sábado, 27 de mayo de 2017

LOS INGLESES Y LA INDIA

La llegada de la East India Trading Company
Cuando Inglaterra incorporó la India a sus posesiones se transformó en el imperio más vasto de la historia, mucho más extenso que la Roma imperial, pero también más efímero. La conquista de la India no fue una aventura de pocos meses ni se logró mediante importantes batallas, pero podemos ponerle una fecha de inicio: la tarde de un 24 de septiembre de 1599.

Todo comenzó con un episodio de muy escasa trascendencia cuando ese día se reunió un puñado de comerciantes en Londres. Estaban preocupados e indignados, porque Holanda, que por entonces manejaba el mercado de la pimienta, había aumentado en una libra esterlina el valor de esta especia, muy apreciada en las mesas inglesas.

Decidieron formar una empresa que se llamó East India Trading Company, consiguieron un préstamo que les otorgó la reina Isabel I y ocho meses más tarde el Hércules, un galeón de quinientas toneladas, recaló en el pequeño puerto de Surat, al norte de Bombay. Era el 24 de agosto de 1600 y tanto los comerciantes ingleses como los hindúes ni remotamente se imaginaron que se iniciaba la conquista de uno de los territorios más vastos y el más poblado del planeta.
                                         Escudo de la Compañía

William Hawkins, el capitán del Hércules, un avezado marino, muy aventurero, hábil diplomático y poco escrupuloso, digamos casi un pirata, se entrevistó con el Gran Mogol que gobernaba un estado turco islámico del continente indio. Jehangir, que así se llamaba el hombre más rico y poderoso del mundo, a cuyo lado la reina Isabel se reducía a la soberana de un pequeño feudo, quedó embelesado ante la habilidad diplomática del inglés, que además dominaba el idioma turco. Le autorizó a la compañía para que abriera varias sucursales y hasta le cedió a Hawkins, la muchacha más hermosa de su harén.

                           El emperador Jehangir

Muy pronto en los muelles del Támesis empezaron a llegar con regularidad mensual dos navíos cargados de pimienta, caucho, azúcar, seda y algodón y regresaban a la India con las bodegas abarrotadas de productos manufacturados. La compañía fue adquiriendo enorme poder económico y pese a que llegó con la consigna de “Trade not territory”: comercio sin objetivo territorial, el desarrollo de los negocios, llevó a sus agentes a intervenir necesariamente en los conflictos locales.

Una conquista subrepticia
Lentamente, casi sin quererlo, el territorio que poseía la compañía se fue expandiendo y comenzó a poseer fuerza militar propia que creció en forma considerable cuando Francia también empezó a interesarse en sacar tajada de aquel fascinante mundo. La Compañía que ya contaba con un verdadero ejército, derrotó a las fuerzas francesas en diversos enfrentamientos que finalmente abandonaron sus pretensiones sobre la India y dejó a Inglaterra en completa libertad de acción.

                           General Robert Clive

A mediados de 1757 el general Robert Clive, al frente de un batallón de infantería y con apoyo de cipayos indígenas, bajo la lluvia torrencial del monzón, liquidó a las fuerzas de un turbulento sultán en los arrozales de Bengala. Esta victoria le abrió a la Compañía toda la India del norte y los puertos del este.


En 1858, el Parlamento inglés puso fin a la Compañía y dio origen al virreinato. A partir de ese momento la joven Reina Victoria se transformó en Emperatriz de la India incorporando a Gran Bretaña trescientos millones de hindúes, que por entonces significaban la quinta parte de la humanidad. A comienzos del siglo XX sesenta mil soldados británicos y doscientos mil soldados indígenas, tenían bajo su control toda la India. Se multiplicaron los típicos clubes donde comerciantes, militares, recaudadores de impuestos e ingenieros del ferrocarril, trasplantaron el microclima londinense, con sus reuniones de gala, sus deportes y sus juegos preferidos, regados con abundante whiskey. Existía la profunda convicción entre todos esos súbditos de su Graciosa Majestad, de que pertenecían a una raza que Dios había elegido para gobernar y someter.

El aislamiento respecto de la población nativa era total, pese a lo cual lograron imponer en todo el país el idioma inglés, que permitió que los hindúes lograran comunicaran entre sí ya que tenían más de 30 lenguas en una verdadera Babel de incomunicación.

