Los
grupos neoliberales con apoyo de la Marina y sectores del Ejército descabezaron
a Perón de sus cargos como Ministro de Guerra y Vicepresidente del gobierno de
facto. Nada hubiera ocurrido con estas destituciones, ni una persona habría
marchado a la Plaza de Mayo para exigir que lo repongan en esas tareas, pero
Perón había ejercido una más que parecía intrascendente, un cargo que cualquier
otro hubiera despreciado: la dirección de la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Desde
allí, en muy poco tiempo y con visión de estadista armó su poder, transformó
una oficina anodina y silenciosa en una estructura pujante que abrió sus
puertas a las necesidades de la clase trabajadora. Por primera vez las
autoridades que habitaban la Casa Rosada escuchaban los reclamos relacionados
con incumplimientos de salarios, despidos injustos, horarios excesivos y los
múltiples problemas generados por una relación crónica y perversa entre
patrones y obreros.
Perón en la Secretaría de
Trabajo y Previsión
Se
organizaron docenas de sindicatos para agremiar a trabajadores que antes no lo
estaban. Comenzó un proceso que se puede sintetizar en un solo dato. En 1943
había en el país 80.000 obreros sindicados. En 1945 se elevaban a medio millón.
Para los sectores del poder, estos cambios les resultaban peligrosos y
amenazantes, especialmente los grandes dueños de la tierra que tenían mano de
obra semiesclava; la creación del Estatuto del Peón acabó con ese sistema rayano en lo feudal que existía entre el dueño de la tierra y el trabajador de campo.
Muchos
se preguntaron ¿de dónde salió este engendro que atenta contra nuestros
intereses? La mejor respuesta la dio Discépolo en su popular programa radial Mordisquito: “¿Te preguntás de donde
salieron Perón y Evita? ¡Vos los creaste!”
Lentamente,
las fuerzas del “círculo rojo”·de entonces, se fueron organizando para eliminar
a ese molesto coronel. Se puede entender al sector patronal y a los
terratenientes que siempre tuvieron claro sus objetivos, pero no se entiende el
comportamiento de socialistas, radicales y comunistas que se pusieron del lado
de la derecha y en contra de la clase obrera. Como si esto fuera poco, lo
hicieron bajo la tutela de un empresario norteamericano de turbios antecedentes
que ejercía la función de embajador de los Estados Unidos y se llamaba Spruille
Braden. No aprendieron nada de la historia y en el futuro repetirían el mismo
error, incluso en la actualidad, con el contubernio entre un sector del
radicalismo y la derecha rancia encabezada por Mauricio Macri.
Pero
volvamos a 1945, Perón destituido de sus cargos fue enviado a Martín García,
prisionero de la Marina. Obviamente si tenía que estar bajo la custodia de las
Fuerzas Armadas, era preferible que fuera rehén del Ejército; por lo tanto,
aduciendo razones de salud, logró que lo internaran en el Hospital Militar Central,
hasta que llegó el día que marcaría su destino y el de la Nación.
Aquella mañana del 17 de octubre, se presentó como un día laboral más del calendario, nadie
se imaginaba, ni siquiera Perón, que se iban a producir sucesos que cambiarían
para siempre al país, dividiéndolo en un antes y un después, porque no hay nada
en la historia argentina que se parezca a esa fecha.
Los
trabajadores no tenían teléfonos para comunicarse, no existía el fax, ni el correo
electrónico, ni los celulares, ni el facebook, ni la televisión. Para las
noticias solo se contaba con la radio, pero esa mañana, las emisoras
transmitían los programas habituales. Lo único que funcionó fue la comunicación
de boca en boca, pero eso no explicaba que gigantescas masas obreras como
convocadas por un flautista de Hamelin, convergieran a un mismo lugar
impulsadas por una fuerza misteriosa.
Tranvía con manifestantes
hacia la Plaza de Mayo
La
muchedumbre invadió camiones, hizo invertir la dirección a los tranvías o
simplemente caminó kilómetros hasta llegar a la Plaza de Mayo y lo más notable
fue que estos episodios no fueron patrimonio de Buenos Aires. En Tucumán, en
Salta y en Córdoba se repetía el mismo fenómeno. No había choripán ni ómnibus
que los trasladase, o en todo caso esos transportes eran tomados por asalto y
los desviaban hacia la histórica plaza, donde muchos de ellos, jamás habían
estado. Como lo señaló Félix Luna en su libro El 45, “ese día el transporte adquirió un orden rígido: funcionó en
una sola dirección”.
Dos
escritores, recuerdan los acontecimientos, en forma emotiva y brillante. Así lo
relata Leopoldo Marechal:
Leopoldo Marechal
(1900-1970)
“-Era
muy de mañana…Mi domicilio era este mismo de la calle Rivadavia. De pronto me
llegó desde el oeste un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y
cantando. El rumor fue creciendo y agigantándose, hasta que reconocí primero la
música de una canción popular y en seguida su letra: “Yo te daré / te daré
Patria hermosa / te daré una cosa, / una cosa que empieza con P / ¡Peróoon! Y
aquel Perón retumbaba como un cañonazo…Me vestí apresuradamente, bajé a la
calle y me uní a la multitud que avanzaba a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí y
amé a los miles de rostros que la integraban: no había rencor en ellos, sino la
alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina
invisible que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus
millones de caras concretas y que no bien las conocieron les dieron la espalda.
