jueves, 28 de marzo de 2019

EL GRAN FALSIFICADOR


Pretender llevar a cabo una biografía auténtica de Elmyr de Hory, es una tarea compleja porque todo en él es de dudosa veracidad, empezando por su propio nombre. Suponemos que era judío, porque cuando los alemanes invadieron Francia, se lo le llevaron prisionero.


                            Elmy de Hory (1906-1976)

Elmyr de Hory nació en Budapest en 1906 y fue bautizado por la religión calvinista, lo cual pone en duda su judaísmo. Durante su infancia y adolescencia se llamó Hoffman Elemer, pero como cambió varias veces de nombre, elegiremos el primero que fue el más utilizado por él y por quienes lo conocieron. En esta semblanza lo recordaremos simplemente como Elmyr. En cuanto a de Hory es un apellido que le sirvió para darse lustre como aristócrata húngaro.
Estudió arte en la Academie la Grande Chaumiere y su pretensión era llegar a ser un artista destacado, pero en aquella época en París la competencia era muy grande con Matisse, Picasso y los impresionistas. Cuando estalló la segunda guerra los alemanes lo hicieron prisionero, pero no se sabe con certeza dónde ni como, logró escapar y después de recorrer media Europa, terminó nuevamente en París cuando ya había acabado el conflicto bélico.
Vivió en una buhardilla pintando sin lograr sobresalir y para distraerse se dedicó a realizar algunas copias de los pintores contemporáneos. Su vida cambió por completo cuando un día lady Campbell una amiga suya, que además era millonaria y coleccionista de obras de arte, fue a visitarlo a su humilde vivienda-atelier en la Rue Jacob. La dama se fijó en un cuadro colgado en la pared y preguntó: ¿es un Picasso, verdad? Suponemos que Elmyr no contestó o hizo un gesto afirmativo. Lady Campbell le compró la obra por una suma generosa.
Semanas después se encontró con él en una reunión y le dijo con falso pesar: “Sabes Elmyr, lamento decirte que estando en Londres y hallándome corta de dinero vendí el Picasso que te compré a una suma muy superior a la que te pagué”.
Elmyr se dio cuenta de que si bien carecía de talento creativo, tenía la enorme habilidad de realizar copias perfectas de otros pintores. No intentó fraguar a los artistas del renacimiento, sus obras eran demasiado elaboradas y estaban todas instaladas en museos y colecciones privadas. Más fácil era copiar a los impresionistas y a los cubistas cuyas obras se encontraban en circulación y ya se cotizaban a valores muy jugosos.
                    Arlequín de Picasso, copiado por Elmyr

La vida de Elmyr cambió por completo, con el transcurso de los años llegó a vender alrededor de 1000 copias y lo más fascinante de esta historia fue que empezaron a surgir copiadores de sus copias, aunque sin lograr la calidad de sus “originales”. ¿Qué más puede pretender un falsificador que el sueño de comprobar que se hacen copias de sus copias?
Dedicarse a esta tarea no era fácil y además, tenía sus riesgos. Elmyr vivía saltando de un país a otro y así recorrió Brasil, México, Miami, Texas, Los Angeles, Nueva York, Londres y Zurich con falsos pasaportes. Imposibilitado de seguir utilizando nombres falsos, como siempre hizo con su vida y sus obras, delegó el trabajo de realizar las ventas a su ex amante y socio Fernand Legros, porque Elmyr era abiertamente homosexual. Legros le pagaba cifras muy inferiores a las que ganaba vendiendo sus obras, de manera que Elmyr nunca atesoró una gran riqueza, pero vivía bien, gozaba de muchas amistades, la mayoría provenientes de la alta sociedad y no se privaba de banquetes y reuniones. Siempre se dijo que tenía una personalidad avasallante y era un gran animador de fiestas y encuentros.
              Modigliani, copiado por Elmyr

