Este
personaje polifacético y contradictorio tuvo suficiente influencia tanto en las
letras argentinas como en la política, lo que mereció que sobre su vida y su
obra, que es muy vasta, se escribieran varios libros, ensayos y críticas de
todo tipo. Como señaló Horacio González en la persona de Lugones se encierran
varios Lugones antagónicos entre sí: “el socialista, el modernista, el
heráldico, el esgrimista fascista, el suicida heroico y el amante juglaresco”.
Aquí dejamos de lado su intensa y valiosa actividad
literaria para adentrarnos en los vericuetos de su vida como político y como
hombre. Si queremos sintetizar en una sola frase estos dos aspectos, podemos
decir que estuvo lejos de tener una línea de conducta fija y coherente.
Leopoldo Lugones (1874-1938)
Leopoldo provenía de una familia cordobesa de
hidalgos empobrecidos de ideas conservadoras y provincianas. Durante su adolescencia
decidió cambiar este cliché y se volcó al socialismo y como para él no había
grises, abrazó la línea revolucionaria de esta filosofía política. Ya
establecido en Buenos Aires desde 1895, fundó con José Ingenieros el periódico
La Montaña, bien ubicado a la izquierda y combativo y en la plaza Herrera del
barrio de la Boca, que era un bastión socialista, sus discursos de prosa
impecable, fascinaban a la audiencia.
Cuando despunta el siglo XX, encontramos a
Leopoldo casado con Juana Lujan González y con su primer y único hijo de su
mismo nombre, que sería conocido como “Polo” para la familia, y para otros como
el sádico y el torturador. Junto con este bagaje familiar, Leopoldo había
recibido el espaldarazo de Ruben Darío quién elogió su obra poética.
Hay que agregar que por entonces estaba
abandonando rápidamente sus ideas progresistas para volcarse al ala de los
conservadores. Se hizo amigo de Roca y sus discursos revolucionarios que solía
dar en la Boca, ahora destilaban odio hacia los inmigrantes. En las
festividades del Centenario cuando se produjeron las huelgas estimuladas por
los anarquistas, lanzó con su pulida retórica un discurso cargado de xenofobia,
donde se rescata este párrafo: “El país háyase invadido por una masa extranjera
y hostil que sirve en gran parte de elemento al electoralismo desenfrenado (…).
El pueblo como entidad electoral no me interesa en lo más mínimo…y soy un
incrédulo de la soberanía mayoritaria”.
También dio conferencias para los miembros de
la Liga Patriótica y el Círculo Tradicionalista, dos instituciones dedicadas a
perseguir judíos e inmigrantes revoltosos. Sin embargo. no fue un antisemita y
destruyó con su elegante pluma las falsedades del libro Los Protocolos de los Sabios de Sion.
Admirador de Mussolini se incorporó al
fascismo con los brazos abiertos. Vemos nuevamente que no hay grises en las
ideas de Leopoldo quien podía pasar sin mayor prurito de la izquierda
revolucionaria a la ultra derecha. También se observa cómo va acumulando
contradicciones e incluso reniega de principios, por él mismo establecidos,
según su conveniencia. Esto le costó la pérdida de amigos y de varios
escritores, a cambio adquirió nuevas amistades políticas y militares que
estaban lejos de alcanzar el valor y la jerarquía de las perdidas.
Cuando el conservadurismo terrateniente,
quedó sin impulso y agotado, debió pactar con los radicales el sufragio
universal, Leopoldo se quedó esperando los resultados con un plato en la mano
esperando recibir al menos una migaja de sus nuevos correligionarios, pero el
triunfo de Yrigoyen en 1916, disipó sus pretensiones. Comenzó lentamente a
desgastar al nuevo gobierno, pero cuando su hijo Polo fue condenado a 10 años
de prisión por violar y torturar a menores en un instituto a su cargo, Leopoldo
padre se presentó ante Yrigoyen y según relata la anécdota, se arrodilló ante
él y le pidió que cancelara la condena “por el buen nombre de la familia”. Era
evidente que este gesto de humillación lo hizo más para evitar el escándalo que
para ayudar a Polo. Yrigoyen accedió al pedido de mala gana y pocos años
después, Leopoldo sería uno de los cabecillas que voltearía al viejo radical,
olvidándose del favor enorme que éste le había concedido.
