miércoles, 17 de julio de 2019

JOHANNES IPTIMUS


Una terrible revelación
Doce, sirvientes lujosamente vestidos llevan sobre sus hombros la silla gestatoria, son los Sediarios Pontificios, un cargo considerado honorífico, puesto que en la silla va sentado el papa, un hombre relativamente joven de rasgos muy delicados, de aproximadamente 35 años, quien saluda y sonríe a la muchedumbre que se arrodilla ante su paso.
Es el año 857 y Johannes Iptimus lleva dos años y cinco meses en el papado. Fue elegido para el trono de San Pedro por decisión unánime de obispos y cardenales debido a su bondad y sabiduría. Además de ser uno de los más jóvenes en la historia del papado, es también uno de los más cultos que reinaron hasta entonces. El pueblo lo ama y ha salido a las calles para saludarlo y verlo pasar mientras la procesión se traslada desde el Vaticano hasta la iglesia de San Juan de Letran.
De pronto su rostro se contrae en un rictus de dolor, trata de disimular el sufrimiento, pero le es imposible y de su garganta brotan quejidos cada vez más fuertes. Los Sediarios Pontificios se detienen y ante un gesto del papa descienden la silla hasta posarla suavemente en el suelo. Johannes Iptimus se pone en pie y comienza a caminar trastabillándose y sin rumbo fijo, pero solo logra desplazarse unos pocos metros y cae entre quejidos de dolor. Un reguero de sangre se extiende a lo largo del breve trayecto.
Los rostros de los presentes se llenan de asombro y por todas partes surgen exclamaciones de horror cuando ven que el Santo Padre da a luz a un bebé que nace muerto. A todos les cuesta asimilar que debajo de las vestiduras papales se esconde el cuerpo de una mujer. Acaba de nacer, para algunos la leyenda, o para otros la historia, de la papisa Juana.



La historia
Juana, cuya fecha de nacimiento se desconoce, era hija de un clérigo y desde pequeña mostró una inteligencia muy por arriba de la normal. Su enorme curiosidad hizo que su padre le enseñara no solo a leer y a escribir, cualidades escasas entre los hombres de la época e inexistente entre las mujeres, sino que, además de latín y griego, la instruyó en gramática, dialéctica, retórica, aritmética, geometría, astronomía y música.
Pronto el padre ya no tuvo más información ni conocimientos que brindarle y Juana decidió que era tiempo de abandonar el hogar en el poblado de Ingelheim am Rheim, perteneciente al distrito de Maguncia en Alemania, y lanzarse al mundo en busca de más conocimientos. Los sacerdotes de los monasterios se contaban entre los pocos que sabían leer y escribir y además disponían de bibliotecas con libros confeccionados por ellos mismos. Se vistió de fraile e ingresó en una abadía con el nombre de Johannes Anglicus, el segundo nombre lo eligió porque su padre era de origen inglés.
En distintos monasterios se desempeñó como copista y traductora del griego. Recorrió varios países de Europa, codeándose con las figuras más influyentes del momento, en Constantinopla, la capital del Imperio Romano de oriente, conoció y platicó con la emperatriz Teodora, el poder detrás del trono. En Atenas estudió medicina con el rabino Isaac Israel y en Francia fue recibida por el rey Carlos el Calvo.
Finalmente enfiló hacia Roma donde precedida por la fama de sus conocimientos fue presentada ante el papa León IV quien la nombró su “secretario” privado. Fue escalando puestos rápidamente hasta alcanzar la máxima posición que es la de sumo pontífice. Nunca nadie tuvo la menor sospecha de su verdadera identidad, ni siquiera cuando su abdomen comenzó a crecer y que Joanna disimulaba bajo la amplia casulla papal. “El Santo Padre está comiendo demasiado”, fueron los comentarios. Es sabido que los altos cargos quitan freno al apetito y abultan el abdomen.
Existen varias versiones sobre el final de la papisa Juana, el más difundido es el que sostiene que el pueblo indignado ante el engaño la apedreó hasta matarla. Tampoco se sabe quién fue el padre del neonato, ya que ambas partes guardaron el secreto celosamente. De ser descubiertos los esperaba una muerte segura.
¿Mito o realidad?
Empecemos diciendo que es difícil inventar una historia tan insólita, la Iglesia aceptó durante algunos siglos la existencia de Juana hasta que en el siglo XVI decidió negar un episodio tan bochornoso. La institución no podía aceptar que el cónclave del Colegio Cardenalicio hubiera cometido tamaño error y encima una mujer, un ser limitado, inferior al hombre. Así nos alecciona el Nuevo Testamento:
“...pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz. Como en todas las iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación. ¿Acaso ha salido de vosotros la palabra de Dios, o sólo a vosotros ha llegado? Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor. Mas el que ignora, ignore” (1ª Cor. 14:33-40).
Tenemos otra cita: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (1ª Timoteo 2:11-12).
            En contra de la existencia de Juana solo se dispone de la negación de la Iglesia. A favor existen numerosas pinturas, bajorelieves y vitrales de artistas medievales sobre la papisa Juana que retratan a una mujer con hábito papal y a sus pies un recién nacido. La más elocuente es la de Giordano Boccaccio titulada: “La papisa Juana da a luz durante una procesión de la Iglesia”.
            Tenemos también el informe de Jean de Mailly o Johannes von Mailly, un compilador y cronista católico de la orden de los Dominicos, que en una de sus obras (Crónicas de Metz), habla sobre un papa que resultó ser mujer, pero que estaba vestida de hombre y que por su brillo intelectual ascendió de secretaria a cardenal y finalmente a papa. Dio a luz durante un acto religioso y fue apedreada por la muchedumbre.
            En el siglo XIII, el obispo alemán Martín de Opava, que estuvo al servicio de varios pontífices de Roma, en su obra Chronicon pontificum et imperatorum, relata aquel acontecimiento y ubica la época con precisión, al señalar que se mantuvo en el papado durante dos años y cinco meses precedida por León IV y seguida por Benedicto III. Martín detalla con exactitud el lugar del hecho, señalando que ocurrió entre el Coliseo y la iglesia de San Clemente, por donde marchaba la procesión. También agrega: “No está incluido este papa en la lista de los sagrados pontífices, por su sexo femenino y por lo irreverente del asunto.”
Godofredo de Viterbo, un cronista de la Iglesia Católica Romana que vivió en el siglo XII, en su obra Pantheon, señala que: “después del papa León IV, Juana, el papa femenino, reinó durante dos años”.
            En el tomo I de la obra de Frederich Gontard: La Historia de los Papas, hay una breve referencia a la papisa Juana donde el autor no se define sobre la autenticidad del aquel episodio.
            Se calcula que hay cerca de 500 documentos que dan cuenta del papado de Juana y célebres escritores como Petrarca y Boccaccio la citan en sus obras.
Ahora bien suponiendo que se trata de una leyenda hay una prueba irrefutable que la contradice y respalda la hipótesis de que la papisa Juana realmente existió. Se trata de la famosa Sella Stercoraria, una silla de madera con un gran orificio central. El papa elegido por el cónclave se sentaba allí sin ropa interior y un diácono introducía su mano y constataba que el candidato era hombre mientras exclamaba en alta voz: “habet testis” y todos los miembros del concilio daban gracias al Señor. ¿Qué otra razón para que no se repita el engaño sufrido justifica la existencia de tan incómoda y bizarra ceremonia? Esta costumbre quedó sin efecto alrededor del siglo XV, pero según una nota del periódico The Guardian, la silla se conserva en el museo Vaticano.

