miércoles, 28 de diciembre de 2011

EL PEÓN DE CAMPO

                               La cosecha. Camile Pissarro

Hasta 1944, el peón de campo se encontraba en una situación de dependencia respecto de sus patronos estancieros que, en muchos aspectos se asemejaba a los esclavos que cosechaban el algodón en las estancias sureñas del país del norte antes de la guerra de Secesión. Había, sin embargo algunas diferencias, al peón de nuestras pampas no solían marcarle la espalda a latigazos, no lo vendían y en muchas ocasiones hasta tenía la ventaja de abandonar a su patrón.

Por lo demás, las similitudes eran abrumadoras: trabajaba de sol a sol, su paga era miserable, carecía de servicios sociales, vivía en chozas paupérrimas donde la vinchuca hacía estragos y minga de jubilación.



En 1944, el entonces coronel Perón, quién se encontraba a cargo de la Secretaría de Trabajo y previsión, creó el estatuto del peón. Como era un gobierno de facto, no pasó por el Congreso, de lo contrario hubiera sido cajoneado, aunque era imposible que a los gobiernos liberales de la época se les ocurriera ni siquiera borrachos, sacar un estatuto que mejorara las condiciones de los peones de sus estancias.
Yrigoyen, pese a que tenía más prurito social, tampoco lo hizo. En realidad es difícil saber que pasaba por la cabeza de ese enigmático personaje que no supo evitar la masacre de los obreros de la estancia La Anita en la Patagonia.

Aquél estatuto del peón del 8 de octubre de 1944 contaba con los siguientes artículos: inembargabilidad de los salarios; pago en moneda nacional; salarios mínimos; descansos obligatorios; alimentación y alojamiento en condiciones de higiene adecuadas; provisión de ropa de trabajo; asistencia médico-farmacéutica; vacaciones pagas; estabilidad laboral e imposibilidad de despido sin justa causa.

Sería ocioso aclarar, que a partir del momento en que se promulgó el estatuto, si alguna remota duda les quedaba a los hombres de pensamiento liberal sobre aquél, hasta entonces ignoto coronel, dicha duda se disipó de inmediato.

No se puede soslayar la respuesta que dio por entonces La Sociedad Rural Argentina. Nos remite a los bandos medievales dictados por algún señor feudal en los tiempos de Carlomagno. El comunicado, singular pieza de insensibilidad social, decía entre otras cosas:
El trabajo del campo por su propia índole, fue y es acción personal del patrón. Este actúa con frecuencia con los peones en la labor común, lo que acerca a las personas y establece una camaradería de trato, que algunos pueden confundir con el que da el amo al esclavo, cuando en realidad se parece más bien al de un padre con sus hijos. En la fijación de los salarios es primordial determinar el estándar de vida del peón común. Son a veces tan limitadas sus necesidades materiales que un remanente trae destinos sociales poco interesantes.”

Desde entonces, todos esos sectores se transformaron en el enemigo y quedaron agazapados a la espera de la oportunidad para derrocarlo. El momento se dio en 1955 y hay que admitirlo, favorecido por los numerosos errores que Perón venía cometiendo durante su segundo mandato.

La autotitulada “Revolución Libertadora”, revocó el estatuto del peón, las cosas volvieron a la normalidad y muchos terratenientes suspiraron aliviados.

Ningún gobierno civil, peronista o radical de la democracia, tuvo la gentileza o decisión de reponer el estatuto del peón.
El 22 de diciembre de 2011, el Senado convirtió en ley el nuevo régimen del trabajador rural. Fue casi por unanimidad. Sesenta y ocho votos positivos contra uno negativo, que llevó la firma de Carlos Menem.

La norma recupera varios derechos de los peones del campo e incorpora a este sector dentro de la Ley general del Contrato de Trabajo. Por otro lado, fija que las remuneraciones no podrán ser menores al salario mínimo, prevé horas extra, descanso semanal, condiciones adecuadas de higiene, seguridad y vivienda para los más de 900.000 peones rurales.
Además, se pone fin al concepto de jornada laboral de sol a sol, al fijarse como límite las ocho horas diarias y las 44 horas semanales y se crea un nuevo régimen previsional, a partir del cual los trabajadores podrán jubilarse con 57 años y 25 años de aportes.

El punto más polémico fue la eliminación del registro de peones (Renatre), manejado por el gremio que preside el pistolero Gerónimo “Momo” Venegas –un aliado del duhaldismo– y las patronales del campo. Debido a este registro estéril, llevado con deliberada desidia, el 60% de los trabajadores del campo estaba en negro, la tasa más alta en el mundo laborar de Argentina.

Era previsible que el órgano oficial de la Sociedad Rural Argentina, es decir el diario La Nación, en su editorial del 24 de diciembre de 2011, criticara la nueva ley diciendo :”La sanción del estatuto del peón muestra una faceta adicional de intervencionismo oficial en desmedro de intereses privados.”. Acto seguido defiende al Momo Venegas quién nunca movió un dedo por la situación laboral del peón de campo.

Ahora será el Estado quien lleve adelante el control de los trabajadores de este sector. El peón del campo ha recuperado su dignidad.


1 comentario:

  1. Qué necesaria la sanción de esa ley!
    ¡Qué hermosa la pintura que introduce el artículo!

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