Lugones se hizo acreedor del triste
privilegio de ser el artífice e instigador del golpe militar de 1930 cuyo brazo
armado fue el general Félix Uriburu, episodio que sentó jurisprudencia para que,
con el correr de los años, se sucedieran una serie de atentados contra la
democracia. Hallándose en Lima, Perú en 1924 junto con Agustín Justo, el
fraudulento ministro de guerra del presidente Alvear, lanzó su famosa proclama
de “la hora de la espada”. Con esta frase jerarquizó al ejército como la tabla
de salvación que quedaba contra “la disolución demagógica”. Así llamaba él a
los gobiernos elegidos por el voto popular. Lugones fue quien creó y redactó la
proclama golpista para derrocar a Yrigoyen.
Su prestigio literario contribuyó a difundir
la revuelta, pero lo que no se imaginaba era que con el general Uriburu
ingresaba al poder una dictadura fascista burda, manejada por la oligarquía
terrateniente y entregada al capital extranjero.
Por entonces Lugones mantenía una relación
apasionada con una joven estudiante de literatura. Él, que había escrito El libro fiel con poemas dedicados a su
esposa jurándole fidelidad y amor eterno, estuvo enredado durante 6 años con
una estudiante de filosofía y letras. La joven adolescente Emilia Cadelago, se
acercó un día a Lugones para pedirle prestado un libro para su tesis. A partir
de allí nació un romance que se transformó en pasión furibunda, el escritor
alquiló un departamento próximo a Retiro que se transformó en el cotorro donde
la pareja saciaba su romance clandestino y transgresor. Un abundante
epistolario da fe de aquella pasión. Algunas de las poesías tenían la bizarra
originalidad de estar firmadas con sangre y semen.
Polo el hijo de Lugones tuvo acceso a las
cartas y rompió la relación de la pareja. El poeta
enloqueció. Se desesperó. Estuvo varios años intentando recuperar a su amada.
Todo fue inútil. Desencantado con la vida (incluyendo la política) se suicidó
el 18 de febrero de 1938 en una modesta habitación de una hostería del Tigre.
Un año antes había asistido al funeral de Horacio Quiroga y acercándose al
féretro había exclamado: “Horacio, te suicidaste como una sirvienta”.
Polo Lugones
Leopoldo
“Polo” Lugones (1897-1971)
Cuando su padre vio a Polo, que
sin haber entrado en la adolescencia, estaba sodomizando una gallina mientras
le retorcía el pescuezo, lo menos que debe haber pensado es que tenía un hijo
con graves trastornos de conducta. Ya adulto, pero sin haber cumplido los 30
años su condición de sádico y perverso, era vox populi en la alta sociedad
porteña. Fue por esa época que ocurrió el episodio en que Leopoldo padre se
arrodilló ante Yrigoyen rogándole que no se cumpliera la condena de 10 años de
prisión por violación de tortura de menores.
Yrigoyen, al revocar la
sentencia, cometió el error de dejar en libertad a un psicópata peligroso, con
el agravante de que el general Uriburu lo nombró en un cargo donde podría
ejercer y saciar su sadismo sin restricción alguna. El mesiánico general, de
escasas luces, lo designó jefe de la Sección de Orden Político de la Policía de
la Capital. Con este eufemismo se creaba un organismo cuya verdadera finalidad
sería, bajo el estado de sitio y la ley marcial, perseguir, torturar y matar a
todo sospechoso, político o activista que osara enfrentarse o criticar al
régimen.
“No lo voy a defraudar mi
general”, manifestó Polo cuando Uriburu le entregó el cargo. Lo cumplió al pie
de la letra y los sótanos de la Jefatura de Policía no tuvieron nada que
envidiarle a los recovecos donde la Inquisición Española, a fines de la Edad
Media, se desahogaba contra judíos, brujas y blasfemos.
Ahora bien, Lugones padre
conocía muy bien los instintos de su hijo a quien le había puesto el mote de
“el esbirro”. También tenía un aceitado contacto con Uriburu. Sin embargo, no
hizo nada para impedir el nombramiento de Polo en ese cargo tan peligroso para
la sociedad. Más tarde lo pagaría carísimo cuando “el esbirro” desbarató su
romance con la joven estudiante Emilia Cadelago.
A semejanza de su padre
Leopoldo, el hijo no pródigo, que lleva el triste mérito de introducir la
picana eléctrica como instrumento de tortura, terminó suicidándose, primero
pegándose un tiro que no lo hirió de gravedad, entonces prendió una hornalla de
gas y murió asfixiado. El 18 de noviembre de 1971, la sociedad se vio liberada
de este flagelo.
