domingo, 27 de diciembre de 2015

EL EFECTO PLATH

Sylvia Plath, la poeta estadounidense bendecida por las musas y mimada por el mundo literario del siglo XX, había escrito en Lady Lazarus, uno de sus poemas más célebres, la siguiente frase: “Morir es un arte, yo lo hago excepcionalmente bien, se diría que tengo el don”. Este pensamiento inquietante era un signo de alarma de lo que más tarde ocurriría. Sylvia señalaba que era una entendida en el tema de la muerte y estaba en lo cierto. Cuando tenía 21 años hizo un intento de suicidio tomando una sobredosis de tranquilizantes.

Poseía un talento especial para recitar sus propias obras, en perfecto inglés estilo Oxford. Es famosa su poesía “Papi” (Dady) que muestra que no pudo asimilar la muerte de su adorado y a la vez siniestro padre cuando solo tenía 8 años: “Papi, tenía que matarte pero / moriste antes de que me diera tiempo”. Por momentos se le quiebra la voz y sigue: “Yo tenía diez años cuando te enterraron. / A los veinte intenté suicidarme / Para volver, volver a ti”.
                           Sylvia Plath (1932-1963)

Las ideaciones suicidas pocas veces la abandonaron, lo intentó nuevamente y volvió a fracasar hasta que el 11 de febrero de 1963, se encerró en la cocina, selló puertas y ventanas, metió la cabeza en el horno y abrió la llave del gas. Tenía 31 años, se encontraba en la cima de su fama y de su magnífica producción literaria. En otra habitación de la casa quedaron huérfanos de madre dos niños de uno y dos años.

No se puede decir que su depresión estuvo inadecuadamente atendida o medicada, su psiquiatra la trataba y la controlaba asiduamente, incluso le había puesto a su servicio una enfermera que la atendía en forma cotidiana.

Como suele ocurrir con las personas queridas por el público, debido a su carisma, su talento y su belleza física y que al morir en plena juventud se transforman en mito, el periodismo y el mundo literario buscaron un culpable de su suicidio y quién mejor que su ex marido el poeta inglés Ted Hughes. Se habían conocido en Cambridge gracias a una beca que ella había ganado por su producción literaria. El hombre reunía todas las condiciones para ser el chivo expiatorio, la había abandonado 10 años atrás, siguiendo las faldas de otra poeta y aparentemente fue la causa del primer intento suicida de su ex esposa. 

El pobre Hughes arrastró durante toda su vida el odio y las maldiciones de los fanáticos de Sylvia. Para colmo, Assia Wevill la poeta con quién Hughes vivió después de divorciarse de Sylvia, también se suicidó con el agravante de que lo hizo en el mismo estilo, metiendo la cabeza junto con la hija de ambos en el horno de la cocina.


                                                Assia Wevill (1927-1969)

Ya no quedaban dudas, Hughes era un monstruo que de alguna forma conducía a sus mujeres a una muerte siniestra. En sus escasas apariciones públicas le gritaban asesino y una feminista le dedicó una diatriba famosa que empezaba diciendo: “Yo te acuso Ted Hughes…”

Hughes volvió a casarse, esta vez con una enfermera, aparentemente no quiso saber más nada con poetas mujeres. Antes de morir a los 68 años de un infarto de miocardio, había juntado todas las notas que escribió para cada cumpleaños de Sylvia dirigiéndose a ella como si estuviera viva. Se considera que esta recopilación bajo el nombre de “Cartas de cumpleaños”, fue la obra cumbre de Hughes. 

Después de muerto recibió numerosos homenajes y se inauguraron placas en su memoria en los distintos sitios donde vivió. Había perdido dos mujeres y el hijo que tuvo con la segunda, pero al menos tuvo la suerte de morir varios años antes del suicidio de Nicholas, uno de los dos hijos de su matrimonio con Sylvia.

