lunes, 29 de enero de 2018

EL MAESTRO DEL GROTESCO



                                         Federico Fellini (1920-1993)

Sugerir que Federico Fellini fue el mejor director de cine constituye una aseveración exagerada, ya que quedarían en segundo plano cineastas de la talla de Ingmar Begman, Luchino Visconti y otros. Sin embargo, se puede afirmar, casi sin margen de error, que fue ingeniosamente creativo.

Fellini nació en Rimini, situada al norte de Italia sobre el Mar Adriático. Allí pasó su infancia y adolescencia que años después plasmaría en la película Amarcord donde la melancolía, el tragicómico y el grotesco están presentes de manera equilibrada y sutil, junto a las inolvidables melodías de Nino Rota.

Cuando tenía 12 años, él y el resto de los habitantes se volcaron a las playas del pueblo, muchos se subieron a embarcaciones y se internaron en el mar para presenciar más de cerca el gran acontecimiento: se esperaba el paso del Rex. Corría el año 1932 y Mussolini, que se encontraba en la cima del poder, hizo construir uno de los transatlánticos más grandes de la época. El dictador hizo que la nave recorriera las costas de Italia como elemento de propaganda del régimen. Fellini lo recrea en Amarcord cuando el Rex surge de la noche, imponente,  iluminado y sonando majestuosa la sirena ante un pueblo que lo saludaba emocionado. En la misma película, no se privó de satirizar al fascismo, ridiculizándolo con exquisita gracia.

Guionista y dibujante de historietas
Todos lo recordamos como director y guionista de cine, pero pasó su juventud fascinado por las historietas ilustradas, donde Flash Gordon, Mandrake y otros personajes llenaban su mente. Por entonces ni se imaginaba que su verdadera vocación sería la de cineasta.

Después que se escapó de la casa a la edad de 17 años para seguir a un grupo circense, Fellini recaló en Florencia con una mochila de esperanzas al hombro y un cheque en blanco para la creatividad. Más tarde diría: “Es evidente que la lectura intensa de aquellas historietas, en una edad en que las reacciones emotivas son tan inmediatas y frecuentes, condicionó mi gusto por la aventura, lo fantástico, lo grotesco y lo cómico”.

Tenía 19 años cuando en 1939 se dirigió a Roma donde demostró su habilidad como dibujante y caricaturista en la revista satírica italiana Marc’Aurelio. Allí empezó a conocer el éxito recibiendo numerosas ofertas de trabajo seguidas del ingreso de un flujo de dinero que le permitió alcanzar un pasar holgado. Además de Marc’Aurelio, trabajó para las publicaciones Domenica del Corriere y L’Avventuroso.

                  Fellini en los tiempos en que era guionista de historietas

Súbitamente, las historietas norteamericanas desaparecieron de las revistas debido a que el régimen, a través del Ministerio de la Cultura Popular, prohibió el ingreso de todo material gráfico proveniente de los Estados Unidos. Entonces Nerbini, el director de L’Avventuroso, para no defraudar a sus lectores, tuvo una idea audaz y pateando la ética a un costado, decidió continuar con las publicaciones. A Fellini le tocó seguir recreando a Flash Gordon, uno de sus personajes favoritos, inventándole nuevas aventuras en sus viajes espaciales con el mismo estilo y exactitud de las originales, sin que los lectores notaran el cambio.

Su experiencia como dibujante y caricaturista le sirvió como puente para ingresar al cine por una puerta extraña, ya que su primer contacto con el séptimo arte fue haciendo propagandas para los estrenos cinematográficos. Las primeras obras fueron para la Alleanza Cinematográfica Italiana (ACI), una compañía productora de Vittorio Mussolini, hijo de Benito Mussolini, a través del cual conoció a Roberto Rossellini que le abrió el camino al mundo del cine.

En 1941 ingresó en la radiofonía colaborando con el Ente Italiano Audizioni Radiofoniche, época plena de felicidad para Fellini por dos razones: ingresó al mundo del espectáculo y conoció a Giulietta Masina, que se convertiría en su esposa, su musa y actriz fetiche de varias de sus creaciones cinematográficas. Después vino la guerra y encontramos a un Fellini merodeando la ciudad en busca de refugios en viviendas abandonadas. Había que escaparle a la Gestapo y a los soldados alemanes que buscaban jóvenes italianos para esclavizarlos en la industria de guerra alemana.

