"El búfalo"
En
la historia de América Latina, la injerencia de Estados Unidos en la política y
la economía fue una constante. En algunos casos en forma flagrante y sin
tapujos, con el explícito apoyo del embajador norteamericano de turno. En otras
ocasiones se limitó a respaldar los gobiernos de facto que le resultaron
afines.
Spruille Braden (1894-1978)
En
el caso de la Argentina, el ejemplo más desembozado de la intromisión del país
del norte ocurrió en 1945 cuando arribó a Buenos Aires el magnate Spruille
Braden, como nuevo embajador de la Casa Blanca. Hombre corpulento y obeso que
gustaba del mote de “búfalo” con que se lo solía nombrar en los círculos que
frecuentaba, era hijo de un rico empresario minero vinculado a la familia
Rockefeller, de quién heredó la habilidad de hacer su propia fortuna, junto con
la mayoría de las acciones de la Braden
Copper Company en Chile. Complementó eficientemente sus actividades
comerciales y empresarias junto con las políticas, y su área de trabajo para
ambas funciones, fue América Latina.
Braden en us despacho de la embajada
Braden
fue testaferro de los Rockefeller en una concesión que favoreció a la Standard
Oil Company en la cuenca petrolera del chaco paraguayo y su dominio del
castellano y su capacidad de convicción en los encuentros comerciales como
lobbysta de empresas norteamericanas, le ganaron la simpatía y confianza de la
Casa Blanca. En 1939 fue designado embajador en Colombia y en 1941 fue
trasladado a Cuba donde desarrolló estrechos vínculos con el dictador Fulgencio
Batista. Con esos avales aterrizó en Buenos Aires para transformarse en
protagonista del más importante punto de inflexión de la historia argentina,
con el inconveniente de que los acontecimientos no siguieron el rumbo que
Braden esperaba.
Cuando
arribó al país en su avión particular acompañado de una nutrida comitiva, fue
recibido con esta nota del coherente diario La
Nación: “Hombre de ciencia al mismo tiempo que hombre de ley, hombre de
acción ante todo, mister Spruille Braden es un prototipo de los estadistas de
su país, eminentemente práctico. Su vida es un ejemplo de fe apasionada en la
energía que la Democracia encierra como fuerza propulsora de progreso. Desde
que comenzó a señalarse en el desempeño de misiones en el exterior, afirmó el
ideal de la confraternidad basado en la soberanía individual, como la única forma
de alcanzar la victoria del espíritu sobre las pasiones oscuras.”
Respaldado
por este obsecuente panegírico del canónico periódico, Braden fue presentado en
sociedad en el Club Americano el 29 de mayo. Con el cinismo que suele
caracterizar a muchos diplomáticos norteamericanos, dijo que su misión tenía
por objeto proteger y promover todos los legítimos intereses de su país,
cuidando de recalcar el término “legítimos”. Más adelante agregó que “si una
minoría de malintencionados intentara llegar a estas costas, la colectividad
norteamericana y su embajada la rechazarían con más indignación que los propios
argentinos.”
Braden a la izquierda del disertante en la inauguración de la
Exposición Rural Argentina, donde fue un asiduo concurrente
El
Foreign Office de Inglaterra no pensaba de la misma manera, para este organismo
se trataba de una intervención directa del gobierno de los Estados Unidos en
los asuntos internos de Argentina. El fino olfato de los ingleses desarrollado
a través de siglos de ejercer la diplomacia en sus más variadas formas y
colores, no se había equivocado.
La
clase dirigente nativa, fundamentalmente los terratenientes, ya habían perdido
su amor por Inglaterra, ahora, la nueva potencia bajo la cual había que
cobijarse era Estados Unidos. Además, mister Braden, como solían llamarle,
detestaba a ese coronel que se había encumbrado en el gobierno y no parecía simpatizar
con su país. El odio a Perón unía a todos ellos, especialmente porque a través
de la Secretaría de Trabajo y Previsión había emitido leyes que beneficiaron a
la clase obrera en detrimento de sus bolsillos. De todas ellas, la más odiada
era el Estatuto del Peón de Campo, que elevaba al trabajador rural de un estado
semiesclavo hacia una posición con cierta dignidad.
