He disfrutado
haciendo muchas cosas en la vida, pero de algún modo la música siempre me ha
acompañado.
Daniel
Barenboim
Un hábito muy antiguo
La
música es algo inmaterial que nos puede elevar hacia alturas sublimes,
transportarnos a momentos del pasado o entrar en comunión con quienes nos
acompañan. Sin embargo, este fenómeno es tan complejo que recién
estamos empezando a conocer sus mecanismos. Aquí analizamos la relación entre
el ser humano y la música, cuál es la función adaptativa que cumplió desde
nuestros orígenes, los beneficios que nos aporta y cómo funciona y se modifica
el cerebro por acción de la música.
Se
suele mencionar que hacer música o disfrutar de escucharla es un arte o una
capacidad adquirida por el ser humano, el único mamífero que puede producir
este fenómeno. Hasta hace pocas décadas prevaleció el concepto de la música
como un producto refinado de la cultura humana. Si bien existen construcciones
musicales que varían entre las culturas, todas responderían a mecanismos
innatos. En otros términos, crear o disfrutar de la música forma parte de la
naturaleza humana, o sea que estaría en nuestros genes.
La música no es un
producto reciente de los humanos. Los cantos y el empleo de instrumentos que
producen sonidos armónicos son tan antiguos como la comunicación verbal, es
decir, el lenguaje. La arqueología demostró la existencia de instrumentos
musicales (tambores, flautas y los precursores del arpa y el laúd) que tienen
una antigüedad de 30.000 años.
Por
lo tanto, la música es un fenómeno antiguo y no una adquisición reciente de la
inteligencia humana, ya que trasciende el tiempo, el lugar y la cultura.
Primeros instrumentos
musicales
¿Por qué los seres
humanos somos musicales?
La música es menos esencial que el lenguaje. Podemos
desarrollar una vida normal sin la música, pero no podemos comunicarnos sin el
lenguaje. Por eso, desde hace centurias, biólogos y filósofos se hicieron las
siguientes preguntas: ¿Para qué sirve la música? ¿Qué función adaptativa
cumplió en nuestros primitivos ancestros y qué ventaja de supervivencia aportó
en el curso de la selección natural de la especie como para que constituya una
actividad innata? La mejor respuesta la ofrece la siguiente anécdota:
Es el
24 de diciembre de 1914, el frente se encuentra en Flandes, hacia el este están
las trincheras alemanas y a menos de 100 metros de distancia se encuentran las
trincheras aliadas ocupadas por franceses, ingleses y belgas. Entonces ocurre lo insólito, de la trinchera
alemana asoma un árbol de Navidad con velas
encendidas que recibe algunos disparos que pronto cesan cuando se oye el
“Stille Nacht, Heilige Nacht”. Del lado aliado responden con el villancico
“Silent Night” y lentamente, como provenientes de la entraña de la tierra,
sucios y barbudos comienzan a surgir de ambas trincheras los soldados, sin las
armas, algunos con velas encendidas y saludándose. Cada uno se da cuenta que el
enemigo no es ese monstruo asesino como les habían contado sus superiores. Días
anteriores, el capellán les había dicho que esta guerra era una cruzada donde
ellos luchaban en nombre de Dios y el enemigo representaba al demonio. El gigantesco poder de la
música había logrado que aquellos que se odiaban y debían matarse mutuamente,
salieran de sus respectivas trincheras para saludarse y abrazarse.
Encuentro de Navidad entre enemigos
Todo parece indicar que el valor de la música como
mecanismo de adaptación se encuentra más a nivel grupal que a nivel individual.
La música fue un método de cohesión, especialmente como componente esencial de
la danza, los rituales religiosos y las ceremonias, que sirvió para afianzar
las relaciones interpersonales y la identificación con el grupo.
La emoción en la música
Leer un libro, escuchar un poema o
contemplar una obra de arte pueden producir respuestas emocionales, pero nunca
de la magnitud y la frecuencia que brinda la música. Una pesquisa realizada en
una población adulta de Inglaterra reveló que más del 80% de los entrevistados
respondía emocionalmente a la música con escalofríos, alegría, tristeza o
placer y hasta llanto. Las melodías y canciones que más suscitan respuestas
emocionales son aquellas que ya fueron escuchadas previamente y son reconocidas
por el receptor, porque las conexiones de las áreas de la música con los
centros de la memoria están muy desarrolladas.
Las emociones musicales activan una
zona del cerebro llamado aparato límbico, provocando cambios en el flujo
sanguíneo en diversas zonas del sistema nervioso central. Algunas de estas
regiones participan en las respuestas a estímulos que generan gran
satisfacción, como los alimentos o los hábitos que producen adicción (consumo
de alcohol, tabaquismo). Esto significa que la música tiene acceso a sustratos
neurales que están asociados con disparadores primarios como la comida y el
sexo.
