lunes, 18 de noviembre de 2019

EL SER HUMANO Y LA MÚSICA


He disfrutado haciendo muchas cosas en la vida, pero de algún modo la música siempre me ha acompañado.
Daniel Barenboim

Un hábito muy antiguo
La música es algo inmaterial que nos puede elevar hacia alturas sublimes, transportarnos a momentos del pasado o entrar en comunión con quienes nos acompañan. Sin embargo, este fenómeno es tan complejo que recién estamos empezando a conocer sus mecanismos. Aquí analizamos la relación entre el ser humano y la música, cuál es la función adaptativa que cumplió desde nuestros orígenes, los beneficios que nos aporta y cómo funciona y se modifica el cerebro por acción de la música.
      Se suele mencionar que hacer música o disfrutar de escucharla es un arte o una capacidad adquirida por el ser humano, el único mamífero que puede producir este fenómeno. Hasta hace pocas décadas prevaleció el concepto de la música como un producto refinado de la cultura humana. Si bien existen construcciones musicales que varían entre las culturas, todas responderían a mecanismos innatos. En otros términos, crear o disfrutar de la música forma parte de la naturaleza humana, o sea que estaría en nuestros genes. 
      La música no es un producto reciente de los humanos. Los cantos y el empleo de instrumentos que producen sonidos armónicos son tan antiguos como la comunicación verbal, es decir, el lenguaje. La arqueología demostró la existencia de instrumentos musicales (tambores, flautas y los precursores del arpa y el laúd) que tienen una antigüedad de 30.000 años.
       
Por lo tanto, la música es un fenómeno antiguo y no una adquisición reciente de la inteligencia humana, ya que trasciende el tiempo, el lugar y la cultura.



                            Primeros instrumentos musicales

¿Por qué los seres humanos somos musicales?
La música es menos esencial que el lenguaje. Podemos desarrollar una vida normal sin la música, pero no podemos comunicarnos sin el lenguaje. Por eso, desde hace centurias, biólogos y filósofos se hicieron las siguientes preguntas: ¿Para qué sirve la música? ¿Qué función adaptativa cumplió en nuestros primitivos ancestros y qué ventaja de supervivencia aportó en el curso de la selección natural de la especie como para que constituya una actividad innata? La mejor respuesta la ofrece la siguiente anécdota:
        Es el 24 de diciembre de 1914, el frente se encuentra en Flandes, hacia el este están las trincheras alemanas y a menos de 100 metros de distancia se encuentran las trincheras aliadas ocupadas por franceses, ingleses y belgas. Entonces ocurre lo insólito, de la trinchera alemana asoma un árbol de Navidad con velas encendidas que recibe algunos disparos que pronto cesan cuando se oye el “Stille Nacht, Heilige Nacht”. Del lado aliado responden con el villancico “Silent Night” y lentamente, como provenientes de la entraña de la tierra, sucios y barbudos comienzan a surgir de ambas trincheras los soldados, sin las armas, algunos con velas encendidas y saludándose. Cada uno se da cuenta que el enemigo no es ese monstruo asesino como les habían contado sus superiores. Días anteriores, el capellán les había dicho que esta guerra era una cruzada donde ellos luchaban en nombre de Dios y el enemigo representaba al demonio. El gigantesco poder de la música había logrado que aquellos que se odiaban y debían matarse mutuamente, salieran de sus respectivas trincheras para saludarse y abrazarse.

                               Encuentro de Navidad entre enemigos

          Todo parece indicar que el valor de la música como mecanismo de adaptación se encuentra más a nivel grupal que a nivel individual. La música fue un método de cohesión, especialmente como componente esencial de la danza, los rituales religiosos y las ceremonias, que sirvió para afianzar las relaciones interpersonales y la identificación con el grupo.

La emoción en la música
Leer un libro, escuchar un poema o contemplar una obra de arte pueden producir respuestas emocionales, pero nunca de la magnitud y la frecuencia que brinda la música. Una pesquisa realizada en una población adulta de Inglaterra reveló que más del 80% de los entrevistados respondía emocionalmente a la música con escalofríos, alegría, tristeza o placer y hasta llanto. Las melodías y canciones que más suscitan respuestas emocionales son aquellas que ya fueron escuchadas previamente y son reconocidas por el receptor, porque las conexiones de las áreas de la música con los centros de la memoria están muy desarrolladas.
               Las emociones musicales activan una zona del cerebro llamado aparato límbico, provocando cambios en el flujo sanguíneo en diversas zonas del sistema nervioso central. Algunas de estas regiones participan en las respuestas a estímulos que generan gran satisfacción, como los alimentos o los hábitos que producen adicción (consumo de alcohol, tabaquismo). Esto significa que la música tiene acceso a sustratos neurales que están asociados con disparadores primarios como la comida y el sexo.


