sábado, 6 de noviembre de 2010

Los libros malditos, Gorleri y mis tías de Corrientes 2548

Voy a recordar siempre aquel día de julio de 2004. Llamado por teléfono; me dice una voz: “El señor presidente de la Nación, Néstor Kirchner, lo invita para mañana al Salón Blanco de la Casa de Gobierno, como homenaje por el treinta aniversario del estreno del film La Patagonia Rebelde. También se va a invitar al director del film y a los protagonistas”. Cuando colgué el tubo, sonreí y me dije: “Fantasías de la realidad, después de estar prohibida durante diez años, después de haber salido yo condenado a muerte en las listas de las Tres A de López Rega, luego ocho años de exilio sufrido por ese film y luego de que los tres primeros tomos de mi obra del mismo nombre fueran quemados por el teniente coronel Gorleri. Sí, después de todas esas bajezas y cobardías del poder, ahora nos hacían un homenaje nada menos que en el Salón Blanco de la Presidencia de la Nación, en la Casa Rosada. Fantasías argentinas.

Hasta aquí, el relato de Osvaldo Bayer de la contratapa de Página 12 como parte de agradecimiento a Kirchner.
Apenas empecé a leerlo cuando me saltó el nombre del teniente coronel Gorleri. Entonces me acordé que lo vi por TV cuando durante una transmisión en cadena del proceso, se aprestaba a realizar una quema purificadora de los “libros malditos” que dañaban el prístino ideario occidental y cristiano, según el retorcido entendimiento de los uniformados.
Gorleri estaba sentado y en una mesa había un montón de libros que señaló diciendo:”estos libros se queman por Dios, patria y hogar”. Los fue agarrando de a uno y mostrando la tapa ante la cámara mencionaba el título. Dos de ellos estaban en mi biblioteca: Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano y Los condenados de la tierra de Franz Fanon. El primero lo resaltó como si se tratara del demonio y lo tiró con desprecio al suelo y así siguió hasta que se interrumpió el programa porque sino hubiera durado horas, tantos eran los tratados considerados malditos.
Ese mismo día agarré todos los libros sospechosos de mi biblioteca y los metí en una caja. Quedaron algunos como El Principito de Saint Exupery que si bien era también caca para la dictadura, pensé que no me chuparían por un relato casi infantil. De Florida me fui a Corrientes 2548 donde vivían mis tías solteronas de edad ya avanzada, totalmente inocentes de cualquier sospecha subversiva. En el viaje, cuando me detenía ante cada luz roja miraba alrededor con cierta aprensión ante la posibilidad de algún operativo de control, tal era el miedo que reinaba en esos años. Porque si me requisaban la caja, era boleta previa sesiones interminables de tortura.
Con suspiros de alivio llegué al departamento de mis tías y les dije que traía unos libros que quería guardar bien escondidos. Ellas comprendieron y me señalaron el altillo.
Muchas veces pensé que estuve mal, que las ponía en riesgo, pero era casi imposible que los esbirros del proceso husmearan ese departamento. Por otra parte, si los quemaba me colocaba en la misma despreciable situación que ellos.
Ya durante el gobierno de Alfonsín, recuperé nuevamente la caja y miré con cariño aquellos textos que salvé de las llamas del fundamentalismo. Los acaricié uno por uno y los reubiqué nuevamente en la biblioteca de donde nunca debieron haber salido.
Gorleri vive, todavía no ha sido juzgado por ningún tribunal de la democracia, quizás porque no mató gente, pero cuando se muera y en su fanatismo religioso pretenda ir al cielo lo van a recibir los escritores, no a pedradas sino arrojándole todos los libros de la humanidad, desde Homero en adelante y creo que hasta Vargas Llosa va participar arrojándole su abundante creación literaria. Entonces Gorleri asfixiado bajo el peso de una montaña de papel irá derecho hacia el infierno y esta vez, el QUEMADO SERA ÉL.



 

2 comentarios:

  1. ¡Está buenísimo! Así fue, en efecto, lo que pasó con los libros "sospechosos" en esa época siniestra. Algunos amigos los escondieron también en pozos en sus jardines, con lo cual los recuperaron después bastante maltrechos.

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  2. muy bueno! Yo los enterré en mi jardín de un metro. Cuando los pude recuperar algunos se habían ido para siempre con las lombrices. Uno fue un tratado de Darwin en francés. ¡Cómo lo lamenté! Era el terror de los rastrillos

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