La guerra del fin del mundo, es
el nombre del libro homónimo que en 1981 escribió el Premio Nobel de Literatura
Mario Vargas Llosa. La obra está considerada como una de los mejores relatos
del escritor, un hito fundamental en la historia mundial de la novela. Quien
empieza a leerla queda atrapado a tal punto que necesita llegar a la última
página, para poder cerrar el libro.
Mario Vargas Llosa
Después,
Vargas Llosa derrapó en forma inexplicable hacia una lamentable derecha
ultramontana y a partir de entonces su estilo literario perdió frescura y el
lector debe hacer un esfuerzo para alcanzar la última página de la mayoría de
sus obras posteriores.
Canudos
El
relato está basado en un episodio real que ocurrió en 1897 en un poblado
situado al nordeste del estado de Bahía en Brasil, en pleno sertón o desierto
brasileño, azotado por la sequía y los vientos. Al principio el poblado era un
rejunte de pocos ranchos hasta que llegó allí uno de esos personajes que tienen
una fuerza interior y una capacidad de convocatoria que los hace únicos entre
los demás seres humanos.
Así
lo describe Vargas Llosa y es la forma en que inicia su novela: “El hombre era
alto y tan flaco que parecía siempre de perfil. Su piel era oscura, sus huesos
prominentes y sus ojos ardían con fuego perpetuo. Era imposible saber su edad,
su procedencia, su historia, pero algo había en su facha tranquila, en sus
costumbres frugales, en su imperturbable seriedad que, aún antes de que diera
consejos, atraía a las gentes”. En la descripción, a Vargas Llosa se le escapa agregar
que aquel forastero tenía una espesa barba negra como el carbón que le ocultaba
gran parte del rostro y le llegaba hasta la mitad del pecho.
En
realidad, este personaje que fue el organizador y promotor de la llamada guerra
de Canudos, y que constituye el eje central de la novela, no era tan
desconocido como lo pintó Vargas Llosa. El hombre tenía sus antecedentes, se
llamaba Antonio Vicente Méndez Maciel y cuando llegó a Canudos tenía alrededor
de 60 años.
A pesar de provenir de una familia de pastores de ovejas que
sufrieron la explotación del terrateniente local, Méndez Maciel alcanzó un
excelente grado de educación y logró dominar varios idiomas. Se desempeñó como
vendedor ambulante y llevó una vida convencional hasta que su mujer lo abandonó
seducida por un oficial del ejército.
Desde
entonces comenzó a vagar por el sertón sin rumbo fijo hasta recalar en Canudos.
Su verdadero nombre y su pasado ya no importaron más, porque se había
transformado en otro ser y solo se lo conoció como el “Consejero”. Cuando llegó
a Canudos se estableció definitivamente y se puede afirmar que fue el fundador
del pueblo ya que debido a su magnetismo y su oratoria afluyeron numerosos
habitantes de aldeas vecinas y la población que en su origen contaba con unos
pocos centenares de habitantes alcanzó los 25.000 en el momento en que se
inició la guerra.
El Consejero
El Consejero, boceto anónimo
El
Consejero estaba siempre rodeado por un grupo de personajes variopintos que le
eran incondicionales y entre ellos figuraban los cangaceiros o bandidos del
sertón. Hombres curtidos y despiadados que vivían del saqueo y estaban acostumbrados
a todo tipo de enfrentamientos con las autoridades, pero que quedaron
subyugados por el Consejero. Éste los dominó con su personalidad y los puso a
su servicio, transformándolos en un elemento imprescindible en las futuras
guerras con el gobierno. A este conjunto humano la historia y Vargas Llosa los
denominó “yagunzos”, término que se extendió a todos los habitantes de Canudos.
Cualquier contacto y conversación entre los yagunzos se iniciaba con el
siguiente saludo: “Alabado sea el buen Jesús Consejero”.
Los cangaceiros por sus
tácticas y conocimiento de la región fueron fundamentales en la guerra de
Canudos
El
Consejero declaró la República de Canudos, estableció un sistema socio
económico de estilo comunista, con fuerte impronta místico religiosa. Abolió el
matrimonio civil, la moneda oficial fue reemplazada por el trueque y estableció
una moral rígida prohibiendo las tavernas, el consumo de bebidas alcohólicas y
la prostitución. Muchos esclavos y campesinos explotados por los
terratenientes escaparon de sus amos y se asentaron en Canudos. La gota que
derramó el vaso fue la orden del Consejero de no pagar los impuestos.
José Wilker como El Consejero en la película
Canudos dirigida por Sergio Resende (1997)
El gobierno central que hacía poco se había desprendido de la monarquía
para constituir la República de Brasil, consideró a los sucesos de Canudos como
una amenaza a su autoridad. Además, los grandes hacendados influenciaron con
sus quejas para que se tomaran medidas drásticas contra el Consejero y sus
fanáticos seguidores. Si el gobierno pensó que sería fácil eliminar este
movimiento subversivo se equivocó totalmente como se verá a continuación.
