De la década infame hasta
1955
Se
puede decir que durante la Década Infame que se inició con el breve período de
la dictadura de Uriburu de solo dos años, quienes gobernaron no se percataron
que el cine podía ser una herramienta de propaganda. Esto se debió en gran
parte, a que esta industria en la Argentina alcanzó envergadura recién en 1933
con los estudios Lumiton y Argentina Sono Film que además incorporó el cine
sonoro.
Sin embargo, hubo una velada censura promovida por la Iglesia Católica
y conservadores de peso como el anticomunista y antisemita Matías Sánchez
Sorondo que promovió la creación del Instituto Cinematográfico Argentino y además
fue su director.
Entre
1933 y 1943 el cine argentino creció en forma exponencial, mucho más en cantidad
que en calidad. Los guiones brillaban por la escasez de temas sociales, estaban
dirigidos hacia las clases medias y altas con protagonistas ingenuos y
escenarios fastuosos. Constituyó sin embargo, una época en que esta industria
con las películas de Gardel y de Libertad Lamarque, hicieron furor en toda
América Latina.
Carlos Gardel con Mona Maris
en Cuesta Abajo (1934)
En los años 40 el cine argentino entra en crisis;
Estados Unidos castigó la neutralidad adoptada por nuestro país y favoreció al
gran competidor de habla hispana que era México. Se restringió a nivel cuenta
gotas el envío de celuloide para frenar el creciente mercado expansivo que
estaba teniendo Argentina. Como respuesta, durante el gobierno de facto de
Farrell y bajo la influencia de Perón, se dictó en 1944 el decreto 21.344 que
reguló la industria del cine y promovió su desarrollo fomentando la obligatoriedad
de exhibición de un cierto porcentaje de películas argentinas en las salas
cinematográficas.
Una mancha negra del golpe militar del 43 fue la
censura que sufrió la actriz Nini Marshall (Marina Esther Traveso 1903-1996),
figura emblemática de la radio y la cinematografía argentina. A su personaje
Catita se lo catalogó como vulgar ya que lesionaba el lenguaje y fue metida en
la misma bolsa en que cayeron las letras de muchos tangos a los que se les
suprimió la terminología lunfarda perdiendo toda frescura y la fuerza expresiva
que los caracterizaba.
Niní
Marshall en una escena de Carmen (1943)
El gobierno peronista no fue benévolo con Niní
Marshall quien terminó autoexiliándose en México y esta actitud constituyó un
contrasentido dentro de la filosofía popular del peronismo.
El
peronismo sancionó el primer reglamento de censura tomando el modelo del
presidente norteamericano Frankin D. Roosevelt en el Código Hays, y estableció
que no se permitiría ningún film que “pueda rebajar el nivel moral de los
espectadores”, una generalidad concretada en que “la familia, el Estado, la Iglesia,
el ejército y la ley no pueden ser objeto de escarnio”.
Podemos
decir que el comportamiento del régimen con el séptimo arte fue contradictorio.
Al obligar a la exhibición de películas nacionales y favorecer la industria
nacional del cine, ganó el respaldo de los productores locales y de actores por
las mayores fuentes de trabajo, pero el “clima de época” hostil obligó a
estrellas, como Libertad Lamarque, Luisa Vehil y Delia Garcés, a migrar
mientras que grandes actores como Francisco Petrone entraron en un cono de
sombra.
Por
otra parte, tuvo la habilidad de saber aprovechar al cine como herramienta de
propaganda a través de “Sucesos Argentinos” que fueron noticiosos de fuerte
contenido de exaltación del régimen y sus obras. La restricción a los medios fue
total y la única información provenía del accionar propagandístico de la
Secretaría de Prensa y Difusión a cargo de Raúl Apold, el inventor de la frase
“Perón cumple, Evita dignifica”. Fue el principal responsable de llevar a
niveles desmesurados el culto a la pareja presidencial.
Raúl Apold (1898-1980)
De la dictadura militar del
55 hasta 1976
La
revancha “gorila” luego de 1955 fue mucho peor porque llevó a la cárcel al
cantante, actor y productor Hugo del Carril, director de un clásico del cine
social como “Las aguas bajan turbias”, de 1952, y también a Lucas y Atilio
Mentasti, propietarios de Argentina Sono Films, propulsores de la industria del
cine nacional acusados de contrabandear celuloide.
Sin embargo, los golpistas sancionaron el
decreto-ley 62/57, que creaba el Instituto Nacional de Cinematografía gracias
al cual se reactivó la filmación de películas y contiene un artículo de
singular importancia: "La libertad de expresión consagrada por la
Constitución Nacional comprende la expresión mediante el cinematógrafo, en
cualquiera de sus géneros". Este instituto fue el antecesor del INCAA
(Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales, ley 17.741 de 2001).
El
organismo fue robustecido durante el frondicismo, que le adosó representaciones
institucionales de las Ligas de madres y padres de familia, el Movimiento
Familiar Cristiano y otros grupúsculos del catolicismo intolerante.