Violando
las normas más elementales de la diplomacia, Braden se introdujo con pasión,
entusiasmo y vehemencia en la durísima campaña política que siguió al llamado a
elecciones como consecuencia de la tremenda sacudida producida por la gesta del
17 de octubre del 45 que transformó para siempre al país.
Braden
visitó a Perón en dos oportunidades, la primera fue relativamente cordial y en
ella, el entonces vicepresidente le reclamó el cumplimiento de lo acordado por
la Misión Warren, o sea el envío de material bélico. El embajador le espetó al
coronel que sobre su gobierno existía una pésima opinión en el exterior y Perón
prometió hacer algo en ese sentido.
En una cena con Perón antes de la ruptura de relaciones
La segunda visita terminó muy mal, debido a
que Braden intentó extorsionar a Perón cuando le sugirió que las empresas
alemanas y japonesas en Argentina podrían pasar a firmas norteamericanas. En
compensación, el embajador intercedería ante la Casa Blanca para mejorar las
relaciones entre ambos países. Perón le contesto: “A ese precio prefiero ser el
más oscuro y desconocido de los argentinos y no ser identificado como un hijo
de puta en mi país.” Braden se retiró furioso olvidando su sombrero que quedó
colgando de una percha.
A
partir de entonces, trabajó intensamente para aislar a nivel internacional al
gobierno argentino y se dedicó a hacer lobby con todo el arco opositor. En esa
actividad abandonó toda ética, reglamentos y obligaciones que corresponden a un
embajador en el país en que se encuentra. Se puede decir que fue el gestor de
la Unión Democrática, una ensalada arcaica constituida por los partidos
Comunista, Socialista, Unión Cívica Radical, Demócrata Progresista y
Conservador, la Federación Universitaria Argentina, la Sociedad Rural, la Unión
Industrial y la Bolsa de Comercio. Si la Unión Democrática hubiera triunfado
las luchas internas entre grupos tan dispares hubieran sumido a la Nación en el
caos. Lo único que los unía era el espanto y la repulsión que Perón les
inspiraba.
Braden
editó el llamado Libro Azul, un tratado que tenía por objeto destruir a Perón
desde todos los ángulos, acusándolo de nazi-fascista. Perón reaccionó con un
slogan simple y contundente “Braden o Perón” que se repitió hasta el infinito
en las paredes del país.
Cuando
el peronismo, contra todo vaticinio ganó las elecciones en 1946, la revista
Life señaló: “Braden parece haberse equivocado hacia Perón en por lo menos dos
aspectos. Uno de ellos es que Perón se apartó de toda norma fascista al
celebrar elecciones limpias y libres fuera de toda cuestión. El otro aspecto es
que Perón es mucho más apreciado en la Argentina de lo que Braden suponía. Sus
reformas económicas, similares al New
Deal de Roosevelt, le aseguraron una enorme masa adicta rural y urbana.
Por
su parte en el Senado norteamericano no le iría mejor al locuaz embajador. El
senador Kenneth Wherry pidió la formación de una comisión investigadora sobre
la devastadora política ejercida por mister Braden en Argentina. Sin embargo,
años más tarde el obeso magnate lejos de escarmentar se transformó en lobista
de la United Fruit y fue uno de los
gestores del golpe de estado que derrocó en 1954 a Jacobo Arbenz. En 1967, el
entonces dictador de Nicaragua Anastasio Somoza lo condecoró debido a su lucha
por la libertad en América Latina. La muerte lo sorprendió en 1978, después de
intentar boicotear sin éxito el pacto Torrijos-Carter. Su nombre ni siquiera
figura en la Enciclopedia Británica.
Fuentes
Felix
Luna. El 45. Editorial Sudamericana Buenos Aires, 1975.
Pelipe
Pigna. Los mitos de la Historia Argentina, tomo 4. Editorial Planeta, buenos
Aires 2008.
Spruille
Braden. La Nación 13 de abril de 1945.
Robert
Potash. El ejército y la política en la Argentina 1928-1945. Editorial
Sudamericana, Buenos Aires, 1975.
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