Es la madrugada del 18 de junio de 1815, en la colinas y planicies de Bruselas se levanta con los primeros rayos del sol, la espesa bruma que surge de la tierra fangosa después de días de intensa lluvia. Dos hombres conversan entre sí y periódicamente recorren con sus catalejos las lomadas y planicies que pronto serán un terrible campo de batalla. Sus ropas civiles contrastan con los uniformes de la retaguardia del ejército inglés que forma parte de una fuerza multinacional bajo el mando del Duque de Wellington. Este ejército debía ser reforzado por las fuerzas prusianas bajo las órdenes del general von Blücher, que aún no se habían reunido con las de Wellingon.
Sir Arthur Wellesley, Duque de Wellington. Pintado por Sir Thomas Lawrence
El sol va ascendiendo y la bruma se va retirando, hacia el oeste, en el horizonte, los dos hombres perciben a lo lejos el brillo de los cascos y las armas del ejército de Napoleón. Ambos pertenecen a la banca Rothschild y su función en ese día consiste en actuar como correos de Nathan Meyer Rothschild, uno de los hombres más acaudalados de Inglaterra.
Las instrucciones recibidas son precisas: deben regresar a Londres con el resultado de la batalla antes que ningún emisario de Wellington. Sin duda que como patriotas ingleses les interesa que éste triunfe, pero por sus venas corre sangre de banqueros, su verdadero país es el mundo de las finanzas. Su principal inquietud y objetivo es que la banca Rothschild tenga la primicia del resultado de la batalla, lo demás es secundario.
Nathan Meyer Rothschild
Rothschild, a igual que el resto de sus compatriotas sabe que en ese territorio de Bruselas llamado Waterloo se va a dirimir mediante un sangriento combate el futuro de Europa. O Napoleón recupera su poder y vuelve a dominar a los países vecinos, o es derrotado por la coalición de ingleses austríacos, prusianos y rusos y queda definitivamente eliminado ese molesto emperador que tantas muertes y miserias les ha provocado.
Rothschild pertenece a la segunda generación de dinastía de banqueros y de ellos aprendió que tener una primicia que produzca un fuerte impacto en la bolsa londinense, significa ganar o perder fortunas. Conocer antes que nadie quién será el triunfador de esta decisiva batalla, es la misión que encomendó a sus dos correos.
A las 9 de la mañana Napoleón contempla como se levanta el sol sobre el horizonte. No es aquél sol de Austerlitz, ardiente y lleno de promesas. En su lugar le parece ver un astro pálido de tristes resplandores. Recién a las 11, el Emperador ordena el ataque que deberá concentrarse sobre las casacas rojas atrincheradas a lo largo de las alturas de Quatre-Bras.
Imagen ecuestre de Napoleon, pintado por Jaques Louis David
El día anterior había mandado al mariscal Grouchy, para que con un importante componente del ejército, detecte a las fuerzas prusianas al mando de von Blücher, las ataque e impida que se unan al ejército de Wellington. Las fuerzas de Napoleón son inferiores a las del inglés y su táctica es impedir que se unan, de lo contrario será inevitable la derrota ante la coalición de media Europa.
Grouchy es valiente, recto y sobre sus hombros pesan veinte años de combate al servicio del Emperador. No es un estratega y está acostumbrado a obedecer órdenes, que siempre cumplió al pie de la letra, pero carece de iniciativa. Se pasará el día buscando al ejército prusiano al cual nunca encontrará, mientras el resto de sus oficiales le ruegan volver a reunirse con Napoleón. Según muchos historiadores, la indecisión de Grouchy fue crucial en el desenlace de la batalla, incapaz de modificar la orden recibida por Napoleón seguirá buscando todo ese día a un enemigo fantasma.
En el campo de batalla los ejércitos combaten sin cuartel, de ambos bandos se suceden las cargas de caballería y de infantería, los avances y los retrocesos, los reagrupamientos de fuerzas y los contraataques. El terreno se va llenando de miles de soldados y cientos de caballos muertos y heridos. Ambos bandos están exhaustos, Napoleón se impacienta cada vez más viendo que Grouchy no regresa, mientras Wellington, espera ansioso las fuerzas prusianas de Blücher. Estas serán las únicas en llegar y la batalla se decide a favor del inglés.
Carga de los coraceros escoceses
El Emperador logra salvar la vida al amparo de la noche, rendido de fatiga se apea del caballo a la puerta de una miserable posada. Ahora es sólo un prófugo, lo espera la reclusión en la Isla de Santa Helena, donde terminará sus días.
Los correos de Rothschild se dirigen al galope hacia la costa, llegan a Boulogne, una embarcación los espera y cruzando el canal de la Mancha desembarcan en Dover y siempre a galope tendido se dirigen a Londres. El 21 de junio Rothschild vende gran número de sus acciones. “Rothschild sabe, Wellington ha sido derrotado”, corre la voz en la bolsa. Las acciones bajan estrepitosamente y un instante antes de que cierren las actividades, el banquero compra una enorme cantidad de papeles. Al día siguiente The London Gazette, publica en tapa el triunfo de Wellington, las acciones vuelven a subir y Nathan Meyer Rothschild demuestra que la sangre audaz, especuladora y oportunista de sus antepasados sigue corriendo por sus venas.
¡Excelente descripción!
ResponderEliminarGracias, tus comentarios son estimulantes
ResponderEliminarTodo Napoleón tiene su Waterloo, muy buena reseña.
ResponderEliminarTus resúmenes nos son muy útiles!