Ramón Falcón y Simón Radowitzky fueron dos espíritus absolutamente incompatibles. El primero, argentino nativo, descendiente de españoles y egresado de la primera camada del Colegio Militar creado por Sarmiento, era ferviente católico y convencido de que la policía debía ser conducida por un militar, porque a la protesta social había que conjurarla manu militari. Falcón jamás se preguntó las razones que causaban las huelgas y las manifestaciones obreras. No estaba capacitado para esas disquisiciones, la educación castrense le había enseñado que su función era obedecer sin cuestionamientos e imponer el orden al precio que fuera. Esa formación sería un continuo en la historia de los institutos militares.
Ramón Lorenzo Falcón
Para los anarquistas y la clase trabajadora en general, Falcón era el arquetipo del enemigo, no así para los criterios de la clase dirigente conservadora, que lo admiraba por su brillante foja y determinó que el presidente Figueroa Alcorta lo nombrara Jefe de Policía de la Ciudad de Buenos Aires para domar el movimiento obrero.
En las antípodas, se encontraba Simón Radowitzky, un adolescente judío ucraniano, seguramente ateo, que hablaba el castellano con dificultad y fuerte acento foráneo. Su nombre era difícil de pronunciar y más difícil aún era escribirlo. Su objetivo era crear el desorden, rebelar a la clase obrera contra el sistema oprimente que la sometía, los salarios bajos, el exceso de horas laborales, el despido fácil.
Simón Radowitzky
Su infancia apenas había terminado cuando el sablazo de un soldado cosaco lo confinó en cama durante meses y luego fue sentenciado a prisión en Siberia. Cuando llegó a la Argentina sólo tenía 16 años y si para Falcón la palabra favorita era represión, para Radowitzky era rebelión. Ambos coincidían en un aspecto: lograr sus objetivos a costa de lo que fuere y sin que ningún tipo de escrúpulos se interponga en sus planes.
La vida los cruzó durante escasos segundos, pero ese instante significó la muerte para Falcón y décadas de prisión y sufrimiento para Radowitzky y cada uno, a su manera, entró en la historia.
Radowitzky se embanderó en el anarquismo y lo hizo con total intensidad y fidelidad meridiana por sobre cualquier peligro y sacrificio, postura que mantendría incólume hasta el fin de sus días.
El coronel Falcón desconocía la existencia de Radowistzki, pero éste lo tenía perfectamente identificado. Sabía que el militar expulsó a sablazos y con chorros de manguera a los inquilinos de los conventillos que se habían negado a pagar el aumento de alquiler. Lo había visto reprimir una manifestación anarquista en la Plaza Lorea, que dejó un tendal de muertos y heridos por la Guardia de Seguridad, el flamante cuerpo de policía montada, que tanto le hizo recordar a Radowistzki, la carga de cosacos que sufrió en su ciudad natal. Aquello fue el primero de mayo de 1909 y al día siguiente durante los funerales de las víctimas, la policía volvió a reprimir y fue entonces cuando Radowitzky juró vengar a los compañeros muertos. Su meta inmediata, su misión sagrada era eliminar a Falcón.
Tres días le llevó a Radowitzky preparar una bomba casera metiendo dinamita junto con el detonante en una caja de hierro según las instrucciones del diario anarquista La Protesta, que explicaba la técnica para preparar y hacer explotar bombas. El riesgo a que se exponía y el hecho de haber renunciado a su empleo unos días antes del atentado, muestra claramente que estaba decidido a sacrificar su vida en esta acción. Más tarde, la historia del siglo XX sería prolífica sobre esta especie de héroes anónimos que ante situaciones extremas deciden inmolarse. Se dio con los kamikazes japoneses, los bonzos de Vietnam y los fundamentalistas árabes.
La oportunidad se le presentó a Radowitzky el domingo 14 de noviembre en que Falcón asistió al entierro de un camarada. Se puso su mejor ropa, si iba a morir, de lo cual estaba seguro, lo haría en forma elegante, cargó una pistola en la cintura y salió a la calle con el paquete. Cuando pasó la carroza a su regreso del cementerio, se adelantó corriendo y le arrojó la bomba. La explosión dejó agonizante a Falcón y su acompañante que murieron pocas horas después.
Radowitzky escapó perseguido por la policía y cuando se sintió atrapado intentó suicidarse disparándose un tiro que sólo lo hirió levemente. Estaba convencido que allí mismo moriría, sin embargo, la policía lo quería vivo, necesitaba saber quiénes eran sus cómplices, pero a pesar de las torturas a que lo sometieron, de la boca del anarquista no salió una sola palabra.
En el ínterin, se sucedió una represión feroz que encarceló y deportó a cientos de extranjeros. Paralelamente, se multiplicaron los homenajes al mártir del orden, asesinado cobardemente por aquél ruso fuera de la ley. Se habló de complot judeo-anarquista; el diario La Nación ensalzó la figura de Falcón en sus editoriales y lo mismo hizo la Sociedad Rural Argentina. Con el tiempo se levantaría a su memoria un monumento en la Recoleta y cada vez que en el país se producía un golpe militar, se cambiaba la placa de alguna calle que pasaba a llamarse Ramón Falcón. También la Escuela de la Policía lleva su nombre.