                       Ted Hughes (1930-1998)

El efecto Plath
Sylvia nació en Boston en 1932 y desde la infancia demostró que era una mente brillante ya que a los 8 años ganó un concurso de poemas infantiles. En su adolescencia tardía comenzaron a surgir los síntomas de su trastorno mental que hoy se conoce como enfermedad bipolar y que la tornaba muy lábil ante la adversidad. Si había algo de lo cual carecía, era resiliencia, esa capacidad de sobreponerse a situaciones hostiles. Cuando trató de cursar un taller en Harvard, su solicitud fue rechazada y este episodio que en cualquier otra persona no sería más que un traspié desagradable, para ella se volvió abrumador. Ingirió una sobredosis de hipnóticos que la mantuvo en un estado de coma durante tres días, hasta que fue rescatada y hospitalizada, donde recibió electroshock farmacológico. El resto de la historia ya fue descrita y terminó con la forma espeluznante en que se quitó la vida.

El impacto de su muerte, no solo sacudió al mundo literario, sino que también llamó la atención entre los investigadores y psiquiatras. Uno de ellos fue el Dr. James Kaufman, quien se desempeñaba como profesor de Psicología en la Universidad de California. Sabía que existía una relación entre el talento, la creatividad y la locura, pero hasta el momento este concepto se hallaba en el terreno de las conjeturas.

Kaufman realizó una búsqueda epidemiológica cruzando datos entre las distintas profesiones y actividades y las tasas de suicidio. Reunió estadísticas de otros autores que le permitieron juntar una casuística de más de 2000 escritores. Los resultados fueron sorprendentes: había un discreto aumento de trastornos mentales entre los escritores en relación con el resto de la población, pero lo más interesante es que al analizar el grupo de mujeres poetas, la tasa de enfermedades mentales y de muerte autoinfligida aumentaba considerablemente.
                      Dr. James Kaufman

Las pesquisas de Kaufman y otros investigadores mostraron que en la población general, el porcentaje de suicidios apenas araña el 1%, pero saltaba a un alarmante 17% entre las mujeres poetas, mientras que en los hombres poetas era menos de la mitad.

Kaufman designó a este fenómeno “efecto Plath”. En cuanto al mecanismo causal fisiopatológico que explique esta relación, es motivo de teorías que no han podido aún sustentarse. No solo es difícil explicar la relación entre creatividad y enfermedad mental, como se viene sosteniendo desde hace tiempo, sino que hay personas muy creativas, como los compositores de música clásica, por dar un ejemplo, que no sufren trastornos mentales más que el resto de la población. El misterio se ahonda al intentar descifrar porqué dentro de la poesía son las mujeres y no los hombres poetas quienes tienen riesgo aumentado de trastornos mentales y suicidios. El pobre Ted Hughes fue víctima de un fenómeno que aún carece de explicación.

Brian Cooper. Sylvia Plath and the depression continuum. J Royal Society Med 2003;98:296-301.
Hax, Andrés. “Vida y obra: Sylvia Plath”. Revista Ñ. 5 de febrero de 2013.
Mark Runco. Suicide and creativity: the case of Sylvia Plath. Death Studies 1998;22:637-654.
James C Kaufman. The Sylvia Plath Effect: Mental Illness in Eminent Creative Writers. J Creative Behaviour. 2001;35:37-50.

lunes, 21 de diciembre de 2015

La Sociedad de Beneficencia
La Sociedad de Beneficencia creada por Bernardino Rivadavia en 1823, fue en su origen una institución de fuerte contenido laico que teniendo en cuenta los conceptos de bienestar social de entonces, desarrolló una actividad que se la puede calificar como encomiable.

Con el correr de los años, la incipiente oligarquía anudó una alianza política con las jerarquías eclesiásticas, lo que derivó en el accionar conjunto para la beneficencia. Comenzó a ser dirigida por damas de la alta sociedad y religiosas, “bendecidas” ambas por altos dignatarios clericales que ignoraron el mensaje de León XIII.

La manera elegida por las “damas de caridad” de asistir a los más pobres solo lograba acentuar las diferencias sociales. No podía esperarse que la Sociedad de Beneficencia realizara o al menos intentara realizar, una política integral de rescate y mejora de los sectores sumergidos si se tiene en cuenta quienes conducían la institución y de dónde provenía el dinero.

