jueves, 22 de noviembre de 2018

HOGARTH Y LA VIDA LONDINENSE




                   William Hogarth (1697-1764). Autorretrato, Tate Britain, Londres.

El cuadro muestra seis rostros distribuidos en forma caprichosa en el lienzo. No se trata de nobles y mucho menos de personajes de la realeza. Son facciones de gente sencilla y las cofias que llevan las mujeres revelan que están encargadas del servicio doméstico. Forman parte de la servidumbre de quien los está pintando. Fueron posando en forma sucesiva hasta ocupar el lugar correspondiente en la tela. Cada uno con su propia individualidad, su apariencia natural y sus vestimentas cotidianas de trabajo. Se nota que el artista ha tratado cada rostro con cariño, lo cual es coherente con las fuentes contemporáneas al autor, que señalan que sus criados le tenían una gran devoción. Estoy hablando de William Hogarth.

                Los sirvientes de William Hogarth. Tate Gallery, Londres.

                Esta obra era totalmente atípica en la Inglaterra del siglo XVIII, porque a ningún artista de posición económica holgada, como lo revela el hecho de poseer seis personas en el servicio doméstico, se le ocurriría pintar a sus sirvientes. Ocurre que Hogarth fue un pintor diferente, ingenioso, satírico, subversivo y dotado de gran talento, pero por sobre todas las cosas se caracterizó por su sensibilidad humana y una aguda capacidad para observar y satirizar la sociedad londinense de su época.
         Nació en un hogar humilde de Londres ya que su padre enseñaba latín en las escuelas y por entonces los maestros recibían sueldos paupérrimos. Por lo tanto, Hogarth convivió con los niños y gente pobre que pululaban en las calles de su vecindario. Los recuerdos de su infancia los expresó después en pinturas y grabados, que mostraban una Londres sucia, sórdida y populosa.
          Durante parte de su adolescencia trabajó de aprendiz en un taller de grabado y a los 23 años instaló su propio negocio que le permitió vivir con la venta de grabados en cobre realizando escudos, blasones, tarjetas comerciales e ilustraciones de libros. No faltaron quienes copiaron su trabajo y después de una lucha judicial logró que el Parlamento dictara una ley de protección sobre la autoría de grabados que pasó a llamarse la Ley de Hogarth. Podemos decir que estuvo entre los pioneros que protegieron los derechos de autor: los conocidos copyright.
         Se mezcló con la vida cotidiana de la clase baja y media de Londres y frecuentó, prostíbulos, bares y tabernas donde estableció relaciones con escritores, dramaturgos, filósofos y soñadores que enriquecieron su conocimiento sobre las costumbres, vicios y hábitos de los habitantes. Todas estas impresiones las plasmó en grabados y pinturas donde ridiculizó, satirizó y desnudó en forma despiadada la escasa moral de amplios sectores de la burguesía. 
         Se considera que ningún otro artista logró definir un periodo de la historia británica de forma tan impactante y perdurable como Hogarth. La expresión ‘Hogarth’s age’ (la era de Hogarth) se utiliza a menudo en Gran Bretaña para describir la primera mitad del siglo XVIII, al igual que el Londres de Hogarth que pasó a definir la capital inglesa durante esa época.
          Son muchas las obras dedicadas a esta temática, pero seleccioné la llamada Matrimonio a la moda que consiste en una serie de seis cuadros pintados entre 1743 y 1745 y que muestran la frecuencia con que los matrimonios se llevaban a cabo esencialmente por razones económicas, el amor, si existía, estaba relegado a un segundo puesto. Aquí se presentan la primera y la segunda obra de la serie, donde se pueden apreciar numerosos detalles alegóricos que enriquecen las escenas.
        Cuadro primero. El episodio ocurre en el salón de una familia aristocrática donde el lord, que se encuentra apremiado económicamente por deudas, está concertando el casamiento de su hijo con una joven, hija de un rico mercader. Se encuentra sentado a la derecha y señala con su mano izquierda un documento con su árbol genealógico que se remonta a la Edad Media y sugiere la importancia de su linaje. Su pierna derecha descansa sobre un banquillo y el pie vendado significa que el lord padece de gota, enfermedad de la clase alta, que tenía acceso a una abundante alimentación y que desde Hipócrates se la llamaba “la artritis de los ricos”. Juntos con el lord y sentados alrededor de una mesa circular se encuentran el abogado y el mercader, todos discutiendo las cláusulas del matrimonio que en realidad es un arreglo comercial.