La era del celuloide

            La escena más dramática de Roma, ciudad abierta con Ana Magnani

Roma, ciudad abierta fue su primera participación importante en el cine y lo hizo colaborando como guionista. La película, dirigida por Roberto Rossellini, se refirió a los tiempos de la ocupación nazi en Roma y fue rodada con escasísimos recursos. Filmada en un galpón de los desmantelados estudios de Cinecittá, le sustraían la energía eléctrica a unas instalaciones vecinas utilizadas por el ejército de Estados Unidos. Cuando el coronel detectó el hurto se dirigió al sitio de la filmación para hacer los reclamos correspondientes, pero quedó tan impresionado con el esfuerzo, la calidad de los actores y la precariedad de elementos, que prometió difundir la obra en Estados Unidos, donde constituyó un éxito mucho mayor que en la propia Italia, cansada de guerra y atrocidades. El momento en que Ana Magnani corre a los gritos detrás del camión que lleva a su esposo prisionero y cae sobre el pavimento bajo las balas de los soldados alemanes, se transformó en un clásico de la historia del cine.

Roma, ciudad abierta, fue el mojón inicial del neorrealismo italiano, que Fellini adoptó sin concesiones en sus primeras películas más destacadas: La strada y Las noches de Cabiria. Para La Strada recurrió, con ese talento que lo caracterizó para detectar al artista preciso en el guión adecuado, al actor Anthony Quinn, quien aceptó sin titubeos el magro honorario que le ofreció Fellini. Quinn y Giulietta Masina formaron un dúo de formidable capacidad actoral. No creo que otra actriz haya podido lograr la gama de expresiones faciales de ternura, miedo y asombro como las que mostró Giulietta a lo largo de la película.

                             Giulietta Masina en La Strada

Por entonces, el director contaba con Giovanni Rota Rinaldi, a quien todos conocemos como Nino Rota. Si bien fue un excelente compositor de música clásica, su fama la ganó con los fondos musicales que hizo para Fellini y el de La Strada es de una exquisita melancolía, un broche de oro para la obra. Tímidamente La Strada empezó a esbozar toques surrealistas en un par de escenas, un estilo que más tarde con Giulietta de los Espíritus y las películas que siguieron, mostraron el talento de Fellini.

En 1960 Fellini abandonó el neorrealismo y surgió la Dolce Vita, donde aparece un muy joven Marcello Mastroiani, su segundo actor fetiche, en el agua de la Fontana de Trevi junto con la exuberante Anita Ekberg en otra escena de antología de la historia del cine. La película, que describe las miserias, costumbres y decadencia de la burguesía italiana, fue escandalosa para la época, en gran parte debida a las críticas y la campaña despiadada de la Iglesia Católica. Hoy, en ese aspecto, pasaría desapercibida, y en mi opinión, a diferencia de otras obras de Fellini, el tiempo le ha quitado cierta pátina de su esplendor original.

                        Marcelo Mastroiani y Anita Ekberg en La Dolce Vita

Personalmente una de las creaciones que más me fascinó fue Casanova, ambientada en el siglo XVIII con la actuación brillante de John Sutherland. La película me sacó de la realidad y me introdujo en el mundo mágico creado por Fellini. Allí el director llevó el grotesco a su máxima expresión con la escena de un noble francés de tendencia homosexual que vestido en la forma más kitsch y ridícula que se pueda concebir, entretiene a sus invitados con una pequeña obra de su autoría. Cantando con voz horrible se pavonea al lado de un efebo semidesnudo y con su larguísima lengua lame su cuerpo, ante el asombro, el rechazo y la risa disimulada de los asistentes. Casi al final del film, Casanova tiene un encuentro con una muñeca de singular belleza a la cual invita a bailar para luego poseerla sexualmente. Y aquí Nino Rota se luce una vez más con una exquisita melodía adaptada a los movimientos espásticos de la muñeca. Casanova fue una de las películas que, en tiempos de censura, obligó a que muchos argentinos se trasladaran a Montevideo para disfrutar de esa obra de arte.

                  Donald Sutherland en Casanova

En Ginger y Fred, con Giulietta y Marcello como protagonistas centrales Fellini, con sutileza y sátira despiadada, pone al desnudo el sensacionalismo y la decadencia de los programas de la televisión italiana.