Procesamiento en el cerebro y neuroplasticidad
generada por la música
El
procesamiento de la música en el cerebro es uno de los misterios apenas
develados por las neurociencias. La onda sonora impacta sobre la membrana
timpánica que transmite la vibración a la cadena de huesecillos (martillo,
yunque y estribo), que a su vez desplaza el estímulo a las células ciliadas,
cuyas prolongaciones o axones forman el nervio coclear que ingresa al cerebro.
Lo fascinante de este complejo proceso es que transforma fenómenos mecánicos en
impulsos eléctricos que van a distintas zonas del cerebro que los analizan y
desglosan en timbre, intensidad y tonos, formando una melodía. El ensamblado de
estos impulsos es un fenómeno que todavía sigue intrigando a las neurociencias.
Comparado
con los demás sentidos, el oído posee la menor cantidad de células sensoriales:
alrededor de 3500 en relación con los 100 millones de fotorreceptores de la
retina ocular. Sin embargo, la respuesta neurológica a la música es sumamente
rica en matices.
En el
sistema nervioso central no existe una zona especializada para la música, como
ocurre con los sentidos, sino que hay numerosos territorios neuronales
distribuidos en todo el cerebro, incluyendo zonas involucradas en otras
cogniciones, como es el lenguaje.
El
procesamiento de los sonidos, como los tonos musicales, se inicia en el oído
interno (cóclea), que clasifica los sonidos complejos producidos por un
instrumento musical, por ejemplo el violín, en sus frecuencias elementales
constitutivas. Seguidamente, la cóclea transmite esta información a lo largo de
fibras separadas del nervio auditivo en forma de descargas neurales que
alcanzan la corteza auditiva del lóbulo temporal.
Las
neuronas diferentes del sistema de la audición responden específicamente a
determinadas frecuencias. Las células vecinas se ajustan a la misma frecuencia
determinando que la corteza auditiva forme un mapa de frecuencias a lo largo de
su superficie.
A
pesar de que en un principio se creía que el hemisferio cerebral izquierdo procesaba
el lenguaje y el derecho, la música, tras numerosos estudios llevados a cabo se
ha descubierto que la percepción musical se realiza en ambos hemisferios.
Neuroplasticidad
generada por la música
Pocas son las personas que se convierten en instrumentistas
virtuosos, un atributo que obtienen gracias a cierta predisposición innata y a
extenuantes horas de ensayo durante su vida. Estos personajes constituyen el
modelo ideal para estudiar el fenómeno de la neuroplasticidad. La
neuroplasticidad es la capacidad que tienen las células nerviosas para generar
uniones más numerosas e intensas entre sí como respuesta adaptativa a un
estímulo o necesidad.
Existe evidencia abundante de que el cerebro de los
músicos es modelado por las prácticas continuadas y los ensayos previos a las
actuaciones. Una de las primeras zonas del cerebro que se modifica es la
motora. La representación cortical del área motora que regula el movimiento de
los dedos de la mano izquierda, especialmente el quinto dedo, está más
desarrollada en músicos que tocan instrumentos de cuerda que en el resto de las
personas. Esto se debe a que los instrumentistas del celo, la viola y el violín
pulsan las cuerdas en forma rápida y continua con los dedos de la mano
izquierda. En cambio, la zona motora del cerebro que coordina los movimientos
de los dedos de la mano derecha no sufre modificaciones, ya que el arco de los
instrumentos de cuerda exige movimientos del brazo y de la mano, pero no de los
dedos. Esta neuroplasticidad se acentúa más cuando el instrumentista comenzó a
practicar a temprana edad.
Las adaptaciones neuronales no se limitan a las zonas
motoras. Varias zonas cerebrales relacionadas con la audición, duplican su
tamaño en los músicos profesionales en relación con un amateur y el resto de
las personas.
Considerando que la música es una de
las habilidades más relacionadas con la neuroplasticidad, está creciendo en
forma considerable el empleo de la musicoterapia para numerosas afecciones,
como el autismo, la fibromialgia, los traumatismos cerebrales y la esclerosis
múltiple.
En conclusión, hacer música o disfrutar de ella es una
capacidad del ser humano a lo largo de la historia y de todas las culturas.
También constituye una herramienta poderosa para las emociones y la modulación
del estado de ánimo. No se trata de un entretenimiento más, sino de otro
lenguaje cuyo mecanismo recién estamos empezando a descifrar.
Referencias
-
La tregua de Navidad de la Primera Guerra Mundial.
National Geographci, 22/12/2016.
-
Weinberger NM. Music and the brain. Scientific
American, November 1, 2004.
- Peretz I. The nature of music from a biological
perspective. Cognition 2006; 100:1-32.
-
Nelken
I. Music and the auditory brain: where is the connection? Frontiers in Human
Neuroscience 2011; September 27.