viernes, 15 de junio de 2018

UN EPISODIO DE LA FIEBRE AMARILLA EN BUENOS AIRES


La epidemia
En 1870, después de seis años finalizó la trágica y desastrosa guerra de la Triple Alianza donde Paraguay, el país vencido, quedó devastado. Por su parte, la economía argentina quedó maltrecha durante décadas y se calcula que alrededor de 25.000 argentinos perdieron la vida en los campos de batalla. Sin embargo, faltaba el latigazo final de este luctuoso acontecimiento de la historia.

El verano de 1871 fue pesado, caluroso y húmedo, ideal para el crecimiento del mosquito Aedes aegypti, el agente transmisor de la fiebre amarilla, enfermedad que vino junto con los soldados que regresaban de la guerra.

Hay una fecha precisa del inicio de la epidemia cuando el 27 de enero fallecieron tres personas, el diagnóstico fue gastroenteritis e inflamación de los pulmones, pero los días siguientes se produjo una escalada de casos con alto grado de mortalidad.

Fue entonces cuando el doctor Eduardo Wilde declaró que se trataba de una epidemia de fiebre amarilla y con este diagnóstico logró sacudir la apatía de las autoridades de Buenos Aires. Se suspendió el carnaval y como los hospitales estaban sobrepasados se habilitaron edificios que cumplieron esa función. También se creó una Comisión Popular de Salud Pública constituida por médicos, enfermeros, farmacéuticos y personal de apoyo logístico.

Pronto el número de muertos superó los 300 diarios y obligó a la inauguración de un nuevo cementerio: el de la Chacarita. La población entró en pánico y se produjo un éxodo masivo de los habitantes. Cuando estas catástrofes ocurren suceden gestos de heroísmo y de nobleza, pero son más numerosos los episodios que ponen al descubierto los bajos instintos humanos. Como la mayoría de los casos ocurrieron en el barrio de San Telmo, donde los inmigrantes estaban hacinados en conventillos, se difundió la xenofobia contra los italianos, que eran la mayoría. Abundaron los robos en las casas donde sucumbió toda la familia, pero lo peor fue el éxodo de quienes debían haber afrontado la epidemia. Dos tercios de los médicos de Buenos Aires y el presidente Sarmiento con su gabinete abandonaron la ciudad junto con senadores y jueces y se dirigieron a Mercedes.

El 9 de abril el número de muertos alcanzó el pico máximo y las víctimas eran amontonadas en carros y arrojadas a las fosas. Se estima que un 2% estaban vivos cuando los enterraron, o reaccionaron y se salvaron cuando los despertó el baldazo de cal.

A partir de la tercera semana de abril comenzó a descender la mortalidad en forma exponencial. ¡Alabado sea el Señor que finalmente ha escuchado nuestros ruegos!, clamaron las voces de los creyentes. La realidad es que junto con el descenso de la temperatura cesó la actividad del mosquito, pero por entonces se desconocía su relación con la enfermedad. Faltaban 10 años para que el médico cubano Carlos Finlay descubriera el ciclo de transmisión de la fiebre amarilla.

El cuadro
El pintor uruguayo Juan Manuel Blanes registró la epidemia en un óleo impactante por su sensibilidad y que con solo verlo llega hasta las profundidades del alma de quien lo observa.

Dos médicos que ingresan a la humilde habitación de un conventillo se detienen en la puerta agobiados ante el espectáculo que se les ofrece. Uno es el Dr. Cosme Argerich quien se quita el sombrero en señal de dolor y respeto. El otro es el Dr. Roque Pérez. Ambos tienen la mirada fija en el piso donde se encuentra tirada una mujer joven y a su lado un bebé llorando busca uno de sus senos para saciar su hambre. Un adolescente descalzo y de ojos brillantes de lágrimas observa a los médicos con mezcla de ansiedad y angustia. Detrás en un lecho se encuentra el cuerpo semidesnudo del padre. Lo primero que piensa el observador es cómo sobrevivirá el muchacho y su pequeño hermano, ambos huérfanos en aquella caótica Buenos Aires.