En su vida apareció el periodista yanqui Clifford Irving quien decidió escribir su biografía, que tampoco podemos considerarla como absolutamente verídica ya que Irving había escrito previamente la vida del magnate Howard Hughes, que por estar plagada de falsedades le costó varios años de cárcel. Ver EL OBSESIVO HOWARD HUGHESS (hacer click aquí) 
Sin embargo, no nos queda más remedio que recurrir, al menos en parte, a diversos pasajes de la vida de Elmyr según como lo relata Irving. Además, el periodista fue una pieza fundamental para que los dueños de galerías de arte pudieran rastrear la ubicación de las falsificaciones en las distintas colecciones de magnates europeos y americanos.
Elmyr lanzaba el desafío: él no era un falsificador y al respecto decía: “La palabra me desagrada, y además no la encuentro justa. Soy víctima de las costumbres y las leyes del mundo de la pintura. ¿El verdadero escándalo no es acaso el propio mercado? En un mero plano artístico, desearía considerarme como un intérprete. Al igual que se ama a Bach a través de Óistraj, se puede amar a Modigliani a través de mí”. Consideraba que un verdadero falsificador también incluye en la copia la firma del artista, mientras que él nunca lo hacía. En una entrevista en Ibiza, su radicación definitiva manifestó: “En mis buenos días pinté Matisses que son sin duda mejores que los que pintó el propio Matisse en sus malos días”. Acto seguido dejaba la copa de Chivas Regall, se levantaba del sillón y en menos de un minuto bosquejaba un perfecto Matisse, para después arrojarlo al fuego de la chimenea.
                  Henry Matisse, Odalisca. Copiada por Elmyr

Las copias de Elmyr comenzaron vendiéndose a 100 dólares, para escalar a 1000, luego a 10.000 y las últimas ya se cotizaban en 100.000 dólares. Fue entonces que las casas de subastas se abstuvieron de seguir rematando sus obras ante el surgimiento de falsificaciones del falsificador, aunque de  mucha menor calidad.
En algún momento tendría que ocurrir la indignación y denuncia de algún millonario estafado y este fue el magnate del petróleo Algur Hurtle Meadows que adquirió 40 obras de Elmyr por una cifra millonaria. Con gesto benefactor, cedió varias piezas a un museo de Dallas que al poco tiempo se las devolvió sigilosamente porque los Modigliani y los Matisses donados no eran auténticos. Meadows hizo juicio y lo ganó, pero quien fue a parar a la cárcel fue Legros, el encargado de vender las pinturas.
Elmyr pasó los últimos 15 años de su vida en Ibiza, obviamente con nombre falso, Legros se hizo cargo de la compra de la mansión porque él estaba legalmente imposibilitado. Esos años vivió rodeado de amigos que hasta le traían la comida y lo mimaban con fiestas y reuniones hasta que al gobierno de España le llegó una orden de extradición emitida por el gobierno de Francia. Cuando al día siguiente la Guardia Civil se presentó en su casa para llevárselo encontraron que era imposible cumplir con la orden, porque Elmyr yacía debajo de una lápida. A lo largo de su vida había cometido varios intentos de suicidio, pero siempre lo salvaba alguno de sus amigos o amantes. El último de ellos, Mark Forgy, esta vez llegó tarde.

Elsa Fernández Santos. La gran burla de Elmyr de Hory. El País, 07,02,2013
Iñaki Berasaluce. La excesiva y truculenta vida del mayor falsificador de todos los tiempos. Strambotic, 30/12/2016
Juan Forn. A la manera de Elmyr. Página 12, 23/05/2014

martes, 19 de marzo de 2019

EL DIARIO DE A BORDO DE PIGAFETTA



El 6 de septiembre de 1522, la Victoria amarra en el puerto de San Lucar de Barrameda donde desemboca el Guadalquivir que corta como un tajo a la España andaluza. La nave tiene múltiples señales de deterioro y da la impresión que ha realizado numerosas expediciones y soportó diversos temporales. En realidad ha finalizado un solo viaje, el más largo en la historia de la navegación hasta esa fecha: acaba de completar la vuelta al mundo.

   Réplica de la Victoria en Huelva, España. Solo tenía 28 metros de eslora.

