se acumulan desordenadamente en su cerebro. Se dispone a hablar y de pronto se encuentra sentado en el banco. En la otra punta ahora hay una señora que lo mira sonriente, que se levanta, recoge el diario que se le había caído y se lo entrega. El hombre confuso atina a expresar un agradecimiento y añade “me quedé dormido, todo ha sido un sueño”. La mujer lo mira sin entender, lo saluda y se va.

Un hecho similar le ocurrió a Jorge Luis Borges, episodio que volcó en su cuento El otro, que forma parte del Libro de Arena. Borges relata un acontecimiento que, según afirma, le tenía angustiado. Se encontraba en Cambridge, al norte de Boston sentado en un banco frente al río Charles, mientras recordaba las sensaciones vividas en su reciente conferencia. De pronto notó que en el otro extremo del banco se hallaba sentado un joven a quien reconoció como a él mismo, que aseguraba encontrarse en Ginebra, en 1918.

El cuento gira sobre el diálogo de estos dos personajes, el Borges anciano junto al río Charles y el Borges joven a orillas del Ródano.
Me le acerqué y le dije:
-Señor, ¿usted es oriental o argentino?
-Argentino, pero desde el catorce vivo en Ginebra -fue la contestación.
Hubo un silencio largo. Le pregunté:
-¿En el número diecisiete de Malagnou, frente a la iglesia rusa?
Me contestó que si.
-En tal caso -le dije resueltamente- usted se llama Jorge Luis Borges. Yo también soy Jorge Luis Borges. Estamos en 1969, en la ciudad de Cambridge.
-No -me respondió con mi propia voz un poco lejana.
Al cabo de un tiempo insistió:
-Yo estoy aquí en Ginebra, en un banco, a unos pasos del Ródano. Lo raro es que nos parecemos, pero usted es mucho mayor, con la cabeza gris.”

A esta altura del cuento, El Borges anciano intenta convencer al joven de que ambos son la misma persona, aunque estén separados por medio siglo de vida. Como prueba, le relata intimidades que sólo uno mismo puede saber: un mate de plata con un pie de serpientes que trajo del Perú el bisabuelo y los libros que había en el armario. El Borges anciano menciona los tres tomos de Las mil y una noches de Lane, el diccionario latino de Quichierat y así sigue precisando con exactitud los volúmenes del primer estante.

En un momento de la conversación el Borges anciano le pregunta al joven Borges si quiere saber sobre el porvenir que le espera que es el equivalente a su pasado y el joven asiente. Entonces el Borges anciano le describe acontecimientos de su familia, le habla de que habrá una segunda guerra mundial, peor que la primera que acababa de terminar. Le relata los sucesos políticos que ocurrirán en Argentina, e incluso le cita algunos de los poemas y cuentos que escribirá.

En un momento del diálogo el joven Borges, usando la lógica elemental le pregunta al anciano:
“Si usted ha sido yo, ¿cómo explicar que haya olvidado su encuentro con un señor de edad que en 1918 le dijo que él también era Borges?
No había pensado en esa dificultad, le respondí sin convicción: tal vez el hecho fue tan extraño que traté de olvidarlo.
Aventuró una tímida pregunta:
-¿Cómo anda su memoria?
Comprendí que para un muchacho que no había cumplido veinte años; un hombre de más de setenta era casi un muerto. Le contesté:
-Suele parecerse al olvido, pero todavía encuentra lo que le encargan.
Estudio anglosajón y no soy el último de la clase.”
La conversación se había alargado demasiado y el cuento de El otro finaliza de esta manera:
“Le propuse que nos viéramos al día siguiente, en ese mismo banco que está en dos tiempos y en dos sitios. Asintió en el acto y me dijo, sin mirar el reloj, que se le había hecho tarde. Los dos mentíamos y cada cual sabía que su interlocutor estaba mintiendo. Le dije que iban a venir a buscarme.
-¿A buscarlo? -me interrogó.
-Sí. Cuando alcances mi edad habrás perdido casi por completo la vista. Verás el color amarillo y sombras y luces. No te preocupes. La ceguera gradual no es una cosa trágica. Es como un lento atardecer de verano. Nos despedimos sin habernos tocado. Al día siguiente no fui. El otro tampoco habrá ido.

"He cavilado mucho sobre este encuentro, que no he contado a nadie. Creo haber descubierto la clave. El encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormenta el encuentro.
El otro me soñó, pero no me soñó rigurosamente.”
Borges al escribir El otro, nunca le da al lector la chance de una explicación lógica de un encuentro que resulta imposible por lo sobrenatural. Jamás admite que era él el que soñaba.



Jorge Luis Borges (1899-1986). Fotografía de Diane Albus tomada en Central Park.


Jorge Luis Borges. El otro. Libro de Arena, publicado en 1975.

3 comentarios:

  1. Oswaldo C de Maryland13 de julio de 2015, 7:25

    Que bien pensado y bien escrito, Ricardo! Gracias por mandar. En cuanto al último párrafo, a mí personalmente me parece que lo sobrenatural tiene que ser posible. Si no existe lo sobrenatural tampoco puede existir lo natural, ya que este es causado por aquel.

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  2. Hola Ricardo! Muy bueno el relato. Está también en tu libro sobre los sueños, no?
    Qué te parece la "solución" de Borges? La copio abajo. Para mí se hace un lío porque se trata de dos eventos diferentes. El "otro" (él mismo cuando era joven) soñó ese encuentro. Él (el Borges anciano) lo vive en realidad. Subsiste entonces el hecho de que es parte de la vida del otro haber tenido esa entrevista realmente. Si el otro la hubiera soñado meramente, él (el anciano) debería estar en la misma situación....La objeción que el otro le hace es impecable. No se pueden mezclar los tiempos.
    Por lo menos, así lo veo yo....
    Te mando un abrazo

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    1. Efectivamente, la objeción del otro es lapidaria, es la eterna paradoja del tiempo que nos fascina y que desde George Wells en su obra La máquina del tiempo, ha sido utilizada asiduamente por los autores de ciencia-ficción.
      En el cine, la obra cumbre fue "Volver al futuro" del entonces joven Fox que le agregó una excelente dosis de humor
      Abrazo

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