Uno de los métodos de la Sociedad era recaudar dinero mediante compañas callejeras y los niños debían hacer el triste papel de mendigos

Basta recorrer la prosapia de las “damas de beneficencia” para darse cuenta de cómo estaba construido este sistema asistencial: Quintana, Luro, Martínez de Hoz, Alvear, Leloir, Unzué, Ortiz Basualdo, Casares, Bosch, Torquinst, Lezica, Uriburu, Anchorena, Pellegrini, Perdriel, Cantilo, Lavalle, Rodríguez Larreta, son solo algunos de esos apellidos.
En cuanto al dinero para mantener la sociedad éste provenía del Jockey Club, la Sociedad Rural Argentina, el diario La Nación, las contribuciones de las familias ricas y también del Estado Nacional.
Damas de la Sociedad de Beneficencia

El fin de la Sociedad
Era tradición en la institución de que se le ofreciera a la primera dama el cargo de presidenta, por tal motivo en 1946, un mes después de que Juan Domingo Perón asumiera en el gobierno, una comisión de damas de la Sociedad de Beneficencia decidió entrevistar a Eva Perón en la residencia presidencial.

La noche anterior, los Agentes de Control de Estado, le hicieron llegar a Eva una carta donde una de las damas le dirigía la siguiente misiva a la escritora Delfina Bunge de Gálvez: Esperamos que vengas a la residencia con nosotras, Delfina querida. Sabemos que tenés el paladar muy delicado y que la visita te hará mal al estómago. Pero si cuando estés delante de la h de p te sentís descompuesta, pensá en que estás ofrendándole al Señor un sacrificio que te valdrá infinitas indulgencias plenarias.”

En efecto, Eva estaba considerada por la oligarquía porteña una “bataclana”, como la llamaban en sus cotorreos, hija ilegítima, promiscua y de pasado dudoso.
La cita era para las 9 pero ella se hizo presente después de las 11 y surgió el siguiente diálogo rescatado por Tomás Eloy Martínez:
—¿Qué las trae, señoras? —dijo, sentándose en el taburete de un piano.
Una de las damas, ataviada de negro, con un sombrero del que se alzaban unas alas de pájaro, contestó, desdeñosa:
—El cansancio. Llevamos más de tres horas esperando.
Eva sonrió con candor:
—¿Sólo tres horas? Tienen suerte. Hay dos embajadores, arriba, que ya llevan cinco. No perdamos tiempo. Si están cansadas, querrán irse rápido.
—Nos trae una obligación sagrada —dijo otra de las damas, que se envolvía el cuello con una estola de zorro—. Por respeto a una tradición que tiene casi un siglo, le ofrecemos que presida la Sociedad de Beneficencia…
—… aunque es usted demasiado joven —insinuó la del sombrero de pájaro—. Y tal vez, por haber sido artista, no esté familiarizada con nuestras obras. Somos ochenta y siete damas.
Eva se puso de pie.
—Se darán cuenta que no puedo aceptar —dijo, cortante—. Eso no es para mí. No sé jugar al bridge, ni me gusta el té con masitas. Las haría quedar mal. Busquen a una que sea como ustedes.
La dama de la estola le tendió, con alivio, una mano enguantada.
—Si es así, nos vamos.
—Se olvidan de la tradición —dijo Eva, ignorando el saludo—. ¿Cómo se van a quedar sin presidenta honoraria?
—¿Quiere sugerirnos algo? —preguntó, sobradora, la del zorro.
—Nombren a mi madre. Tiene ya cincuenta años. Ella no es una hache ni una pe, como dice esta carta —contestó, desplegando la copia sobre la mesa—, pero es mejor hablada que ustedes.
Y dando media vuelta, subió con donaire las escaleras.

El 6 de septiembre de 1946 es intervenida la Sociedad de Beneficencia de la Capital mediante el decreto 9414/46. Fue el fin. Se terminó con el concepto y principio de limosna, de caridad y de beneficencia para abrirle paso al de la justicia social.

Aquí no voy a mencionar, por razones de espacio, la vastísima obra realizada por la Fundación Eva Perón. Me interesa destacar que además de la ayuda local envió todo tipo de asistencia a decenas de países y uno de ellos fue Estados Unidos y es interesante conocer este episodio.

 Eva Perón rodeada por alumnas de la Escuela de Enfermeras de la Fundación

La ayuda que generó un enredo diplomático
En el estado de Maryland, Fay Vawters, presidenta de la Children’s Aid Society, veía con preocupación cómo descendía el termómetro en el invierno que se avecinaba en aquel septiembre de 1949. La sociedad vestía y alimentaba a más de 1000 niños, pero se necesitaba mucha más ayuda.

