martes, 29 de septiembre de 2015

MUERTE DE UNA REINA

El robusto caballo percherón arrastra el carromato por las calles de París. Sentada sobre una simple tabla, bamboleándose por las desigualdades del pavimento y sencillamente vestida, María Antonieta se dirige hacia la muerte. Una simple cofia, como la de cualquier campesina, reemplaza a los costosos sombreros que solían adornar su cabeza. El verdugo lleva cogido el extremo de la larga cuerda con la cual ató a la espalda las manos de la reina, como si hubiera peligro de que su víctima, rodeada por dos filas de soldados, pudiera saltar del carro y mezclarse con la multitud. A lo lejos sobre un estrado se perfila la imagen de la guillotina.

María Antonieta se mantiene erguida, la mirada al frente ignorando al populacho, que observa la escena en silencio. Es el mismo pueblo que la vivaba al grito de ¡vive la reine! y agitaba los sombreros las pocas veces que de Versailles se trasladó a París para presenciar alguna función teatral o asistir a fiestas palaciegas. Entonces iba en el mejor carruaje, cubierta de joyas y con el costoso vestido que solo usaría ese día, porque la reina cambiaba su atuendo los 365 días del año. 

La corte de Versalles con su conducta frívola e indolente, en la cual ella era la figura principal, se había apartado tanto de la verdadera Francia que no advirtió las nuevas corrientes que en forma creciente y amenazadora agitaban al país. Una burguesía desconforme impregnada de las ideas de Jacobo Rousseau, miraba con cierta admiración los derechos de la sociedad inglesa. Los que regresaban de la guerra de la independencia norteamericana, hablaban de un país que suprimió las clases sociales y estaba gobernado por una elite política pujante y esclarecida.

Ajena a todos estos cambios, María Antonieta había vaciado las arcas del estado con sus costosas joyas, los bailes y festines en el Trianón, el pequeño castillo que había hecho decorar con lujo extravagante, haciendo pasar por los jardines un arroyuelo artificial con cascadas y agua traída por tuberías. El lugar donde se representaban piezas teatrales, se bailaba y se jugaba a las cartas hasta que despuntaba el sol o se había agotado el dinero disponible para ese día.


                                                 El Trianon

Las pocas horas que restaban de la mañana siguiente la reina la dedicaba a una rutina tan superficial e intrascendente como estricta. La actividad se iniciaba con el ingreso de la camarera principal acompañada de la primera doncella. Ambas tenían a su cargo los guardarropas de María Antonieta quién debía decidir el vestido que usaría ese día de los cientos que poseía según la temporada del año y las actividades del día. El segundo cuidado era el peinado, para ello llegaba todas las mañanas desde París el peinador real en carroza de seis caballos. Este proceso consumía un tiempo sustancial, porque los peinados de la reina muy elaborados, variaban cotidianamente y se caracterizaban por verdaderas torres capilares mantenidas gracias a ocultos refuerzos y a postizos mechones, a tal punto que hubo que elevar los dinteles de las puertas para que la reina y su séquito de damas no tuvieran que agacharse. Todos los retratos realizados por la pintora real, la brillante Elisabeth Vigée-Lebrun dan fe de la compleja elaboración que existía sobre la cabeza de la reina y sus damas de honor.


María Antonieta (1755-1793) por Elisabeth Vigée-Lebrun, Museo de Viena

El tercer cuidado eran las alhajas, la mayor debilidad de María Antonieta. Jamás pudo resistirse cuando esos astutos y persuasivos joyeros venidos de Alemania y de Holanda, le mostraban en estuches de terciopelo, collares de perlas, anillos de diamante, broches, diademas y pulseras engarzadas de piedras preciosas. Después venía el almuerzo y a este le seguían representaciones teatrales en el Trianón, bailes de máscaras y corrillos cuya única conversación era el chismerío del día sobre los temas más triviales.
María Antonieta se casó con el delfín en 1770 y cuando Luis XV falleció cuatro años después, el delfín se transformó en Luis XVI y ella en reina de Francia. Ambos sin proponérselo, constituyeron el equipo perfecto para despertar la pasión revolucionaria en todos los estratos de la sociedad francesa que terminaría sesgando no solo la monarquía sino también sus cabezas.

Luis XVI era un pusilánime, totalmente indeciso cuyo principal interés era la caza y las comidas. Su diario es la muestra cabal del mediocre por excelencia. En él abundan anotaciones sobre las piezas cazadas y escasean los registros de la situación política de Francia. Carente totalmente de carácter, voluntad y decisión, era la antítesis de su antepasado Luis XIV, aquél que acuñó la famosa frase: ”el Estado soy yo”.

