jueves, 27 de junio de 2013

EL ESPÍA QUE REGRESÓ DEL FRÍO





El 21 de junio de 1941, a las 3 de la mañana, se inició el avance alemán sobre territorio de la Unión Soviética. En su mentalidad psicopática, Hitler abrió un nuevo frente de guerra que a los ojos de cualquier estratega era un suicidio, o en el mejor de los casos una operación de enorme riesgo. El Führer y su alto mando recién tomarían conciencia dos años después de esa descabellada decisión cuando las divisiones alemanas se estrellaron ante las contraofensivas soviéticas en Stalingrado y a las puertas de Moscú. (Ver Stalingrado, 31 de enero de 1943)



 Un sector de obuses alemanes listos para la invasión a la Unión Soviética.

El ataque sorprendió a Stalin ya que había firmado un tratado de no agresión con Alemania, el llamado Pacto de Acero, que pese a su nombre se fragmentaría en pedazos como una porcelana. El Kremlin no tomó en cuenta que Hitler había violado sistemáticamente todos los tratados anteriores firmados con otras potencias y que en su libro Mein Kampf, había sentenciado que la guerra contra los soviéticos era una cruzada de Europa contra Asia.



      El canciller alemán von Ribentropp, anuncia la declaración de guerra a la Unión Soviética.
 
Parece increíble que para los ejércitos soviéticos y el alto mando comunista, pasara desapercibida la presencia días anteriores, de tres cuerpos de ejército a pocos kilómetros de la frontera con la Unión Soviética. Totalizaban cuatro millones de hombres más los carros de combate, los transportes y un descomunal apoyo logístico que se extendía en un frente de 1600 kilómetros entre el Mar Báltico y el Mar Negro. Nunca en la historia de las miles de guerras que asolaron a la humanidad, se había reunido una fuerza de tal magnitud. La Grand Armeé de Napoleón, un ejército enorme para su época, no llegaba a trescientos mil hombres cuando invadió la Rusia de los zares.

Bastaba que un solo avión ruso sobrevolara la zona, para tomar conciencia del peligro que se avecinaba. Tampoco se prestó atención a ciertos vuelos sospechosos de aviones misteriosos que en varias oportunidades penetraron en territorio ruso para reconocimiento del terreno y de la presencia de fuerzas del ejército rojo. Sin embargo, había un hombre que sí estaba informado del inminente ataque alemán y avisó oportunamente al Kremlin, pero Stalin no le prestó atención, de haberlo hecho hubiera salvado millones de vidas de soldados y de habitantes aniquilados durante el arrollador avance alemán hacia Moscú. Este hombre se llamaba Richard Sorge.

                              Richard Sorge (1895-1944)

Sorge nació en Baku, Azerbaijan, donde su padre, que era alemán trabajaba en la industria del petróleo. Su madre era rusa y esto le permitió manejar con fluidez ambos idiomas que fueron herramientas valiosísimas para ingresar en el campo del espionaje. Durante la Primera Guerra Mundial se desempeñó en la artillería. Herido y desilusionado por la derrota alemana, cuando regresó al hogar se hizo rápidamente miembro del Partido Comunista y a mediados de 1920 fue reclutado por el Comintern para convertirse en agente soviético. 

Bajo la cobertura de periodista recorrió varios países de Europa donde fue adquiriendo experiencia, estratagemas y ardides necesarios para la supervivencia como agente secreto. Se casó con una alemana después de convencer al marido de que debía divorciarse y con su nueva pareja, se trasladó a Moscú donde ingresó en el servicio de inteligencia del ejército rojo. Pronto la mujer lo abandonó harta de sus continuos viajes y actividades secretas y misteriosas que colmaron su paciencia. Muchas de esas misiones eran detrás de polleras, porque Sorge era apuesto, seductor y mujeriego. Al caminar rengueaba ligeramente como consecuencia de su herida en la guerra, pero incluso ese defecto lo hacía más atractivo ante el sexo opuesto. Era sin duda, la versión rusa de James Bond.