Ganó 4 premios Oscar: La Strada in 1956, Las Noches de Cabiria in 1957, 8 1/2 in 1963, Amarcord en 1974 y un Oscar honorífico por su trayectoria como director y guionista.

En su mundo que era Cinecittá nos mostró que nos podía trasladar al mar, a palacios y a gigantescos salones sin salir de los estudios. Creó un estilo llamado felliniano, caracterizado por la abundancia de escenas surrelistas, bizarras y grotescas. Fellini fue un grande que enriqueció con su creatividad al séptimo arte.

Bibliografía
Caetano Veloso. Fellini y Giuletta. Suplemento RADAR de Página 12. 26/04/2015.
Fernando A García y Hernán Ostuni. El viajar es un placer. Suplemento Radar de Página 12, 28/12/2003.
Philip French. Fellini 8 ½. The Guardian. 01/12/2013

Peter B. Flint. Federico Fellini, Film Visionary, Is Dead at 73. The New York Times 01/11/1993.

Luciano Monteagudo. Los albores del neorrealismo. Página 12, 07/10/2006.)


domingo, 21 de enero de 2018

DOSTOIEVSKI

La antigua fortaleza de San Pedro y San Pablo ha sido convertida en cárcel, en ella están alojados numerosos prisioneros políticos que pretenden que Rusia se transforme en un país más civilizado. La dictadura es durísima y no tolera disidencias, ni críticas y menos, movimientos que pretendan frenar el régimen despótico del zar Nicolás.

Una mañana varios sentenciados son sacados de sus celdas y llevados a la plaza de la fortaleza. Caminan lentamente porque tienen los tobillos encadenados, además saben que van a morir, porque la plaza es el lugar de los fusilamientos. Les vendan los ojos y los ponen contra el paredón, pero justo antes de que el oficial grite ¡fuego!, ingresa corriendo un mensajero con una orden de indulto.

De haberse cumplido la sentencia, Rusia y el universo literario habrían perdido a uno de los más grandes escritores, porque entre los prisioneros se encuentra Fiódor Dostoievski quien suspira aliviado después de haber pasado el momento más dramático de su vida. Esto ocurrió el 22 de diciembre de 1849 a tan solo un mes de haber cumplido 28 años.

                                              Fiódor Dostoievski (1821-1881)

Sin embargo, su futuro inmediato no iba a ser mucho mejor, le esperaban 4 años de trabajos forzados en Siberia, pero durante ese período infernal entre el hambre, el frío, la suciedad y los piojos, Dostoievski conoció nuevos personajes. Ya no se trataba de los intelectuales socialistas que lo acompañaron en la fortaleza. En Siberia compartió la celda con ladrones y criminales de toda índole y conoció a fondo los sentimientos y lo más profundo de la psicología de aquellos seres. Su interés por indagar en sus conflictos, sus odios sus culpas y sus desprecios por las vidas de los otros y de las propias, conformaron una experiencia riquísima que volcó años más tarde en su obra cumbre: Crimen y castigo.

Dostoievski tenía una contextura física y un organismo más bien endeble, ocasionalmente sufría ataques de epilepsia cuya duración era lo suficientemente prolongada como para quedar un par de días confuso y debilitado. Sorprende que no haya adquirido tuberculosis o fiebre tifoidea que lo llevaran a la tumba en aquellos parajes. Cuando regresó a San Petersburgo, el mundo había cambiado, sus amigos ya no estaban y nadie lo recordaba como escritor. Hasta entonces había escrito una sola obra importante: Pobres gentes.

Esta obra, como la mayoría de las que escribió Dostoievski, estaba inspirada en hechos reales. Su padre era un terrateniente de mediana envergadura que tenía varios siervos. En la Rusia de entonces, existía una condición social que era una especie de semiesclavitud con sus reglas propias, denominada servidumbre. La suerte de los siervos dependía de la voluntad y del carácter de sus amos. En el caso del terrateniente Mijail, el padre de Dostoievksi, sus campesinos no cayeron en el mejor lugar. El hombre era autoritario, injusto y los castigaba con frecuencia, hasta que un día se hartaron, lo agarraron entre varios y le hicieron tomar vodka hasta matarlo.

