El hombre regresa sólo en el avión a su provincia. Su mente repasa nostálgica los que sin duda fueron los momentos de mayor gloria en su desabrido historial político. ¡Qué diferente fue aquél regreso con este! En aquella oportunidad lo hizo en auto para recoger la aclamación de los pobladores de los lugares por donde pasaba como un Julio César que vuelve victorioso de las Galias. Pero entre aquél romano y este político la diferencia es abismal.
Su mediocridad se hizo notoria cuando como vicepresidente y miembro del partido radical, leyó con su monocorde y fatigante voz un discurso de contenido pobrísimo.
Sin embargo, la tilinguería neoliberal decidió que sería el candidato a reemplazar a una presidenta muy golpeada por el mal manejo de la 125 que seguramente no llegaría a terminar su mandato. Mariano Grondona en su programa junto con Biolcati, se frotaban las manos con satisfacción y los diarios Clarín y La Nación elogiaban la decisión del voto no positivo del vicepresidente que a partir de ese momento, caso único en la historia de la política, sin renunciar a su cargo se puso activamente a complotar contra el gobierno.
Los radicales que lo habían echado por traidor, ahora lo recibían por su traición al gobierno. Pronto se arrepentirían, deberían saber que el que traiciona una vez lo vuelve a repetir sucesivamente.
Cobos no tuvo en cuenta una premisa importante y es que en la Argentina un año de política equivale a un período glaciar. Los episodios se sucedieron vertiginosamente y se limitó a verlos pasar con su cara adormilada y apoyando toda medida de la oposición que se circunscribiera a deteriorar al gobierno.
El CEO Magneto que más que por diablo sabe por viejo, al poco tiempo dejó de halagarlo e inclinó sus favores hacia su nuevo delfín Mauricio Macri, que no es mucho mejor que Cobos, pero aún goza de cierta popularidad y además si accede al gobierno adoptará sin duda las medidas neoliberales tan caras al gerente de Clarín.
En la política de nuestro país es sabido que algunas figuras que quedaron muy golpeadas pueden volver a resurgir con el tiempo. No es el caso de Cobos, la demolición vertiginosa de su imagen es un fenómeno impresionante y el otrora favorito de muchos, a semejanza del “ingeniero” Blumberg, se diluyó en la intrascendencia en poco menos de un año.
Merecerá escasos párrafos en los libros de historia futuros y su nombre figurará al lado de una fea palabra: “deslealtad”.