En mucho peor estado que la Victoria, se encuentran los 18 tripulantes que con dificultad descienden a tierra firme. Aunque en realidad se trata de marinos relativamente jóvenes parecen ancianos casi esqueléticos, descalzos con las ropas hechas jirones caminan lentamente, algunos ayudados por sus compañeros que todavía conservan algo de energía. La mayoría de ellos ha perdido gran parte de la dentadura por el escorbuto. Si algún familiar hubiera estado presente no hubiera podido reconocer a su hermano, hijo o esposo dentro de aquel grupo de andrajosos. Y si no había nadie para recibirlos era por la simple razón de que pasaron casi tres años desde que zarparon del mismo puerto y desde entonces no se tenía noticia de ellos y se los daba por muertos, seguramente en el fondo del mar.
El grupo se dirige a los santuarios de Santa María de la Victoria y Santa María de la Antigua para agradecerle a la Virgen de estar vivos. Entre ellos hay dos personajes importantes, uno es el capitán Juan Sebastián Elcano, quien reemplazó a Fernando de Magallanes muerto en combate contra los guerreros de las Filipinas. El otro, sin duda el más importante, es Antonio Pigafetta, un noble veneciano, amante de las aventuras, que se incorporó a la expedición como cronista y a él le debemos el relato minucioso de la expedición, o mejor dicho la aventura más grande hasta la fecha en la historia de la humanidad.
                       Antonio Pigafetta (1480-1534)

En aquellos tiempos el comercio de las especias representaba la actividad económica de mayor envergadura para los europeos. Por las especies se traficaba, se luchaba, se perdían y conquistaban territorios y se descubrían mundos. Por entonces se sabía que las nuevas tierras descubiertas por Colón no eran la India como él creyó hasta el mismo día de su muerte, sino que estaba mucho más distante. Si Europa en lugar de caer en el oscurantismo medieval se hubiera nutrido de la civilización grecorromana, los marinos y aventureros no habrían caído en error de reducir la circunferencia de la Tierra a una dimensión absurdamente pequeña. Ya en el año 280 antes de Cristo Eratóstenes de la biblioteca de Alejandría había calculado la circunferencia terrestre en 40.000 kilómetros equivocándose en solo 76 kilómetros, mientras que los geógrafos y cartógrafos del Renacimiento jibarizaron a nuestro planeta a la décima parte.
Magallanes, un fogueado marino que luchó durante 10 años en la India y territorios vecinos al servicio de la corona portuguesa, estaba imbuido del mismo error sobre el tamaño de nuestro planeta. Le presentó al rey Manuel de Portugal el proyecto de viajar en sentido inverso, es decir hacia el este hasta encontrar el paso en el nuevo continente que permitiera llegar a los países asiáticos. Se evitarían de esta manera, los numerosos peajes y aduanas con pesados  impuestos que el imperio Otomano establecía a los comerciantes y hacía que las especias llegaran al consumidor final a un costo exorbitante.

              Fernando de Magallanes (1480-1521) autor anónimo.

