Una terrible
revelación
Doce, sirvientes lujosamente vestidos llevan sobre sus hombros la
silla gestatoria, son los Sediarios Pontificios, un cargo considerado
honorífico, puesto que en la silla va sentado el papa, un hombre relativamente
joven de rasgos muy delicados, de aproximadamente 35 años, quien saluda y
sonríe a la muchedumbre que se arrodilla ante su paso.
Es el año 857 y Johannes Iptimus
lleva dos años y cinco meses en el papado. Fue elegido para el trono de San
Pedro por decisión unánime de obispos y cardenales debido a su bondad y
sabiduría. Además de ser uno de los más jóvenes en la historia del papado, es
también uno de los más cultos que reinaron hasta entonces. El pueblo lo ama y
ha salido a las calles para saludarlo y verlo pasar mientras la procesión se
traslada desde el Vaticano hasta la iglesia de San Juan de Letran.
De pronto su rostro se contrae en
un rictus de dolor, trata de disimular el sufrimiento, pero le es imposible y
de su garganta brotan quejidos cada vez más fuertes. Los Sediarios Pontificios
se detienen y ante un gesto del papa descienden la silla hasta posarla
suavemente en el suelo. Johannes Iptimus se pone en pie y comienza a caminar trastabillándose
y sin rumbo fijo, pero solo logra desplazarse unos pocos metros y cae entre quejidos
de dolor. Un reguero de sangre se extiende a lo largo del breve trayecto.
Los rostros de los presentes se
llenan de asombro y por todas partes surgen exclamaciones de horror cuando ven
que el Santo Padre da a luz a un bebé que nace muerto. A todos les cuesta
asimilar que debajo de las vestiduras papales se esconde el cuerpo de una
mujer. Acaba de nacer, para algunos la leyenda, o para otros la historia, de la
papisa Juana.
La historia
Juana, cuya fecha de
nacimiento se desconoce, era hija de un clérigo y desde pequeña mostró una
inteligencia muy por arriba de la normal. Su enorme curiosidad hizo que su
padre le enseñara no solo a leer y a escribir, cualidades escasas entre los
hombres de la época e inexistente entre las mujeres, sino que, además de latín
y griego, la instruyó en gramática, dialéctica, retórica, aritmética,
geometría, astronomía y música.
Pronto el padre ya no tuvo
más información ni conocimientos que brindarle y Juana decidió que era tiempo
de abandonar el hogar en el poblado de Ingelheim am Rheim, perteneciente al
distrito de Maguncia en Alemania, y lanzarse al mundo en busca de más
conocimientos. Los sacerdotes de los monasterios se contaban entre los pocos
que sabían leer y escribir y además disponían de bibliotecas con libros
confeccionados por ellos mismos. Se vistió de fraile e ingresó en una abadía
con el nombre de Johannes Anglicus, el segundo nombre lo eligió porque su padre
era de origen inglés.
En distintos monasterios
se desempeñó como copista y traductora del griego. Recorrió varios países de
Europa, codeándose con las figuras más influyentes del momento, en
Constantinopla, la capital del Imperio Romano de oriente, conoció y platicó con
la emperatriz Teodora, el poder detrás del trono. En Atenas estudió medicina con
el rabino Isaac Israel y en Francia fue recibida por el rey Carlos el Calvo.
Finalmente enfiló hacia
Roma donde precedida por la fama de sus conocimientos fue presentada ante el
papa León IV quien la nombró su “secretario” privado. Fue escalando puestos
rápidamente hasta alcanzar la máxima posición que es la de sumo pontífice. Nunca
nadie tuvo la menor sospecha de su verdadera identidad, ni siquiera cuando su
abdomen comenzó a crecer y que Joanna disimulaba bajo la amplia casulla papal.
“El Santo Padre está comiendo demasiado”, fueron los comentarios. Es sabido que
los altos cargos quitan freno al apetito y abultan el abdomen.
Existen varias versiones
sobre el final de la papisa Juana, el más difundido es el que sostiene que el
pueblo indignado ante el engaño la apedreó hasta matarla. Tampoco se sabe quién
fue el padre del neonato, ya que ambas partes guardaron el secreto celosamente.
De ser descubiertos los esperaba una muerte segura.
¿Mito o realidad?
Empecemos diciendo que es
difícil inventar una historia tan insólita, la Iglesia aceptó durante algunos
siglos la existencia de Juana hasta que en el siglo XVI decidió negar un
episodio tan bochornoso. La institución no podía aceptar que el cónclave del
Colegio Cardenalicio hubiera cometido tamaño error y encima una mujer, un ser
limitado, inferior al hombre. Así nos alecciona el Nuevo Testamento:
“...pues Dios no es Dios
de confusión, sino de paz. Como en todas las iglesias de los santos, vuestras
mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino
que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo,
pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la
congregación. ¿Acaso ha salido de vosotros la palabra de Dios, o sólo a
vosotros ha llegado? Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo
que os escribo son mandamientos del Señor. Mas el que ignora, ignore” (1ª Cor.