A partir de 1957, nace en Argentina el cine
erótico y su creador, actor y director fue Armando Bó, quien junto con la
actriz Isabel Sarli, formaron un dúo inseparable. La primera producción fue El trueno entre las hojas, sobre el
libro de Augusto Roa Bastos. Bó e Isabel se convirtieron en el paradigma
latinoamericano del cine erótico, que alcanzó un éxito enorme en todo el
continente, llegando incluso a Estados Unidos y Europa. Sus películas cosecharon
el fanatismo de otros cineastas como John Waters quien violentó los límites del
decoro y lo convencional en la sociedad norteamericana.
Armando Bo e Isabel Sarli en una de sus películas
Bó mantuvo permanentes conflictos con los
sistemas de censura de los distintos gobiernos y su peor momento lo tuvo bajo
el gobierno del dictador Onganía.
El cine de Armando Bó es muy personal y
distinto de cualquier otro. Pretender analizar las 27 películas del director y su estrella
fetiche, excede las reglas establecidas para la elaboración de cualquier
análisis. Las críticas oscilan desde un cineasta de vanguardia hasta
considerarlo el peor director a nivel mundial.
Inspirado
en el edicto franquista que prohibía difundir las “actividades sexuales
ilícitas”, el código de censura dictado en 1968 bajo la dictadura de Onganía,
haciéndose eco de la típica moral formal que caracteriza a los militares,
prohibió las escenas con “insinuaciones de orden sexual, estimulo del erotismo”
y otras que promovieran las relaciones extramatrimoniales. Mientras, en orden a
la ley 17.401 que prohibía el pensamiento comunista, se prohibieron filmes que
promovieran el conflicto y “la negativa del deber de defender a la Patria”.
Afiche de la película El
trueno entre las hojas
Durante
los años 60 comenzó a vislumbrarse en América Latina la emergencia de un cine
que intentaba ensayar una mirada renovadora, tanto en la ruptura con las formas
tradicionales de entender y hacer cine (estético-burguesas de Hollywood, por
decirlo de alguna manera), como en el compromiso político con los cambios que
se iban gestando en el continente. El objetivo era mostrar una lectura
histórica de la sociedad que se enmarcara en un acto de denuncia contra la
opresión o la desinformación, para instruir, sensibilizar y sublevar al
espectador.
Una
de las primeras experiencias se realizó de la mano de Fernando Birri, quien de
regreso a la Argentina, e influenciado por el neorrealismo italiano, en 1957
fundó en Santa Fe el Instituto de Cinematografía de la Universidad del Litoral
con la idea de experimentar un cine “realista, popular y crítico”. La propuesta
tuvo gran impacto y prontamente su influencia marcó el fundamento teórico y
práctico a partir del cual sería posible un trabajo cinematográfico más
concreto y politizado. De las producciones realizadas por Birri y su equipo se destaca
Tire dié, (1958), que representa para
muchos el primer film político de Latinoamérica. La película recorre datos
estadísticos e imágenes del poderío económico de la ciudad de Santa Fe hasta
llegar a los asentamientos en las “afueras” de este desarrollo industrial,
expresando de manera sencilla y sin grandes pretensiones las contradicciones de
la sociedad argentina de aquellos años.
Con
Tire dié, el objetivo no era
solamente mostrar esa realidad conmovedora de los niños pobres corriendo al
costado del tren, gritando “tire dié” a la espera de una moneda del pasajero
sensibilizado, sino denunciar esa situación que era silenciada o negada por
gran parte de la sociedad.
Años
más tarde, durante el gobierno militar de Juan Carlos Onganía (1966-1970),
Fernando Solanas y Octavio Getino realizaron La hora de los hornos. El film explicitaba sin mayores eufemismos
la denuncia contra el neocolonialismo en Latinoamérica, presentando a su vez,
un llamado a la acción revolucionaria.
Catalogada
por muchos como ensayo político-cinematográfico, La hora de los hornos consta
de cuatro horas y media de material de diferentes fuentes: imágenes
documentales, entrevistas, estadísticas y fragmentos de cortometrajes. Se exhibía
clandestinamente en salones privados y de clubes que eran colmados por la
gente, ávida de respirar aire fresco.
Después
de finalizada la película, Solanas y Getino, junto con Gerardo Vallejos y
Egdardo Pallero, fundaron el Grupo Cine de Liberación, que se oponía al cine de
Hollywood y tenía como objetivos informar y esclarecer al público. Se exhibía
en salas de barrios, clubes y agrupaciones sindicales. Durante 1971, el Grupo
Cine de Liberación rodó en España dos largometrajes documentales que consistieron
en largas entrevistas a Juan Domingo Perón: "Actualización política y
doctrinaria para la toma del poder" y "Perón, la revolución
justicialista", producciones que afianzaron las ideas de un cine
militante.
Por
su lado, el cineasta Raymundo Gleyzer fundó el Cine de Base.
Uno
de los films más significativos de aquel momento fue Los traidores (1973), un
relevamiento documental de la burocracia sindical.
Raymundo
Gleyzer (1941-desaparecido por la dictadura en 1976)
Durante
la llamada primavera camporista surgieron películas como Operación Masacre, La Patagonia
Rebelde (1974) y Quebracho
(1974), entre otras.