                  Luis XVI (1754-1793). Antoine Callet, Museo del Prado

María Antonieta tenía total libertad de acción, sin mayor dificultad habría podido ocupar el espacio vacío dejado por su esposo, como lo hicieron otras reinas en distintos tiempos de la historia. Si hubiera gobernado con prudencia, visitado a su pueblo, interiorizándose de sus problemas y viviendo con más austeridad, otro hubiera sido su destino. Tenía inteligencia para todas esas funciones, pero detestaba leer los documentos oficiales y le aburrían sobremanera los informes de ministros y diplomáticos.

En vano su madre, la emperatriz María Teresa de Austria la regañaba continuamente a través del intercambio epistolar para que gobernara más y se divirtiera menos. Igual suerte corrían los emisarios de la embajada de su país. Porque María Antonieta, nacida en un palacio real, educada en los principios de la legitimidad, convencida de su derecho a reinar como un don divino y encerrada en su mundo ficticio, no tomó conciencia de los tremendos cambios que se estaban produciendo en Francia.

Cuando llega el 14 de julio de 1789 y se produce la toma de la Bastilla, el rey vacilante, en lugar de censurar a la Asamblea Nacional hace concesiones desprendiéndose de toda su dignidad, inclinándose tan profundamente ante sus adversarios que su corona rodó por el suelo. Los acontecimientos se precipitan, la revolución no puede detenerse y el blanco principal y centro de todas las culpas es esa austríaca a quién el pueblo la llama “madama déficit”. Hace tiempo que profusamente circulan libelos, folletos y pasquines acusando a María Antonieta de toda clase de delitos incluyendo, actos de espionaje contra la Revolución, la participación en orgías en el Trianón y hasta relaciones incestuosas con su hijo de tan solo 9 años. Es cierto que ella es una de las principales causas del descalabro económico y también es cierto que trató de alentar a su hermano para que con un ejército invadiera Francia y restablezca el orden. Lo demás son calumnias, pero el ciudadano común, consciente del contraste entre su pobreza y el lujo dispendioso de la monarquía y la nobleza, está dispuesto a creérselo todo.

En los meses siguientes a la toma de la Bastilla, se desploman todas las estructuras del feudalismo, se restringe el poder de la Iglesia, se establece la libertad de prensa y son proclamados los Derechos del Hombre; se ha cumplido el sueño de Rousseau. Luis XVI ya es un monarca sin poder, pero la Revolución no se detiene y debido a varios intentos de ataques del populacho a Versailles y temiendo una fuga de los reyes, la Asamblea Nacional ordena que sean trasladados a las Tullerías. Si bien se trata de un palacio confortable ya que allí vivían antiguamente los monarcas, Luis XVI y María Antonieta son perfectamente conscientes de que están prisioneros, han perdido todo poder y no son dueños de sus destinos. Intentan un escape pero son detenidos en la localidad de Varennes el 21 de junio de 1791, a dos años de iniciada la Revolución.

La fuga de la real pareja empeora su situación y el 13 de agosto son llevados a la fortaleza del Temple, pero no a los cómodos salones donde antiguamente vivían los caballeros templarios, sino a la lóbrega torre del edificio donde es imposible todo escape. Ese mismo día, la guillotina es sacada de la Conserjería y trasladada a una plaza de París. Francia debe saber que ya no impera sobre ella Luis XVI, ahora reina el terror. Cinco meses después el rey es guillotinado y María Antonieta, ahora viuda de Capet es trasladada a una húmeda y oscura celda de la Conserjería de donde solo se sale para morir.


                           Juicio a María Antonieta por Pierre Bouillon

Después de un proceso, que se puede considerar como infame, ya que se buscaron falsos testigos y le retacearon abogados, María Antonieta es condenada a muerte. Las crónicas resaltan que durante el juicio se mantuvo digna y serena, respondiendo con precisión todas las acusaciones y sin caer en los enredos y celadas que le tendía el fiscal Fouquier-Tinville.

El carromato avanza hacia la plaza donde se encuentra la guillotina, María Antonieta, sus manos atadas a la espalda, sigue erguida con la vista fija en la siniestra herramienta que pondrá fin a su vida. Es el 16 de octubre de 1793, la mañana es atroz y verdadera y la que fue reina de Francia tiene solo 38 años, pero es una mujer envejecida y canosa. Así la bosqueja Jacques-Louis David, el genial pintor de la Revolución Francesa, cuando el carromato pasa a su lado.


Trazado en lápiz de María Antonieta camino al cadalso por el pintor David

Rechazando toda ayuda, la reina sube los escalones de madera del cadalso, siempre erguida, como si lo estuviera haciendo por las escalinatas de Versailles. Con un empujón la arrodillan en la guillotina, la cuchilla cae zumbando y el verdugo exhibe la cabeza sangrante de María Antonieta, mientras la multitud grita: “¡Vive la Republique!”

En menos de un año, ascenderán al mismo cadalso el fiscal Fouquier-Tinville, algunos de los testigos del juicio, Hébert el director del periódico más virulento contra la reina, Danton, Desmoulins y Robespierre. La revolución comenzaba a devorarse a sus hijos.