Entre los llamados que hizo incluyó a la Embajada de Argentina solicitando una donación “para comprarles ropa a los niños necesitados de Washington cuando se preparaban para volver a la escuela”. Agustín Merlo, el agregado obrero de la Embajada se contactó con Eva Perón y le trasmitió el pedido de zapatos y ropa para 600 niños, que fueron enviados por avión poco tiempo después.

Es interesante señalar que por entonces en Washington DC, la capital de Estados Unidos, el nivel de pobreza era del 47,6% y el episodio se produjo en momentos en que Harry Truman ascendía mediante reelección a la presidencia.

La Fundación envió ayuda a España y a varios países de América

En plena guerra fría, la prensa nacional e internacional dio publicidad a la noticia. El Pittsburg Post Gazette puso en tapa: ¡Ayuda del Exterior Viene a América! Eva Perón Envía Ropa Donación para 600 Niños de Washington Desconcierta a la Sociedad de Caridad”. También se hizo eco el Miami Daily News: “La Fundación Eva Perón Envía un Regalo Argentina Vestirá a los Pobres de Washington”.

La reacción más hostil fue la del Pittsburg Press. El diario criticó a la señora Vawters por haber dado a los soviéticos un posible golpe propagandístico al hacer notar al mundo que existía la pobreza en la Capital de la Nación.

La nota que mandó Eva Perón junto con la donación, decía entre otras cosas: “…Sirva de ejemplo este acto y esta ayuda que lo hacemos con todo el respecto y todo el cariño por el gran pueblo de los Estados Unidos y humildemente le hacemos llegar nuestro granito de arena de ayuda”.

Destrucción de la Fundación
Cuando el 16 de septiembre de 1955 la autodenominada “Revolución Libertadora” derrocó a Perón, que ya cumplía su segundo mandato, la Fundación Eva Perón fue una de las primeras víctimas de ese régimen dictatorial. Llegaron a romperse frascos de bancos de sangre en los hospitales por tener el sello de la entidad, y a secuestrarse pulmotores por ostentar la misma marca. Se confiscaron muebles de hogares, hospitales y escuelas, se quemaron ropa, medicamentos, sábanas y frazadas que suministraba la Fundación. 

La comisión investigadora de las cuentas de la Fundación, no pudo encontrar irregularidades, por el contrario había un superávit de 3500 millones de pesos y de 250 millones de dólares. Ese dinero los “libertadores” prometieron depositarlo en las cajas de Jubilaciones, pero nunca lo hicieron.

Al año siguiente del desmantelamiento de la Fundación, sobrevino la epidemia de poliomielitis, hubo una desesperada y urgente necesidad de pulmotores, pero éstos habían sido destruidos en la vorágine de odio desatado por Aramburu y sus uniformados. Hubo que importarlos de Estados Unidos.

Adela Caprile, miembro de la comisión que investigó el manejo de los fondos de la Fundación tras el golpe de Estado, le dijo a Alicia Dujovne Ortiz, autora del libro "Eva Perón. La biografía": "No se ha podido acusar a Evita de haberse quedado con un peso. Me gustaría poder decir lo mismo de los que colaboraron conmigo en la liquidación del organismo".

Laura Golbert. De la Sociedad de Beneficencia a los Derechos Sociales. http://www.trabajo.gov.ar/downloads/seguridadSoc/delasociedaddebeneficenciaalosderechossociales.pdf

Historia del Peronismo. La Fundación Eva Perón. http://www.historiadelperonismo.com/1-gobierno-de-peron_5.php

Tomás Eloy Martínez. La novela de Perón.

Recuerdos de la Fundación

Felipe Pigna. Los mitos de la historia argentina. Volumen 5, Editorial Planeta, Buenos Aires 2013.

Alicia Dujovne Ortiz. Eva Perón, la biografía.


La Fundación Eva Perón tras la muerte de su alma mater. Clarín 07/09/2012

lunes, 14 de diciembre de 2015

LA HABITACIÓN DE EMPAPELADO AMARILLO

La “histeria” de Charlotte
La consulta médica ha terminado y la joven Charlotte regresa angustiada a su hogar, se siente más sola y abandonada que nunca después de las indicaciones recibidas. Silas Weir Mitchell, el prestigioso médico que la atendió en su consultorio de Filadelfia, es reconocido por sus teorías sobre el tratamiento de la histeria y la neurastenia femenina, que se suelen presentar al término del embarazo y que hoy se conocen como depresión posparto.