Dostoievski detestaba a su padre, pero se sintió culpable de ese sentimiento cuando se enteró de su muerte. Se introdujo en el submundo de los siervos, se interiorizó de la vida miserable que llevaban y el resultado fue Pobres gentes. La obra no fue exitosa, pero un día cayó en manos de Belinski, el principal crítico de la literatura rusa, quien se pasó toda la noche leyendo el libro y después le dijo a Dostoievski: “has escrito la primera novela social rusa”.

Fue una frase certera, porque Dostoievski con sus obras rompió el molde de la novela convencional. Consideraba que los escritores de su época reflejaban personajes con ideales abstractos, mientras que él describió la vida de la gente pobre de San Petersburgo, que en el fondo era su propia vida. Ya que la misma transcurrió en la pobreza, escapando de los acreedores y con periódicos ataques de epilepsia, cuyas características volcó en varios de sus personajes.

Cuando se publicó Crimen y castigo, el público quedó profundamente impresionado. En sus páginas estaba volcado todo el dolor humano que palpita desde los estremecedores cuadros de miseria, de vejación personal, de soledad y de asfixia moral propios de una gran ciudad. A través de personajes cuidadosamente compuestos, Dostoievski relata la historia de un crimen desde un punto de vista ajeno al de una novela policial o de terror. El aspecto central es el sentimiento de culpa, la justificación o no de actos criminales por la propia consciencia, y el desvelo de saberse autor de un crimen terrible.

En la vida personal de Dostoievski, la epilepsia, pese a sus connotaciones negativas de todo tipo no era su principal estigma, lo más grave es que sufría de ludopatía, el trastorno que impulsa al juego y las apuestas en forma descontrolada. Una de sus obras se llama El jugador y su prolegómeno merece ser relatado.

Dostoievski había dilapidado su fortuna en la ruleta y había contraído una deuda importante con su editor. Vencido el plazo estipulado, éste podía enviarlo a la cárcel, experiencia que Dostoievski no quería repetir.

Sus amigos lo veían tan angustiado que se ofrecieron para escribir la novela en conjunto, pero Dostoievski se negó rotundamente. Entonces, uno de ellos sugirió que contratara a una amanuense y así surgió en la vida del escritor Anna Grigoryevna, quien más tarde se convertiría en su segunda esposa y una ayuda inseparable e inestimable. Anna trabajó hasta altas horas de la noche, escribiendo, tachando y enmendando hasta que finalmente la novela fue terminada en el pazo establecido.

                                                   Anna Grigoryevna

El jugador, además de ser una de las obras literarias escritas en menos tiempo, es la expresión más acabada de un personaje trastornado por la compulsión al juego. Es notable que, habiendo sido elaborada con tanta premura, no se trate de una novela ligera ni de gestación forzada. Es tan meditada y profunda que, como las demás producciones de Dostoievski, se introduce de lleno en los caracteres de los personajes.

Portada de una de las ediciones de El Jugador. La cubierta es una pintura de Cézanne

Sin duda la obra está alimentada con experiencias vividas por el autor, ya que sólo aquel que ha padecido la pasión por el juego puede describir con tanta objetividad la excitación y el deseo incontrolable que surge ante una mesa de cartas o el característico tintinear de la bola saltando en la ruleta. En la novela hay muchos párrafos relatados en primera persona –probablemente el mismo Dostoievski– que son verdaderamente elocuentes: "Aposté a los pares veinte federicos de oro y gané, volví a poner y de nuevo gané. Y así dos o tres veces. En unos cinco minutos había reunido casi cuatrocientos federicos de oro. Era el momento de irme, pero una extraña sensación se apoderó de mí, algo así como un desafío al destino, un deseo de burlarme de él, de sacarle la lengua. Hice la máxima apuesta permitida, cuatro mil florines y los perdí. En un arrebato saqué el resto, repetí la jugada y de nuevo perdí".

Al final de la novela hay otra escena que describe claramente al jugador compulsivo: "Salí del casino, hurgué el bolsillo del chaleco y encontré un florín. Tendré con qué comer, pensé, mas apenas hube dado cien pasos, cambié de idea y regresé a la sala de juego. Puse aquel florín a pleno y puedo jurar que se experimenta una sensación particular cuando uno que está solo, en un país extraño, lejos de la patria, de los amigos, no sabiendo si va a comer aquel día, arriesga su último florín".

A esta obra le siguieron El idiota y Los hermanos Karamazov y por ese entonces Dostoievski gozaba de enorme fama y finalmente conoció la vida holgada.