Stefan Zweig. María Antonieta. Editorial Juventud Argentina, Buenos Aires 1945.

Marie Antoinette. Enciclopaedia Britannica, tomo VII, pag 844, Chicago 1995.


Andre Maurois. Historia de Francia. Compañía Fabril Editora, Buenos Aires, 1964.

martes, 22 de septiembre de 2015

EL LOCO DEL PIANO

El vagabundo solitario
El hombre se desplaza por la calle sin un patrón fijo de marcha, por momentos camina casi corriendo, o se detiene un instante y luego retoma el andar intercalado con saltos. No parece tener un destino fijo y se encuentra totalmente sumergido en su mundo interior, algunos transeúntes se detienen un instante a mirarlo, pero él ni se percata de que es observado. Continuamente balbucea frases sin sentido y neologismos que repite como una letanía. Tiene alrededor de 35 años, aunque parece más y el desaliño de su vestimenta acentúa su aspecto algo envejecido. Lleva un cigarrillo en la boca, que está apagado porque llueve intensamente, pero para él es lo mismo que si hubiera un sol radiante.

De pronto se detiene bruscamente ante la vidriera de un bar con un cartel de neón que dice Riccardo. Adentro hay gente bebiendo y cantando, pero él mira hipnotizado el piano donde un intérprete está tocando una melodía popular que es coreada por los parroquianos. El hombre entra chorreando agua y su aspecto de vagabundo produce curiosidad y silencio en el grupo que lo observa con cierto grado de rechazo. Pide tocar, algunos se ríen, hay gestos de preocupación y desagrado, pero el hombre comienza a desgranar exquisitas melodías, pasando por música popular seguida de clásica. Se lo ve inmensamente feliz, hacía años que no acariciaba un piano Se llama David Helfgott y es quizás el mejor pianista de Australia y uno de los más destacados intérpretes de los conciertos del romanticismo, pero también está loco.

Geoffrey Rush en el brillante papel del pianista. Película australiana producida en 1996 bajo la dirección de Scott Hicks

Un talento brillante
David Helfgott nació en Melbourne en 1947 y era hijo de un matrimonio de inmigrantes judíos polacos que al poco tiempo se trasladaron a la ciudad de Perth en el extremo occidental de Australia. Se lo puede catalogar como niño prodigio, ya que desde la infancia mostró enorme facilidad para interpretar toda clase de melodías en el piano, por el cual sentía verdadera pasión. Su padre, que sabía de música le dio las primeras lecciones y lo estimuló en su formación artística, pero fue un estímulo enfermizo y obsesivo que se alternaba con gestos de cariño y elogios en algunos momentos y actitudes seductoras, amenazas y golpes en otras ocasiones. Toda la familia estaba bajo el dominio de las arbitrariedades y designios del señor Helfgott y sus deseos eran órdenes que se debían cumplir inexorablemente. Se trataba de un grupo disfuncional que sin duda contribuyó al trastorno mental que pronto se manifestaría en el joven David.

El padre consideraba que estaba calificado para darle la formación artística necesaria, pero el niño hacía tiempo que lo había superado en técnica y conocimiento hasta que finalmente a regañadientes dejó que continuara sus lecciones con Alice Carrard. Esta destacada pianista de origen húngaro, que en su país natal fue discípula de Bela Bartok, manifestó años después que David fue el alumno más brillante que pasó por sus clases.



                          Katharine Susannah Prichard (1883-1969).

Es a comienzos de la adolescencia de David  en que aparece en su vida una mujer ya octogenaria que sería su apoyo espiritual y económico. Katharine Susannah Prichard fue la primera novelista australiana cuya fama trascendió las fronteras de su país. Mujer activa y militante, cofundadora del partido comunista australiano, y luchadora por los derechos de la mujer, encontró en David una nueva causa que estimularía su espíritu en los años que le quedaban de vida. Ella, junto con la comunidad musical australiana, liderada por el periodista de Perth, James Penberthy,  recaudaron dinero para que David fuera a Inglaterra a perfeccionarse.

Ascenso y caída
Con Alice Carrard, David realizó un salto cualitativo en su técnica y dominio del instrumento que le permitió ganar por 6 veces el concurso que realizaba la ABC Instrumental and Vocal Competition. Pronto concitó la atención de grandes intérpretes como Daniel Barenboim, Julius Katchen y Talas Vassary. El consagrado violinista Isaac Stern quedó tan impresionado con el talento de aquel joven de sólo 14 años que lo recomendó al profesor Cyril Smith del Royal College of Music en Londres. David prácticamente se escapó de la casa y con la ayuda de su protectora Katharine llegó finalmente a Londres. Poco tiempo más tarde, Cyril Smith escribió lo siguiente respecto de su joven alumno: “Cuando interpreta los estilos románticos y virtuosos de obras como las de Liszt y Rachmaninov, su talento alcanza el umbral de la genialidad con temperamento y técnicas que me recuerdan al gran Vladimir Horowitz.” También manifestó que fue el estudiante más brillante que tuvo en sus 25 años de enseñanza del arte y dominio del piano.

