Hombre, mujer, monja
y soldado
Me
llamo Catalina de Erauso, pero ese nombre lo mantuve por unos pocos años.
Después usé ropa de varón y según las circunstancias fui Pedro de Orive,
Francisco de Loyola, Alonso Díaz y Alfonso Díaz de Guzmán. Mi fecha de nacimiento
es imprecisa, así como la de mi muerte y las circunstancias en que ocurrió. La
Enciclopedia Britannica no se ocupó en registrarme y no faltan aquellos que me
señalan como una simple leyenda. Sin embargo hay muchos registros sobre mi vida
tan poco convencional y plagada de aventuras.
Mis memorias fueron traducidas por el
poeta francés de origen cubano José María de Heredia y el escritor y periodista
británico Thomas de Quincy, tan citado por Borges, escribió mi biografía bajo
el título “La Monja Alférez”. Fui fuente de inspiración para escritores,
dramaturgos, directores de cine y artistas plásticos y los académicos se han
devanado los sesos tratando de explicar mi compleja personalidad. Porque yo
rompí con todos los esquemas y convencionalismos de mi época que fue el siglo
XVI. Recientemente, el escritor español José Luis Hernández Garvi, me cita en
su libro “A donde quiera que te lleve la suerte”, que narra la vida de las
mujeres que viajaron al nuevo mundo.
Del
claustro a paje del rey
Nací en 1585, fecha que como ya dije
puede no ser exacta, en la villa de San Sebastián en la zona de Guipúzcoa. Mi
vida fue feliz hasta los 4 años en que mi padre, un encumbrado militar a las
órdenes de Felipe III, consideró que carecía de belleza para el matrimonio y me
metió en el convento de la bruja de mi tía, una monja que me hizo la vida
intolerable con sus rezos, sus castigos y una disciplina donde el afecto
brillaba por su ausencia.
A los 14 años conseguí escapar de
aquellos sórdidos muros y dejando atrás a Cristo y sus abominables esclavas me
interné en el bosque. Había robado elementos de costura y varias telas, porque
si algo útil me enseñaron esas arpías vestidas de negro, fueron la costura y el
bordado y durante unos días me dediqué a confeccionarme una ropa de varón. Si
ser mujer significaba ingresar en un convento o casarme sin mi consentimiento
con un viejo adinerado, de ahora en adelante sería hombre y gozaría de todos
los privilegios y libertades que nos negaron a las mujeres de entonces.
Caminé sin rumbo fijo porque los 15
años de claustro me volvieron totalmente ignorante sobre la geografía de España
y de sus pueblos. Después de dos días y con el estómago pidiéndome comida a
gritos, llegué a Victoria y me empleé en la tienda del marido de una prima de
mi madre sin darme a conocer. Allí estuve poco tiempo y me fui a Valladolid
donde serví de paje en la corte del rey Felipe III bajo el nombre de Francisco
de Loyola. Me anticipo a decir que en las mil peripecias que tuve siempre me
tomaron por varón, creo que la ropa amplia de la época, mi escaso busto y mi
rostro poco afeminado contribuyeron a completar mi disfraz masculino.
Catalina
Erauso “La Monja Alférez”
Mi espíritu inquieto no estaba hecho
para ser paje y a los 2 años me largué hacia San Sebastián, picado por la
curiosidad de ver a mi familia y el convento donde me tuvieron encerrada durante
una década. Allí escuché misa cerca de mis padres, quienes obviamente no me
reconocieron porque en sus retinas había quedado la imagen de la niña de 4
años. Creo que todo esto lo hice para burlarme de aquellos que tanto daño me
hicieron y mostrarles cómo los estaba engañando con mis ropas masculinas.
Después de un tiempo pensé que el juego podría llegar a ser peligroso y
abandoné aquella ciudad que solo me traía recuerdos ingratos.
Hacia
las Américas
Las historias provenientes del nuevo
mundo me fascinaban, muchos de los que fueron no regresaron o lo hicieron
desdentados y esqueléticos, pero otros que se fueron sin más capital que la
ropa puesta amasaron inmensas fortunas. Mi deseo de aventuras me instaba a
cruzar el mar y creo que fue en el año 1603 en que me embarqué como grumete,
bajo el nombre de Alfonso Díaz de Guzmán, en el barco que partió hacia Las
Indias desde Sanlúcar de Barrameda.