La ventaja del idioma fue aprovechada por muchos hindúes de clases más pudientes, que por ser miembros del imperio tenían derecho a ingresar en las universidades inglesas. De ellas egresaron como abogados los hombres que liderarían los movimientos independentistas, siendo los dos más importantes Sri Pandit Jawaharlal Nehru y Mahatma Gandhi.


                          Sri Pandit Jawaharlal Nehru y Mahatma Gandhi.

Los ingleses pierden el control de la colonia
A medida que avanzaba el siglo XX la colonia se iba transformando en un volcán, el movimiento nacionalista encabezado por Gandhi que impuso el método de la resistencia pasiva y la no violencia, puso en jaque al poder británico, por entonces la mayor potencia mundial. Hizo que millones de hindúes utilizaran la primitiva rueca para confeccionar sus propias ropas contra la importación de las telas inglesas, produciendo un duro golpe a la industria textil inglesa.

La otra acción que trascendió las fronteras, y más tarde inspiró a Martin Luther King, fue la marcha de la sal. Como una forma más de dominio, los ingleses, al ocupar el territorio hindú se apropiaron de la producción de sal que hasta ese momento era un acto libre del pueblo. Después de un recorrido a pie de 300 kilómetros, Gandhi llegó el 5 de abril de 1930 a la costa del océano Índico. Avanzó dentro del agua y recogió entre sus manos un poco de sal. Mediante este gesto sencillo, pero altamente simbólico, alentó a sus compatriotas a violar el monopolio impuesto por el gobierno británico sobre la producción y distribución de sal.


                          Gandhi encabeza la gigantesca marcha de la sal

Pero sin duda el problema más grave con el que se enfrentaban las fuerzas inglesas era el antagonismo irreconciliable que existía entre los trescientos millones de hindúes y los cien millones de musulmanes. Estos últimos exigían que Gran Bretaña desgarrase la unidad del país para otorgarles un territorio propio.

Si bien ambas etnias convivían en una misma ciudad y comerciaban entre sí, vivían en barrios separados y con profundas diferencias religiosas y de modo de vida. Por dar un solo ejemplo, los musulmanes no soportaban que con la escasez de alimentos hubiera millones de vacas desplazándose por las calles, merodeando los puestos de comida sin que se las pudiera ahuyentar y menos matarlas para comer. Además, el Islam representaba una fraternidad de creyentes, mientras que el sistema de castas y subcastas de los hindúes era interminable y divisionista.

Cualquier hecho trivial despertaba una estampida de odio que dejaba decenas de muertos y heridos. Los episodios se venían repitiendo en todo el territorio con frecuencia alarmante. El virrey mariscal Archibal Wavell, era consciente de la inminente amenaza de una devastadora guerra civil, sabía que sus fuerzas no podrían controlarla y que la única solución era darle a la India su independencia. El factor disparador fue la masacre de Calcuta, una metrópoli con fuerte reputación de salvajismo y de violencia. El 16 de agosto de 1946, hordas de musulmanes enardecidos blandiendo barras de hierro, porras, hachas y picos, asesinaron implacablemente a todos los hindúes que encontraban y quemaron sus bienes y hogares. Pocas horas después, los hindúes hicieron lo mismo sin que la policía aterrada intentara frenarlos. Después de 24 horas las calles de varios barrios de Calcuta estaban cubiertas de cadáveres, sobrevoladas por mies de buitres que se hartaron de comer carne humana.

Wavell no esperó más, se trasladó a Londres y expuso la situación ante el Parlamento. Winston Churchill fue el único que se opuso a la independencia de la colonia y sostuvo que Gran Bretaña no podía claudicar ante “ese faquir medio desnudo”, en referencia a Gandhi. Se negaba a aceptar que el tal faquir tenía el poder de movilizar a toda la India y que se había convertido en el líder de masas más grande en toda la historia de la humanidad. Para Churchill, la independencia de la India significaba un golpe atroz para el imperio. Ignorando este vaticino, la Cámara de los Comunes votó por aplastante mayoría el final del reinado de Gran Bretaña sobre la India.