        William Hogarth, Matrimonio a la moda. Escena 1, Tate Gallery Londres

             En el extremo izquierdo del cuadro se encuentra su hijo vestido con una casaca azul, comiendo bombones mientras se mira en un espejo indiferente al arreglo matrimonial que se está llevando a cabo. En su rostro se destaca una marca negra, señal de que padece sífilis. A su derecha se encuentra la joven que será su futura esposa y llora tristemente mientras un familiar trata de consolarla. Dos perros encadenados entre sí en una esquina reflejan la situación de la pareja.
         Cuadro 2. Siempre separados, la pareja se encuentra a ambos lados de una chimenea. El hombre con rostro cansado, los ojos cerrados y vulgarmente tumbado sobre una silla, acaba de llegar de una noche de juego, bebida y libertinaje. El perro huele una cofia que no pertenece a su ama y que sobresale del bolsillo de su casaca. La esposa se muestra satisfecha y su rostro sugiere que en la ausencia de su marido introdujo a un amante en la mansión. Una silla volcada, un instrumento musical tirado y una partitura abierta indican que hubo música y baile, sinónimos de placer.
El contador de la familia figura a la izquierda de la escena y mientras sostiene con una mano, numerosas demandas y facturas impagas, se lleva la otra mano a la cabeza en un gesto de desesperación ante la indolencia de la pareja. Sobre la chimenea se aprecian adornos de baja calidad, signos de la dificultad financiera del matrimonio.

William Hogarth. Matrimonio a la Moda, escena 2.

                 La serie de los cuadros siguientes, que por razones de espacio no los incluyo, muestran el deterioro del matrimonio, cada uno tiene su respectivo amante y ahora debido a los apremios económicos habitan una mansión de muy baja categoría. El marido de la mujer es asesinado por el amante de ella que escapa por una ventana, pero es atrapado y condenado a morir ahorcado. Finalmente, en la última escena la mujer se encuentra moribunda porque ha ingerido un veneno. Una sirvienta le acerca la hija para que bese a la madre. Aquí, Hogarth no se ha privado de elevar al máximo el deterioro de esa familia ya que se ve a la niña con una marca de sífilis en el rostro.
                 William Thackeray, el más destacado escritor inglés, después de Charles Dickens, puso en la literatura lo que Hogarth describió en sus pinturas. Con su humor irónico, corrosivo y realista, después de contemplar la serie de Matrimonio a la moda, escribió las siguientes máximas:
            No preste atención a los consejos de lenguas viperinas.     
No contraiga matrimonio con un hombre por su rango o con una mujer por
su dinero.
No frecuente reuniones ni bailes de máscaras a espaldas de su marido.
No se junte con personas libertinas ni descuide a su esposa.
De lo contrario usted se encamina hacia la ruina y terminará ajusticiado.

Hogarth, William. Encyclopaedia Britannica, tomo 5, Chicago 1995.
Diana Fernández. La Pintura Satírica-William Hogarth. Vestuario Escénico, 23/07/2012. Disponible en:https://vestuarioescenico.wordpress.com/2012/07/23/la-pintura-satirica-william-hogarth/
William Hogarth. Biografía y características de su obra. TheCult.es, 05/08/2010. Disponible en: http://www.thecult.es/Arte/william-hogarth-biografia-y-caracteristicas-de-su-obra.html


lunes, 12 de noviembre de 2018

DMITRI SHOSTAKOVICH FRENTE AL RÉGIMEN


José Stalin pertenece al grupo de los más grandes estadistas de la historia por haber realizado dos logros fundamentales: ser el artífice esencial de la derrota de la Alemania nazi y por haber transformado al país más atrasado de Europa en la segunda potencia mundial.          También se lo conoce, y en esto sus detractores cuentan con sobradas pruebas y argumentos, como uno de los dictadores más terribles de su tiempo.

