La industria armamentista actual es altamente sofisticada y no puede prescindir del apoyo de la ciencia y la investigación. Todos sabemos que los militares carecen de aptitudes para elaborar y perfeccionar sus herramientas de destrucción. De hecho, el término “inteligencia militar” implica de por sí un contrasentido o un despropósito.
Si bien la definición de ciencia no lo explicita, se supone que debería ser una actividad neutral y fundamentalmente al servicio del bienestar de la raza humana y al resto de las especies del planeta, incluyendo los vegetales.
En la práctica, un abultado número de científicos e investigadores están a través del Estado o en forma directa, al servicio de la industria armamentista. Me pregunto si se sentía confortable la conciencia del ingeniero químico que desarrolló sustancias defoliantes como las utilizadas por el ejército norteamericano para devastar las selvas vietnamitas. O los investigadores de Harvard que inventaron el terrible napalm.
¡Quema mucho!, gritaba Kim Puhc, mientras la piel de la espalda se le deprendía en lonjas por la quemadura del napalm. La foto fue Premio Pulitzer.
Profundizando aún más la gravedad de la participación, ¿tendrían algún conflicto moral los que elaboraron los gases letales que mataron millones de judíos en los campos de concentración alemanes? Aquella fue una ingeniería aberrante de destrucción meticulosa sin precedentes en la historia de la humanidad.
Lo mismo se puede plantear el ingeniero en robótica que diseña misiles con ojiva nuclear o los aviones sin piloto, conocidos como drones para operaciones tácticas causando importantes daños colaterales. (Ver el artículo Drones y mercenarios)
Drones
Seguramente, antes de incorporar estos científicos a la investigación se los adoctrina con argumentos de que se trata de la defensa del país, evitar el ataque de otra potencia y fundamentalmente son atraídos con suculentos salarios.
También pueden tranquilizar su conciencia diciéndose a sí mismos que ellos no son el brazo ejecutor. Con ese argumento también estaría limpio de conciencia el soldado alemán que seleccionaba a los judíos del ghetto de Varsovia para ser transportados a los campos de exterminio o el que los vigilaba en los trenes de la muerte. Ninguno de los dos los introdujo en las cámaras de gas, pero formaron parte de la cadena de complicidad.
Prisioneros judíos hacia Auschwitz
La neutralidad de la ciencia y la tecnología es un mito en el mundo actual, gran parte de la misma está vinculada a la producción de armamento. Participa en la compleja y deliberada organización de ingentes recursos económicos y humanos para desarrollar elementos destructivos.
La ciencia bien entendida, es incompatible con el militarismo ya que éste es un proceso histórico-social y cultural complejo que ha hecho de la violencia extrema un vector de organización y producción social.
En su vertiente política y cultural, el militarismo ha contribuido y consolidado formas centralizadas y jerárquicas de organización social que fomentan la desconfianza, ideologías que han ensalzado valores autoritarios y patriarcales o culturas que potencian formas de abordar los conflictos en nuestras sociedades que sólo ven como salida posible el uso de la fuerza. La dictadura que sufrimos desde 1976 hasta 1983, cumplió obedientemente con todas estas premisas y llevó al límite de la guerra con Chile la doctrina de hipótesis de conflicto.
El vínculo entre la tecnociencia y la violencia letal se consolidó durante el siglo XX. La ciencia, cuya dependencia de la industria era casi insignificante durante el siglo XIX, fue absorbida en forma paulatina para ponerse al servicio de las grandes empresas y en especial de todo el espectro industrial vinculado con la fabricación de armas.
El jalón inicial que sería el epitafio de una ciencia independiente y exclusivamente orientada al servicio de la humanidad tuvo lugar durante la Primera Guerra Mundial en que se sucedieron diversos pronunciamientos institucionales tanto de la Académie des Sciences en Francia como de la Royal Society inglesa que, siguiendo el llamamiento del químico y premio Nobel William Ramsay, crearon un comité para promover investigación al servicio de la guerra. A partir de entonces, declinaron los ideales que caracterizaron la ciencia de principios de siglo XIX.
El punto culminante de la colaboración irrestricta de la ciencia puesta al servicio de la destrucción masiva, ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial con el proyecto Manhattan y el gas Zyklon.
En el proyecto Manhattan participaron los físicos más eminentes del mundo (Fermi, Bohr, Oppenheimer y Einstein), para el desarrollo de la bomba atómica que fue arrojada en dos ciudades de Japón que no constituían objetivos militares. La guerra ya estaba prácticamente ganada y los ataques atómicos se hicieron para amedrentar y frenar los proyectos de expansión de la Unión Soviética, por entonces un incómodo socio militar de los aliados.
El gas Zyklon fue creado en gran escala por Laboratorios Bayer de Alemania, cuyo lema es: “Si es de Bayer es bueno”. No lo sintieron así, quienes ingresaron en las cámaras de gas de Auschwitz.
Se calcula que en los Estados Unidos más del 70% de los científicos están abocados a tareas de investigación con fines militares.
Ciertamente, no es moralmente aceptable que las sociedades actuales mantengan los presupuestos agobiantes en beneficio de la industria armamentista. Pero incluso es muy discutible que lo sea desde la perspectiva de la estricta rentabilidad económica. Numerosos economistas defienden que si de lo que se trata es de crear riqueza y empleo, es mucho más fácil conseguir estos objetivos mediante otras formas de invertir el dinero público.
La masiva inversión en investigaciones de carácter militar produce una importante merma en la capacidad investigadora en otros campos, que no se compensa con el hecho de que algunas tecnologías de uso civil hayan tenido su origen en la investigación militar.
Es importante señalar que la industria militar es secreta, sin las normativas que existen para la investigación civil. Resulta así imposible detectar las posibles fallas en su desarrollo o los costos exagerados. Su presupuesto es el más alto del planeta, especialmente en Estados Unidos donde se convirtió en una estructura fuera de control que ejerce enormes presiones a través del Pentágono sobre el gobierno de turno.
Fuentes
Investigación Militar. La cara oculta de la ciencia. (Ver artículo completo)
Medina Domenech RM, Rodríguez Alcázar FJ. Ciencia, tecnología y militarismo. (ver artículo completo)