Susana “Pirí”
Lugones
Susana “Pirí” Lugones (1925-1978)
El 30 de abril de 1925 nació
Pirí Lugones, no poseía el talento literario de su abuelo, pero tenía valores
éticos y conciencia clara del país que deseaba, algo de lo que su antepasado
carecía. Supo crear una vida propia de ideales legítimos aun teniendo la
agobiante mochila de ser la hija del mayor torturador de la historia argentina
hasta ese momento.
Mientras estudiaba en la
Universidad de Filosofía y Letras se enamoró de Carlos del Peral y vivieron
juntos sin concertar lazos civiles ni religiosos, algo que en la década de 1950
no era bien visto. Fue un abierto desafío hacia su padre. Antes de separarse la
pareja produjo tres hijos: Tabita, Alejandro y Carlos.
A comienzos de la década de
1960 Pirí trabajó en Prensa Latina, agencia de noticias cubana fundada por
Gabriel García Márquez. En poco tiempo su carisma, su capacidad literaria y su
dinamismo, hicieron que se convirtiera en el centro de la actividad cultural
argentina. Se relacionó con numerosos escritores, algunos de los cuales
recibieron el apoyo para publicar sus obras a través de la editorial Jorge
Álvarez. Entre sus amistades se contaban Rodolfo Walsh, (con quien tuvo un
breve romance), Paco Urondo, Horacio Verbistky, Manuel Puig, Ricardo Piglia,
German García, Jorge Lafforgue y muchos otros escritores, ensayistas y críticos
literarios.
En 1971, Pirí se incorporó a
las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y formó un grupo de radioescuchas junto
con Verbitsky, Walsh, Mónica Fractman y Carlos Collarini con quien tuvo un
prolongado y apasionado romance. También colaboró en La Opinión y la revista Panorama.
La época coincidió con el suicidio de su padre y en esa circunstancia exclamó
exultante: “¡Se murió el torturador!”. El mismo mes, obedeciendo a la
distorsionada genética de los Lugones, se ahorcó Alejandro, uno de los hijos de
Pirí.
Con el advenimiento de la
sangrienta dictadura de 1976, Pirí ingresó a la clandestinidad y continuó con
su militancia mientras cambiaba continuamente de refugio. Al año siguiente fue
asesinado Rodolfo Walsh en un enfrentamiento con las fuerzas de tareas y poco
después Carlos Collarini, el amor de su vida, fue secuestrado en los
alrededores de Retiro. Verbitsky se había exilado, su hija Tabita ya estaba
radicada en España y todos le pedían que se fuera del país, pero ella se quedó.
El 21 de diciembre de 1977 fue secuestrada y torturada y poco después arrojada
al mar en uno de los vuelos de la muerte.
Se han rescatado relatos de
compañeros que estuvieron con ella en cautiverio y sobrevivieron, que evidencian
que nunca perdió su capacidad para la ironía y el sarcasmo y que mientras la
torturaban les gritaba a sus verdugos: “¡Ustedes no saben nada, el que sabía
torturar era mi padre, él inventó la picana”.
Mariana
Guzzante. Leopoldo Lugones: el mayor de los venenos. Los Andes 14/02/2015.
Gabriela
Cabezón Cámara. Leopoldo Lugones y los suyos: una tragedia argentina. Clarín
14/06/2014.
Vicente
Muleiro. La saga de la Argentina trágica. Caras y Caretas, número 2338, año
2018.
Ricardo
Ragendorfer. El sátiro de la picana. Caras y Caretas, número 2338, año 2018.
María
Seoane. La única verdad es la parcialidad. La parábola de Pirí. Caras y
Caretas, número 2338, año 2018.
Socorro
Estrada. La maldición de los Lugones. Clarín 30/10/2004.
Excelente artículo, don Ricardo. Conociendo la historia de ambos Lugones (Leopoldo, para mí, extraordinario y fino escritor, más allá de su locura política), pero ignoraba la existencia de Pirí.
ResponderEliminarUn vecino suyo, el Dr. Ruzzante, me pasa sus artículos periódicamente, que siempre he leído con sumo interés. Continúe publicando, por favor.
Muy bueno. Carños.
ResponderEliminarInteresante, gracias
ResponderEliminarMuy interesante!
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