La historia de la papisa Juana para desdicha e incomodidad de la Iglesia, está tan difundida a través de pinturas, vitrales, documentos, cartas de naipes del Tarot, obras de teatro y hasta películas, que se confirma una vez más el dicho aquel que asegura que los intentos de prohibir o anular la existencia de cualquier manifestación humana, solo logran el fenómeno opuesto.
El caso es que desde el siglo XIII las procesiones papales esquivan el camino donde se había producido el hecho. Tal vez para evitar nuevos alumbramientos o quizá para negar el insólito suceso.


Friedrich Gontard. ¿Hay una papisa Juana? Historia de los Papas. Tomo I pag 284-85. Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires 1961.
Aurora Venturini. Johannes Iptimus. Más papisa que el papa. Página 12, suplemento Las12, 26,11,2010.

Pope Joan: The Female Pope whose Real Gender was Revealed after she Gave Birth in a Procession. Ancient Origins, 28/05/2015

Ben Child. Film pope film sparks Vatican row. The Guardian, 22/06/2010
Fernanda García lago. No pasarán. Pagina 12. Supl Las 12 11/07/2008


1 comentario:

  1. Oswaldo C de Maryland19 de julio de 2019, 15:32

    Gracias por mandar el blog, Ricardo.

    Relatas muy bien la epopeya de que el papa Juan VIII era en realidad mujer (papisa Juana). Según el libro de historia de la Iglesia que yo uso, tal leyenda fué inventada en el siglo XIII, casi 400 años después de de los hechos que alega. No existe ni el menor rastro contemporáneo o casi contemporáneo de que Juan VIII era de sexo femenino.

    No he tenido oportunidad de consultar el libro de A. Lapotre "L'Europe et le Saint-Siege a l'apoque carolingienne" Parte I (París 1895), pp 359-367, que dizque explica detalladamente el origen y crecimiento de la leyenda.

    En cuanto a la silla "stercoraria", supongo que, como su nombre indica, se trata de un simple toilet portable que había para los electores encerrados en el cónclave.

    Abrazos

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