          El imponente edifico del Royal College of Music de Londres

Durante su estadía en el Royal College of Music, David ganó varios premios, pero su interpretación más exitosa fue cuando se presentó en público en el Albert Hall de Londres donde tocó el concierto número 3 de Rachmaninov. Esta obra se considera una de las piezas más difíciles del repertorio pianístico por la complejidad de su técnica con un finale que pone a prueba el talento de los grandes intérpretes, quienes quedan exhaustos después de los 40 minutos que insume su ejecución. David la interpretó magníficamente y fue ovacionado por la audiencia y los diarios londinenses empezaron a elogiar a la nueva estrella de la música. El concierto número 3 de Rachmaninov se convertiría en el caballo de batalla de David y es difícil encontrar en la historia de la música algún otro virtuoso, si es que lo hubo, que lo haya superado en interpretación.

Sin embargo, el trastorno mental de David, catalogado posteriormente como esquizofrenia, quizás en parte debido a las exigencias a que estaba sometido como intérprete, comenzó a manifestarse con comportamientos atípicos como el descuido en su aspecto personal, falta de aseo y frases incoherentes repetidas en forma incesante. Otro factor desencadenante pudo haber sido la muerte de su protectora Katharine, con quién David se carteaba regularmente, ya que había venido a ocupar el lugar de su inoperante y dominada madre. Cuando recibió la noticia de su muerte, la salud mental del joven empeoró y tuvo que regresar a Perth.

Comenzó un período de hospitalizaciones y tratamientos donde la peor crisis para David fue la pérdida de su música interior. Cuando la recuperó fue como si una niebla se hubiera levantado “pude escucharla nuevamente, sentí que sobrevivía”, fueron sus palabras.

Historia con final feliz
David gozó de períodos de libertad fuera de las instituciones mentales y en una de sus andanzas erráticas por las calles de Perth fue que se introdujo en el bar Riccardo y aquí volvemos al lugar donde comenzó esta historia. El dueño del bar era médico, el doctor Chris Reynolds, quién consideró que David estaba malgastando su tiempo y su enorme talento tocando en su local y decidió reintroducirlo al gran mundo de la música.

                         David Helfgott (1947-)

En este aspecto colaboró mucho Gillian Murray, una astróloga que le brindó apoyo y afecto y que pronto se convirtió en su esposa. Ella y el promotor artístico Mike Parry devolvieron a David a los escenarios. Es probable que estas personas, especialmente el afecto de su mujer y la posibilidad de volver a tocar, influyeran más en la recuperación de su salud mental que los antipsicóticos y electroshocks que recibió durante sus internaciones.

Reanudó su carrera con recitales exitosos en los teatros de Australia y de allí saltó a Europa, Asia, África, Japón, Estados Unidos y Nueva Zelanda. En 1997 volvió a tocar en el Royal Albert Hall de Londres, donde el público volvió a ovacionarlo como en su primera aparición a los 20 años. Sus favoritos son los románticos rusos como Mussorgski, Rachmaninov, Rimski-Kórsakov y Tchaicovsky, pero también interpretó a Chopin, Franz Liszt, Schumann y Mozart.

Este extraordinario artista continúa ofreciendo recitales y afirmando la tenacidad del espíritu humano, y por sobre todo, brindando el mensaje positivo de que la esquizofrenia se puede sobrellevar y realizar actividades tan elaboradas como mantenerse en la cumbre del arte de la música. David Helfgott reside actualmente en Happy Valley, Nueva Gales del Sur, en compañía de su esposa Gillian y el cariño de sus admiradores.



                                David Helfgott y su esposa Gillian.

Para conocer más sobre David Helfgott
The Story of David Helfgott. http://www.davidhelfgott.com/biography/ 2011.

Film: Shine (Claroscuro) 1997. Dirigida por Scott Hicks. Protagonistas Geoffrey Rush, Chris Haywood, Armin Mueller-Stahl.

Helfgott Margaret. Out of tune. David Helfgott and the Myth of Shine. New York Warner Books 1998.



miércoles, 16 de septiembre de 2015

MONTEAGUDO


Clasificar a Bernardo Monteagudo dentro de alguna categoría que permita describir su persona, es una tarea no exenta de dificultades. Se puede decir que fue un dandi, porque supo imponer la moda con su vestimenta refinada, un engreído, un intelectual de vasto conocimiento, un trabajador infatigable por la causa de la libertad, un oportunista, un apasionado por el sexo opuesto, o un intrépido y temerario hasta la imprudencia.