Estando en Panamá trabajé para el
mercader Juan de Urquiza y tuve una vida holgada hasta que me cargué a la
primera de una larga serie de víctimas. Aquí me detengo nuevamente para
informarle al lector que yo soy una persona irascible, violenta, que me irrito
fácilmente, perdiendo el control de mis actos. Como este fue mi primer episodio
lo recuerdo bien. Estando en un teatro de comedias, se sentó delante de mí un
caballero llamado Reyes cuyo sombrero emplumado me impedía ver la escena. Le
rogué que se lo quitara y me contestó de mala manera, cambiamos insultos y me amenazó
con cortarme el rostro. Mis compañeros hubieron de sacarme del lugar
enfurecida.
Días después encontré a Reyes en la calle y sabiendo que me estaba
buscando para matarme, con gesto rápido le tajeé la mejilla con mi daga. Apenas
su compañero había desenvainado el sable, cuando lo herí de muerte. Fui a
prisión, de donde mi amo, gracias a sus influencias y una buena fianza, me liberó
a las pocas horas.
Sin embargo, el conflicto no estaba
sellado ya que pasados unos días se presentó en la tienda el tal Reyes con un
amigo bien armado. Tras intercambiar, sablazos, estocadas, mandobles y puteadas,
ambos cayeron bajo el filo de mi acero. Mi amo nuevamente me sacó del calabozo,
pero agotada su paciencia me ordenó que me fuera de la ciudad.
En Lima estuve
trabajando para un mercader muy rico. Me ocurrió algo extraño, de tanto simular
mi masculinidad me asumí como hombre y empecé a cortejar a las damas fueran
solteras o casadas. Evidentemente había un componente lésbico en mi conducta
sexual. Los escarceos amorosos los hacía a oscuras y semivestida y ninguna se dio cuenta del engaño. Estos
excitantes ejercicios se interrumpieron cuando estando yo lamiendo el sexo de
una de las cuñadas de mi amo, éste, que nos estaba espiando, me echó de su
casa.
Por entonces, Lima era una ciudad
pequeña donde mis reyertas y conquistas amorosas formaban parte del chismerío
local y me había ganado varios enemigos. Decidí poner distancia y me embarqué
como soldado en la expedición que partió hacia Chile a combatir contra los
indomables araucanos. Participé en varios enfrentamientos y como el resto de
mis camaradas de armas fui despiadada con los indios y ellos lo fueron con
nosotros defendiendo su tierra palmo a palmo.
Encuentro fatal con el hermano
La ironía del destino hizo que me
desempeñara bajo las órdenes del capitán Miguel de Erauso, mi propio hermano,
quien por supuesto no me conoció. Ambos cortejábamos a la misma dama y en una
ocasión en que fui a su casa a visitarla, Miguel me esperó en la puerta y me
embistió a vergazos. Se enteró el gobernador de la pelea y me desterró a
Valdivia. Allí fui protagonista de 10 batallas contra los araucanos. En una
ocasión, en una carga de caballería logré recuperar la bandera de nuestra
unidad que nos habían secuestrado. Regresé airosa con el estandarte y con tres
flechas clavadas en el cuerpo.
Me dieron licencia y me fui a
Concepción donde tuve varias desgracias que al contarlas se me encoge el alma.
Una noche jugando a las cartas, un alférez me acusó de tramposa delante del
resto. Nuevamente perdí el control y sacando la espada se la clavé en el pecho.
Hui de allí y permanecí seis meses refugiada en una iglesia hasta que mi crimen
pasó al olvido, pero aquí viene lo peor: un amigo, me pidió que le hiciera de
padrino para un duelo. Acepté y allí fuimos y en el duelo cayeron mi amigo y su
desafiante, seguimos los padrinos con los filos. La oscuridad de la noche
impedía ver los rostros y cuando abatí a mi contrincante comprobé que era mi
hermano Miguel. Pedí ayuda, corrí acongojada a la iglesia, me hinqué de
rodillas y por primera vez desde que abandoné el convento recordé mis oraciones
y le pedí a Dios que lo salvara. Pero los rezos de una pecadora y libertina
como yo, no llegaron al cielo y mi hermano murió a los pocos días.