          
Procesamiento en el cerebro y neuroplasticidad generada por la música
         El procesamiento de la música en el cerebro es uno de los misterios apenas develados por las neurociencias. La onda sonora impacta sobre la membrana timpánica que transmite la vibración a la cadena de huesecillos (martillo, yunque y estribo), que a su vez desplaza el estímulo a las células ciliadas, cuyas prolongaciones o axones forman el nervio coclear que ingresa al cerebro. Lo fascinante de este complejo proceso es que transforma fenómenos mecánicos en impulsos eléctricos que van a distintas zonas del cerebro que los analizan y desglosan en timbre, intensidad y tonos, formando una melodía. El ensamblado de estos impulsos es un fenómeno que todavía sigue intrigando a las neurociencias.
           Comparado con los demás sentidos, el oído posee la menor cantidad de células sensoriales: alrededor de 3500 en relación con los 100 millones de fotorreceptores de la retina ocular. Sin embargo, la respuesta neurológica a la música es sumamente rica en matices.
En el sistema nervioso central no existe una zona especializada para la música, como ocurre con los sentidos, sino que hay numerosos territorios neuronales distribuidos en todo el cerebro, incluyendo zonas involucradas en otras cogniciones, como es el lenguaje.
       El procesamiento de los sonidos, como los tonos musicales, se inicia en el oído interno (cóclea), que clasifica los sonidos complejos producidos por un instrumento musical, por ejemplo el violín, en sus frecuencias elementales constitutivas. Seguidamente, la cóclea transmite esta información a lo largo de fibras separadas del nervio auditivo en forma de descargas neurales que alcanzan la corteza auditiva del lóbulo temporal.
       Las neuronas diferentes del sistema de la audición responden específicamente a determinadas frecuencias. Las células vecinas se ajustan a la misma frecuencia determinando que la corteza auditiva forme un mapa de frecuencias a lo largo de su superficie.
      A pesar de que en un principio se creía que el hemisferio cerebral izquierdo procesaba el lenguaje y el derecho, la música, tras numerosos estudios llevados a cabo se ha descubierto que la percepción musical se realiza en ambos hemisferios.

         Neuroplasticidad generada por la música
               Pocas son las personas que se convierten en instrumentistas virtuosos, un atributo que obtienen gracias a cierta predisposición innata y a extenuantes horas de ensayo durante su vida. Estos personajes constituyen el modelo ideal para estudiar el fenómeno de la neuroplasticidad. La neuroplasticidad es la capacidad que tienen las células nerviosas para generar uniones más numerosas e intensas entre sí como respuesta adaptativa a un estímulo o necesidad.
          Existe evidencia abundante de que el cerebro de los músicos es modelado por las prácticas continuadas y los ensayos previos a las actuaciones. Una de las primeras zonas del cerebro que se modifica es la motora. La representación cortical del área motora que regula el movimiento de los dedos de la mano izquierda, especialmente el quinto dedo, está más desarrollada en músicos que tocan instrumentos de cuerda que en el resto de las personas. Esto se debe a que los instrumentistas del celo, la viola y el violín pulsan las cuerdas en forma rápida y continua con los dedos de la mano izquierda. En cambio, la zona motora del cerebro que coordina los movimientos de los dedos de la mano derecha no sufre modificaciones, ya que el arco de los instrumentos de cuerda exige movimientos del brazo y de la mano, pero no de los dedos. Esta neuroplasticidad se acentúa más cuando el instrumentista comenzó a practicar a temprana edad.
        Las adaptaciones neuronales no se limitan a las zonas motoras. Varias zonas cerebrales relacionadas con la audición, duplican su tamaño en los músicos profesionales en relación con un amateur y el resto de las personas.
      Considerando que la música es una de las habilidades más relacionadas con la neuroplasticidad, está creciendo en forma considerable el empleo de la musicoterapia para numerosas afecciones, como el autismo, la fibromialgia, los traumatismos cerebrales y la esclerosis múltiple.
En conclusión, hacer música o disfrutar de ella es una capacidad del ser humano a lo largo de la historia y de todas las culturas. También constituye una herramienta poderosa para las emociones y la modulación del estado de ánimo. No se trata de un entretenimiento más, sino de otro lenguaje cuyo mecanismo recién estamos empezando a descifrar.

Referencias
-       La tregua de Navidad de la Primera Guerra Mundial. National Geographci, 22/12/2016.
-       Weinberger NM. Music and the brain. Scientific American, November 1, 2004.
-       Paraskevopoulos E, Kuchenbuch A, Herholz SC, Pantev C, et al. Evidence for training-induced plasticity in multisensory brain structures: an MEG study. PLoS One. 2012; 7(5).
-       Peretz I. The nature of music from a biological perspective. Cognition 2006; 100:1-32.
-       Nelken I. Music and the auditory brain: where is the connection? Frontiers in Human Neuroscience 2011; September 27.

3 comentarios:

  1. Muchas Gracias " AMIGAZO", ES TAN BUENA ESTA IFORMACIÒN!!!!!!QUE NOS HACE RECORDAR 24 AÑOS DE MÚSICA EN EL CAFÉ TORTONI!!!!!!!
    Y no es un Soborno!!!!!
    ABBRACCIONE!!!!!

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  2. Oswaldo C de Maryland19 de noviembre de 2019, 9:59

    Magistral (o fenómeno, como dirían los Ches) tu blog sobre la música, Ricardo.

    Mi opinión es que en el fondo la música, así como las matemáticas, y la lógica, es una entidad no material. No puede ser reducida sólo a átomos, moléculas, vibraciones, genes, corteza cerebral, etc. Como concepto, la música existiría aún si la evolución biológica nunca hubiese llegado a seres humanos (o a extraterrestres en otras galaxias). Ciertamente la música está "encarnada" en el sentido que es percibida por sujetos humanos y que esta percepción requiere aire, ondas sonoras, el sentido de oído, etc. Creo que si algo queda de nosotros despúes de la muerte corporal, lo que queda será capaz de gozar de la música y de la belleza en general.

    Abrazos

    Oswaldo

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  3. Muy bueno el comentario y los deseos de Oswaldo, de conservar el gozo de la musica en la posteridad. Asi tendrá algun aliciente el ultimo destino.

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