El 9 de febrero de 1881 tuvo el último ataque de epilepsia que asociado con una hemorragia cerebral, lo llevó a la tumba. Su funeral fue una apoteosis, agrupaciones y personas de distintas ideas políticas y filosóficas, se unieron por primera vez para acompañar el féretro del creador del antihéroe, de la gente que vive al límite como había sido la mayor parte de su propia vida.

Fiódor Dostoievski. Biografías y vidas. La Enciclopedia Biográfica en Línea. https://www.biografiasyvidas.com/biografia/d/dostoievski.htm
Fiódor Dostoyevski. El jugador. Alianza Editorial.
Los hermanos Karamazov.
Fedo Dostoievski. Biblioteca Básica Universal. Centro Editor de América Latina. 1979, Buenos Aires.

Dostoyevsky. Encyclopaedia Britannica, tomo 17, pag 451-454. Chicago 1995.

jueves, 11 de enero de 2018

LA CUEVA DE MONTESINOS

Si nos preguntan qué aventuras recordamos del “caballero de la triste figura”, lo primero que nos viene a la memoria es su enfrentamiento con los molinos de viento a quienes, en su locura, imaginaba como enemigos que debía destruir en su misión purificadora de la humanidad y como ofrenda a su amada Dulcinea.


Sin embargo, son pocos los que conocen y recuerdan el episodio de la Cueva de Montesinos, pese a que sobre esta aventura se han escrito ríos de tinta y cada instante del relato suscitó alegorías con sus respectivas interpretaciones según el particular enfoque de filósofos, psiquiatras y psicoanalistas.


Nos cuenta Cervantes que hallándose Don Quixote en un pueblo de La Mancha, sus habitantes le comentaron sobre una cueva, llamada Montesinos, de la cual se tejían innumerables historias y leyendas, que le conferían un halo de magia y misterio que sonaron como música celestial en los oídos del caballero andante.
Después de invocar a Dios y a Dulcinea, se dirigió a la cueva y comenzó a descender por ella con la ayuda de Sancho.
Poco tiempo después surgió a la superficie ante la alegría de su escudero y quienes lo acompañaban.



––Sea vuestra merced muy bien vuelto, señor mío, que ya pensábamos que se quedaba allá para casta.
Pero no respondía palabra don Quijote; y sacándole del todo, vieron que traía cerrados los ojos, con muestras de estar dormido. Tendiéronle en el suelo y desliáronle, y, con todo esto, no despertaba; pero tanto le volvieron y revolvieron, sacudieron y menearon, que al cabo de un buen espacio volvió en sí, desperezándose, bien como si de algún grave y profundo sueño despertara; y mirando a una y otra parte, como espantado, dijo:
—Dios os lo perdone, amigos, que me habéis quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado. En efecto, ahora acabo de conocer que todos los contentos desta vida pasan como sombra y sueño o se marchitan como la flor del campo. (…) Me asaltó un sueño profundísimo, y cuando menos lo pensaba, sin saber cómo ni cómo no, desperté dél y me hallé en la mitad del más bello, ameno y deleitoso prado que puede criar la naturaleza, ni imaginar la más discreta imaginación humana. Despabilé los ojos, limpiémelos, y vi que no dormía, sino que realmente estaba despierto.

Seguidamente comenzó a divagar y relató que estuvo en un gran palacio y conoció a su dueño con quien platicó largamente. Al terminar su exposición Sancho le dice:
—Yo no sé, señor don Quijote, cómo vuestra merced en tan poco espacio de tiempo como ha que está allá bajo haya visto tantas cosas y hablado y respondido tanto.
—¿Cuánto ha que bajé? —preguntó don Quijote.
—Poco más de una hora —respondió Sancho.
—Eso no puede ser —replicó don Quijote—, porque allá me anocheció y amaneció y tornó a anochecer y amanecer tres veces, de modo que a mi cuenta tres días he estado en aquellas partes remotas y escondidas a la vista nuestra.

El sueño es tan realidad para don Quijote como el contarlo. La sensación de creer estar despierto cuando se está dormido es algo que posiblemente todas las personas hayan experimentado. Un tema sin solución, favorito de los filósofos, nunca sabrá el hombre si duerme o está despierto, y podría ser, como Calderón, Unamuno y tantos otros han sugerido, que vivir es solo soñar. En este relato, Cervantes parece estar sugiriendo que el tiempo es solo una medida que depende de la percepción de quien lo experimenta.