Expuso sin éxito ante el monarca la nueva vía de navegación y se retiró decepcionado. Había luchado una década al servicio de su rey, y en los múltiples combates en que se vio envuelto fue herido en una batalla naval que le dejó como secuela una cojera definitiva. A los 35 años no podía esperar más y sin mucho pensarlo se trasladó a España, castellanizó su nombre que pasó de Fernao de Magalhaes para llamarse Fernando de Magallanes, como lo conoció la posteridad, y se puso al servicio del emperador español.
Carlos I, por entonces un adolescente aceptó el desafío de armar una expedición que terminó siendo de 5 naves: Concepción, San Antonio, Victoria, Santiago y Trinidad. Ésta última fue la nave capitana en la que viajó Magallanes. El emperador le otorgó el título de Capitán General de la flota, Caballero de la Orden de Santiago y futuro gobernador de todos los países e islas nuevas que descubriese. Pero entre la orden imperial y su cumplimiento hubo que superar miles de obstáculos y cálculos de logística que para relatarlos llenarían páginas. Las dos resistencias más grandes que encontró Magallanes fueron la campaña del embajador portugués Álvaro da Costa para hacer fracasar el proyecto y el reclutamiento de la tripulación.
Álvaro da Costa se movió frenéticamente para abortar la expedición, intrigando en todas formas para desacreditar a Magallanes con su loca idea y lo que debió ser un operativo de pocos meses se extendió a un año y medio. El segundo problema fue reclutar marineros y grumetes que se negaban a participar en un viaje con un destino tan desconocido como el tiempo que insumiría. Uno de los pocos que aceptó de buena gana fue Antonio Pigafetta quien se ofreció voluntariamente como cronista del viaje.
Solo la tenaz energía y disciplina de Magallanes permitió que finalmente el 20 de septiembre de 1519, los 5 navíos con 239 tripulantes zarparan de San Lucar de Barrameda hacia un destino totalmente incierto, en precarias naves de escaso tonelaje y munidos con el astrolabio, la brújula y el conocimiento de las estrellas como únicas cartas de navegación.
            Después de ochenta días que insumió el cruce del océano Atlántico, la flota ingresó en la Bahía de Río de Janeiro, pero durante ese trayecto ya le surgió a Magallanes el primer contratiempo. Se vio obligado a encarcelar por rebeldía a Juan de Cartagena, el capitán de la San Antonio.
            En el puerto de Brasil adquirieron gallinas, cerdos y todo tipo de frutales a cambio de espejos, cascabeles, peines, collares, anzuelos y cuchillos, en un trueque de valores totalmente desiguales, como ya había hecho Colón y quienes lo siguieron con los incautos nativos. Lo que ignoraban los expedicionarios era que pasaría un año y medio antes de que la tripulación volviera a aprovisionarse en forma adecuada.
            Al llegar al Río de la Plata, Magallanes creyó que finalmente había alcanzado el paso indicado, según las cartas de entonces, y envió a dos naves a explorar río arriba con lo que se perdieron 15 valiosos días. La expedición siguió costeando hacia el sur y los tripulantes con mirada sombría observaban cómo la vegetación se volvía cada vez más árida y hostil. Igualmente sombríos eran los pensamientos de Magallanes, había perdido la certeza de cuantas millas más hacia el sur tendría que navegar hasta encontrar el ansiado paso, si es que este existía.
            Las brisas livianas comenzaron a ser reemplazadas por vientos helados y tormentas de granizo sobre un mar encrespado. Era imposible seguir navegando en esas condiciones y la expedición penetró en la Bahía de SanJulián en la actual provincia de Santa Cruz donde Magallanes tomó la durísima decisión de levantar cuarteles de invierno. Aquí se produjo el amotinamiento de tres de las naves, cuyos detalles fueron fielmente descritos en el diario de Pigafetta.