Todos estos atributos y defectos formaban parte de la personalidad de Monteagudo, pero uno se destacaba sobre los demás y ese fue su lucha incondicional por la independencia de América del Sur. A pesar de su valiosa contribución por esta causa, la historia lo ha relegado al olvido, aunque últimamente varios ensayistas tratan de rescatarlo de la oscuridad en que estaba sumergido.


                             Bernardo Monteagudo (1789-1825)

Monteagudo nació en Tucumán en 1789 del matrimonio del español Miguel Monteagudo, capitán de milicias y de Catalina Cáceres quién poseía una discreta pincelada indígena que le fue trasmitida a su hijo Bernardo. El joven se educó en el mejor ámbito educativo de América del Sur: la Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier de Chuquisaca, hoy Sucre, de cuyas aulas de filosofía e historia impregnadas de las ideas de los iluministas franceses, salieron los futuros revolucionarios Castelli, Moreno y Gorriti.

Monteagudo que había leído los clásicos de la literatura y devorado las obras de Diderot, Montesquieu y Voltaire, se transformó en un hábil escritor con gran capacidad de convicción y una pluma valiosa para la revolución. Ya a los 17 años produjo un manifiesto de gran éxito entre los estudiantes y profesores de la Universidad titulado “Diálogo de Atahualpa y Fernando VII”, que se difundió a través de innumerables manuscritos, debido a que el empleo de la imprenta estaba vedado a quienes pretendían criticar el sistema colonial imperante. El diálogo audaz, mostraba la ideología revolucionaria perfectamente definida y la temeridad juvenil de Monteagudo y se la puede considerar como una de las primeras proclamas independentistas.

En 1809, Monteagudo se transformó en uno de los promotores de la rebelión de Chuquisaca contra los abusos de la administración virreinal y a favor de un gobierno propio que sería la chispa de la Revolución que estallaría un año después en Buenos Aires. Se produjo una violenta represión ordenada por Abascal, el virrey de Lima y las cabezas de los cabecillas fueron clavadas en picas que se colocaron en la entrada de varios pueblos. Monteagudo se salvó de la muerte porque era joven y el gobierno colonial aún desconocía el peligro que significaba su pluma, pero fue hecho prisionero y engrillado bajo el “abominable delito de deslealtad a la causa del rey”. Un año después estalló la Revolución de Mayo en el Río de la Plata y Monteagudo aún seguía en prisión. Fue entonces cuando el ejército revolucionario, al mando de Castelli, logró un aplastante triunfo en la batalla de Suipacha y avanzó hacia Lima. El gobernador español y el jefe militar huyeron de Chuquisaca, se produjo un desbande en la ciudad y se relajó la disciplina de la cárcel. Esta situación fue aprovechada por Monteagudo con ayuda de una de sus tantas admiradoras que mientras seducía al carcelero, logró escapar saltando los muros de la prisión.

En esta parte del relato conviene hacer un breve paréntesis para destacar las aptitudes donjuanescas de Monteagudo. Su porte elegante, su perfecta contextura física, su vestimenta de primera calidad y a la moda y por sobre todo, su habilidad para el diálogo, lo convirtieron en la figura central de todas las tertulias, rodeado por damas embelesadas y maridos celosos. Después de la lucha revolucionaria, su segunda pasión fueron las mujeres, muchas se limitaron a compartir su lecho, otras lo ayudaron y alguna sin proponérselo fue la causa indirecta de su muerte a manos de sicarios.

Una vez libre, Monteagudo se sumó al Ejército del Norte bajo el mando de Castelli, que después de la batalla de Suipacha venía sublevando a todo el Alto Perú. Castelli pudo haber estado a la altura de San Martín si no hubiera sido por ciertos errores tácticos, uno fue aceptar la orden de la Junta de Buenos Aires para proponerle al general español Goyeneche una tregua de 40 días. Éste aprovechó para reaprovisionarse, violó el pacto y atacó al ejército revolucionario sorpresivamente, produciendo el desastre de Hauqui. El segundo error fue una campaña anticlerical violenta, en la cual tuvo gran responsabilidad Monteagudo que no supo medir el arraigo religioso que había en las poblaciones. Finalmente, el ejército libertador realizó un repliegue desordenado saqueando las poblaciones por las que pasaba, algo que un jefe avezado con disciplina militar hubiera impedido, pero Castelli era abogado y desempeñó su función lo mejor que pudo hasta el límite de su escaso conocimiento castrense.

En 1811, encontramos a Monteagudo en Buenos Aires y una de sus primeras acciones fue la defensa de Castelli acusado por la derrota de Huaqui. Con febril actividad se hizo cargo de la dirección del periódico La Gaceta, pero como Rivadavia, secretario del Triunvirato le censuraba sus notas fogosas, creó su propio diario Mártir o Libre. Un año después participó en la fundación de la Sociedad Patriótica y dirigió su órgano de difusión: El grito del sud. En 1812 hubo un intento de revuelta contra el Primer Triunvirato encabezado por el influyente y rico comerciante español Martín Álzaga. El movimiento fracasó y los rebeldes fueron sometidos a un juicio sumarísimo donde Monteagudo como fiscal fue lapidario en la decisión de condenarlos a muerte. Para él, que estaba impregnado de los principios jacobinos, la causa de la revolución era sagrada y quienes se opusieran a ella debían ser castigados sin atenuantes.