14:33-40).
Tenemos otra cita: “La
mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer
enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (1ª
Timoteo 2:11-12).
En contra de la existencia de Juana solo se dispone de la
negación de la Iglesia. A favor existen numerosas pinturas, bajorelieves y
vitrales de artistas medievales sobre la papisa Juana que retratan a una mujer
con hábito papal y a sus pies un recién nacido. La más elocuente es la de
Giordano Boccaccio titulada: “La papisa Juana da a luz durante una procesión de
la Iglesia”.
Tenemos también el informe de Jean de Mailly o Johannes
von Mailly, un compilador y cronista católico de la orden de los Dominicos, que
en una de sus obras (Crónicas de Metz), habla sobre un papa que resultó ser
mujer, pero que estaba vestida de hombre y que por su brillo intelectual
ascendió de secretaria a cardenal y finalmente a papa. Dio a luz durante un
acto religioso y fue apedreada por la muchedumbre.
En el siglo XIII, el obispo alemán Martín de Opava, que
estuvo al servicio de varios pontífices de Roma, en su obra Chronicon
pontificum et imperatorum, relata aquel
acontecimiento y ubica la época con precisión, al señalar que se mantuvo en el
papado durante dos años y cinco meses precedida por León IV y seguida por
Benedicto III. Martín detalla con exactitud el lugar del hecho, señalando que
ocurrió entre el Coliseo y la iglesia de San Clemente, por donde marchaba la
procesión. También agrega: “No está incluido este papa en la lista de los
sagrados pontífices, por su sexo femenino y por lo irreverente del asunto.”
Godofredo de Viterbo, un cronista de la Iglesia
Católica Romana que vivió en el siglo XII, en su obra Pantheon, señala
que: “después
del papa León IV, Juana, el papa femenino, reinó durante dos años”.
En
el tomo I de la obra de Frederich Gontard: La Historia de los Papas, hay
una breve referencia a la papisa Juana donde el autor no se define sobre la
autenticidad del aquel episodio.
Se calcula que hay cerca de 500 documentos que dan cuenta
del papado de Juana y célebres escritores como Petrarca y Boccaccio la citan en
sus obras.
Ahora bien suponiendo que
se trata de una leyenda hay una prueba irrefutable que la contradice y respalda
la hipótesis de que la papisa Juana realmente existió. Se trata de la famosa Sella Stercoraria, una silla de madera con
un gran orificio central. El papa elegido por el cónclave se sentaba allí sin
ropa interior y un diácono introducía su mano y constataba que el candidato era
hombre mientras exclamaba en alta voz: “habet
testis” y todos los miembros del concilio daban gracias al Señor. ¿Qué otra
razón para que no se repita el engaño sufrido justifica la existencia de tan
incómoda y bizarra ceremonia? Esta costumbre quedó sin efecto alrededor del
siglo XV, pero según una nota del periódico The Guardian, la silla se conserva
en el museo Vaticano.
La historia de la papisa
Juana para desdicha e incomodidad de la Iglesia, está tan difundida a través de
pinturas, vitrales, documentos, cartas de naipes del Tarot, obras de teatro y
hasta películas, que se confirma una vez más el dicho aquel que asegura que los
intentos de prohibir o anular la existencia de cualquier manifestación humana,
solo logran el fenómeno opuesto.
El caso es que desde el siglo XIII las procesiones papales
esquivan el camino donde se había producido el hecho. Tal vez para evitar
nuevos alumbramientos o quizá para negar el insólito suceso.
Friedrich Gontard. ¿Hay una papisa Juana?
Historia de los Papas. Tomo I pag 284-85. Compañía General Fabril Editora,
Buenos Aires 1961.
Aurora Venturini. Johannes Iptimus. Más papisa que el papa. Página 12, suplemento Las12, 26,11,2010.
Pope Joan: The Female Pope whose Real Gender was
Revealed after she Gave Birth in a Procession. Ancient Origins, 28/05/2015
Ben Child. Film pope film sparks
Vatican row. The Guardian, 22/06/2010
Fernanda García lago. No pasarán. Pagina 12. Supl Las 12
11/07/2008
Gracias por mandar el blog, Ricardo.
ResponderEliminarRelatas muy bien la epopeya de que el papa Juan VIII era en realidad mujer (papisa Juana). Según el libro de historia de la Iglesia que yo uso, tal leyenda fué inventada en el siglo XIII, casi 400 años después de de los hechos que alega. No existe ni el menor rastro contemporáneo o casi contemporáneo de que Juan VIII era de sexo femenino.
No he tenido oportunidad de consultar el libro de A. Lapotre "L'Europe et le Saint-Siege a l'apoque carolingienne" Parte I (París 1895), pp 359-367, que dizque explica detalladamente el origen y crecimiento de la leyenda.
En cuanto a la silla "stercoraria", supongo que, como su nombre indica, se trata de un simple toilet portable que había para los electores encerrados en el cónclave.
Abrazos