            Enterado Magallanes del motín se adelantó a los acontecimientos y envió un bote con cinco hombres a la Victoria. El alguacil Gomez de Espinoza subió a la nave y le entregó a su capitán una orden escrita para que se presentara inmediatamente ante Magallanes. Luis de Mendoza leyó la nota y exclamó riendo “No me pillarás allá”, pero la risa se le congeló en la boca cuando Espinoza le atravesó la garganta con un cuchillo escondido entre sus ropas. Ahora eran tres barcos los que rodearon a la San Antonio y la Concepción, impidiéndoles todo escape. En pocas horas el motín fue abortado gracias a la astucia, decisión, coraje y rapidez de Magallanes. Uno de los rebeldes fue condenado a muerte y dos quedaron abandonados a su suerte en la Bahía de San Julián cuando al llegar la primavera, la flota se puso nuevamente en marcha hacia el sur.
            Finalmente, el 21 de octubre de 1520, después de un año y un mes de navegación desde la partida inicial, la expedición encontró el estrecho tan ansiado donde nunca hasta entonces había llegado nave alguna. Por primera vez en meses, el sombrío y desesperado ánimo de la tripulación fue reemplazado por la esperanza y el optimismo, al contemplar el gigantesco océano que se abría ante sus ojos. El rudo Magallanes, de voluntad férrea que demostró su dureza ante todas las situaciones pasadas, se emocionó y sus ojos se llenaron de lágrimas. Así lo describió Pigafetta a quien no se le escapaba detalle alguno: “Capitano Generale lacrimó per allegrezza”.
Sin embargo, durante la travesía a través de los helados fiordos del estrecho, en un acto de abierta rebeldía, logró escabullirse la San Antonio y retomó rumbo a España. Esta decisión fue además una verdadera canallada, porque la nave transportaba gran parte de las provisiones, esenciales para el cruce del océano, que Magallanes llamó Pacífico por su tranquilidad y escasos vientos. Semejante bonanza hizo que el viaje se prolongara en forma insoportable y la falta de alimentos y el escorbuto hicieron estragos en la tripulación.
Al término de casi 100 días de haber sufrido toda clase de privaciones, llegaron a las islas Guam y por fin la tripulación pudo reemplazar las galletas agusanadas y racionadas y el agua hedionda de los toneles, por todo tipo de frutas, verduras, carne y el agua límpida de los manantiales.
Tanto en Guam como en el archipiélago de las Filipinas donde llegaron pocos días después, los europeos llevaron a cabo con los nativos, el mismo tipo de trueque que en Río de Janeiro: espejos, cascabeles y cuchillos a cambio de oro y especias. En una de las islas el recibimiento estuvo lejos de ser amistoso y Magallanes, junto con varios de sus hombres, encontró la muerte en lucha muy desigual en número contra los nativos. El relato de Pigafetta es elocuente: “…herido en una pierna el capitán cayó a tierra e inmediatamente se abalanzaron todos los indios sobre él y le atravesaron con todas sus lanzas y demás armas que poseían. Y así quitaron la vida a nuestro espejo, nuestra luz, nuestro consuelo y nuestro fiel guía.”
La expedición quedó al mando de Sebastián Elcano quien regresó a España en la Victoria después de casi tres años, la única de las cinco naves que quedó de la aventura más extraordinaria realizada por el ser humano. Elcano recibió todos los honores y la figura de Magallanes fue eclipsada y misteriosamente desaparecieron sus cartas y notas del viaje, pero quienes pretendieron tergiversar la historia, no contaron con el diario de a bordo de Pigafetta, transformado en libro bajo el título: Relazione del primo viaggio intorno al mondo.
Pigafetta recopiló numerosos datos acerca de la geografía, el clima, la flora, la fauna  y los habitantes de los lugares recorridos; su minucioso relato fue un documento de valor inestimable y  genera suspicacia que el nombre de Sebastian Elcano no figura una sola vez. Probablemente existía una mutua antipatía y el concepto de Pigafetta sobre Elcano estaba muy por debajo del que sentía por Magallanes. 
Pigafetta que era muy detallista llevó un riguroso conteo de los días, pero cuando llegaron a España notó que era un día menos que el calculado, había realizado un registro cotidiano y no entendía como pudo haberse equivocado. Sin embargo, en su diario no existía error alguno. Al desplazarse las naves en dirección al oeste en el sentido de la rotación de la Tierra, se había ganado un día después de casi tres años de navegación.
De no haber existido el minucioso y detallado relato escrito por Pigafetta, el nombre de Magallanes, el verdadero artífice de esta descomunal hazaña, habría quedado oscurecido por la figura de Elcano.



