domingo, 19 de febrero de 2017

LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO

La guerra del fin del mundo, es el nombre del libro homónimo que en 1981 escribió el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. La obra está considerada como una de los mejores relatos del escritor, un hito fundamental en la historia mundial de la novela. Quien empieza a leerla queda atrapado a tal punto que necesita llegar a la última página, para poder cerrar el libro.
                                Mario Vargas Llosa

Después, Vargas Llosa derrapó en forma inexplicable hacia una lamentable derecha ultramontana y a partir de entonces su estilo literario perdió frescura y el lector debe hacer un esfuerzo para alcanzar la última página de la mayoría de sus obras posteriores.

Canudos
El relato está basado en un episodio real que ocurrió en 1897 en un poblado situado al nordeste del estado de Bahía en Brasil, en pleno sertón o desierto brasileño, azotado por la sequía y los vientos. Al principio el poblado era un rejunte de pocos ranchos hasta que llegó allí uno de esos personajes que tienen una fuerza interior y una capacidad de convocatoria que los hace únicos entre los demás seres humanos.

Así lo describe Vargas Llosa y es la forma en que inicia su novela: “El hombre era alto y tan flaco que parecía siempre de perfil. Su piel era oscura, sus huesos prominentes y sus ojos ardían con fuego perpetuo. Era imposible saber su edad, su procedencia, su historia, pero algo había en su facha tranquila, en sus costumbres frugales, en su imperturbable seriedad que, aún antes de que diera consejos, atraía a las gentes”. En la descripción, a Vargas Llosa se le escapa agregar que aquel forastero tenía una espesa barba negra como el carbón que le ocultaba gran parte del rostro y le llegaba hasta la mitad del pecho.

En realidad, este personaje que fue el organizador y promotor de la llamada guerra de Canudos, y que constituye el eje central de la novela, no era tan desconocido como lo pintó Vargas Llosa. El hombre tenía sus antecedentes, se llamaba Antonio Vicente Méndez Maciel y cuando llegó a Canudos tenía alrededor de 60 años. 

A pesar de provenir de una familia de pastores de ovejas que sufrieron la explotación del terrateniente local, Méndez Maciel alcanzó un excelente grado de educación y logró dominar varios idiomas. Se desempeñó como vendedor ambulante y llevó una vida convencional hasta que su mujer lo abandonó seducida por un oficial del ejército.

Desde entonces comenzó a vagar por el sertón sin rumbo fijo hasta recalar en Canudos. Su verdadero nombre y su pasado ya no importaron más, porque se había transformado en otro ser y solo se lo conoció como el “Consejero”. Cuando llegó a Canudos se estableció definitivamente y se puede afirmar que fue el fundador del pueblo ya que debido a su magnetismo y su oratoria afluyeron numerosos habitantes de aldeas vecinas y la población que en su origen contaba con unos pocos centenares de habitantes alcanzó los 25.000 en el momento en que se inició la guerra.

El Consejero

                             El Consejero, boceto anónimo

El Consejero estaba siempre rodeado por un grupo de personajes variopintos que le eran incondicionales y entre ellos figuraban los cangaceiros o bandidos del sertón. Hombres curtidos y despiadados que vivían del saqueo y estaban acostumbrados a todo tipo de enfrentamientos con las autoridades, pero que quedaron subyugados por el Consejero. Éste los dominó con su personalidad y los puso a su servicio, transformándolos en un elemento imprescindible en las futuras guerras con el gobierno. A este conjunto humano la historia y Vargas Llosa los denominó “yagunzos”, término que se extendió a todos los habitantes de Canudos. Cualquier contacto y conversación entre los yagunzos se iniciaba con el siguiente saludo: “Alabado sea el buen Jesús Consejero”.

 Los cangaceiros por sus tácticas y conocimiento de la región fueron fundamentales en la guerra de Canudos

El Consejero declaró la República de Canudos, estableció un sistema socio económico de estilo comunista, con fuerte impronta místico religiosa. Abolió el matrimonio civil, la moneda oficial fue reemplazada por el trueque y estableció una moral rígida prohibiendo las tavernas, el consumo de bebidas alcohólicas y la prostitución. Muchos esclavos y campesinos explotados por los terratenientes escaparon de sus amos y se asentaron en Canudos. La gota que derramó el vaso fue la orden del Consejero de no pagar los impuestos.


José Wilker como El Consejero en la película Canudos dirigida por Sergio Resende (1997)

El gobierno central que hacía poco se había desprendido de la monarquía para constituir la República de Brasil, consideró a los sucesos de Canudos como una amenaza a su autoridad. Además, los grandes hacendados influenciaron con sus quejas para que se tomaran medidas drásticas contra el Consejero y sus fanáticos seguidores. Si el gobierno pensó que sería fácil eliminar este movimiento subversivo se equivocó totalmente como se verá a continuación.