Juan Manuel Blanes (1830-1901). Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires. Museo Nacional de Artes Visuales, Montevideo, Uruguay.

Blanes homenajea a estos dos médicos Argerich y Roque Pérez, que trabajaron hasta caer agotados y víctimas ellos mismos de la fiebre amarilla. 

Gracias al parte policial del Comisario Lisandro Suárez, se sabe que la mujer que yace en el piso era italiana, se llamaba Ana Brisitiani y vivió en un conventillo de la calle Balcarce hasta encontrar su trágico fin el 17 de marzo de 1871. 

Fue por esos días que Blanes realizó la pintura y por el realismo que tiene, o el pintor fue testigo del hecho, o se lo relataron en todos sus detalles. La imaginación vuela y nos retrotrae al momento en que esa familia llegó al puerto de Buenos Aires soñando con una tierra prometida truncada por la fatalidad del destino.

El artista

                                       Juan Manuel Blanes (1830-1901)

Juan Manuel Blanes nació en Uruguay y tuvo una infancia dura hasta que a la edad de 24 años logró afianzarse como pintor retratista, instalando su taller en Montevideo. Por entonces conoció a la que sería su primera esposa María Linari casada con un tal Copello y de ese matrimonio había nacido una hija. 

María y Blanes se enamoraron y al poco tiempo huyeron a la ciudad de Salto escapando de la ira de Copello. De allí la pareja se trasladó a Concepción del Uruguay, donde comenzó una etapa importante del pintor cuando consiguió el mecenazgo del general Justo José de Urquiza, caudillo, gobernador de la provincia de Entre Ríos y presidente durante 6 años de la Confederación Argentina. Fue además, un hábil comerciante que le permitió llegar a ser uno de los personajes más ricos del país.

En su palacio de San José y bajo las indicaciones de Urquiza, Blanes pintó escenas de las hazañas y combates del general caudillo. Sin embargo, era consciente de que había llegado a un tope de su técnica y que el ambiente local no podía ofrecerle mayor expansión a su talento.

Mediante una beca otorgada por el gobierno uruguayo, Blanes realizó estudios en París, Roma y Florencia adquiriendo una depurada técnica académica que orientó hacia el naturalismo. Durante los varios años en que permaneció en Europa, pintó numerosas obras y varias de ellas las envió adelantadas por barco a Montevideo. El tiempo pasaba y no recibía noticias de la recepción de sus cuadros, hasta que finalmente le llegó una carta que lo dejó helado. Su esposa María tuvo que ayudarlo a sentarse para no caer al suelo. La nave había naufragado y meses de trabajo artístico se habían ido al fondo del mar.

Fue a su regreso que además de consagrarse como retratista en Montevideo, pintó Episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires, que fue expuesto el 8 de diciembre de 1871 en el foyer del Teatro Colón, ante un público que lo contempló con admiración y tristeza porque aún no se habían cerrado las llagas que la epidemia había dejado en la sociedad.

La intrusa
Blanes ya era famoso en ambas orillas del Río de la Plata y a su atelier acudían personajes de la alta sociedad y de la política para ser retratados. Su futuro económico estaba asegurado y a su alrededor la vida seguía un curso pacífico casi monótono, pero un día ingresó al atelier una dama porteña que llegó de Buenos Aires para hacerse retratar por el artista. A semejanza del espejo que recibe una pedrada, estalló en añicos la armonía del grupo familiar.

Se presentó como Carlota Ferreira, viuda de Regúnaga. Era una hembra soberbia, alta y algo excedida en peso que aportaba mayor atractivo a sus nalgas y senos. De mirada penetrante y labios carnosos posó durante varias semanas y Blanes sucumbió a sus encantos, la pintó elegantemente vestida y también completamente desnuda como las dos majas de Goya. A este cuadro lo tituló “Mundo, demonio y carne”.


                  Mundo, demonio y carne. Museo Blanes, Montevideo.