En 1929 siguiendo órdenes del servicio de inteligencia soviético, se hizo miembro del partido nazi alemán. Sus heridas de guerra y su trabajo como periodista en un diario del país, fueron una cobertura excelente para engatusar a los nazis. Frecuentaba los pubs de Berlín, en compañía de miembros del partido para ganar su confianza. Jamás bebió más de la cuenta, sabía que el vapor del alcohol podía soltarle la lengua más de lo prudente. 

Más tarde en Shangai, formó parte de una red constituida por tres espías mujeres, de nacionalidades alemana, norteamericana y japonesa. Sorge fue amante de las tres en distintos períodos, sin que la pasión llegara a interferir con su peligrosa actividad.



     Ursula Kuczynski                                Agnes Smedly                            Hanako Sishii


De China, fue enviado a Tokio, donde lo acompañaba su nueva esposa, Yekaterina, una joven rusa que conoció en Shangai. Ahora, su nombre de código era Ramsay y su misión era organizar una red de espionaje en Japón, siempre bajo la cobertura de periodista alemán. Sorge guardaba un odio profundo hacia Hitler y el nazismo, por lo tanto para él, su trabajo era una cruzada contra el mal. Sin embargo, estando en Tokio se vio obligado a ingresar al partido nazi para lograr la confianza de los miembros de la embajada alemana en esa ciudad. Esto le permitió interceptar información sobre los planes bélicos, tanto de Japón como de Alemania.

En 1941 Sorge informó al Kremlin que los alemanes planeaban invadir la Unión Soviética el 22 de junio. Stalin había desarrollado una negación absoluta sobre un ataque alemán y se burló de Sorge llamándolo bastardo que se la pasaba recorriendo con su moto los prostíbulos de Tokio y que se trataba de una noticia sin fundamento. Sobre lo primero, Stalin estaba en lo cierto, pero sobre lo segundo cometió el peor error de su vida. Cuando le informaron de la invasión, le agarró un ataque de ira que lo descontroló totalmente, se encerró en su habitación del Kremlin y permaneció varios día, tirado en el suelo rodeado de botellas de vodka y completamente ebrio. 

Ese mismo año, Sorge informó a Washington que los japoneses planeaban un ataque masivo contra la base aeronaval de Pearl Harbour. Tampoco le creyeron, o quizás Roosevelt lo sabía, pero necesitaba que ocurriera para concientizar a la población y al Senado e introducir a Estados Unidos en la guerra. El ataque de la Armada Imperial Japonesa se produjo el 7 de diciembre de ese año y permitió al Japón actuar libremente en el Pacífico.

Sorge no alcanzó a ver la derrota de Alemania, había enviado tanta información a Moscú que finalmente fue descubierto por el servicio de inteligencia japonés que lo arrestó y trató de sacarle información bajo tortura, pero no abrió la boca. Antes de matarlo, los japoneses trataron de canjearlo por uno de sus espías, pero el Kremlin negó que estuviera bajo su servicio. El 7 de noviembre de 1944 fue ahorcado uno de los espías más importantes de la Segunda Guerra Mundial. Recién en 1964, bajo el régimen de Nikita Khrushchev, Sorge fue revindicado como Héroe de la Unión Soviética.

                   Sello postal conmemorando a Richard Sorge

Fuentes

Richard Berenstein.  Stalin's Spy: Passionate and Reckless Life of a Communist Spy. The New York Times, January 1st 1999.
Richard Sorge. Spartacus Educational. http://www.spartacus.schoolnet.co.uk/GERsorge.htm
Stuart Goldman. The Spy who served the Soviets. Historynet.com. http://www.historynet.com/the-spy-who-saved-the-soviets.htm
Ian Grey. Stalin. Tomo 2. Biblioteca Salvat de Grandes Biografías, Barcelona 1986.

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