El
asombro de Susan
En el subsuelo de una casa de
Baltimore del estado de Maryland, hace días que Susan Fisher Sullman, munida de
una lámpara estilo minero en su cabeza, está examinando los archivos de su
padre. Todo comenzó cuando el historiador William Wells se comunicó con ella y
le dijo que se había enterado por la sección necrológica del New York Times de la muerte de su padre.
Según Wells, Joel Fisher, mientras servía en el ejército, había participado en
el reconocimiento de las obras de arte robadas por los nazis. También le afirmó
que como historiador le interesaba ver esos archivos. Susan Fisher quién era
abogada, estaba muy ocupada con un juicio y olvidó el tema.
Pero quién no lo había olvidado,
era el persistente Wells y habiendo pasado más de una década volvió a llamar a
Susan con motivo de una filmación que se estaba llevando a cabo sobre tesoros
robados por la Gestapo y las brigadas de las SS durante la Segunda Guerra Mundial. En esta ocasión la hija de
Joel Fisher decidió investigar esos archivos.
Susan
Fisher examinando los archivos en el subsuelo de su casa
A medida que fue leyendo las
carpetas, Susan tomó conciencia de la participación de su padre quién día por
día durante el último mes de la guerra se dedicó con un grupo de tareas a
ordenar, clasificar y más tarde devolver a sus legítimos dueños, incontables
objetos de valor y obras de arte escondidos en una mina de sal. A Susan no
dejaba de asombrarle que su padre jamás le hubiera relatado un episodio de
tanta trascendencia en su vida.
La
mina de Merker
El 3 de Febrero de 1945, una
escuadrilla de 937 bombarderos descargaron 23.000 toneladas de bombas sobre
Berlín, destruyendo la ciudad y gran parte del Reichbank donde estaban las
riquezas sustraídas al resto de Europa. Fue entonces cuando los nazis
decidieron esconder todo ese material en un lugar más seguro y se decidió por
la mina de Merker.
El 22 de marzo de 1945 el tercer
ejército aliado bajo el mando del general George Patton cruzó el Rhin y se
adentró a fondo en territorio alemán. El 4 de abril entró en el pueblo de Merkers,
próximo al campo de concentración de Buchenwald. El general Eisenhower y su
plana mayo contemplaron azorados las pilas de cadáveres, las cámaras de gas y
los cientos de sobrevivientes en avanzado estado de desnutrición. El mismo
horror experimentaron las avanzadas del ejército rojo cuando llegaron a
Auschwitz en Polonia.
Mientras esto acontecía, la
Policía Militar había detectado a través del informe de unas ex prisioneras que
en la mina de Merker, esclavos traídos de Buchenwald estuvieron trabajando
durante días trasladando cajones a las entrañas de la mina. Se había corrido la
voz entre los prisioneros de que se trataba de tesoros robados a víctimas del
Holocausto y a museos y bancos de los países invadidos.
Interior
de la mina de Merker que muestra cientos de envoltorios que contienen todo tipo de joyas
y obras de arte.
El
inventario de Merker
Durante semanas un grupo de
tareas entre los que estaba Joel Fisher acometieron el arduo trabajo de ordenar
y clasificar el material robado. Había cajas que contenían los objetos
personales de los prisioneros, joyas pulseras aros, collares y cientos de
dientes de oro extraídos a los pobres infelices antes de enviarlos a las cámaras
de gas. También había barras de oro, adornos y monedas del mismo metal.
Las obras de arte se dejaron para
una segunda etapa, porque esta era la parte más difícil ya que algunas habían
pertenecido a colecciones privadas y otras fueron directamente sustraidas a
museos. Había cuadros de varios impresionistas, como la Plaza de la Concordia de Edgar Degas, El jardín de invierno de Monet , el Retrato de Adele Bloch-Bauer de Klimt y y obras de Modigliani y de
Van Gogh como el famoso Retrato del Dr.
Gachet. Todas estas obras eran consideradas por los nazis como “arte
decadente”, lo que no les impidió apoderarse de ellas porque conocían su alto
valor en el mercado.
Muy buen relato, Ricardo. Gracias por mandar.
ResponderEliminarqué interesante! Reenvío por Facebook
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