En el mundo de la lírica operística, era infrecuente encontrar la conjunción de una soprano de cuerpo esbelto con excelente voz. Habitualmente se trataba de una matrona al borde de la obesidad, aunque de timbre magnífico. Para colmo no era costumbre tener capacidad escénica, es decir actuar bien, convencer a la audiencia del papel que se estaba representando.
El público ya se había acostumbrado a ver una Dama de las Camelias en el personaje de Violeta Válery en La Traviata o una Mimí en la Boheme interpretadas por robustas sopranos, cuando en el libreto ambas estaban siendo consumidas por la tuberculosis.
Hubo excepciones, como la famosa Guillermina Schroder-Devrient de fines del siglo XIX que desató pasiones en varios de sus admiradores o la exquisita Lily Pons de la década de 1930. Sin embargo, para considerar un verdadero punto de inflexión entre las sopranos clásicas y las modernas que unen la difícil tríada de impecable voz, buena actuación y cuerpo esbelto, tenemos la figura de María Callas quién combinó tras enorme esfuerzo personal las tres condiciones.
Digo esfuerzo personal porque la Callas en su juventud era regordeta, pero con férrea disciplina y perseverancia adquirió un físico acorde con las heroínas de la ópera, perfeccionó su voz, interpretó los personajes tal como lo exigía la historia y el libreto y fue una brillante soprano en su época de esplendor.
Actualmente, se podría decir que hay una competencia de sopranos que podrían por su belleza y físico desfilar por la pasarela como verdaderos modelos.
La soprano afroamericana Kathleen Battle
Toda esta introducción fue sólo para presentar el caso de la soprano Deborah Voight, de origen norteamericano especializada en el difícil universo de las óperas de Wagner y de Richard Strauss.
La pobre Deborah se había transformado en una gorda formidable, lo que en medicina se denomina obesidad mórbida. Hace 6 años, debido a sus 140 kilos, no fue aceptada en el famoso, Covent Garden de Londres para representar a la protagonista de la ópera Ariadna en Naxos de Richard Strauss. Sencillamente no podía “meterse” en el vestido negro diseñado para la ocasión. Esta vez la humillación y su amor propio lograron lo que los consejos y advertencias de sus médicos no habían podido alcanzar. Se sometió a una cirugía de adelgazamiento que le redujo el estómago y 4 años más tarde reapareció en escena.
El Covent Garden rebosaba de público. Parte de los espectadores se encontraba para disfrutar de la ópera y otro gran número acudió para ver como el patito feo pudo haberse transformado en cisne. Lo concreto fue que todo el público, aplaudió con fervor y entusiasmo una vez acabada la representación. Aplaudió al nuevo cisne, al antiguo patito feo, a la gran voz que sigue donde estuvo, a la nueva y esplendorosa Deborah Voight.
Y no es por discriminar que no la aceptaron. Mas que un patito feo parecía un hipopótamo. Cómo se pudo descuidar tanto?!
ResponderEliminarDespués se puso media pila y está pipicucú.
Dale Cristina!
Viva Perón!