Un piloto de tormentas
El Primer Ministro Clement Attlee, convocó al hombre que según su criterio, era el más capacitado para asumir como virrey e iniciar los mecanismos que le permitieran a la India la mejor transición posible hacia la independencia. El almirante y lord Louis Francis Mountbatten provenía de una dinastía que se remontaba a Carlomagno y en su árbol genealógico abundaban reyes, káiseres y zares y como si esto no bastara, también era el nieto de la Reina Victoria.

                   Almirante Lord Louis Francis Mountbatten

Pero no era por su linaje que Attlee lo convocaba, sino por su habilidad como político, diplomático y militar. Durante la Segunda Guerra Mundial sobresalió en operaciones de mar y especialmente en tierra donde con el cargo de comandante supremo interaliado en el Sudeste asiático condujo a un ejército desalentado y desorganizado a lograr la victoria terrestre más grande contra los japoneses.

En cuanto arribó a Nueva Delhi donde se encontraba el palacio de los virreyes, que no tenía nada que envidiarle a Versailles o al Kremlin, Mountbatten fue coronado como el vigésimo virrey de la India. La pompa y la gala no le mejoraron el ánimo que traía desde que lo designaron en ese cargo, era consciente de que tenía por delante una tarea hercúlea. Pronto la realidad le demostraría que sería mucho peor de lo que imaginaba.

Lo primero que hizo Mountbatten fue romper con todos los protocolos y sobre todo abandonar el aislamiento que durante siglos separó a los virreyes del resto de la población local. A partir de su asunción, todas las reuniones políticas o sociales en el palacio, contarían con un porcentaje de hindúes similar al de ingleses. Visitó a Nehru en su modesta residencia de Nueva Delhi y lo conquistó con su sencillez y habilidad diplomática. Nehru dejó sentado en sus Memorias que “volvía a encontrar en Mountbatten y su mujer a la Inglaterra acogedora y liberal de su juventud de estudiante”.

Mountbatten también tuvo entrevistas con Gandhi que compartía con Nehru la idea de independizar a la India sin fragmentarla, pero al intentar dialogar con Mohammed Ali Jinnah, el líder de la Liga Musulmana, se encontró ante un obstáculo infranqueable. Jinnah tenía la sólida convicción de que los musulmanes jamás recibirían un trato equitativo en una India gobernada por un partido con predominio hindú.


                                                  Mohammed Ali Jinnah

Pese a su larga experiencia diplomática y numerosas reuniones de horas interminables, Mountbatten no logró que el líder musulmán cediera un ápice. Para él había dos territorios con fuerte minoría musulmana que no debían formar parte de la India, uno era la provincia norte llamada Punyab, tan vasto como la mitad de Francia y el otro era la provincia de Bengala en la parte noreste del territorio. Jinnah insistió, hasta quebrar la voluntad de Mountbatten, de que ambas provincias debían dividirse en dos, una parte sería conservada por la India y la otra por el futuro Pakistán. Se producía el absurdo geográfico de que ambos territorios que pasarían a ser Pakistán estaban separados entre sí por una distancia de 1500 kilómetros.

Mañana, la libertad
Esta frase repetida por millones de bocas de hindúes y musulmanes iba a estallar el 15 de agosto de 1947, Mountbatten, ante lo insostenible de la situación había adelantado la fecha considerablemente.

La noche anterior comenzaron las matanzas por ambas partes, los trenes que partían cargados de musulmanes hacia el territorio pakistaní eran interceptados en el camino e invadidos por hordas de sikhs. Cuando el tren finalmente llegaba a destino los familiares y autoridades musulmanas que los esperaban, vieron que nadie descendía de los vagones y solo encontraron pilas de cadáveres, muchos de ellos mutilados, mientras que ríos de sangre descendían por las puertas. En forma inversa se producía la misma carnicería con los hindúes que querían trasladarse hacia la India. La meticulosa organización que constituía el orgullo de la red ferroviaria inglesa en el país fue barrida por completo.
Templos sagrados hindúes que quedaron en territorio musulmán fueron incendiados y la misma reciprocidad se les dio las mezquitas musulmanas en la zona hindú. En Calcuta, gracias a Gandhi, quién con su sola presencia tenía más poder que todo un ejército, las masacres no pasaron a mayores.