Guerra de Canudos
Primera expedición. El 24 de noviembre de 1896 se lanzó la primera expedición militar, bajo el mando del Teniente Manuel da Silva Pires Ferreira. El Consejero en sus sermones había profetizado que las fuerzas del “Perro” vendrían a prenderlo y pasarían a cuchillo a sus habitantes. 
En realidad la orden que tenía el teniente era arrestar a ese cabecilla mesiánico y para cumplirla se dirigió hacia Canudos con una compañía del Noveno Batallón de Infantería de Bahía, algo más de 100 hombres. Cifra más que suficiente para arrestar a ese loco, pero no para combatir a los yagunzos que en forma incondicional y entusiasta estaban a su servicio.

La noche anterior al encuentro, el Consejero dio un sermón electrizante y antes de que despuntara el alba, un grupo numeroso de pobladores con los cangaceiros a la cabeza salieron a enfrentar al “demonio” o a los “perros”. Poseían muy pocas armas de fuego y la gran mayoría portaba, cuchillos, hoces, machetes, hondas, ballestas de cacería, palos y piedras.

Caminaron 10 leguas cantando, rezando y vitoreando a Dios y al Consejero. Parecían más una multitud festiva o una procesión religiosa que una fuerza combatiente, hasta que enfrentaron a la compañía que se había atrincherado en el pueblo vecino. 

Los somnolientos soldados, después de 12 días de marcha, no entendían lo que pasaba ni los cánticos que los despertaban, pero en cuanto lograron recuperarse, como estaban armados hicieron estragos en las primeras filas de los rebeldes. Estos no retrocedieron ni un instante y terminaron poniendo en fuga a los uniformados que abandonaron sus armas y desalados se dispersaron a campo traviesa.

Un día y medio después de desandar las 10 leguas los yagunzos entraron al pueblo dando vivas al Consejero y aplaudidos por el resto de los habitantes.

Segunda expedición. Tres meses después del final catastrófico de la primera expedición, se lanzó una segunda como más de 600 efectivos, dos cañones Krupp y dos ametralladoras, al mando del Mayor Febronio de Brito. Cuando llegaron al pueblo de Queimada donde hicieron un alto, realizaron un desfile militar frente a la plaza, seguido del discurso de bienvenida del alcalde. Espías del Consejero partieron hacia Canudos para brindar todos los detalles de la nueva expedición.

Antes de llegar a Canudos, la falta de alimentos en la tropa se agudizó y debieron sacrificar los animales de arrastre. Los yagunzos le salieron al encuentro en una zona montañosa y se produjo una encarnizada lucha donde las ametralladoras y los cañones Krupp redujeron los yagunzos a la mitad.

Al caer la noche los soldados estaban rendidos pero alegres, pensando que al día siguiente ingresarían en Canudos y terminarían con este azote. Febronio de Brito decidió acampar en un valle. Pero al poco tiempo, mientras pasaban revista de muertos y heridos y aún se estaban incorporando soldados de la retaguardia, les cayó encima un alud de hombres y mujeres de todas las edades que estaban en condiciones de pelear. A los gritos de perros, infieles y masones, atacaron a la expedición desde diversos ángulos con todo tipo de armas.

La fuerza de Febronio de Brito se desparramó en estampida en todas direcciones, dejando en el terreno partes del uniforme, objetos personales y las armas, que fueron recolectadas por los yagunzos. Los cañones Krupp fueron arrancados de sus cureñas y arrastrados a Canudos para fundirlos.

Tercera expedición. En marzo de 1897 se lanzó la tercera expedición, esta vez de 1400 hombres y comandada por el Coronel Moreira César, hombre altivo y presuntuoso, totalmente convencido que la campaña sería rápida. No podía entender las derrotas anteriores a manos de un grupo de andrajosos, pésimamente armados. En Queimada, el paso obligado para llegar a Canudos, se presentaron ante el coronel el Teniente Pires Ferreira y el Mayor Febronio de Brito. Ambos se ofrecieron a integrar el Séptimo Regimiento. Moreira César los miró con desprecio y dirigiéndose al Mayor lo acusó de haberse hecho derrotar como un novato y los mandó a la retaguardia a encargarse de los enfermos y del ganado.


                    Coronel Antonio Moreira Cesar

Cuando el regimiento alcanzó la cumbre de una sierra, los soldados vieron por fin a Canudos en un pequeño valle. Los cañones Krupp comenzaron a bombardear la ciudad y varias casas estallaron en llamaradas. La tropa descendió la colina y en el instante en que se aprestó a vadear el río recibió una descarga de los yagunzos camuflados entre piedras y arbustos que hizo estragos en la avanzada. Comenzó una lucha cuerpo a cuerpo y finalmente los soldados ingresaron al pueblo matando habitantes e incendiando las casas. Realizaron tres cargas de infantería y caballería, pero las tres veces fueron rechazados por los pobladores. Mientras Moreira César agonizaba con el abdomen destrozado por un proyectil, sus subalternos dieron la orden de retirada.