                             Silas Weir Mitchell

Charlotte Perkins Gilman tenía entonces 27 años y, desde el nacimiento de su hija dos años atrás, había caído en un estado de tristeza, apatía y profunda falta de energía y desinterés por el mundo que la rodeaba. Actualmente, cualquier psiquiatra diagnosticaría depresión desencadenada por el embarazo, cuadro que como tantos otros, es de oscura etiología y se trata con antidepresivos y terapia cognitiva conductual. Sin embargo, en los tiempos de la sociedad victoriana del Dr. Mitchell, donde la mujer era un ser desvalorizado y se consideraba que todos sus males provenían del útero, una afección como la de Charlotte era una típica histeria.

Las prescripciones del Dr. Mitchell a la angustiada paciente eran acordes con el relegamiento a que se hallaba sometida la mujer en el siglo XIX. Le indicó cura de reposo en cama mientras le advirtió con el tono solemne que caracteriza a los especialistas cuya fama los volvió presuntuosos y narcisistas: “lleve la vida más doméstica posible, dedique solo dos horas al día para pensar y jamás se le ocurra tomar un lápiz o una pluma para escribir”. Charlotte no fue una excepción. Esto era lo que se recetaba a las mujeres en esa época, cuando se creía que usar mucho el cerebro debilitaría su órgano principal, el útero.

Pero tanto el Dr. Mitchell como Charles Walter Stetson, el esposo de Charlotte, desconocían su capacidad de resiliencia, esa condición que poseen algunas personas para sobreponerse a situaciones de extrema adversidad donde otros sucumben. Poseía un temple que ya se evidenció desde la infancia cuando aprendió a leer y escribir por sí misma en un mundo donde la mayoría de las mujeres eran analfabetas. Su padre abandonó a la familia cuando ella era una niña, dejándolos en extrema pobreza. Sin embargo, Charlotte se las arreglaba para visitar la biblioteca pública de la ciudad de Hartford en Connecticut y devorar tratados de diversas disciplinas. Más tarde se ganó la vida dibujando tarjetas comerciales y como maestra de arte a pequeños grupos de alumnos.

De la emancipación a la lucha por los derechos femeninos



            Charlotte Perkins Gilman (1860-1935)

Una personalidad tan inquieta, con múltiples intereses y de fuerte carácter, distaba de ser la paciente ideal que pretendían su marido y el Dr. Mitchel. Al cabo de pocos meses de reclusión, que le inspiraron el argumento de su famoso cuento “El empapelado amarillo”, Charlotte tomó decisiones cruciales violando los códigos y las convenciones de su época. Con buen criterio determinó que el tratamiento del Dr. Mitchell la convertiría en una piltrafa humana y decidió abandonarlo. Esto exigía también otras determinaciones drásticas para poder emanciparse y transformarse en un ser libre y en 1888 se separó de su esposo, una verdadera transgresión para aquellos tiempos.

Se trasladó con su hija Katharine de 3 años hacia la costa oeste de los Estados Unidos, en Pasadena, California. El sufrimiento que le causó la reclusión a la que fue sometida y el estado de inferioridad social en que se hallaban las mujeres fueron estímulos que la transformaron en una activa feminista. Formó parte de numerosas organizaciones reformistas que luchaban para la emancipación de la mujer y para una de esas instituciones redactó un boletín.

La actividad social y política de Charlotte se hizo incompatible con un adecuado cuidado para su hija y decidió mandarla con su ex esposo, quien estaba casado con una mujer que afortunadamente le brindó la atención y el cariño que Charlotte no podía ofrecerle. En 1893 se contactó con su primo George Houghton Gilman, con el cual se casó siete años después. Fueron tiempos de felicidad incrementados por el prestigio que le aportó su lucha por las mujeres, que se volcó en la redacción de artículos, conferencias en su país y en el Reino Unido y la producción de novelas. Se la considera como una de las principales referentes de los movimientos feministas.
Entre sus escritos se destacan varios tratados sobre economía y la mujer, que tuvieron gran difusión, pero su obra más popular es un cuento, “El empapelado amarillo” (The yellow wallpaper).