Desde aquellas horas me hice peronista.”
Por
su parte, Raúl Scalabrini Ortíz lo describió de la siguiente manera:
Raúl Scalabrini Ortiz
(1898-1959)
“Corría
el mes de octubre de 1945. El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo cuando
inesperadamente comenzaron a llegar enormes columnas de obreros. Venían con sus
ropas de trabajo, porque acudían directamente de las fábricas. No era esa
muchedumbre un poco envarada que los domingos invade el parque de diversiones
con hábitos de burgués barato. Frente mis ojos desfilaban rostros curtidos,
brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras con
restos de brea, de grasas y aceites. Llegaban cantando y vociferando, y unidos
por una sola fe. Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías.
Descendientes de meridional europeos iban junto al rubio de trazos nórdicos y
al trigueño de pelo duro en el que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún.”
“Un
pujante palpitar sacudió la entraña de la ciudad. Un hábito áspero crecía en
las densas barriadas, mientras las multitudes continuaban llegando. Venían de
las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las
manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del
Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y
Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y
en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el torneo de precisión, el
fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el empleado de
comercio. Era el subsuelo de la patria sublevado. El cimiento básico de la
nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la
conmoción del terremoto. Presentía que la historia estaba pasando junto a
nosotros y nos acariciaba suavemente como la brisa fresca del río”.
“Lo
que yo había soñado e intuido durante muchos años estaba allí, corpóreo, tenso…
Eran los hombres que están solos y esperan, que iniciaron sus tareas de
reivindicación. El espíritu de la tierra estaba presente como nunca creí verlo”.
Comienza a llegar la gente a
la Plaza de Mayo
Cuando
Perón emergió cerca de la medianoche en el balcón de la Casa Rosada, recibió la
caricia de una aclamación gigantesca. El público había desbordado la plaza y se
extendía por las calles adyacentes. Fue un largo discurso, que por momentos se
transformaba en diálogos con la gente, finalmente terminó diciendo: “Y ahora,
para compensar los días de sufrimiento que he vivido , yo quiero pedirles que
se queden en esta plaza quince minutos más, para llevar en mi retina el
espectáculo grandioso que ofrece el pueblo desde aquí.”
En
todo el territorio quienes permanecieron en sus hogares fueron apagando las radios,
millones vivían la misma euforia de los que estaban en la plaza, mientras que
otros millones que no salían de su asombro, entraban en una oscura
desesperación.
Al
día siguiente, en la Argentina empezaba otro país.
Félix
Luna. El 45. Editorial Sudamericana.
Horacio
González. Llevar en la retina. Página 12, 17/10/2015.
Sanz le sirvió en bandeja el partido radical a Macri, se lo vendió a cambio de obtener un ministerio, el de justicia. El resultado: la diáspora de los radicales y la formación de dos nuevas agrupaciones que votarán al FPV. En Córdoba, un baluarte del radicalismo, un montón de intendentes se volcaron hacia Scioli.
ResponderEliminarCuando Groucho Marx, (con perdón de la palabra), luego de exponer con la claridad y contundencia que le eran propias, sus convicciones más profundas, cerró esa charla con aquella famosísima sentencia,: "estas son mis convicciones, pero, si no les gustan, tengo otras", no pudo suponer que, muchos años más tarde, en un país lindero con el fin del mundo, una joven mujer se convertiría en algo así como "la encarnación" de ese enunciado.
EliminarNacida en un palacete de la zona más elegante de la capital argentina, criada a la sombra de los ombúes centenarios de las estancias paternas, la pituitaria impregnada de los aromas del campo y los perfumes franceses, Patricia, en una crisis de identidad, rompió (¿?) con su "convicción" Bullrich, se acerco a quienes rechazaban esa identidad por "cipayos, infames, traidores a la Patria". No estuvo sola en esta "evolución", pero, fue muy notable la suya. Se hizo montonera. La damita de los salones del Jockey Club, blandiendo la metralleta para secuestrar amigos y conocidos de su clase y sacarles gruesas sumas para seguir viviendo. Cuesta abajo en la rodada, terminada la lucha violenta, adoptó los principios de la izquierda peronista, una doble herejía que no podía cubrir con el supuesto romanticismo de la revolución social.
Fue en ese trance cuando descubrió que había más "principios" posibles, y se arrimó al autismo delarruista y actuó como ministro en su gabinete.
Su órbita se iba alejando, a distintas velocidades, de aquel punto de ruptura, pero, los "principios" no se habían agotado.
Las sociedades viven en continuos cambios que, a veces, más parecen vavenes, y a eso se llama "evolución", Pues bien, en ese giro orbital, la muchachita del Patio de Remates de Hacienda, tuvo un acercamiento con el ingeniero, que fue casi un eclipse y adhirió con fuerza a sus "principios",, no sin tratar de discernir, primero, cuáles eran realmente. Sus dudas no tienen ni tendrán repuesta, pero ella se siente cómoda en un ambiente en el cual lo que se afirma hoy se negará mañana, y lo que se maldijo anteayer, hoy se honra con un monumento.
A eso hay quienes llaman "evolución". Mientras tanto, la órbita que Patricia empezó a describir en un palacete del barrio "bien", se va acercando a ese punto de partida, donde se forjaron realmente las convicciones y desde donde se descubrieron las utilidades de los "principios" cambiantes y donde, finalmente, cerrará.