Con las fuerzas de la ley tras de mis
pasos crucé la cordillera. Vi hombres congelados, el frío se me clavaba en los
huesos y el hambre me obligó a comerme mi montura. Seguí a pie y llegué a
Tucumán, pero nuevos vientos y aventuras me llevaron nuevamente a Perú. En
Guamanga tuve una reyerta y esta vez me condenaron a muerte. Para salvarme le
confesé al obispo mi verdadero sexo y mi huida del convento. Asombrado, Agustín
de Carvajal, que así se llamaba el obispo, me hizo examinar por un par de
matronas que además confirmaron que era virgen. Ante un caso tan insólito,
Carbajal tomó la decisión de que debía regresar al convento de San Sebastián y
me fletó nuevamente a España.
En España mis aventuras precedieron mi
llegada y pueblos y ciudades conocían la increíble historia de la Monja Alférez,
que así me llamaron. Me convertí en un personaje mediático y varios reyes de
Europa me convocaron a sus cortes para conocerme y el Papa Urbano VIII me
autorizó a vestir como hombre.
Hastiada de tanta notoriedad, crucé
otra vez el mar hacia el anonimato de América. Mi relato lo termino aquí en el
desierto, arriando ganado para el Cuzco y aquí le entregaré mis huesos a la
tierra.
ABC.es. Hemeroteca. Catalina de
Erauso, la monja española que se disfrazó de hombre y combatió como soldado en
América. http://www.abc.es/archivo/20140519/abci-monja-alferez-catalina-erauso-201405161602.html
Monja Alférez. Catalina de Erauso. http://www.artehistoria.jcyl.es/v2/personajes/5841.htm
José
Luis Hernández Garvi. A donde quiera que te lleve la suerte. Grupo EDAF 2011,
España.
Gabriela
Cabezón Cámara. Cómo me hice Alférez. Suplemento SOY de Página 12. 31/10/2014.
Muy interesante e insolita ! JANINE
ResponderEliminarMacri ganó mediante fraude. No se violaron urnas, no se falsificaron datos, ni tampoco votaron los muertos.
ResponderEliminarMacri ganó mediante el fraude al mentirle a los incautos y los que lo votaron ciegamente por odio a Cristina. Sabiendo su mala gestión en la ciudad y la deuda que dejó y sabiendo que iba a pagar a los fondos buitres (lo único en que no mintió), si muchos hubieran pensado un poco mejor antes de meter el sobre en la ranura de la urna, ahora no se estarían apretando los dedos contra la puerta y hubiéramos evitado la devastación del país y de la sociedad.
Durante su campaña electoral Macri dijo:
• No voy a devaluar Devaluó
• Vamos a reducir la inflación La subió del 25% al 50% anual
• Vamos a lograr pobreza 0 Aumentó en 4 millones el número de pobres
• No vamos a privatizar el fútbol Lo privatizó
• Vamos a tener una justicia independiente Eligió jueces a dedo, presiona y amenaza a los jueces que investigan sus
múltiples causas, tiene reuniones privadas con Lorenzetti y les da
prebendas como los pasajes gratis en AA en primera clase
• No voy a abrir las importaciones Las abrió y está destruyendo la industria local
• Vamos a aumentar los puestos de trabajo Ya son más de 160.000 los despedidos y es solo el comienzo
• Cerraré la brecha entre los argentinos La transformó en el Gran Cañón del Colorado con la persecución a
periodistas, la intolerancia a las críticas como el caso Tinelli, el cerco
salvaje a Cristina, los presos políticos, las brutales represiones a las
manifestaciones en su contra
• No va a haber tarifazos Sin palabras
Además: ¿lo hubieras votado si sabías que iba a producir una descomunal transferencia de la riqueza a los más ricos en detrimento del resto de la población, o que él y su gabinete tenían innumerables cuentas en paraísos fiscales, o que son unos improvisados y se manejan con el sistema de prueba y error a costa de nuestros bolsillos?
Lo siento, pero ya es tarde, podés seguir apretándote los dedos contra la puerta
Genial
EliminarMuy buena la historia, Ricardo. Me recordo un poquito de Sta. Juana de Arco. No fue monja, pero vistio de soldado y eventualmente triunfo contra los ingleses que ocupaban a Francia.
ResponderEliminar