El empapelado amarillo


El Empapelado amarillo, es un best seller y un relato imprescindible para quienes luchan por los principios del feminismo. Está basado sobre la propia experiencia de Charlotte y se refiere a una mujer mentalmente trastornada después de tres meses de estar confinada en una habitación. En el cuento, es el marido, quien también es médico, el causante de su encierro. Se le prohíbe leer, escribir y hacer todo tipo de actividad que involucre estímulo físico o mental. Ella pasa los días obsesionada hasta límites insospechados con el empapelado amarillo de la habitación. El cuento es un manifiesto para que la sociedad de le época cambie sus prejuicios sobre la situación de la mujer y resalta el efecto deletéreo que le produce la falta de autonomía.

Últimos años
En 1932 Charlotte recibió el diagnóstico de que padecía un cáncer de mama incurable. Dos años después su segundo esposo, a quien amaba profundamente, falleció de una hemorragia cerebral. Charlotte tenía entonces 75 años y consideró que su vida estaba cumplida. El 17 de agosto de 1935 tomó una sobredosis de cloroformo y murió pacíficamente. Dejó la siguiente nota: “Cuando uno dejó de ser útil, cuando la muerte es inminente e inevitable, uno de los más simples derechos humanos es elegir una muerte fácil y rápida, en lugar de otra lenta y horrible”.

Biography. Charlotte Perkins Gilman. Bio. http://www.biography.com/people/charlotte-perkins-gilman-9311669

Pat Harrison. The Evolution of Charlotte Perkins Gilman. Radcliffe Magazine. https://www.radcliffe.harvard.edu/news/radcliffe-magazine/evolution-charlotte-perkins-gilman

Gilman Charlotte Anna Perkins. Encyclopaedia Britannica. Tomo 5, pag 269. Chicago 1995.


Charlotte Perkins Gilman. El tapiz Amarillo. Siglo XXI.

martes, 8 de diciembre de 2015

ORIGEN, APOGEO Y CAÍDA DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS


El joven Ignacio
Ignacio fue educado con estrictos principios de religión y moral, pero la buena posición social de su familia, su presencia apuesta, pese a la baja estatura y su gran habilidad comunicativa lo acercaron más a la vida mundana que a los claustros. Corría el año 1521 cuando Ignacio, destacado soldado a las órdenes del rey de España Carlos I es herido de bala en el sitio de Pamplona luchando contra los ejércitos de Francisco I de Francia. Rápidamente se lo traslada a la ciudad de Loyola donde se encuentra el castillo de su familia, en la provincia vasca de Guipúzcoa, de ahí que su nombre completo sea Ignacio de Loyola.

Pintura que recrea el momento en que Ignacio de Loyola es herido y socorrido por sus camaradas

Tiene la pierna derecha fracturada y otra herida en la izquierda y su salud es precaria. Por momentos la fiebre lo devora y en sus delirios surgen episodios de su juventud. Damas de distinta posición social acuden a su lecho y él a los de ellas, visitas a burdeles y regreso al castillo con varias copas de más y cuando ya el sol comienza a elevarse sobre el horizonte.

Ignacio entra en una convalecencia, angustiosamente lenta, pero favorable. Se siente más animado y pide libros de caballería, si es posible sobre Amadís de Gaula, novela de aventuras amorosas y bélicas muy estimada por nobles y guerreros. No le pueden conseguir el libro y tiene que contentarse con otros muy diferentes como “Vidas de Santos” y la “Vida de Cristo” de Ludolfo de Sajonia.

De las jergas a la oración y el recogimiento
Aquí se produce un punto de inflexión en la vida de Ignacio, las enseñanzas de Cristo y de los santos lo despierta y sumerge en el mundo espiritual. Después de mucha reflexión decide imitar la vida austera de los piadosos y de ese modo purgar su pasado disoluto. Periódicamente se dice a sí mismo: “¿Por qué no he de hacer yo los que San Francisco de Asís o Santo Domingo hicieron?”.

