El
31 de enero de 1943, el sexto Ejército del general Friedrich Paulus se rindió
ante las fuerzas soviéticas, dando culminación a la batalla de Stalingrado con diversas consecuencias. Fue un punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial
que acabaría con la guerra relámpago de los ejércitos alemanes que de allí en
adelante no harían más que retroceder. La derrota de Stalingrado fue la
premonición del fin de Hitler, del nazismo y de la soberbia alemana. También fue la batalla más cruel de todas las guerras.
General Friedrich Paulus (1890-1957)
Hitler
rompió el pacto de no agresión que había hecho con Stalin y atacó sorpresivamente
a la Unión Soviética en junio de 1941 con tres grupos de ejército que
totalizaron casi tres millones y medio de hombres y miles de aviones y de carros blindados.
Churchil, que detestaba a Stalin y al comunismo, estaba exultante. Conocedor de
la historia, percibió que Hitler acababa de cometer el mismo error que Napoleón
131 años atrás: la subestimación del pueblo ruso y la abrumadora logística que
tendría que desarrollar la Whermacht
para alcanzar los centros vitales de la URSS. Fue cuando lanzó una de sus
frases famosas: “el enemigo de mi enemigo
es mi amigo” y agregó: “si Hitler invadiera el infierno, me gustaría
hacer al menos una referencia favorable al Diablo en la Cámara de los Comunes”.
Los
triunfos alemanes en territorio ruso se sucedían uno tras otro hasta que Paulus
con su sexto Ejército de 400.000 hombres, 7000 cañones y 500 blindados se
aproximó a la ciudad de Stalingrado, un centro industrial vital de la Unión
Soviética. Corría el mes de agosto de 1942. A partir de allí, comenzó un
bombardeo por tierra y aire que transformó en ruinas la ciudad, matando a casi
todos los habitantes, pero los escombros imposibilitaron la incursión de los
blindados. Se inició entonces una lacerante guerra de desgaste a la que no
estaban habituados los alemanes, se luchó casa por casa y habitación por
habitación. La conquista de pequeños espacios podía cambiar de bando, incluso
varias veces en el día.
Stalingrado en ruinas
Empezó
el otoño y a este le siguió el invierno y las temperaturas bajo cero encontraron
a los soldados alemanes mal equipados. Hubo momentos en que estuvieron por
tomar la ciudad, pero los rusos recibían continuos refuerzos y además peleaban
por su tierra y su supervivencia. Se ha especulado que lo hacían porque si
retrocedían eran fusilados, los clichés antisoviéticos mencionaron miles de
soldados ejecutados por esta razón, cuando los Protocolos de Stalingrado, recientemente descubiertos y escritos
por un alemán sólo hablan de unos cientos.
Para
el soldado alemán, su hogar estaba a más de 3000 kilómetros y si no fuera por
el sentido de obediencia sin capacidad de duda analítica que posee su raza, ya
habría arrojado las armas. Aun así, empezó a subir en forma alarmante el número
de suicidios y las heridas autoinfligidas entre las filas alemanas. Hambrientos,
tratando de soportar un frío intolerable e invadidos por miles de piojos y
pulgas, la moral de los combatientes del Tercer Reich estaba agotada.
Un
elemento nuevo en la batalla de Stalingrado fueron los francotiradores,
soldados capaces de acertar blancos humanos con gran precisión. Esta modalidad
fue resultado del terreno, caracterizado por una ciudad transformada en ruinas
donde el francotirador se podía parapetar y disparar contra un enemigo situado
a corta distancia. Los 11 mejores francotiradores soviéticos, eliminaron de esa
forma cerca de cinco mil soldados alemanes.
General Vasily Chuikov (1900-1982)
Finalmente
el general Chuikov, mediante un movimiento de pinzas mantuvo cercado al
ejército alemán que quedó imposibilitado de recibir ningún tipo de ayuda. Exhausto
de municiones, habiendo transcurrido casi siete meses de la batalla más feroz e
implacable en la historia de la Segunda Guerra Mundial, Paulus se rindió el 31
de enero de 1943.
Soldados alemanes muertos en la batalla final
Fue
entonces cuando empezaron a surgir de entre las ruinas como espectros
fantasmales los soldados alemanes con las manos en alto o detrás de sus
cabezas. Sus rostros macilentos mostraban la fatiga de noches sin dormir y los
ojos hundidos en las órbitas cargados de tristeza y desolación por la derrota.
Ya no vestían como soldados, parecían espantapájaros, los pies envueltos en
trapos, encapuchados con sábanas para suplir los equipos de invierno que sólo
les llegaron a unos pocos.
Izquierda prisioneros alemanes. Derecha: inicio de la larga marcha hacia los campos de concentración
La
mayoría de ellos sabía que los verdaderos padecimientos recién comenzaban y que
no regresarían nunca a sus hogares. Les esperaba una larga marcha hacia
sórdidos campos de concentración soviéticos, en las peores condiciones
imaginables. Los soldados rusos no tuvieron piedad con quienes habían destruido
todas las poblaciones, incendiando sus casas y matado a sus habitantes. Hitler en
su psicopatía suicida había producido la muerte de casi veinte millones de
rusos entre civiles y militares. De los cien mil prisioneros sobrevivientes del
sexto ejército de Paulus, sólo cinco mil regresaron diez años después a sus
hogares, pero mental y físicamente estaban tan muertos como el resto.
Hoy
se cree que sin la contraofensiva rusa y la entrada del Ejército Rojo a Berlín
en 1945, Hitler no hubiera caído, o en el mejor de los casos, la guerra se
hubiera prolongado varios años más.
Fuentes:
Mariana
Dimopulos. El Arca Rusa. Suplemento Radar de Página 12. 06/01/2013.
Batalla de Stalingrado. Segunda Guerra Mundial. Tomo 11. Editor PDA SL. 2009
Stalingrad, Battle of. Encyclopaedia Britannica, tomo 1, pag 205. Chicago 1995.
Beevor A. Stalingrad. Viking Press, Peguin Books, 1999.