Extracto del artículo de Roberto Caballero. Ver el texto completo haciendo click aquí
Hace nueve días, la Argentina entera asiste a un show mediático falaz donde el Grupo Clarín se presenta como víctima de un atentado a la “libertad de expresión”, mientras en simultáneo busca demonizar con la potencia de todas sus licencias radiales y televisivas al gobierno de Cristina Kirchner, a la CGT de Hugo Moyano, a la juventud militante y a la prensa antimonopólica.
Héctor Magnetto, CEO del grupo editorial y capataz ideológico de los opositores sin programa ni chances, está urgido por voltear, esmerilar, dañar y atacar –con noticias, “ciertas o falsas, no importa”, según la línea que bajó a los cuadros gerenciales y periodísticos que dirigen sus medios– al inmenso arco de personalidades y organizaciones políticas y sociales que en su pelea por democratizar la información en nuestro país debilitan cotidianamente su hegemonía en el discurso público, hoy mucho más plural y abierto que hace tres años.
Es en este contexto de guerra, a todo o nada, donde la verdad se convierte en un elemento accesorio y hasta peligroso para el hombre que alguna vez se pensó más poderoso que un presidente. Después de una investigación que duró una semana, y que incluyó prácticas del manual de periodismo básico, se puede afirmar que el domingo 27 de marzo el diario Clarín no salió a la calle por una decisión empresaria, aprovechando en su favor el bloqueo testimonial de los delegados de AGR, su firma impresora, en conflicto hace siete años –van para ocho– con la empresa de Magnetto por la persecución gremial y penal contra los integrantes de la Comisión Interna.
Héctor Magnetto, CEO del grupo editorial y capataz ideológico de los opositores sin programa ni chances, está urgido por voltear, esmerilar, dañar y atacar –con noticias, “ciertas o falsas, no importa”, según la línea que bajó a los cuadros gerenciales y periodísticos que dirigen sus medios– al inmenso arco de personalidades y organizaciones políticas y sociales que en su pelea por democratizar la información en nuestro país debilitan cotidianamente su hegemonía en el discurso público, hoy mucho más plural y abierto que hace tres años.
Es en este contexto de guerra, a todo o nada, donde la verdad se convierte en un elemento accesorio y hasta peligroso para el hombre que alguna vez se pensó más poderoso que un presidente. Después de una investigación que duró una semana, y que incluyó prácticas del manual de periodismo básico, se puede afirmar que el domingo 27 de marzo el diario Clarín no salió a la calle por una decisión empresaria, aprovechando en su favor el bloqueo testimonial de los delegados de AGR, su firma impresora, en conflicto hace siete años –van para ocho– con la empresa de Magnetto por la persecución gremial y penal contra los integrantes de la Comisión Interna.
Clarín comunicó a la sociedad que piquetes moyanistas bloquearon las puertas de su planta impresora de Barracas, evitando así la salida de los camiones con sus ejemplares dominicales. Sin embargo existen otros seis portones por donde los camiones podrían haber salido sin inconvenientes.
Veamos el testimonio de un gráfico que no participó de la protesta gremial –de quien se preserva su identidad porque peligra su empleo– sobre esa noche: “El diario no salió porque el diario no quería. Ellos tienen una distribuidora propia dentro de la planta que se llama José C. Paz, que tiene salida por otros portones.”
Otro gráfico, presente en el piquete, describió la acción de los manifestantes: “La planta tiene varias puertas, pero nosotros no bloqueamos ninguna. Nosotros nos paramos en las calles por donde habitualmente salen los camiones hacia el centro de distribución. Pero no hubo un solo camión que haya intentado salir de la planta. Directamente se quedaron adentro.”
Un tercer trabajador gráfico, en riguroso off the record, crítico de los delegados de AGR, admitió lo obvio: “El quilombo a Clarín le vino como anillo al dedo. Podrían haber sacado la edición completa desde Santa Fe, pero no quisieron.”
La falsa inmolación de Clarín como defensor de “la libertad de expresión” es parte de la ofensiva del grupo para “chavizar” al gobierno de Cristina Kirchner y asociar el nombre de Hugo Moyano con todos los delitos del Código Penal, en una estrategia general que busca involucrar a la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en su pelea política con fines estrictamente comerciales. Algo que viene preparando hace ya un año, desde que Magnetto presentó su libro rojo, victimizándose por la entrada en vigencia de la Ley de Medios de la Democracia y preparándose para dar batalla afuera, incluso, de la Argentina, estimulando la solidaridad de clase con otras patronales mediáticas de la región.
Por último, puestos a reflexionar sobre el meneado escándalo de la “libertad de expresión” y la tapa en blanco que Clarín dedicó a victimizarse por el diario que pudo sacar y no quiso, lo único que va quedando en claro es que el régimen patronal de las empresas de Magnetto retrocede al siglo XIX: hasta el propio Kirschbaum admitió que está mal que no haya comisiones gremiales internas en el diario.
Hay mucha hipocresía en esta historia.
Una, dejar que el diario que silenció el genocidio se convierta ahora en custodio virginal de la “libertad de expresión”.
La otra, que el diario que impide la agremiación en sus redacciones dé lecciones de moral sindical.
Es como mucho, ¿no?
Veamos el testimonio de un gráfico que no participó de la protesta gremial –de quien se preserva su identidad porque peligra su empleo– sobre esa noche: “El diario no salió porque el diario no quería. Ellos tienen una distribuidora propia dentro de la planta que se llama José C. Paz, que tiene salida por otros portones.”
Otro gráfico, presente en el piquete, describió la acción de los manifestantes: “La planta tiene varias puertas, pero nosotros no bloqueamos ninguna. Nosotros nos paramos en las calles por donde habitualmente salen los camiones hacia el centro de distribución. Pero no hubo un solo camión que haya intentado salir de la planta. Directamente se quedaron adentro.”
Un tercer trabajador gráfico, en riguroso off the record, crítico de los delegados de AGR, admitió lo obvio: “El quilombo a Clarín le vino como anillo al dedo. Podrían haber sacado la edición completa desde Santa Fe, pero no quisieron.”
La falsa inmolación de Clarín como defensor de “la libertad de expresión” es parte de la ofensiva del grupo para “chavizar” al gobierno de Cristina Kirchner y asociar el nombre de Hugo Moyano con todos los delitos del Código Penal, en una estrategia general que busca involucrar a la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en su pelea política con fines estrictamente comerciales. Algo que viene preparando hace ya un año, desde que Magnetto presentó su libro rojo, victimizándose por la entrada en vigencia de la Ley de Medios de la Democracia y preparándose para dar batalla afuera, incluso, de la Argentina, estimulando la solidaridad de clase con otras patronales mediáticas de la región.
Por último, puestos a reflexionar sobre el meneado escándalo de la “libertad de expresión” y la tapa en blanco que Clarín dedicó a victimizarse por el diario que pudo sacar y no quiso, lo único que va quedando en claro es que el régimen patronal de las empresas de Magnetto retrocede al siglo XIX: hasta el propio Kirschbaum admitió que está mal que no haya comisiones gremiales internas en el diario.
Hay mucha hipocresía en esta historia.
Una, dejar que el diario que silenció el genocidio se convierta ahora en custodio virginal de la “libertad de expresión”.
La otra, que el diario que impide la agremiación en sus redacciones dé lecciones de moral sindical.
Es como mucho, ¿no?