En 1522, ocho meses después del día en que fuera herido, Ignacio se despide de su familia para siempre, desciende cojeando las escalinatas del castillo y monta en un burro rumbo al santuario de Nuestra Señora de Monserrat cerca de Barcelona. Allí afirma las convicciones que conducirán su nueva vida y ante el altar de la Virgen cuelga su espada, en un claro símbolo de un pasado sin retorno. Se desprende de su sombrero emplumado y capa de terciopelo, la camisa de seda, el jubón y las botas de ante, que reparte entre la gente. Los reemplaza por el sayo y sandalias de cuerda y un sencillo cayado para alivianar su renguera.

El elegante caballero que solía destacarse en los salones de la alta sociedad y la nobleza, ahora es un mendigo, con una barba que le cubre gran parte del rostro, el cabello sucio y enmarañado, las uñas crecidas y negras, imposible de ser reconocido por sus compañeros de jerga y su familia. Se aloja temporariamente en una cueva en Manresa y es allí donde escribe para sí mismo y para sus futuros compañeros de apostolado, su manual sobre Ejercicios Espirituales, una serie de normas y herramientas para mantenerse dentro de la pureza y el amor a Dios.

En marzo de 1523 abandona España y se dirige a Jerusalén donde visita emocionado los lugares bíblicos. En su viaje de regreso a Barcelona asume el firme convencimiento de que debe enriquecer su conocimiento para poder enseñar mejor el Evangelio. Estudia durante 12 años diversas ciencias en Barcelona, Salamanca, Alcalá y finalmente en escuelas de París. Esta disciplina del estudio, Ignacio la inculcará en sus discípulos y será una de las características más destacadas de la futura orden de la Compañía de Jesús: la gran capacidad de conocimiento e ilustración de sus miembros, un sello de distinción que la diferencia de las demás órdenes religiosas.

Durante ese largo periplo entre 1523 y 1537, Ignacio incorpora varios compañeros dispuestos a compartir su vida y sus ideales, entre ellos se destaca un tal Francisco Solano. Cuando se reúnen todos en Venecia constituyen un grupo de 10 personas dispuestas a ordenarse como sacerdotes.

Un año entero había pasado Ignacio preparándose para recibir las sagradas órdenes, y los cuarenta días anteriores vivió solitario, en una casucha arruinada y expuesta a todos los vientos, entregado de lleno al ayuno y a la oración. No se sabe si por causa del hambre que padece, o porque vive en un estado de éxtasis místico, su mente es presa de visiones celestiales que le inducen a crear una orden religiosa. Expone su idea ante el papa Paulo III, quien agobiado por la marea incontenible de la Reforma Protestante y la corrupción existente en numerosos conventos y monasterios, aprueba la nueva sociedad que pasa a llamarse Compañía de Jesús (CJ).

                       Pablo III por Tiziano

La nueva orden tiene características distintivas de las existentes hasta entonces. Sus seguidores deben abandonar algunas de las formas tradicionales de la vida religiosa como cantar el oficio divino y los autocastigos. Ignacio establece tres votos que deben cumplir quienes se incorporan a la CJ: obediencia, pobreza y castidad y un cuarto voto de obediencia al papa. La preparación de los integrantes comienza con un noviciado que dura dos años. Continúa con un proceso de 10 o más años de formación intelectual que incluye estudios de Humanidades, Filosofía y Teología. Además, los jesuitas en formación realizan dos o tres años de docencia o «prácticas apostólicas» (período de magisterio) en colegios o en otros ámbitos (trabajo parroquial, social, medios de comunicación, etc.).

El estudio a fondo de idiomas, disciplinas sagradas y profanas, antes o después de su ordenación sacerdotal, ha hecho de los miembros de la CJ, durante casi cinco siglos, los líderes intelectuales del catolicismo. La CJ no se propuso combatir la Reforma, sin embargo, fue uno de los diques de contención más importantes contra su expansión.
Ignacio tiene el cargo de general, es decir la autoridad máxima de la CJ a la que conduce con mano firme a pesar de su precaria salud. Fallece el 31 de julio de 1556 a la edad de 65 años y en 1622 el papa Gregorio XV lo transformó en San Ignacio de Loyola.

                San Ignacio de Loyola (1491-1556)

Expansión y poder
Nunca en la historia de la iglesia y probablemente tampoco en las instituciones seculares hubo un fenómeno de carácter tan explosivo como la sociedad de la CJ. A la muerte de Ignacio, la orden contaba con 1000 jesuitas distribuidos en 12 unidades administrativas, llamadas provincias, de las cuales 3 estaban en Italia, 3 en España, 2 en Alemania, una en Francia, una en Portugal y dos en la India y Brasil.