Cuando estaba por cumplirse la sentencia de fusilamiento para Radowitzky, llegó desde Rusia el certificado de su nacimiento enviado por un tío rabino donde constaba que era menor de edad. El reo pasó a la cárcel de Las Heras, pero ya por entonces era un mito, una imagen legendaria. Su nombre era pronunciado en un susurro y con unción religiosa, mientras los guitarreros le dedicaban ríos de coplas como la del payador Manlio:
Traigo aquí para Simón este manojo de flores,
del jardín de los dolores del alma y del corazón:
traigo para aquel varón valiente y decidido,
este manojo que ha sido hecho con fibras del alma,
en un momento sin calma de rebelde convencido.
Debido a que todos los reclusos se habían complotado para liberar a Radowitzky, se lo trasladó al penal de Ushuaia, de donde jamás había logrado escapar preso alguno. Sin embargo, Radowitzky fue el primero y el único en la historia del presidio que rompió la regla. Protagonizó una huida legendaria, deslizándose a través de los canales fueguinos hasta ser capturado por un buque de guerra chileno y entregado a los carceleros argentinos. Todos los castigos inimaginables serán entonces para él, incluyendo la sodomía a cargo de los guardias. Aunque enfermo de tuberculosis, el clima del extremo sur y el aislamiento no lo amedrentaron y siguió siendo el defensor de los demás presos para quienes Simón, era una leyenda viviente.
Sus compañeros anarquistas no lo abandonaron en ningún momento, realizando miles de actos y su nombre figuró siempre en la primera página de las publicaciones de izquierda. Finalmente en 1930, Yrigoyen firmó el indulto, pero al mismo tiempo lo expulsó al Uruguay. Allí trabajó como mecánico hasta que la dictadura de Gabriel Terra lo envió a la prisión de la isla de Flores.
En 1936, le conmutaron la pena y ya en libertad, se dirigió a España para engrosar las Brigadas Internacionales contra el fascismo de Franco. Cuando cayó la República atravesó los Pirineos y de Francia se embarcó para México. Allí moriría en 1956 mientras trabajaba de obrero en una fábrica de juguetes, el oficio más hermoso que puede tener un ser humano.
Fuentes
Rogelio Alaniz. A cien años de la muerte del coronel Ramón Falcón. El Litoral 11/11/2009.
Osvaldo Bayer. Biografías: Simón Radowitzky. El Historiador. http://www.elhistoriador.com.ar/biografias/r/radowitzky.php
Marcelo Larraquy. Marcados a Fuego: de Yrigoyen a Perón. Editorial Aguilar 2009.
Viví hasta mis primeros 9 años en una casona de la calle Ramón L.Falcón, entonces barrio de Velez Sarsfield. Desconocía, sin nada preocuparme, quienes fueron y qué habían hecho esos personajes que dieran lugar a que sus nombres sirvieran para señalar mi ubicación en el planeta.
ResponderEliminarDesde ya que, de haberlo sabido, hubiera descubierto el vacío evocativo que significaba la ausencia de Simón Radowitzky, matador del ceñudo coronel Falcón, en la anécdota histórica que sin lugar a dudas los une para siempre como a Caín con Abel ó Carlota Corday con Marat ó Richard Burton con Lincoln. El Coronel pasa a la historia por haber muerto víctima de un atentado en acto de servicio. No creo que otro hecho haya incidido con mayor peso para ingresar como lo fuera con letras grandes en nuestra historia. Tampoco darían los antecedentes de Radowitzky con algún mérito ejemplarizador - dudosamente podría serlo su único acto estruendosamente notorio- para fundamentar la designacíón con su apellido de alguna calle, pasaje o plaza. Estamos ante la presencia de dos personajes que se transformaron en asesinos -no hay otro término para definirlo- condenados a serlo por ideas o naturalezas opuestas pero de parecida fuerza compulsiva; conscientes de sus actos transgresores de un valor supremo - la vida- al que subordinaron por otro de rango también superior según sus respectivas cosmovisiones.
Lo extraño no es que no haya una calle con el nombre del ucraniano, ni debería existir atento que su proceder - aún en nombre de una reivindicación justa - adopta procedimientos que no deben quedar librados a arbitrios y decisiones individuales sobre todo tratándose de valores supremos. Lo difícil de entender es que existan todavía honras bajo formas de instituciones, nombres de calles o algún pueblo, monumentos que rememoren a quien sacó de la vida a miles de laburantes armados, no de rifles, sino de bronca. Con un tesón que imaginamos fuera premiado con elogios desde la cumbre del poder dominante.
Qué bueno Ricardo que difundas la vida de Simón Radowitsky. Te cuento que para mi fue siempre una figura cautivante. De hecho a mi hijo le puse Simón entre una de las razones en honor a ese personaje tan genuino. Hay un libro de Alejandro Marti que está muy bueno.Se llama Simón Radowitsky la biografía. Hay otra figura interesante que es Kurt Wilckens en la historia del anarquismo argentino, movimiento que duró tan poco, retratado en la Patagonia Rebelde (otra obra escencial de la historia Argentina).
ResponderEliminarBueno, aprovecho para mandarte un gran abrazo aún sin conocerte, y decirte que valoro y disfruto tu labor a través de estas crónicas.
Feliz 2013!