Durante la década del 90 solía ir casi anualmente a Rosario invitado a participar en congresos médicos. Recuerdo que no me agradaba la ciudad, más bien me producía depresión. Había tristeza en los rostros y se palpaba la pobreza en los negocios, en las calles y en los bares, vacíos de gente. Nunca me quedé a pasar la noche y en cuanto terminaba el evento me volvía con un sabor amargo en la boca.
En 2002 se produjo un episodio humillante que lamentablemente dio la vuelta al mundo. Los noticieros mostraron la imagen de una Argentina que después de los cacerolazos y del “que se vayan todos”, había llegado al extremo de mostrar a un grupo de pobladores del Gran Rosario carneando un caballo muerto arrojado a un basural para comerlo.
Los europeos no salían en sí del asombro, la Argentina, el país de la abundancia, donde tantos italianos y españoles desesperados fueron a buscar un futuro mejor durante todo el siglo veinte, ahora rodeaban y despedazaban como chacales hambrientos un caballo viejo.
En Paraná pasaba lo mismo. Están acostumbrados, dicen. Es como se ha hecho en los últimos años. Son hábiles para carnear ya que muchos eran matarifes en el frigorífico ahora cerrado. Por eso en los barrios que rodean al “Volcadero” de Paraná, un gigantesco basural en que cada día comían de las sobras unas 1500 personas, la noticia de que un grupo de vecinos en el Gran Rosario había carneado un caballo, no produjo sorpresa alguna. El hambre que cundía en Paraná llegó a tal extremo que el municipio recomendaba a los vecinos separar las sobras de comida del resto de la basura, para que no se ensucie hasta llegar al volcadero de donde la levantaban los más pobres.
María era una de las vecinas acostumbradas a ver carnear, y por qué no carnear también ella, caballos en la zona. María era una mujer afortunada. Recibía en Federales un sueldo mensual, que apenas le permitía hablar con pena del destino de sus vecinos del barrio Antártida Argentina. Por eso, aseguraba María, se ha incurrido también en la ingesta de perros. “Se los sazona bien para que la carne sea comible y al otro día se los puede meter al horno”, decía entonces. María se reía de las variantes para comer en los alrededores del Volcadero. “Acá lo único que no se come es rata, por ahora”, ironizaba ella. El humor negro de la mujer era proporcional al nivel de la tragedia: le robaron su gato. En realidad desapareció una noche. Pronto se acercaron a susurrarle el nombre del secuestrador en la oreja. “Sé quién se lo comió. Pero qué puede uno decirles, ¿para qué, para pelear?”, razonaba.
Después de varios años, para ser más preciso en 2008, volví a Rosario y era una ciudad pujante y activa, cafés y restaurantes estaban llenos y la costanera totalmente rediseñada con grandes rascacielos sobre la cabecera del parque vecino al monumento de la Bandera.
En el año 2002, la tasa de desocupación de Rosario se acercaba al 25%. Actualmente está en el 11,2%, aún alta comparada con la ciudad de Buenos Aires que tiene el 6,5%, pero bajar el índice 15 puntos en tan poco tiempo muestra el crecimiento notable que tuvo la Argentina. Recordemos que los Estados Unidos recién en 1945 se lograron reponer de la desocupación de 1929 y eso porque entraron en la guerra.
Es bueno tener memoria y recordar el reciente pasado de nuestro país para hacer balances equilibrados de nuestra realidad actual.
Gran parte de este material está sacado del artículo de Página 12 del 16 de mayo de 2002.
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