Habían pasado 138 años desde que San Ignacio de Loyola fundara la CJ y ya contaba en Francia con 12 escuelas consideradas como las de mayor calidad de enseñanza en el país. La educación de la juventud francesa estuvo dominada por los jesuitas y durante doscientos años, los reyes de Francia eligieron a jesuitas como confesores. Otros soberanos católicos siguieron el ejemplo, lo que permitió que la CJ tuviera una poderosa influencia en la historia de Europa.

En Roma tenía el monopolio de diversas actividades industriales y mercantiles, en Francia poseía una refinería de azúcar y contaba con factorías comerciales en otros países. En la América española y portuguesa, la orden figuraba entre las empresas más poderosas.

Persecución y caída
El poder y control que habían adquirido los jesuitas en el terreno de la educación, el comercio y los gobiernos, fue su perdición. Los ataques fueron múltiples y vinieron de diversos lados. De parte de la monarquía francesa, Madame de Pompadour, los detestaba porque su ascensión se vio siempre dificultada por los jesuitas. Como amante de Luis XV supo influenciarlo contra la orden. Además, si bien los jesuitas tenían gran proximidad a los oídos reales, defendían al mismo tiempo el derecho de derrocar al rey.

Los filósofos y escritores franceses también los combatieron, aunque suavemente y con cierto cargo de culpa, ya que Descartes, Moliere, Voltaire y Diderot adiestraron sus inteligencias en las escuelas de la CJ.

             Descartes, Moliere, Voltaire y Diderot

Comerciantes, masones, protestantes y sectores de la propia iglesia, se convirtieron en una usina de rumores de todo tipo. Se acusó a los jesuitas de mundanidad, herejía, codicia, pederastia y hasta de ser agentes secretos de potencias extranjeras.

Como si esto no fuera suficiente, ocurrió el episodio que involucró al Padre Antoine de la Valette, superior general de los jesuitas en las Antillas. En nombre de la compañía administraba varias posesiones en la Indias Occidentales, exportando azúcar y café a Europa. En 1755 obtuvo un generoso préstamo otorgado por bancos de Marsella y para devolver ese dinero fletó un envío de mercancías a Francia. El barco fue apresado por un navío inglés en los prolegómenos de la guerra de los Siete Años y La Valette se declaró en quiebra. Los deudores recurrieron a la CJ, pero sus superiores negaron toda responsabilidad, alegando que La Valette había actuado individualmente. El caso fue al Parlement francés dominado por los jansenistas que detestaban a la CJ y a sus miembros.

La CJ no solo perdió el juicio sino que le dio al Parlement la oportunidad esperada para acabar con la institución, declarando que era incompatible con las leyes de Francia y que sus miembros estaban por arriba de la autoridad del rey. Cinco años después todos los jesuitas debieron abandonar el territorio de Francia. Varias naciones acogieron a los miembros, especialmente Prusia y Rusia con Catalina la Grande.

Las consecuencias de la disolución de la orden fueron malas para Europa debido a que la educación declinó ostensiblemente. En América fue una catástrofe, ya que las misiones jesuítas se habían encargado de la educación de los indios a quienes trataban prácticamente como iguales. Es gracias a la resistencia que los jesuitas opusieron a los bandeirantes o traficantes de esclavos del Imperio del Brasil, que las provincias del Chaco, Formosa, Misiones y Corrientes hoy son argentinas.

El papa Clemente XIV disolvió en 1773 la CJ. Doscientos cuarenta años más tarde, otro papa llamado Francisco, perteneciente a la orden de los jesuitas asumió como Sumo Pontífice el 13 de marzo de 2013.

                                  Papas Clemente XIV y Francisco

Will y Ariel Durant. La edad de Voltaire. Editorial Sudamericana. Buenos Aires 1973, pag 286-294.
 Loyola, Saint Ignatius of. Enciclopaedia Britannica tomo 7, pag 527-28. Chicago 1995.
 Organización de las misiones jesuíticas en América. http://www.portalplanetasedna.com.ar/jesuitas3.htm
 The Society of Jesus.