                           Primer ejemplar de El Grito del Sud

En 1812 llegó a Buenos Aires la goleta George Canning que traía a San Martín, Alvear y otros personajes quienes inmediatamente fundaron la Logia Lautaro, rama de la logia masónica inglesa originada por Francisco Miranda. Esta Logia junto con la Sociedad Patriótica derrocó el 8 de octubre de 1812 al Primer Triunvirato e instaló el Segundo que convocó al Congreso Constituyente o Asamblea del Año XIII en la que Monteagudo participó como diputado por Mendoza. La Asamblea adoptó una serie de medidas que Castelli y Monteagudo habían concretado en el Alto Perú: la abolición de los tributos de los indios; la eliminación de la Inquisición; la supresión de los títulos de nobleza y de los instrumentos de tortura.

La Logia Lautaro se dividió en dos facciones, una encabezada por San Martín y otra por Alvear que trató de frenar el movimiento independentista. Erróneamente, Monteagudo se asoció a esta fracción, contrariando sus principios de lucha revolucionaria. Alvear ensoberbecido de poder, intentó derrocar a San Martín desde Buenos Aires, por entonces gobernador de Cuyo, pero el ejército le soltó la mano y debió renunciar a su cargo de Director Supremo, arrastrando en su caída a Monteagudo. Éste ya tenía muchos enemigos sobre sus espaldas: españoles, criollos y varios maridos con adornos en sus frentes, porque Monteagudo, a semejanza del Don Giovanni de Mozart, no respetaba ni edad, ni condición social ni estado civil de las damas que acudían a su lecho.

El nuevo gobierno a cargo de Juan Martín de Pueyrredón lo envió al destierro, que no sería el único que sufriría Monteagudo. Anduvo boyando por Europa varios años hasta que se le permitió volver, pero solo a la provincia de Mendoza. Esta vez tuvo mejor olfato para elegir y se incorporó a San Martín y O’Higgins quienes quedaron seducidos por la personalidad avasallante de aquél joven. Fue nombrado Auditor de Guerra del Ejército y le otorgaron el grado de Teniente Coronel. Se atribuye a él la proclama de la Independencia de Chile.

Acompañó a las fuerzas de San Martín a Lima donde asumió varios cargos que aumentaron su poder considerablemente. Fue implacable con algunos sectores de la iglesia, con los españoles y con los grupos más conservadores de la oligarquía limeña que se oponían a la campaña libertadora y por sobre todo habían sido perjudicados por la imposición de la libertad de vientres, unas de las numerosas leyes progresistas decretadas por San Martín y Monteagudo. A semejanza de lo que le ocurrió en Buenos Aires, no tardó en acumular muchos enemigos y cuando El Libertador se dirigió a Guayaquil para el célebre encuentro con Bolívar, se produjo un levantamiento que lo defenestró y lo expulsó a Panamá. Fue su segundo destierro.

Después del encuentro de Guayaquil, San Martín delegó el mando de su ejército a Bolívar y el oportunista Monteagudo se trasladó a Ecuador donde pronto sedujo al general venezolano que lo incorporó a su círculo íntimo. Bolívar decidió trasladarse a Lima para consolidar la obra de San Martín y mandó a Monteagudo como adelantado. Lo acompañó Manuela Saenz, la amante de Bolívar, pero el joven supo controlar sus hormonas y solo mantuvo con la dama una cordial relación social. Hubiera sido un suicidio intentar conquistarla.

Por más poder que tuviera, al regresar a Lima, Monteagudo se había convertido en un condenado a muerte. El 28 de enero de 1825, salió de la casa de su amante de turno Juana Salguero. Marchaba elegante con su chaqueta de terciopelo, prendedor de zafiro y diamante sobre su corbatín de seda. Sus zapatos charolados brillaban a la luz de las estrellas y su capa negra se bamboleaba con su paso elegante. Súbitamente surgieron dos sombras que se le echaron encima, uno lo sujetó por los brazos mientras el otro le introdujo en el pecho una enorme cuchilla. La muerte fue casi instantánea.
Unos años antes, previendo su futuro, Monteagudo publicó en La Gaceta de Buenos Aires: “Sé que mi intención será siempre un problema para unos, mi conducta un escándalo para otros y mis esfuerzos una prueba de heroísmo en el concepto de algunos, me importa todo muy poco, y no me olvidaré lo que decía Sócrates, los que sirven a la Patria deben contarse felices si antes de elevarles altares no les levantan cadalsos”.


