Imaginemos
que estamos en el año 1600 en el aula de medicina, que aún se conserva intacta,
de la Universidad de Padua fundada en 1222 y por lo tanto, una de las más
antiguas de Occidente y también la más avanzada. Imaginemos también que de un
momento a otro ingresará el profesor en aquel anfiteatro de madera iluminado
por candelabros y que lleva el nombre de “Teatro de Anatomía”.
Aula
de Anatomía de la Universidad de Padua
La sala está colmada de alumnos de distintas
partes de Europa, todos manejan el latín, el idioma utilizado como comunicación
en las ciencias. De pronto cesan los murmullos y se hace un silencio sepulcral
porque se acaba de abrir la puerta para dar paso al anatomista: Fabricius Ab
Aquapendente. El ambiente se carga de tensión mientras todas las miradas
confluyen hacia la mesa de disección en la que yace un cadáver. Con un
instrumento cortante las manos del maestro, pese a las deformidades de la
artrosis, comienzan a develar hábilmente los misterios de la anatomía humana. Entre
los asistentes se encuentra William Harvey (1578-1657) quien contempla
fascinado cómo Fabricius va separando las distintas estructuras anatómicas.
Harvey regresó a Inglaterra con un rico
bagaje de conocimientos que serían decisivos para sus investigaciones. Por
entonces prevalecía un enigma indescifrable sobre la circulación de la sangre. Las
cavidades izquierdas del corazón la bombeaban con cada latido para ser
distribuida por todo el cuerpo y después retornaba por las venas a las
cavidades derechas, pero se ignoraba por donde la sangre pasaba nuevamente al
corazón izquierdo para repetir el ciclo, que solo se interrumpía con la muerte.
Harvey
le muestra al rey Carlos I su descubrimiento de la circulación de la sangre, por Ernest Board
Harvey se basó sobre los hallazgos del
español Miguel Servet y en sus propias disecciones en animales, ya que al ser
el médico de la Corte, sus experiencias se vieron facilitadas por el
incondicional apoyo del rey Carlos I. Finalmente en 1639 publicó su obra magna De Motu Cordis que revolucionó la
medicina en la cual sostenía que la sangre pasaba desde las cavidades derechas
del corazón a la arteria pulmonar, se difundía y oxigenaba en los pulmones y
regresaba nuevamente por las llamadas venas pulmonares al corazón izquierdo.
Había descubierto el circuito pulmonar o circulación menor de la sangre.
A semejanza de sus colegas y científicos de
la época, Harvey ignoraba que ya en el siglo XIII, la circulación de la sangre
había sido descrita con la misma precisión por el médico Ibn al-Nafis de la
ciudad de Damasco, la capital de Siria. Mucho antes que los europeos, los árabes
ya contaban con universidades en Tunez, Fez, Bagdad y El Cairo. Por razones
geográficas, por las enormes diferencias en el idioma tanto hablado como
escrito y por el eurocentrismo arrogante de los pensadores europeos, no existía
prácticamente contacto entre los avances científicos de Oriente y los escasos
progresos de Occidente sumergido en un oscurantismo medieval.
Harvey no plagió a Ibn al-Nafis, ya que
ignoraba sus investigaciones. Recién en 1924, un médico egipcio interesado en
la medicina árabe, descubrió en una biblioteca de Berlín el manuscrito Comentario de la Anatomía sobre el Canon de
Avicena, cuyo autor era Ibn al-Nafis. Este tratado, considerado uno de los
mejores libros científicos, incluye entre sus contenidos la descripción precisa
de la circulación pulmonar.
Harvey sí tenía conocimiento de los trabajos
de Miguel Servet, pero quería confirmarlos a través de su propia experiencia.
Ambos fueron mentes extraordinarias, pero con finales totalmente dispares.