El regimiento perdió más de 300 hombres y decenas de oficiales masacrados. Los sobrevivientes llegaron al próximo pueblo semidesnudos, desvariando por la sed y la fatiga y sin sus armas que quedaron esparcidas en el campo de batalla. Fue todo lo que quedó del Séptimo Regimiento.

Cuarta expedición. A esta altura de los acontecimientos, Canudos figuraba en la primera plana de todos los diarios y en Brasil no se hablaba de otra cosa que de ese grupo de bandidos y desarrapados fanáticos que habían derrotado a tres expediciones militares. Voces de alarma clamaban que la república estaba en peligro, que el ejército estaba constituido por principiantes y que había que limpiar las afrentas recibidas o ese flagelo se extendería como una marea por el resto del territorio.
La cuarta expedición se diseñó con la ayuda de un gabinete de Guerra y al comando de la misma el gobierno designó al General Arthur Oscar de Andrade Guimarães e incluyó la participación directa del Ministro de Guerra, quien se estableció en Monte Santo, un pueblo vecino de Canudos.

                                 General Arthur Oscar de Andrade Guimarães
La expedición estaba constituida por tres brigadas, ocho batallones de infantería y dos de artillería, morteros y numerosos cañones, entre ellos uno gigantesco llamado “La Matadeira”, que necesitaba ser tirado por una larga yunta de bueyes. Esta fuerza de tres mil hombres comenzó a desplazarse penosamente hacia Canudos. A la espera del ataque, los yagunzos no la estaban pasando nada bien, el hambre, la desnutrición, las fuertes pérdidas sufridas en los ataques anteriores y la escasa disponibilidad de armas de fuego los colocaba en una situación muy desequilibrada para enfrentar al enemigo.
La población debió soportar un bombardeo devastador y resistió numerosos ataques de la infantería y caballería hasta que al cabo de 35 días de lucha, las fuerzas del gobierno, después de sufrir cientos de bajas, tomaron control de Canudos.

La mayoría de los hombres fueron degollados, las mujeres violadas antes de matarlas y las de mejor apariencia física fueron enviadas a engrosar los burdeles de El Salvador. El Consejero había muerto unos días antes de disentería, pero una vez ubicada su sepultura lo desenterraron y su cabeza, colocada en el extremo de una pica, fue paseada triunfalmente hasta la capital de la provincia.
La guerra de Canudos había durado poco menos de once meses, desde el 24 de noviembre de 1986 hasta el 2 de octubre de 1897. Solo sobrevivieron 150 yagunzos quienes estaban convencidos de que el Consejero había subido a los cielos de las manos de dos arcángeles.

Mario Vargas Llosa. La guerra del fin del mundo. Seix Barral, Buenos Aires 1981.
War of Canudos. Wikipedia, the free Encyclopedia.
Jorge de Gregorio. Brasil para todos. Guerra de Canudos. http://culturabrasilera.blogspot.com.ar/2009/07/historia-guerra-de-canudos.html



6 comentarios:

  1. Muchas gracias amigo Ricardo , siempre tan enriquecedor lo del Mordaz-
    Abrazo Grande.

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    1. hace muchos años atras leyendolo pude entender el papel del AYATOLAH JOMEINI en IRAN ARNOLDO BOEDO

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  2. Muy fascinante historia, Ricardo. No la conocía y siempre aprendo mucho por tus blogs. Gracias por mandar. Talvez puedas hacer alguna vez un relato sobre la guerra de los Cristeros en Mexico. Abrazos,20 de febrero de 2017, 8:26

    Muy fascinante historia, Ricardo. No la conocía y siempre aprendo mucho por tus blogs. Gracias por mandar. Talvez puedas hacer alguna vez un relato sobre la guerra de los Cristeros en Mexico.

    Abrazos,

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  3. Muchos años atrás he leído la Guerra del fin del mundo de Vargas Llosa, y en ese momento contemporáneamente comprendi al Ayatolah Jomeini, por su mistisismo, que agrupo a las masas en contra del régimen feudal-monarquico de Iran. Esa fue su virtud, y su daño colateral fue el aniquilamiento del partido TUDEH de contenido ideologico de izquierda

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  4. Gracias Ricardo, como siempre. Me ofrecés una fuente enriquecedora de conocimiento cada vez. Te mandé una nota de Mempo Giardeinelli a propósito del también admirado por él Vargas Llosa; su desilisión y su reproche. Un abrazo. Edith.

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  5. Gracias Ricardo;me enriquecen tus publicaciones y los comentarios .

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