            Nada escapaba a su control y la más leve sospecha, una metáfora mal interpretada, un comentario adverso a su gestión o su persona, eran despiadadamente castigados. Las artes, particularmente la música, debían estar al servicio del proceso revolucionario del “gran conductor”. En la Rusia de Stalin solo había dos clases de compositores: los que estaban vivos y asustados y los que estaban muertos. Dmitri Shostakovich (1906-1975) perteneció al primer grupo y fue un caso paradigmático que vivió todos los estados de la matriz dictatorial del sistema: fue ensalzado, sospechado, criticado, ridiculizado y perseguido durante las décadas del estalinismo.

            En 1925 cuando tenía 19 años compuso la Sinfonía número 1. Al año siguiente la obra fue estrenada por la Orquesta Filarmónica de Leningrado y el júbilo se apoderó de los medios artísticos de la joven República soviética. El caluroso recibimiento de la sinfonía se extendió por Europa y América donde Shostakovich fue considerado como el primer gran autor de la nueva Rusia.

 

                  Dmitri Shostakovich en los tiempos de su primera sinfonía

            En los años siguientes compuso las sinfonías 2 y 3 que fueron muy bien recibidas por el público y por el régimen, hasta que en 1934 produjo la ópera Lady Macbeth de Mtsenks donde incorporó elementos del impresionismo y del verismo. El argumento está inspirado en el relato del escritor ruso Nikolái Leskov y es un drama trágico donde abundan escenas de sexo explícito (no faltan quienes aún la consideran una obra pornográfica), crímenes y amor pasional. El personaje principal es Katerina Ismailova, una mujer casada con un pusilánime vendedor viajero en un oscuro lugar de la Rusia profunda. En la vida de hastío e insoportable rutina, Katerina es vigilada día y noche por su suegro, un hombre primitivo desagradable y violento. 

         Cuando se incorpora a la chacra un joven y recio empleado, Katerina cree encontrar el amor perdido y la tabla de salvación para cambiar su tediosa existencia. Con complicidad de éste, la mujer asesina a su esposo y su suegro, cae en la cárcel. Todos terminan mal.

            La obra fue un éxito rotundo y tuvo 200 representaciones hasta que dos años más tarde Stalin, interesado por la celebridad que la rodeaba asistió a una de las funciones junto con gran parte de la plana mayor del Comité Central. Todo parecía ir sobre ruedas hasta que Stalin se levantó disgustado antes de que comenzara el tercer acto. 

          Al día siguiente, el diario Pravda publicó un editorial devastador bajo el título “Caos en lugar de música”. Entre otras cosas decía: “…el oyente es abrumado desde el primer instante de la ópera por un flujo de sonidos deliberadamente desmañado y embrollado. Amagues de melodía, embriones de frases musicales, se ahogan, escapan y vuelven a ahogarse entre choques, rechinadas y alaridos. Seguir esta 'música' es difícil; recordarla es imposible".

            La realidad es que el argumento era un verdadero culebrón ya que incluía una historia con tres asesinatos, un suicidio, una violación, una adúltera y tres hombres de baja categoría, todos personajes ajenos a la tarea de educar al pueblo ruso para una sociedad mejor. Además, para el régimen el sexo estaba al servicio de la procreación y no del placer. Como si esto no bastara había una escena donde la protagonista soborna al comisario del pueblo, algo impensable en un sistema que consideraba a la policía como químicamente pura.

Lady Macbeth de Mtsenks recibió el rótulo de “obra contrarrevolucionaria” y salió de cartelera durante 26 años en que se volvió a representar cuando ya habían pasado 7 años de la muerte de Stalin. En el resto del mundo continuó subiendo a escena y siempre resultó un acontecimiento y éxito de taquilla, ya que no es fácil conseguir un buen elenco lírico que hable y cante en ruso.

            Para Shostakovich la prohibición de la obra estuvo lejos de ser lo peor, se convirtió en un leproso entre sus pares. Antiguos amigos dejaron de verlo y algunos desaparecieron, la gente le rehuía y nadie se atrevía a tocar sus composiciones. Sus ingresos se redujeron y algunos compañeros fieles, subrepticiamente le suministraron hojas con el pentagrama para que siguiera trabajando en absoluta soledad. A llegar la noche solía acostarse vestido con una valija preparada al pie de la cama, a la espera de que en cualquier momento se presentaran miembros de la NKVD para arrestarlo.