Los años de plomo
A
partir de 1976, con los militares nuevamente en el poder, la censura, la
represión, el exilio y la desaparición de cineastas despejaron el camino para
que un cine cómplice a los fines e intereses del gobierno militar, dominara la
cartelera de estrenos nacionales. Octavio Getino, Fernando Solanas, Humberto
Ríos, Gerardo Vallejos, Lautaro Murúa, Jorge Cedrón, entre otros, tuvieron que
exiliarse en el exterior. Y Raymundo Gleyzer, Pablo Szir y Enrique Juárez
fueron secuestrados y continúan hoy desaparecidos.
Las
Fuerzas Armadas se interesaron en fomentar una producción de películas que
mejorara su imagen ante la sociedad y contrarrestara el primer impacto que las
informaciones “filtradas” en medios del exterior pudieran causar. En función de
este objetivo, los films fueron minuciosamente elegidos y apoyados –a través de
subsidios y premios– por el Instituto Nacional de Cine (INC), que en aquel
entonces se encontraba intervenido. Mientras tanto, la disciplina era
completada por el Ente de Calificación Cinematográfica (con la peculiar figura
de Miguel Paulino Tato y sus sucesores).
Las
películas buscaban mostrar una Argentina de pie ante el mundo en donde la
familia, la madre, la iglesia, la patria, la bandera, la amistad y las fuerzas
del orden debían ser lo primero ante todo. Palito Ortega se acopló gustoso a
esa mediocridad con películas cercanas a lo deplorable como
Dos locos del aire (1976) y Brigada en acción (1977).
Por
otro lado, no debemos olvidar que también existió, por parte de algunos
cineastas, el intento de denunciar la situación que se vivía en la Argentina.
Mediante un estilo metafórico, el encierro, las desapariciones y el miedo
lograron una representación en clave. Fue así como José Martínez Suárez realizó
Los muchachos de antes no usaban arsénico
(1976); Sergio Renán, Crecer de golpe
(1977), con libro de Haroldo Conti; y Alejandro Doria, La isla (1979) y Los miedos
(1980). Por su parte, Adolfo Aristarain realizó dos films que posteriormente lo
consagrarían como uno de los directores más importantes de los años 80: Tiempo de revancha (1981) –la rebelión
de un individuo ante una gran corporación puede proyectarse a la relación con
un Estado policial– y Últimos días de la
víctima (1982), alusión al ocaso del gobierno militar.
Detrás del pomposo título de “Interventor del “Ente
de Calificación Cinematográfico”, se encontraba agazapado el personaje más
nefasto que recuerda la historia del arte. Miguel Paulino Tato, alias el “señor tijeras”, declarado
nazi y racista, fue el responsable de más de 300 prohibiciones, sin hablar de los
recortes de segmentos enteros de escenas, muchos de ellos de gran sutileza
artística que aquel palurdo era incapaz de apreciar.
Miguel
Paulino Tato (1902-1986)
Ante la mirada de aprobación de los uniformados y
de la jerarquía eclesiástica, películas como Novecento, Regreso sin
Gloria, La Naranja Mecánica y Último Tango en París, debieron
esperar el regreso de la democracia para que el público argentino las gozara.
Sin embargo, los militares y sus familiares no se privaron de estas obras que
retaceaban al resto de la sociedad. Hipócritamente y con curiosidad morbosa las
disfrutaban en una sala de conferencias del Ministerio de Guerra. Los porteños
tenían que conformarse con cruzar en manada el Río de la Plata y verlas en las
salas de Montevideo.
Alfonsín, al asumir en el gobierno, suprimió toda
censura en el arte y Tato pasó al merecido ostracismo de los despreciables. La
producción cinematográfica al término de la dictadura había caído a menos de 20
películas por año, cuando a partir del 2012 se hicieron más de 100.
Con el gobierno actual del Presidente Macri, la
censura es más sutil y se basa en retacearle apoyo y fomento a la
industria cinematográfica, política que se extiende a todas las ramas del arte
y la cultura.
Luciano
Monteagudo. Prohibido prohibir en democracia. Página 12, 10/12/2008.
Hernán
Invernizzi. Cines rigurosamente vigilados. Buenos Aires Capital Intelectual
2014.
1955-1958.
La cultura en años de incertidumbre. La Nación 19/12/2004.
Los
artistas que enfrentaron a los gobiernos. Perfil.com Política. 19/04/2016. http://www.perfil.com/politica/Los-artistas-que-enfrentaron-a-los-gobiernos--20130108-0008.html
Diego
Curubeto. Sin tetas no hay paraíso. Página 12, Radar 24/01/2010.
Gustavo
Catagna. Armando Bó e Isabel Sarli El buen salvaje y la mujer codiciada.
Hola Ricardo, que bueno este trabajo que me enviaste...vos tenes esas películas?...siemptre tengo ganas de hacer una reunión de amigos y si te pareceria bien, llegado el frio me gustaria que este tema y alguna de de estasd películas las pudieramos ver y de paso...despuntar el vicio de la política..
ResponderEliminarTe parecería bien la idea?
Bueno un placer y gracias