El episodio es un excelente ejemplo de que el tiempo carece de dimensiones en el sueño. El relato de la Cueva de Montesinos ha sido analizado exhaustivamente y está considerado un momento crucial de la novela, ya que se trata de la única aventura que Don Quixote enfrenta en soledad y permite estudiar su estado psicológico. La cueva en sí constituye un símbolo positivo, ya que son fuente de poder de magos, la sabiduría de profetas y la inspiración de poetas. Para Carl Jung la cueva representa el inconsciente.

 

A 80 metros de profundidad, en las afueras del término municipal de Ossa de Montiel (Albacete), se encuentra uno de los lugares más míticos en la ruta cervantina de Castilla-La Mancha, aquel en el que su personaje Don Quijote sufría el encantamiento más intenso y famoso de la literatura universal. La Cueva de Montesinos se ha ido formando a lo largo de los siglos debido a los procesos de disolución del agua de lluvia en las rocas de la zona, y en su interior discurre un pequeño riachuelo.



Actualmente está flanqueada por grandes bloques de piedra que obstruyen parcialmente la entrada quedando, no obstante, suficiente espacio para adentrarse en el recinto subterráneo, sin necesidad de agacharse. Próxima al "umbral", a la izquierda, está la oquedad "portal" que en otros tiempos llamaban “de los Arrieros”, por guarecerse éstos en circunstancias de inclemencias climatológicas.
  
A partir de la mitad de la cavidad aparece la zona más amplia conocida como la Gran Sala, de cuyo techo cuelgan multitud de murciélagos. Dentro de la misma se han hallado restos de herramientas, que manifiestan la actividad humana desde tiempos remotos, como cuchillos y puntas de flechas de silex. Pertenecerían a hombres del Neolítico final y de los inicios de la Edad de los Metales.


La cerámica también se halla presente en pequeños fragmentos. También se encontraron objetos metálicos como sellos, sortijas, aretes y monedas pertenecientes al Alto Imperio de Alejandro Severo, siglo I de la era cristiana. Esto nos demuestra que familias romanas, se asentaron hace casi dos mil años, en las proximidades de la caverna.  


Por lo tanto la Cueva de Montesinos es una realidad que inspiró a Cervantes la elaboración de este magnífico episodio, que dio abundante alimento a todo tipo de interpretaciones, aunque quizás la más sensata fuera la del simpe y analfabeto Sancho Panza, quien encontró la prueba definitiva e inapelable de que su señor estaba loco de remate.

 Miguel de Cervantes Saavedra. Don Quixote de la Mancha.

Alicia Avilés Pozo. La Cueva de Montesinos, el encantamiento bajo tierra de Don Quijote. Eldiario.es 05/08/2016.

Abraham JT. Symbolism in the Cave of Montesinos. Wisconsin Academy of Sciences Arts & Letters 1992;80:51-56.



miércoles, 3 de enero de 2018

EL INSIGNIFICANTE BRUCKNER



                                           Anton Bruckner (1824-1896)

Cualquiera que llegara a entrevistarse con Anton Bruckner quedaría con la sensación de haber conocido a un individuo insignificante, totalmente incapaz de alcanzar algún tipo de logro o trascendencia en la vida. Algo bajo de estatura, rostro vulgar y expresión infantil, sumergido en trajes desprolijos y mayores que su talla, Bruckner no parecía en absoluto dotado para triunfar en la vida, más bien estaba hecho para pasar desapercibido o a lo sumo recibir una mirada indiferente.

Su comportamiento social corría paralelo a su apariencia física, se consideraba inferior a cualquiera y si ocasionalmente alguien lo alababa, podía emocionarse hasta las lágrimas. A este anodino bagaje que integraba su personalidad, había que agregar que aquél hombrecito sufría un fuerte trastorno obsesivo compulsivo, con comportamientos bizarros, como luego se verá.

Sin embargo, la conocida frase de que el hábito no hace al monje encaja perfectamente en Bruckner, porque llegó a ser uno de los grandes compositores del siglo XIX; su música ha trascendido en el tiempo y forma parte del repertorio de todo director de orquesta.

Infancia y adolescencia
Bruckner nació en un pueblito de Austria llamado Ansfelden; sus padres eran profesores de escuela y consideraron que el vástago debía seguir los mismos pasos. Austria era, y sigue siendo, un país musical por excelencia. Una de las materias más destacadas era música y Bruckner se impregnó de ella desde la infancia.