Alan Villiers. Magellan.National Geographic, vol 149, June 1976, pags 721-753
Stefan Zweig. Magallanes. La Aventura más audaz de la humanidad. Editorial Claridad, Buenos Aires 1957.

sábado, 9 de marzo de 2019

LOS ENCICLOPEDISTAS FRANCESES


En 1745 en Francia se inició un fenómeno que revolucionaría las ideas del país y se extendería al resto de Europa. Fue promovido por un grupo de escritores y filósofos conocidos como los iluministas. Los iniciadores fueron Denis Diderot y Jean le Rond D’Alembert y con ellos colaboraron, entre otros, Jean Jacques Rousseau y Francois Arouet, quien después de asistir a las veladas filosóficas y literarias de la escritora y cortesana Ninon de Lenclos, se transformó en Voltaire.

                         Ninon de Lenclos                               Francois Arouet  (Voltaire) 

Así como la Reforma protestante caló hondo en las sociedades del siglo XVI, este grupo de intelectuales creó la Enciclopedia (Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné de sciences, des arts e des métiers…el título sigue), el más famoso de todos los experimentos en la popularización del conocimiento.
Contribuyó a borrar el viejo orden y preparó el camino para la Revolución Francesa. Su intención fue recopilar todo el saber alcanzado hasta la época. En filosofía rescataron los tratados de Bacon, Descartes, Hobbes, Locke, Spinoza y otros. En ciencias difundieron los revolucionarios avances de Copérnico, Vesalio, Kepler, Galileo y Newton. También informaron de acontecimientos históricos, invenciones, descubrimientos y la exploración de la tierra por los navegantes. Los temas se extendieron a la música y otras artes. El objetivo primordial era despertar a la sociedad de los resabios del oscurantismo medieval y llevarle el conocimiento, reemplazando la religión por la ciencia y los sacerdotes por los filósofos, al menos en las clases cultas.
Como la mayoría de las obras consultadas por los autores de la Encyclopédie estaban en el Index Librorum Prohibitorum y además, le declararon la guerra a los mitos, los dogmas y las supersticiones, muy pronto tuvieron que enfrentarse con la Iglesia que por entonces, estaba fuertemente unida a la monarquía.
El primer problema que se debió resolver, fue el financiamiento y para ello se recurrió a suscriptores, lo que permitió sacar el 28 de junio de 1751 el primer volumen cuyo aspecto más destacado fue el Discours préliminaire, escrito por d’Alembert, donde realizó una clasificación del contenido de la Encyclopédie y cuyas páginas fuero alabadas por los literatos de la época como uno de los trabajos más luminosos, sólidos y mejor escritos surgidos de la lengua francesa.

                             Jean le Rond d'Alembert

Era d’Alembert un maestro de la prosa, pero vivía en una pobreza estoica. Cuando Voltaire en una ocasión le describió el majestuoso panorama que se apreciaba desde su mansión, d’Alembert contestó: “Me escribe desde su cama que le permite ver diez leguas de lago, y yo le contesto desde mi agujero desde el que domino un trozo de cielo”.
El Volumen I no fue visiblemente antirreligioso y los jesuitas le dieron una cordial bienvenida. Los filósofos además tuvieron la suerte de que el censor jefe de publicaciones Guillaume de Malesherbes, no solo fuera tolerante sino que abrazó con entusiasmo la publicación de la Encyclopédie. Sin embargo, cuando surgió el Volumen II, uno de los artículos había sido escrito por un conocido crítico de la Iglesia y esto hizo subir el clamor contra la obra. El arzobispo de París, la condenó y el Consejo de Estado prohibió su ulterior venta o publicación.

                   Guillaume de Malesherbes

Gracias a las presiones y gestiones ejercidas por Malesherbes, algunos nobles y madame de Pompadour, se logró que el Consejo revirtiera la orden de prohibición. De todas estas influencias, fue sin duda la participación de la Pompadour que con su irresistible belleza y poder de seducción, convenció a su amante el rey Luis XV para que revirtiera la sanción. Esta marquesa era una apasionada por las artes y las letras y su influencia sobre el rey era total, sin ella el destino de la Encyclopédie hubiera sido incierto. El artista Quentin de la Tour la llevó al lienzo donde se la ve sentada y a su costado se encuentra una mesa con varios tomos de la obra.