            Un día le mandaron una citación para presentarse ante una de los distritos de la temible institución. En la fecha designada se despidió de su esposa e hijos, pensando que no volvería a verlos. Al llegar a la oficina se produjo el siguiente diálogo:

            ─¿A quién viene a ver camarada?─le preguntó el recepcionista.

            ─Al investigador camarada Zakowesky─respondió Shostakovich.

─Usted no figura en la lista de hoy─ le respondió el recepcionista luego de revisar la agenda─ regrese cuando lo llamen. Poco después se enteró que al investigador lo habían arrestado.

            En 1936 compuso la Cuarta Sinfonía, pero mantuvo la partitura guardada para el día en que mejorasen los tiempos. En cambio la Quinta y Sexta sinfonías las dio a publicidad, fueron aceptadas por el régimen y decrecieron la vigilancia y los ataques a su persona y su música.

            En 1941 los ejércitos alemanes, rompiendo el pacto de no agresión firmado por ambas partes, invadieron Rusia llegando hasta 30 kilómetros de Moscú. Stalin no se movió del Kremlin y pronunció uno de sus discursos más memorables, calmando a la población que permaneció en sus casas.

            Shostakovich se encontraba en Leningrado y produjo su Séptima Sinfonía que lleva el nombre de la ciudad. A un radiante comienzo de carácter épico le sigue el suave sonido de los verdugos alemanes invadiendo Rusia, cada movimiento tenía un simbolismo. El éxito fue rotundo en todas las ciudades donde se estrenó y Stalin, quien la consideró su melodía favorita, ordenó tocarla en Leningrado. Por entonces la ciudad estaba sitiada y la población sin alimentos perecía de hambre, gatos y perros habían desaparecido y abundaron los casos de canibalismo sobre los muertos. La gente se caía en las calles cubiertas de nieve para no levantarse más. La ciudad carecía de iluminación, de agua y faltaba la leña en los hogares.

            En esas circunstancias le tocó al director Karl Eliasberg la difícil misión de conducir la Séptima Sinfonía y comenzó a reunir a los músicos sobrevivientes. Faltaban la mitad de los violines y la misma merma existía con los instrumentos de viento: las maderas y los metales. Tres de los intérpretes murieron durante el único ensayo que se pudo realizar. Las camisas y los sacos sobraban en los cuerpos escuálidos de los músicos y sus rostros reflejaban el sufrimiento causado por el frío y la falta de alimentos.

 

                                   Karl Eliasberg (1907-1978)

Antes de iniciar la función se produjo un feroz contraataque ruso para silenciar a las fuerzas alemanas durante la interpretación. Eliasberg se subió al podio y con manos temblorosas comenzó a dirigir a la fantasmal orquesta y la sinfonía se retransmitió a las líneas alemanas a través de altavoces como una táctica de guerra psicológica y con el mensaje al enemigo de ¡nunca nos vencerán! Cuando finalizaron los últimos acordes, los exhaustos músicos fueron gratificados con  ovaciones interminables de un público que parecía haber olvidado el hambre y las penurias.

No existió ni existe en la historia de la música un antecedente con estas características. El director manifestó que “ese momento, supuso un triunfo sobre la desalmada maquinaría de guerra nazi”. La Séptima Sinfonía se convirtió para el pueblo ruso, tanto combatientes, como obreros y campesinos, en el símbolo de la resistencia. Stalin y la gente la silbaban y tarareaban porque significaba el mensaje de que nada ni nadie podía detener a Rusia, su cultura y su revolución.

La Octava Sinfonía fue una creación excelente de Shostakovich y la produjo en 1943 cuando los ejércitos alemanes habían iniciado una retirada permanente con derrota tras derrota ante la fuerza arrolladora de las armas soviéticas. A Stalin no le gustó, consideró que le faltaba fuerza en momentos en que el enemigo huía precipitadamente.