Nicanor, el hijo pintor de Blanes no escapó al hechizo de Carlota y perdidamente enamorado, se la quitó al padre y escapó con ella a Buenos Aires, Carlota tenía 45 años y él 26. La diferencia de edad, la vida disipada y mundana de Carlota, en contraste con el espíritu organizado de Nicanor, pronto pusieron fin al incipiente matrimonio. Nicanor regresó a Montevideo y logró una reconciliación parcial con su padre.

 Por entonces María, la esposa de Blanes, había fallecido de diabetes y para reconstruir el lazo familiar y por razones profesionales, padre e hijo volvieron a Europa y después de un tiempo Blanes regresó solo a Montevideo. Nicanor se quedó, recorrió países y llegó hasta Medio Oriente. Los historiadores perdieron su rastro, así como su padre que nuevamente en Europa trató de encontrarlo. Juan Manuel Blanes falleció el 15 de abril de 1901 en Pisa, Italia durante la búsqueda infructuosa de Nicanor.

Guillermo Pérez Rossel. Sobre la sensibilidad y la fiebre amarilla. El País. Viajes. http://viajes.elpais.com.uy/2015/04/04/sobre-la-sensibilidad-y-la-fiebre-amarilla/
Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires. Museo Nacional de Artes Visuales. http://mnav.gub.uy/cms.php?o=77. Bajado el 04/05/2018.
Datos biográficos. Museo de Bellas Artes Juan Manuel Blanes. http://blanes.montevideo.gub.uy/coleccion/juan-manuel-blanes/datos-biograficos Bajado el 06/05/2018.
María Esther de Miguel. El general, el pintor y la dama. Planeta, 1996. Buenos Aires.

Felipe Pigna. Cuando la fiebre amarilla azotó Buenos Aires. Clarín 14/01/2018.

6 comentarios:

  1. Comentario dramático sobre una desgracia de epidemia fatal y una huida vergonzosa de los responsables de controlarla....no es la primera vez que huyen....lo siguen haciendo reiteradamente....hasta nuestros días....

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  2. Me gustó mucho el artículo. Gracias!

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  3. Querido " AMIGAZO", Buenos dìas, todos los Temas del Mordaz son muy interesantes, pero este me llega y me parece uno de los más sobresalientes, que talento y que Informaciòn. BRILLANTE!!!!
    Muchas gracias por el envìo. FUERTE ABRAZO,para anche la Sig, parlante di Italiano!!!!
    Pròximo esncuentro 06-07.
    ABBRACCIONE!!!!

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  4. Oswaldo C de Maryland17 de junio de 2018, 10:10

    Hola, Ricardo: Estoy en Worcester, Massachussetts unos pocos días, en la casa de Isabel y Martín, a quienes Uds. conocen.

    Que fantásticsmente buena tu historia sobre Blanes y la fiebre amarilla en Buenos Aires. No sabía nada de eso. Es difícil imaginar una epidemia de más de 300 muertos diarios.

    Aquí en EE UU, hay desafortunadamenta una epidemia que mata al rededor de un millón de seres humanos por año: el aborto. Sé que hay el peligro que se legalice el aborto también en Argentina, ya que creo que Macri no dará su veto a tal propuesta.

    Abrazo

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    Respuestas
    1. Hola Ché:

      Para mí el tema del aborto es una confrontación entre dogma y ciencia o entre dogma y salud.
      A Galileo le aplicaron el dogma que no tiene base científica y casi lo quemaban si no se retractaba. Los católicos practicantes no pueden imponer sus conceptos dogmáticos, sobre el resto de la población que profesa otras religiones, es agnóstica o es atea. En los países en que se aplicó el aborto libre y gratuito, no aumentó la tasa de abortos, pero se redujo en forma drástica la mortalidad en las mujeres.

      Pasando al tema de la pintura, creo que ese cuadro es uno de los más conmovedores, especialmente porque fue un hecho verídico.

      Abrazo
      Ricardo

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