Cuando la fuerza de voluntad
supera la incapacidad física
Ramón
Arroyo es un madrileño de 45 años de edad que tiene dos hijos de su matrimonio
con Imna. Su aspecto físico es excelente y tiene la configuración de un atleta,
como resultado de una intensa actividad deportiva, y si bien le agrada el
deporte no es fanático como para justificar una práctica de varias horas
diarias durante 6 días a la semana.
Es
que detrás de esa imagen que rebosa salud, padece esclerosis múltiple (EM), una
enfermedad autoinmune donde las vainas de mielina que forman la cubierta
protectora de los nervios, se destruyen en distintos niveles del sistema
nervioso produciendo trastornos motores y sensitivos. Esta afección evoluciona
por brotes, cuya aparición y duración es impredecible.
El
mundo de felicidad y estabilidad laboral de Ramón empezó a derrumbarse hace 14
años en forma muy sutil, y esta es una característica de la EM. Estando de
vacaciones en el mar, el cigarrillo se le cayó de la mano. En ese instante no
le dio importancia, pero el fenómeno volvió a repetirse.
Días después notó disminución
de fuerza en las manos y en una pierna, si tomaba un objeto sabía lo que era
porque lo estaba viendo, de lo contrario no podía identificarlo por la pérdida
de estereognosia (capacidad de identificar por el tacto las características de un
objeto).
El
cuadro clínico era lo suficientemente claro como para establecer el
diagnóstico de EM, que le fue confirmada mediante estudios especiales de
laboratorio. Los primeros médicos no fueron contemplativos y la empatía no
formaba parte de sus virtudes. Uno le dijo que su enfermedad era incurable, lo
cual era cierto, pero no le ofreció ninguna herramienta farmacológica o de
estilo de vida que pudiera retardar la evolución y mejorar los síntomas.
Cuando
le preguntó a otro médico si el ejercicio físico podría servir, éste le
sentenció que no llegaría a caminar cien metros. ¡Cien metros!, las palabras le
martillaban la mente mientras se alejaba del consultorio, cien metros era la
distancia desde la puerta de su casa hasta la parada del ómnibus.
Ramón
entró en un pozo depresivo, siguió fumando y empezó a engordar hasta
transformarse en un obeso de 115 kilos. Ocultó la enfermedad en el trabajo y
pudo mantener su cargo. A su novia Imna le contó lo que padecía y ella se
transformó en un apoyo invalorable, pero él no reaccionaba ni cumplía
adecuadamente con la medicación.
Así
pasaron cuatro años hasta que nació su primer hijo, y cuando trató de
levantarlo de la cuna, no pudo. Ese instante cambió su vida, llegó a la
conclusión de que así como no había escogido tener EM, tampoco su hijo había
elegido tener un padre deprimido e inútil.
Ramón
se propuso demostrar que el médico estaba equivocado, abandonó el cigarrillo,
compró una bicicleta ergométrica y empezó a pedalear. Una mañana, leyó un
cartel en la puerta de su casa que decía: “Autobús a 100 m”. Recordó las
palabras del médico y se propuso caminar los cien metros y otro tanto de
regreso. Paulatinamente fue aumentando la distancia y recorrió un kilómetro, después
cinco y empezó a participar en carreras populares. Al término de un año había
perdido 30 kilos.
Buscando
en internet encontró que había una categoría de triatlón para personas con EM.
El triatlón es un deporte olímpico que consiste en realizar tres disciplinas:
natación (1500 metros), ciclismo (40 kilómetros) y carrera a pie (10
kilómetros), en ese orden y sin interrupción entre las pruebas. Aumentó su
entrenamiento hasta cubrir entre 6 y 8 horas diarias, distribuidas en
bicicleta, natación y carrera, actividades que realizó seis días por semana.
Ramón
dice que para realizar los ejercicios, además del esfuerzo físico tiene que
tener la suficiente concentración mental para continuamente darle las órdenes a
sus extremidades. La enfermedad le obliga a pensar los movimientos, que son
automáticos para cualquier persona.
No
se conformó con haber participado exitosamente en la prueba y se preparó para
la IM4EM, (Ironman 4 para EM), que podría considerarse como un super triatlón
ya que las distancias son: natación 3,8 kilómetros, ciclismo 180 kilómetros y
carrera 42 kilómetros. La competencia se dio en Barcelona y Ramón partió a la
madrugada, cuando apenas despuntaba el día, junto con decenas de atletas que
como él padecían EM.
A
la noche cuando faltaban pocos metros para llegar al término de la prueba, se
le unieron Imna con sus dos hijos y los cuatro de la mano sonrientes y
emocionados cruzaron la meta.
Ramón con su mujer e hijos que
se le reunieron al llegar a la meta del IM4EM
Ramón
lleva más de 3 años sin nuevos brotes gracias a la medicación, el ejercicio y
el enfoque positivo que le dio a su vida. Siempre insiste que no está solo, que
con su mujer y sus hijos forma un equipo y este es un aspecto muy importante ya
que en el tratamiento de la EM la cohesión y el apoyo familiar son fundamentales.
Ha escrito su autobiografía, da conferencias para pacientes con EM y
recientemente se filmó una película sobre su vida.
En
una entrevista dice: “No propongo que cada persona haga un Ironman. Un Ironman
es una distancia. Propongo que cada uno se plantee su propio reto.”
Lejos,
muy lejos quedó la advertencia de aquel médico que lo había condenado a caminar
solo cien metros.
Bibliografía
Muchas gracias AMIGAZO Ricardo, como siempre ! EXCELENTE ! , el artículo del
ResponderEliminarMordaz, Feliz Dîa!!!
ABRAZO.!!!!
JSDT.
Como siempre, Ricardo, magnífica tu historia de este atleta. Veo que nos siguen interesando los relatos relacionados con la medicina.
ResponderEliminarMuchísimas gracias Ricardo!!!. Buenísima y esperanzadora elección de esta increible historia!!! Edith.
ResponderEliminarMuy bueno, Ricardo, gracias!
ResponderEliminarEnviado desde mi iPhoneQue reproduce un diario "serio" de aquel "procer" que en la guerra de la triple infamia sufrio un escarmiento de parte de Solano Lopez tan grande que los brasileros tuvieron que tomar la conduccion del esfuerzo de la guerra infame. Saludos cordiales.
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