En 1945 con la derrota definitiva de Alemania y las fuerzas rusas en Berlín, Shostakovich estaba imbuido por sentimientos ambivalentes, por un lado la alegría del triunfo sobre el salvajismo nazi y por otro el miedo ante la posible consolidación del despotismo y dictadura estalinista. En este aspecto no se equivocó, el culto a la personalidad alcanzó ribetes superlativos. Stalin bañado de gloria y adulación intensificó las persecuciones, las torturas, los fusilamientos y las deportaciones a los campos de trabajos forzados. El mayor ensañamiento se hizo contra los judíos y los pogroms no tenían nada que envidiar a los de la Rusia zarista.

         En tal estado de ánimo compuso su Novena Sinfonía que carecía de los aires de victoria que el régimen esperaba. Stalin que imaginó una obra apoteósica, estaba furioso. La música de Shostakovich fue prohibida, Se lo expulsó del Congreso Nacional de Compositores y debió humillarse en un discurso público cuyo contenido le fue entregado por un oficial de alto rango en el instante en que tuvo que enfrentar al micrófono. ─Lea esto, dice todo lo necesario─ le dijeron. Este tipo de autocondenas obligadas era un método habitual en esos tiempos.

            El documento redactado en primera persona era una suma de críticas contra sí mismo y cuando llegó al punto que decía: “He estado componiendo música contra el pueblo”, Shostakovich dejó los papeles de lado, miró hacia el infinito y dijo perplejo como si fuera un niño: “Pensaba que si expreso sinceramente mis sentimientos con la música, no podría ir nunca contra el pueblo, porque yo soy parte del pueblo”. Seguidamente recompuso su postura y siguió leyendo lo que le habían ordenado.

            A partir de entonces fue obligado a escribir música para películas de pésima calidad que ensalzaban la figura de Stalin y la revolución. Esa claudicación, así como su autoincriminación y declaraciones descalificadoras que tuvo que hacer contra su voluntad hacia otros colegas, le valieron muchas críticas desde occidente por su sumisión y cobardía ante el régimen. Quienes tan duramente atacaron a Shostakovich, no se ubicaron ni en el tiempo ni en las circunstancias. De haberse negado le esperaba la muerte o en el mejor de los casos la cárcel en condiciones infrahumanas. Además, la ira de Stalin generalmente solía hacerse extensiva hacia los familiares del condenado. Por lo tanto, aquellos que adoptaron una postura de superioridad moral, tendrían que haberse preguntado qué habrían hecho ellos en esas circunstancias.


     Foto de Shostakovich tomada durante la década de 1960

            Hubo quienes después se retractaron como el reconocido director Georg Solti. Cuando le preguntaron en una ocasión cual fue su mayor arrepentimiento, su respuesta fue: “No haberle pedido perdón a Shostakóvich por menospreciarlo y considerarlo un lacayo del Estado”.

 

Jason Cafrey. La hambrienta orquesta que desafió a Hitler y tocó una sinfonía durante el asedio a Leningrado. BBC News, 17/01/2016.

Rodrigo González M. Lady Macbeth: La ópera por la que Shostakovich se enfrentó a Stalin. La Tercera, 04/07/2009.

Rafael Fernández de Larrinoa. Shostakovich contra Stalin. Documental. Netherland’s Radio Philarmonic. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=89258H0_dKQ
Julian Barnes. Shostakovich, entre el arte y el poder. El País, 07/05/2016.
Andrés Amorós. Shostakovich, el músico del miedo. Libertad Digital, 01/07/2016.
Enrique López Aguilar. Los dos rostros de Shostakovich. La Jornada Semanal, 10/09/2006.


sábado, 3 de noviembre de 2018

FEDERICO, BUENOS AIRES Y EL TANGO


Tuvimos a Federico García Lorca en Buenos Aires entre octubre de 1933 y marzo de 1934 donde el pueblo que lo admiraba, la intelectualidad y todo el mundo artístico se deleitó con su presencia. Se alojó en el Hotel Castelar de la Avenida de Mayo, tan parecida a Madrid que se sintió como si se hubiera quedado en España.


                                Federico García Lorca (1898-1936)
        
          Fue recibido con el estreno de Bodas de sangre interpretada por Lola Membrives, a solo 6 meses de su debut en Madrid. La obra, una de las más sobresalientes de Federico y que está inspirada en un hecho real, llegó a tener más de 150 representaciones en Buenos Aires. También durante esa época se estrenaron de su autoría Mariana Pineda y La zapatera prodigiosa.