Su diligencia y capacidad para el estudio le permitieron ingresar a una escuela de mayor nivel de la que asistía, cuyo director era un destacado organista. Gracias al interés de su padre por la música, Bruckner, que sabía tocar el órgano, perfeccionó su técnica en aquella escuela y también se enamoró para siempre de este instrumento que lo fascinaba.

    Monasterio Agustino de Sankt Florian

Después de la muerte de su padre, fue enviado a la edad de 13 años a integrar el coro del monasterio agustino de Sankt Florian, donde el Coro de Niños Cantores era famoso por su calidad y por su trayectoria en el tiempo, puesto que el Instituto Coral se inició en el año 1071. Durante 800 años pasaron por allí numerosos estudiantes de canto, que se transformaron en excelentes músicos, pero hoy, cuando se habla de Sankt Florian y su coro, la asociación con el nombre de Bruckner es inmediata. 

El instituto poseía un órgano que era famoso en Europa por su calidad y el muchacho se pasaba las horas tocando hasta convertirse en un virtuoso. Fue allí donde produjo su primera obra ambiciosa: el Requiem en D menor. En la actualidad, cuando los guías que muestran el monasterio a los turistas llegan al célebre instrumento, lo describen como el “órgano de Bruckner”.

                       El órgano de Bruckner en el Monasterio de Sankt Florian.

Desde 1845, a la edad de 21 años y durante 10 años, fue profesor de música y el organista de Sankt Florian. Posteriormente se trasladó a Viena y, después de completar sus estudios musicales, se presentó al examen para el cargo de profesor en el Conservatorio de Viena. La prueba era el desafío más difícil al que se exponían los músicos vieneses y el comité examinador estaba formado por cinco músicos de prestigio. Se le encargó un tema que Bruckner desarrolló con tal pericia y poder de improvisación que uno de los jueces exclamó: “Este postulante sabe más de música que todos nosotros juntos”.

Encuentro con Wagner
Durante varios años se desempeñó como organista de la Catedral de Linz y también fue director de la Sociedad Coral de Viena. Aquí llegamos al año 1863, cuando Bruckner conoció por primera vez la música de Richard Wagner, que le cambió la vida, porque es indudable que influyó sobre el estilo de sus composiciones posteriores.

Cuando Bruckner asistió al estreno de Tannhauser, en Viena, y dada su tendencia a desvalorizarse, se mostró totalmente insatisfecho con sus propias obras. En 1865, fue uno de los peregrinos fanáticos que se trasladó a Munich a escuchar el estreno de Tristán e Isolda y, al regresar a Viena, su admiración por Wagner se transformó en veneración.

                          Richard Wagner (1813-1883)

Un día, después de varios intentos en que se mantuvo a respetuosa distancia de su ícono sagrado, tomó coraje y se presentó ante el maestro. Es difícil imaginar el conflicto interno que pudo haber tenido hasta superar su timidez y enfrentar a Wagner cara a cara. Temeroso, le mostró el borrador de su primera sinfonía. Wagner quedó impactado y lo elogió calurosamente. Bruckner apenas pudo contener las lágrimas.

En otra ocasión, después de escuchar Parsifal, se arrodilló ante Wagner mientras exclamaba: “Me postro ante usted, venerado maestro”. Cuando Wagner murió, visitó su tumba en varias ocasiones y se paraba ante ella por largo tiempo mientras las lágrimas afloraban a sus ojos. Estas visitas, como se verá después, formaban parte de su trastorno obsesivo compulsivo.

La inhóspita Viena
En Viena había tantos compositores e intérpretes que era muy difícil ascender en la escala del reconocimiento. Incluso Mozart, no fue debidamente apreciado en varias oportunidades. En el caso de Bruckner, la ciudad le fue particularmente hostil, no solo por su personalidad que rayaba en la insignificancia, sino además por haber tomado partido por Wagner, con lo que se ganó el rechazo de muchos músicos opuestos al estilo wagneriano y a sus ideas políticas.

Cuando en 1877 dirigió su Tercera Sinfonía, porque ningún otro director quiso ocupar ese lugar, la función fue boicoteada con gritos y risas, y cuando finalizó la obra y enfrentó a la platea, comprobó horrorizado que solo habían quedado 25 personas. Los músicos se fueron retirando discretamente dejándolo solo en el escenario. Sin embargo, un joven de la minúscula audiencia se acercó para expresarle su admiración: se llamaba Gustav Mahler.