La partición además produjo cataclismos económicos, se había trazado la frontera asignando a los indios la mayoría hindú y a los pakistaníes la de mayoría musulmana, si bien en el mapa parecía aceptable en la realidad fue un desastre. En Bengala la partición condujo a la ruina económica porque el 85% del yute mundial crecía en la zona asignada a Pakistán, pero las fábricas que lo procesaban estaban en zona hindú que carecía de yute. Canales de riego tenían sus compuertas de alimentación en un país y su red de distribución en el otro. A estas calamidades había que agregarle una feroz orgía de violaciones a mujeres de ambas etnias.

Cuando despuntó el amanecer en el día de la independencia comenzó la más grande migración en la historia de la Humanidad. Campesinos analfabetos que ni sabían que la India se había independizado debieron abandonar presurosamente las tierras que cultivaron durante generaciones para trasladarse con solo lo puesto a un nuevo territorio donde vagarían por las calles en calidad de mendigos.

Las caravanas que se desplazaban por los caminos en direcciones opuestas oscilaban entre cien mil y ochocientas mil personas y cubrían decenas de quilómetros. Con los ojos y las gargantas quemados por el polvo, abrasadas las plantas de los pies, torturados por el hambre y la sed y envueltos en un asfixiante olor a orina y excrementos, parecían autómatas que se arrastraban penosamente, dejando un reguero de muertos. Miles de ancianos, mujeres y niños caían extenuados, dejándose pisotear por la marea humana que seguía avanzando o se sentaban a la vera del camino esperando la muerte. Un oficial inglés anotó en su diario que los buitres habían engordado tanto que no podían levantar vuelo y los perros salvajes se habían vuelto exigentes y solo devoraban los hígados de sus víctimas.

Hubo gestos de altruismo por ambas partes que marcaban islotes blancos en una marea negra de tragedia. Quien más se destacó por su humanidad y ayuda fue Edwina, la esposa de Mountbatten. Incansablemente recorrió los campos de refugiados mezclándose con la gente sus olores y sus excrementos, ofreciendo todo tipo de ayuda.

Como si todas estas penurias no fueran suficientes, se desató el tardío monzón con una violencia como no la había conocido la India desde hacía medio siglo. Los cinco ríos del Penjab se desbordaron y miles de migrantes quedaron sepultados bajo sus aguas. Nunca se sabrá el número de muertos que se produjo durante esos meses de 1947, pero las estimaciones más sombrías hablan de uno a dos millones.

Para los supervivientes, el largo y doloroso período de reubicación duraría años y dejaría amargos recuerdos a toda una generación. En la zona de Cachemira los conflictos territoriales entre Pakistán y la India desataron guerras y escaramuzas que persisten hasta la actualidad.

El odio entre hindúes y musulmanes es irracional y muestra una faceta de la mente humana que no evolucionó a lo largo de millones de años y que las religiones, son más un factor de discordia que de unidad.

Dominique Lapierre y Larry Collins. Esta noche la libertad. Emecé, Buenos Aires 1978.
India. Encyclopaedia Britannica. Macropedia.
Gandhi. Macropedia, tomo 19. Encyclopaedia Britannica, Chicago 1995.


1 comentario:

  1. Oswaldo C de Maryland29 de mayo de 2017, 16:31

    Te felicito, Ricardo, por uno de tus mejores blogs históricos: la conquista y la independencia de India, Pakistán y Bangladesh.
    En efecto, el uso del inglés, en algunas de las ex-colonias de Inglaterra en Asia y África, unieron lingüísticamente a conjuntos de pueblos de modo que pudieron formar naciones nuevas.
    Además del idioma, los ingleses inculcaron el sistema europeo de leyes en India. Eso resultó en que una vez independientes, los hindúes no volvieron a la costumbre de incinerar vivas a las viudas junto a sus difuntos maridos. Tal costumbre fué, naturalmente, prohibida cuando los ingleses conquistaron la India.
    Muy acertado tu análisis sobre la trágica división del subcontinente hindú según religión. Sospecho que si hindúes y musulmanes se hubiesen unido en una sola nación, eventualmente se hubieran formado allí organizaciones terroristas musulmanas tales como Boko Haram en Nigeria.

    Abrazos,

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