                                 
                                          Con Lola Membrives

           El poeta conocía el tango, porque en la década de 1920, tanto Carlos Gardel como Francisco Canaro y seguidamente el trío Irusta, Fugazot, Demare, se desempeñaron con éxito notable en la península. Federico siempre se interesó por los ritmos locales, cuando estuvo en Nueva York se enamoró de los blues y spirituals de Harlem y en La Habana vibró con el son caribeño.
           En el estreno de Bodas de sangre, subió al escenario y dijo estas breves palabras cargadas de estilo poético: “En el comienzo de mi vida de autor dramático, yo considero como un fuerte espaldarazo esta ayuda de Buenos Aires, que corresponde buscando su perfil más agudo entre sus barcos, sus bandoneones, sus finos caballos tendidos al viento, la música dormida de su castellano suave, los hogares limpios donde el tango abre en el crepúsculo sus mejores abanicos de lágrimas”.
            De la mano del tango vino el lunfardo, que fascinó a Federico y en esto, contribuyó mucho sus encuentros con el periodista y poeta Carlos de la Púa, conocido también como el Malevo Muñoz, autor de La Crencha Engrasada, la máxima expresión de la lunfardía. La temática que desarrollaba de la Púa encantaba a Federico plagada de malevos, prostitutas, ladrones y cafisios. 
          Según relata el escritor y ensayista Ricardo Ostuni y también lo hace el periodista César Tiempo, una noche invitaron al poeta del Romancero Gitano a que presenciara el ensayo general de la obra “El teatro soy yo”. A la salida del teatro Smart, más tarde llamado Blanca Podestá, salieron a caminar por Corrientes. Ya era medianoche cuando surgió Gardel quien los abrazó con su eterna sonrisa. El “Zorzal” los invitó a su departamento y allí desgranó con su guitarra Caminito, Claveles Mendocinos, La tropilla y Mis flores negras.                
        Tanto Federico como Gardel se encontraban en el apogeo de sus carreras, pero con poco más de un año de diferencia, el destino les tenía planeado una muerte violenta, al primero bajo las balas de la dictadura franquista y al segundo con la tragedia aérea en Medellín.
          Sobre este y otros encuentros, Federico escribiría: “Buenos Aires tiene algo vivo y personal, algo lleno de dramático latido, algo inconfundible y original en medio de sus mil razas, que atrae: el tango, toda Buenos Aires late con el tango”.
          Otro lugar que frecuentó fue el café Tortoni, sitio emblemático de Buenos Aires donde recalaban, y lo siguen haciendo, poetas, escritores, políticos, músicos y hombres de la noche, tanto locales como extranjeros. Seguramente se encontró allí en más de una oportunidad con Enrique Santos Discépolo.


                                          Café Tortoni

             Se conocieron en los primeros meses 1934 y se volvieron a encontrar en 1936 en España en ocasión del viaje de Enrique y su esposa Tania a la península. Tania recuerda: "En ese tiempo español con nubarrones de la guerra civil que se desataría a poco de nosotros dejar la península, conocimos a mucha gente... Ninguno nos dejó la impresión indeleble de Federico García Lorca, el bueno, genial y desdichado Federico. Dos años antes Enrique había simpatizado a mares con él en Buenos Aires e incluso había compartido nuestra mesa en el departamento de la calle Cangallo. De ese conocimiento en España, resultó una amistad fraternal. Federico y Enrique caminaban y conversaban largas horas". Discépolo fue uno de los primeros a quienes leyó el poema “Llanto por la muerte de Ignacio Sanchez Mejía”, mucho antes de ser editado.


                                Enrique Santos Discépolo (1901-1951)
               
No hay evidencias de que Homero Manzi se haya encontrado con Federico, pero es indudable que algunas de sus poesías muestran la influencia que éste ejerció sobre el autor de Malena. Un claro ejemplo de ello son las primeras estrofas de “Milonga triste”:
           Llegabas por el sendero,
          delantal y trenzas sueltas,
          brillaban tus ojos negros,
          claridad de luna llena.
          Mis labios te hicieron daño
         al besar tu boca fresca
         castigo me dio tu mano,
         pero más golpeó tu ausencia…

        Los párrafos del tango “Ninguna”, también evocan el estilo del gran poeta español:
          No habrá ninguna igual, no habrá ninguna,
          ninguna con tu piel ni con tu voz.
         Tu piel, magnolia que mojó la luna.
         Tu voz, murmullo que entibió el amor.
         No habrá ninguna igual, todas murieron
         en el momento que dijiste adiós….