Guerra de Canudos
Primera expedición. El
24 de noviembre de 1896 se lanzó la primera expedición militar, bajo el mando
del Teniente Manuel da Silva Pires Ferreira. El Consejero en sus sermones había
profetizado que las fuerzas del “Perro” vendrían a prenderlo y pasarían a
cuchillo a sus habitantes.
En realidad la orden que tenía el teniente era
arrestar a ese cabecilla mesiánico y para cumplirla se dirigió hacia Canudos con
una compañía del Noveno Batallón de Infantería de Bahía, algo más de 100
hombres. Cifra más que suficiente para arrestar a ese loco, pero no para
combatir a los yagunzos que en forma incondicional y entusiasta estaban a su
servicio.
La
noche anterior al encuentro, el Consejero dio un sermón electrizante y antes de
que despuntara el alba, un grupo numeroso de pobladores con los cangaceiros a
la cabeza salieron a enfrentar al “demonio” o a los “perros”. Poseían muy pocas
armas de fuego y la gran mayoría portaba, cuchillos, hoces, machetes, hondas,
ballestas de cacería, palos y piedras.
Caminaron
10 leguas cantando, rezando y vitoreando a Dios y al Consejero. Parecían más
una multitud festiva o una procesión religiosa que una fuerza combatiente,
hasta que enfrentaron a la compañía que se había atrincherado en el pueblo
vecino.
Los somnolientos soldados, después de 12 días de marcha, no entendían
lo que pasaba ni los cánticos que los despertaban, pero en cuanto lograron
recuperarse, como estaban armados hicieron estragos en las primeras filas de
los rebeldes. Estos no retrocedieron ni un instante y terminaron poniendo en
fuga a los uniformados que abandonaron sus armas y desalados se dispersaron a
campo traviesa.
Un
día y medio después de desandar las 10 leguas los yagunzos entraron al pueblo
dando vivas al Consejero y aplaudidos por el resto de los habitantes.
Segunda expedición. Tres
meses después del final catastrófico de la primera expedición, se lanzó una
segunda como más de 600 efectivos, dos cañones Krupp y dos ametralladoras, al
mando del Mayor Febronio de Brito. Cuando llegaron al pueblo de Queimada donde hicieron
un alto, realizaron un desfile militar frente a la plaza, seguido del discurso
de bienvenida del alcalde. Espías del Consejero partieron hacia Canudos para
brindar todos los detalles de la nueva expedición.
Antes
de llegar a Canudos, la falta de alimentos en la tropa se agudizó y debieron
sacrificar los animales de arrastre. Los yagunzos le salieron al encuentro en
una zona montañosa y se produjo una encarnizada lucha donde las ametralladoras
y los cañones Krupp redujeron los yagunzos a la mitad.
Al
caer la noche los soldados estaban rendidos pero alegres, pensando que al día
siguiente ingresarían en Canudos y terminarían con este azote. Febronio de
Brito decidió acampar en un valle. Pero al poco tiempo, mientras pasaban
revista de muertos y heridos y aún se estaban incorporando soldados de la
retaguardia, les cayó encima un alud de hombres y mujeres de todas las edades
que estaban en condiciones de pelear. A los gritos de perros, infieles y
masones, atacaron a la expedición desde diversos ángulos con todo tipo de armas.
La
fuerza de Febronio de Brito se desparramó en estampida en todas direcciones,
dejando en el terreno partes del uniforme, objetos personales y las armas, que
fueron recolectadas por los yagunzos. Los cañones Krupp fueron arrancados de
sus cureñas y arrastrados a Canudos para fundirlos.
Tercera expedición. En
marzo de 1897 se lanzó la tercera expedición, esta vez de 1400 hombres y comandada
por el Coronel Moreira César, hombre altivo y presuntuoso, totalmente
convencido que la campaña sería rápida. No podía entender las derrotas
anteriores a manos de un grupo de andrajosos, pésimamente armados. En Queimada,
el paso obligado para llegar a Canudos, se presentaron ante el coronel el
Teniente Pires Ferreira y el Mayor Febronio de Brito. Ambos se ofrecieron a
integrar el Séptimo Regimiento. Moreira César los miró con desprecio y
dirigiéndose al Mayor lo acusó de haberse hecho derrotar como un novato y los mandó
a la retaguardia a encargarse de los enfermos y del ganado.
Coronel Antonio Moreira
Cesar
Cuando
el regimiento alcanzó la cumbre de una sierra, los soldados vieron por fin a
Canudos en un pequeño valle. Los cañones Krupp comenzaron a bombardear la
ciudad y varias casas estallaron en llamaradas. La tropa descendió la colina y en
el instante en que se aprestó a vadear el río recibió una descarga de los
yagunzos camuflados entre piedras y arbustos que hizo estragos en la avanzada.