Harvey gozó siempre de fama y prestigio, era el médico que se codeaba con la
realeza y tiene el crédito merecido de haber descrito la circulación menor. Su
libro De Motus Cordis, de importancia
fundamental en la cardiología, figura entre las otras grandes y revolucionarias
obras que produjo Inglaterra en los últimos siglos: en sociología El Capital de Karl Marx, en física y
matemáticas la Principia Mathematica de
Isaac Newton y en biología El Origen de
las Especies de Charles Darwin.
Muy diferente fue el destino de Miguel Servet.
Nacido en Aragón, España estudió leyes en Francia y gozó de popularidad en la
corte del Louvre. Husmeó en todas las disciplinas y defendió sus ideas
acaloradamente. Esto le granjeó la enemistad de diversos académicos, pero se
trataba de contrincantes inofensivos. Su vida se empezó a complicar cuando
incursionó en teología y entró en conflicto con los ortodoxos de la Iglesia
Católica y como si esto no fuera suficiente, embistió también contra los
teólogos de la Iglesia Protestante, por entonces controlada por Juan Calvino,
un fanático defensor de la nueva religión.
Miguel Servet (1511-1553). Grabado de
Christian Fritzsh . Colección privada
La Inquisición católica lo puso en la lista
de los herejes por sus ideas sobre la Trinidad, Jesús, la redención y el
universo. Se cambió el nombre y trabajó como corrector de pruebas de imprenta donde
gracias a sus conocimientos y el dominio de varios idiomas, le encargaron la
traducción de la Geografia de Ptolomeo,
que mejoró por lo cual está considerado como el fundador de la Etnografía y de la
Geografía comparada.
Estudió medicina, se recibió de médico y
produjo su obra magna Christianismi
Restituto, donde hay un capítulo dedicado a la circulación de la sangre que décadas después serviría a Harvey
para redondear su descubrimiento. En su libro Servet introdujo conceptos
científicos y religiosos y en estos últimos volcó sus ideas que contradecían a
la Biblia. Fue denunciado al Gran Inquisidor de Lyon y sus obras confiscadas.
Logró escapar de la prisión sobornando a un carcelero y la Inquisición,
rumiando rabia, tuvo que contentarse con quemar su efigie en un acto simbólico
junto con sus obras.
Escapó a Italia, pero hizo escala en Ginebra,
lo que equivalía a meterse en la boca del lobo ya que allí el hombre más
poderoso era Calvino, quien había leído la obra de Servet y sentenció que no
saldría vivo si ponía los pies en la ciudad. Su captura y juicio fueron
cuestión de tiempo, en 1553 lo encerraron en una mazmorra y después de un
tiempo viviendo en las peores condiciones fue sentenciado a ser quemado en la
hoguera junto con sus libros y escritos.
Servet cometió un error imperdonable y fatal
para la época que le tocó vivir: creer que todo lo que se piensa puede ser dicho.
Esa imprudencia le costó la vida y en la forma más cruel e inimaginable. Fue un
mártir del libre pensamiento.
No todo estaba resuelto en el funcionamiento
de la circulación de la sangre, en este rompecabezas faltaba una pieza:
demostrar como pasaba la sangre de las arterias a las venas una vez que llegaba
a todos los tejidos. Harvey se llevó este enigma a la tumba sin poder
resolverlo, por la simple razón de que carecía del instrumento necesario: el
microscopio. Veinte años después de la publicación de De Motus Cordis, el médico e investigador Marcello Malpighi, de
Bolonia, enfocó el reciente invento en tejidos de animales y descubrió los
capilares, vasos microscópicos que establecían el nexo entre las arterias y las
venas. Con este hallazgo quedó completado el círculo del recorrido de la
sangre.
Marcello Malpighi (1628-1694) por Carlo Cignani
Álvarez JP. William Harvey,
corazón valiente. Revista Médica Clínica Las Condes, 2012/noviembre/788-790.
Yanes
J. Miguel Servet, el científico hereje que fue
quemado tres veces. OpenMind, 25/10/2018
Fresquet
JL. Marcello Malpighi. Historia de la Medicina. Biografías, octubre 2001.
Interesantísimo, gracias!
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