                      Monumento a Monteagudo en Parque Patricios

Fuentes
Pacho O’Donnell. Monteagudo. La pasión revolucionaria. Editorial Planeta. Buenos Aires 1995.
Miguel Bonasso. La venganza de los patriotas. Editorial Planeta. Buenos Aires 2010.
Felipe Pigna. Bernardo de Monteagudo. El Historiador. http://www.elhistoriador.com.ar/biografias/m/monteagudo.php


jueves, 10 de septiembre de 2015

NOSTALGIAS DEL BARRIO


Añoranzas en el tango
Enrique Santos Discépolo dijo: “El tango es un pensamiento triste que se baila”. Inicio el artículo con esta frase porque es necesario diferenciar la letra de la música. Cuando me refiero a la melancolía y a la nostalgia en el tango, estamos esencialmente hablando de muchas de sus letras. Por su lado, la música podría ser melancólica, especialmente desde la introducción del bandoneón, instrumento indispensable en toda orquesta de tango que recaló en el Río de la Plata a principios del siglo XX, para quedarse definitivamente.
El baile del tango produce placer, es sensual y atrapante. No hay tristeza en quien dibuja los firuletes en el piso del salón junto a su pareja. Por lo tanto, si vamos a hablar de melancolía y nostalgia en el tango, debemos abandonar la música y concentrarnos en la letra.

El tango no se originó en salones elegantes, como el vals, viene del país profundo, de los arrabales, de la gente humilde y, por lo tanto, es una expresión estética popular del sentido trágico de la vida.

Sin embargo, Luis Adolfo Sierra y Horacio Ferrer sentenciaron que “el tango no es triste, es serio”. Tienen razón, y el distingo es válido y oportuno. La seriedad no solo surge de su meditación sobre los problemas de la vida, sino también de los lazos sólidos con el universo urbano de Buenos Aires, la ciudad que, junto con Montevideo, fue la cuna del tango. Se puede afirmar, por lo tanto, que el tango es la música rioplatense.

El puente Alsina
Muchos de los tangos que se escribieron después de la década de los 20 coincidieron con las mejoras cívicas de Buenos Aires, el ensanchamiento de la calle Corrientes, las diagonales y los cambios suburbanos. Sin embargo, al porteño de clase humilde y de los conventillos, al hombre del arrabal, estos cambios no le caían bien. Él prefería el empedrado al pavimento y consideraba que los avances urbanísticos le borraban los recuerdos y las imágenes de su infancia, y no le faltaba cierta razón. En este aspecto, hay letras que son arquetípicas, como Puente Alsina, de Benjamín Tagle Lara:

¿Dónde está mi barrio, mi cuna querida?
¿Dónde la guarida, refugio de ayer?
Borró el asfaltado, de una manotada,
la vieja barriada que me vio nacer...
Puente Alsina, que ayer fuera mi regazo,
de un zarpazo la avenida te alcanzó...

Puente Alsina, que fue escrito en 1926, se refiere a la estructura homónima que por entonces era una construcción de madera relativamente precaria que cruzaba el Riachuelo y se continuaba en camino de tierra uniendo la capital con el partido de Lanús. Ambos lados del puente eran refugio de malandras, cafiolos, guapos y cajetillas. Fue reemplazado por una estructura de hierro de carácter temporario que evidentemente no satisfizo a esa fauna porteña.

                           El nuevo y el viejo Puente Alsina

Igualmente paradigmático es Tinta roja, de Cátulo Castillo y Sebastián Piana:

¿Dónde estará mi arrabal?
¿Quién se robó mi niñez?
¿En qué rincón, luna mía,
volcás como entonces
tu clara alegría?
Veredas que yo pisé,
malevos que ya no son,
bajo tu cielo de raso
trasnocha un pedazo
de mi corazón.

El tango Tinta roja es de 1941, y la ciudad había sufrido modificaciones sustanciales, que evidentemente distorsionaron la imagen que tenía el protagonista de su infancia y lo expresa con una frase sucinta y contundente: ¿Quién se robó mi niñez?

Por su parte, el tango San José de Flores, de Enrique Gaudino y Armando Acquarone, es un ejemplo de que también los barrios alejados del centro de la ciudad sufrieron cambios que alteraron fuertemente su fisonomía:

Me da pena de verte hoy, barrio de Flores,
rincón de mis juegos, cordial y feliz.
Recuerdos queridos, novela de amores
que evoca un romance de dicha sin fin.
Nací en ese barrio, crecí en sus veredas,
un día alcé el vuelo soñando triunfar;
y hoy, pobre y vencido, cargado de penas,
he vuelto cansado de tanto ambular...