        Federico conoció por primera vez a Pablo Neruda en Buenos Aires. Se vieron en dos ocasiones, la primera en el Pen Club donde ambos, en sendos discursos, destacaron la necesidad de que la ciudad debería homenajear con una escultura a Rubén Darío. La segunda ocasión constituye una anécdota jugosa. Ocurrió en “Villa Los Granados”, el palacio que tenía el magnate Natalio Botana en Don Torcuato.


                                  Pablo Neruda (1904-1973)
             
Después de una cena, Federico, Neruda y una atractiva poeta salieron al jardín y Neruda relata: “García Lorca iba adelante y no dejaba de reír y de hablar. Estaba feliz. Ésa era su costumbre. La felicidad era su piel”. De allí se dirigieron al torreón del castillo y los tres subieron los escalones lentamente. Vale la pena describir esta parte tal como la cuenta Neruda en su libro Confieso que he vivido.
           ”Arriba los tres, poetas de diferentes estilos, nos quedamos separados del mundo”…”La noche encima de nosotros estaba tan cercana y estrellada que parecía atrapar nuestras cabezas…”
          “Tomé en mis brazos a la muchacha alta y dorada y, al besarla me di cuenta de que era una mujer carnal compacta, hecha y derecha. Ante la sorpresa de Federico nos tendimos en el suelo del mirador, y ya comenzaba yo a desvestirla, cuando advertí sobre y cerca de nosotros los ojos desmesurados de Federico, que nos miraba sin atreverse a creer lo que estaba pasando”.
         -Largo de aquí! Ándate y cuida de que no suba nadie por la escalera! -le grité. Descendió las escaleras tan apresuradamente que rodó por los escalones oscuros de la torre. La cojera le duró quince días”. (Fragmentos de “Confieso que he vivido” de Pablo Neruda).

                            La muerte fue en Granada
            Había comenzado la Guerra Civil y Federico buscó refugio en Granada en casa de la familia de su amigo el poeta Luis Rosales, donde se sentía más seguro ya que dos de sus hermanos, en los que confiaba, eran destacados falangistas. A pesar de ello, el 16 de agosto de 1936, se presentó allí la Guardia Civil para detenerlo. Según el historiador Ian Gibson, se acusaba al poeta de «ser espía de los rusos, estar en contacto con éstos por radio, haber sido secretario de Fernando de los Ríos y ser homosexual». Seguramente también lo mataron porque amaba la vida, escribía poesías y no era fascista. Fue trasladado al Gobierno Civil, y luego al pueblo de Viznar donde pasó su última noche en una cárcel improvisada, junto a otros detenidos.
         La fecha exacta de su muerte ha sido objeto de una larga polémica, pero parece definitivamente establecido que fue fusilado a las 4:45 h de la madrugada del 18 de agosto, a escondidas, con la cobardía que caracterizó siempre a la derecha. Su cuerpo permanece enterrado en una fosa común anónima en algún paraje de Granada.

            Se le vio, caminando entre fusiles,
            por una calle larga,
            salir al campo frío,
           aún con estrellas, de la madrugada.
           Mataron a Federico
           cuando la luz asomaba.
           El pelotón de verdugos
           no osó mirarle la cara.
           Todos cerraron los ojos;
           rezaron: ¡ni Dios te salva!
           Muerto cayó Federico.
          -sangre en la frente y plomo en las entrañas-.
          …Que fue en Granada el crimen
           sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada
Raúl González Tuñón

Instituto Cervantes. Federico García Lorca. Biografía. Disponible en: http://www.cervantes.es/bibliotecas_documentacion_espanol/biografias/tokio_federico_garcia_lorca.htm
Ricardo Ostuni. García Lorca y el tango. Tango Reporter, número 153, Febrero 2009.
Neruda. Confieso que he vivido. Memorias. Losada, Buenos Aires 1974.