Comenzó una lucha cuerpo a cuerpo y finalmente los soldados ingresaron al
pueblo matando habitantes e incendiando las casas. Realizaron tres cargas de
infantería y caballería, pero las tres veces fueron rechazados por los
pobladores. Mientras Moreira César agonizaba con el abdomen destrozado por un
proyectil, sus subalternos dieron la orden de retirada.
El
regimiento perdió más de 300 hombres y decenas de oficiales masacrados. Los
sobrevivientes llegaron al próximo pueblo semidesnudos, desvariando por la sed
y la fatiga y sin sus armas que quedaron esparcidas en el campo de batalla. Fue
todo lo que quedó del Séptimo Regimiento.
Cuarta expedición. A
esta altura de los acontecimientos, Canudos figuraba en la primera plana de
todos los diarios y en Brasil no se hablaba de otra cosa que de ese grupo de
bandidos y desarrapados fanáticos que habían derrotado a tres expediciones
militares. Voces de alarma clamaban que la república estaba en peligro, que el
ejército estaba constituido por principiantes y que había que limpiar las
afrentas recibidas o ese flagelo se extendería como una marea por el resto del
territorio.
La cuarta expedición se
diseñó con la ayuda de un gabinete de Guerra y al comando de la misma el
gobierno designó al General Arthur Oscar de Andrade Guimarães e incluyó la
participación directa del Ministro de Guerra, quien se estableció en Monte
Santo, un pueblo vecino de Canudos.
General
Arthur Oscar de Andrade Guimarães
La expedición estaba
constituida por tres brigadas, ocho batallones de infantería y dos de
artillería, morteros y numerosos cañones, entre ellos uno gigantesco llamado
“La Matadeira”, que necesitaba ser tirado por una larga yunta de bueyes. Esta
fuerza de tres mil hombres comenzó a desplazarse penosamente hacia Canudos. A
la espera del ataque, los yagunzos no la estaban pasando nada bien, el hambre,
la desnutrición, las fuertes pérdidas sufridas en los ataques anteriores y la
escasa disponibilidad de armas de fuego los colocaba en una situación muy
desequilibrada para enfrentar al enemigo.
La población debió
soportar un bombardeo devastador y resistió numerosos ataques de la infantería
y caballería hasta que al cabo de 35 días de lucha, las fuerzas del gobierno,
después de sufrir cientos de bajas, tomaron control de Canudos.
La mayoría de
los hombres fueron degollados, las mujeres violadas antes de matarlas y las de
mejor apariencia física fueron enviadas a engrosar los burdeles de El Salvador.
El Consejero había muerto unos días antes de disentería, pero una vez ubicada
su sepultura lo desenterraron y su cabeza, colocada en el extremo de una pica, fue paseada triunfalmente hasta la capital de la provincia.
La guerra de Canudos
había durado poco menos de once meses, desde el 24 de noviembre de 1986 hasta el
2 de octubre de 1897. Solo sobrevivieron 150 yagunzos quienes estaban
convencidos de que el Consejero había subido a los cielos de las manos de dos
arcángeles.
Mario
Vargas Llosa. La guerra del fin del mundo. Seix Barral, Buenos Aires 1981.
War of Canudos. Wikipedia, the
free Encyclopedia.
Jorge
de Gregorio. Brasil para todos. Guerra de Canudos. http://culturabrasilera.blogspot.com.ar/2009/07/historia-guerra-de-canudos.html
Muchas gracias amigo Ricardo , siempre tan enriquecedor lo del Mordaz-
ResponderEliminarAbrazo Grande.
hace muchos años atras leyendolo pude entender el papel del AYATOLAH JOMEINI en IRAN ARNOLDO BOEDO
EliminarMuy fascinante historia, Ricardo. No la conocía y siempre aprendo mucho por tus blogs. Gracias por mandar. Talvez puedas hacer alguna vez un relato sobre la guerra de los Cristeros en Mexico.
ResponderEliminarAbrazos,
Muchos años atrás he leído la Guerra del fin del mundo de Vargas Llosa, y en ese momento contemporáneamente comprendi al Ayatolah Jomeini, por su mistisismo, que agrupo a las masas en contra del régimen feudal-monarquico de Iran. Esa fue su virtud, y su daño colateral fue el aniquilamiento del partido TUDEH de contenido ideologico de izquierda
ResponderEliminarGracias Ricardo, como siempre. Me ofrecés una fuente enriquecedora de conocimiento cada vez. Te mandé una nota de Mempo Giardeinelli a propósito del también admirado por él Vargas Llosa; su desilisión y su reproche. Un abrazo. Edith.
ResponderEliminarGracias Ricardo;me enriquecen tus publicaciones y los comentarios .
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