       Jeanne-Antoinette Poisson marquesa de Pompadour

Lentamente fueron surgiendo los volúmenes V y VI, hasta que salió el volumen VII que provocó otro estallido de furor. Se debió a un capítulo de d’Alembert quien se salió de su tema, que eran las matemáticas y representó al clero calvinista desechando la divinidad de Cristo. Esta vez, además del clero católico de París, se le echó encima la iglesia de Ginebra. Varios escritores fueron encarcelados y d’ Alembert quedó tan impresionado que cortó sus relaciones con la Encyclopédie.
Voltaire por su parte aconsejó a Diderot que abandonara la obra, ya que estaría bajo una censura que anularía su valor para combatir el dominio de la Iglesia sobre la mente francesa. Varios de los colaboradores se negaron a entregar nuevos artículos y Diderot cayó en un profundo desánimo. “Apenas hay un día –escribió- en que no sienta la tentación de irme a vivir en la oscuridad y la tranquilidad en lo más hondo de mi provincia de Champaña”. Sin embargo, no estaba dispuesto a rendirse, ni siquiera cuando surgieron diversos libelos atacando la obra.
A esta altura de la situación también Rousseau, que había contribuido con artículos sobre música, abandonó el barco. En marzo de 1758 el Consejo de Estado proscribió completamente la Encyclopédie; no se imprimirían nuevos volúmenes y ninguno de los existentes podría ser vendido. El edicto explicaba que las ventajas científicas y culturales que se podrían obtener de su lectura, jamás compensaría el irreparable daño que causaría sobre la moral y la religión.

                    Denis Diderot                                Jean-Jacques Rousseau

Paradójicamente quien salvó a la obra de su destrucción fue Maleshebres que en lugar de censurar la publicación, le advirtió a Diderot que allanarían su casa y confiscarían los manuscritos y que él se ofrecía para resguardarlos. Al mismo tiempo le aconsejó que se alejara por un tiempo de París hasta que amainara la tormenta. Diderot obedeció.
De regreso en París el clima hostil contra la Encyclopédie, había amainado considerablemente y como suele suceder en cualquier época de la historia cuando se persigue un escrito, aumenta la avidez por su lectura, y esto ocurrió con la obra así como el número de suscriptores. Primero d’Alembert y después Voltaire volvieron al redil y siguieron trabajando en los próximos volúmenes. Tanto Federico II de Prusia como Catalina la Grande de Rusia, que pasaron a la historia como los déspotas ilustres, se ofrecieron a financiar la obra y darle todo su apoyo. En 1765 apareció el volumen XVII, que sería el último más 11 volúmenes de láminas.
La Encyclopédie, fue la empresa editorial más extensa que se haya conocido hasta entonces y abarcaba todas las disciplinas. Actualmente su contenido está anticuado, porque la gran mayoría de las áreas involucradas, sufrieron avances considerables en los siguientes siglos. Los conceptos erróneos son numerosos, pero hay que tener en cuenta la época en que fue escrita. Will y Ariel Durant, en su libro La edad de Voltaire, señalan serios defectos intelectuales en la obra y destacan que los colaboradores tuvieron una opinión demasiado sencilla de la naturaleza humana y una visión demasiado optimista de como los hombres utilizarían el saber que la ciencia les estaba procurando. Pero para llegar a la conclusión de que los científicos, en un porcentaje muy alto, no analizan ni asumen responsabilidad alguna cuando sus invenciones son utilizadas para dañar, destruir o subordinar al ser humano, había que esperar los siguientes siglos particularmente el siglo XX.
Tres años después, en 1768, surgió la Encyclopaedia Britannica que adoptó el método de actualizarse periódicamente a través de 16 ediciones hasta 2012 en que dejó de salir en papel y pasó a la forma digital. No produjo efectos revolucionarios como la Encyclopédie, pero conserva la ventaja de ser un material de consulta con plena vigencia.
Diderot tuvo la sinceridad de admitir que la obra tenía defectos y escribió que: “La primera edición de una enciclopedia no puede ser más que una compilación mal hecha e incompleta”. Aun así, la Encyclopédie se diseminó por toda Europa y Rusia, particularmente en los centros intelectuales. Fueron reimpresos en diversos países e ingresaron a Francia en ediciones piratas. Se realizaban reuniones de académicos e intelectuales para estudiarla y comentarla. En los Estados Unidos, Thomas Jefferson la adquirió y la difundió.
La Encyclopédie, fue un viento fresco que enfrentó al dogma, inspiró la investigación y alteró todas las tradiciones. Fue la revolución antes de la Revolución.

Will y Ariel Durant. La edad de Voltaire. Editorial Sudamericana; Buenos Aires 1973, pag.155-172.
Dietrich Swantich. La cultura. Todo lo que hay que saber. Taurus, Buenos Aires 2002.