Conductas extrañas y trastorno obsesivo compulsivo
Para colmo de males, las experiencias de Bruckner con el sexo opuesto fueron tan desalentadoras como sus intentos para hacer conocer sus composiciones. Su aspecto insignificante no generaba el más mínimo interés en las mujeres, a lo cual se agregaba una patética táctica de seducción que producía un rápido rechazo. Por otra parte, Bruckner poseía la peculiar tendencia a cortejar a mujeres adolescentes cuando él ya frisaba los cuarenta años. Como era católico práctico, no tuvo relaciones prematrimoniales y se sospecha que fue virgen toda su vida. Se le descubrió una agenda donde anotó minuciosamente el nombre, la edad y la dirección de numerosas jovenzuelas que lo cautivaron o que cortejó sin éxito. 

Este detallismo nos lleva a su principal afección: el trastorno obsesivo compulsivo. Estando en la calle solía contar el número de ventanas de un edificio, los adoquines del pavimento, los árboles o los ladrillos de una pared. Antes de comenzar una función se detenía leyendo la partitura de la obra y enumerando los compases para asegurarse que las proporciones eran estadísticamente correctas. Era frecuente que revisara repetidamente sus composiciones, haciendo modificaciones muchas veces innecesarias.

Su otra obsesión era la muerte, y cuando su madre murió, hizo fotografiar el cadáver, enmarcó la foto y la puso sobre su escritorio. Como allí estaba el piano donde sus alumnos practicaban, la imagen del cuerpo de la madre muerta era motivo de fascinación y asombro para los estudiantes.

Su obsesión con los muertos lo convirtió en asiduo concurrente a los velatorios y lo impulsó a visitar los cementerios y contemplar restos humanos de personas totalmente extrañas para él. En una ocasión pidió autorización para que se exhumara el cuerpo de una prima suya y contemplarlo, petición que le fue denegada por las autoridades del cementerio. 

Bruckner solicitó ver el cuerpo del Emperador Maximiliano, traído desde México, donde había sido ajusticiado. Cuando los restos de Beethoven y Schubert fueron trasladados a la necrópolis central de Viena, allí estaba él presente, acariciando y besando el cráneo de ambos compositores.

Los años de éxito
En 1868, este excéntrico personaje se mudó en forma definitiva a un pequeño departamento de tres habitaciones en el centro de Viena, donde daba sus clases de música y estaba siempre atendido por su fiel mucama Kathi.

En 1881 se estrenó en Viena su Cuarta Sinfonía, con una calurosa recepción por parte del público. Mayor éxito aún tuvo su Séptima Sinfonía, ejecutada esta vez en Leipzig, Alemania. Un crítico que presenció la obra describió que Bruckner estaba completamente emocionado, los labios le temblaban, y con los ojos humedecidos se esforzaba para no estallar en llanto.

La Séptima Sinfonía se siguió tocando con igual aceptación en otras capitales de Europa. Pronto sucedieron los reconocimientos; en 1891 recibió el Doctorado Honorífico de la Universidad de Viena y, poco después, el Emperador Francisco José le otorgó la Insignia Imperial. Cuando cumplió los 70 años hubo una celebración en toda Austria.

Bruckner falleció en 1896 a los 72 años; fiel a su obsesión por los muertos, había dado instrucciones de que su cuerpo fuera embalsamado. A su funeral asistió una multitud y el cortejo fue acompañado por el movimiento lento de su Séptima Sinfonía. 

                                 Funeral de Bruckner

Entre el público, acompañando emocionado el féretro, se encontraba Johannes Brahms, uno de sus principales detractores durante el período antiwagneriano. Fue una pena que Bruckner no lo pudiera ver, hubiera significado su mayor triunfo y gratificación.

Bibliografía consultada

·         Tom Service. Sex, death and dissonance: the strange, obsessive world of Anton Bruckner. The Guardian. 01/04/2014.

  • Milton Cross. Encyclopedia of Great Composer and their Music. Volumen 1, Doubleday 1962, New York.
  • Bruckner, Anton. Encyclopaedia Britannica, volumen 2, pág. 569-570, Chicago; 1995.