Más adelante, las estrofas adquieren un tinte dramático y marcan la desazón del tipo al encontrar un paisaje distinto al que guardaba en su memoria. Como él no cambió ni evolucionó, sino que, por el contrario, vuelve derrotado al pago de la infancia, no puede aceptar que es él quien se quedó en el tiempo, y ese contraste le marca más su fracaso:

Más vale que nunca pensara el regreso,
si al verte de nuevo me puse a llorar.
Mis labios dijeron temblando en un rezo:
¡Mi barrio no es este, cambió de lugar!...

Evocación de salones de baile
Desde principios de la década de los 20, y después de muchos años de suburbio y arrabal, el tango comienza a instalarse en el centro porteño como rey de la noche. Deja de ser música y baile solo de barrios marginales y piringundines, para ser figura principal de los cabarets y locales nocturnos más exclusivos de la zona céntrica de la ciudad. Algunos salones de baile que fueron famosos durante la primera mitad del siglo XX pasaron a transformarse en salas de exhibiciones, como el Palais de Glace. Enrique Cadícamo, asiduo concurrente de aquel salón, lo homenajeó con estas letras:

                                              El Palais de Glace en 1910

Palais de Glace del 920,
No existes más con tu cordial ambiente.
Allí bailé mis tangos de estudiante,
Allí soñé con los muchachos de antes.
Tu recuerdo es emoción
Y al mirar que ya no estás se me encoge el corazón.

Otro lugar famoso fue El Chantecler, un cabaret situado en pleno centro porteño donde, desde 1925 y hasta la mitad del siglo, desgranaron compases las más destacadas orquestas de tango, empezando por la de Julio de Caro, que lo inauguró con su violín corneta.

               Julio De Caro (1899-1980)

Desde sus palcos solía asomarse Carlos Gardel, muchas veces acompañado de una francesa conocida como Madama Ritana, que se comentaba que fue su amante. Finalmente, la piqueta puso fin a sus días en 1960. Enrique Cadícamo lo evoca de esta manera en Adiós, Chantecler:

Te redujo a escombros la fría piqueta
y al pasar de noche mirando tus ruinas,
este milonguero se siente poeta
y a un tango muy triste le pone sordina.
Entre aquellas rojas cortinas de pana
de tus palcos altos que ahora no están,
se asomaba siempre Madama Ritana,
cubierta de alhajas bebiendo champán…

                        El Chantecler

Muchas veces, el recuerdo del tipo se solaza en cosas muy simples: un patio, una pared y hasta el cordón de la vereda.
Cuartito azul, según sus autores, Mario Battistella y Mariano Mores, estuvo inspirado en una habitación muy pobre, pintada con “azul de lavar la ropa”, un elemento de limpieza que hace décadas ya no se utiliza:

Cuartito azul de mi primera pasión,
Vos guardarás todo mi corazón.
Si alguna vez volviera la que amé
Vos le dirás que nunca la olvidé.
Cuartito azul, hoy te canto mi adiós;
Ya no abriré tu puerta y tu balcón.

El conventillo fue la primera expresión de la vivienda popular que la gran ciudad destinó a la incorporación de la masa inmigrante que en su mayoría era pobre. Numerosas familias habitaban estas casas de inquilinato donde se entremezclaban idiomas, costumbres, desarraigos y nostalgias. En los patios de ladrillo se bailaba el tango, y las parejas locales y extranjeras se entremezclaban al ritmo de algún bandoneón, generalmente tocado por un italiano que ya traía de su país el conocimiento de la música y había quedado prendado con el ritmo del tango. Cátulo Castillo y Aníbal Troilo compusieron Patio mío, en homenaje a ese espacio de reunión y baile.

Está mirando el cielo desolado
tu historia de ladrillos y portón.
El corazón sencillo, lastimado,
con un perfil de tango y corralón…

También Aníbal Troilo fue autor de El patio de la morocha, que fue motivo del film homónimo donde Virginia Luque se lució con su voz:

Patio de la morocha que allá en el tiempo
tuvo frescor de sombras como el alero.
Sobre tu piso pobre, ladrillos viejos;
junto a mi pecho triste sus ojos negros
diciendo adiós, diciendo adiós.

                Virginia Luque (1927-2014)

Cosas tan simples como un muro o el cordón de la vereda pueden llegar a despertar recuerdos nostálgicos, como se aprecia en Madreselva, de César Amadori y Francisco Canaro:

Vieja pared del arrabal,
tu sombra fue mi compañera.
De mi niñez sin esplendor
la amiga fue tu madreselva.

Por su parte, Chico Novarro encontró en el cordón de la vereda del barrio motivo para ponerle letra y música al tango Cordón:

Contame un poco más, del tiempo aquél
en que el tranvía te afeitaba,
cuando la noche era un hollín,
de taco y de carmín en la enramada
Contame un poco más, del tiempo aquél
que se llevó la alcantarilla,
viejo cordón de mi vereda,
el único peatón, sos vos.

La definición más reveladora del tango es la que usan los viejos de la noche: tango es el abrazo. Más allá de la música, la poesía lunfarda, el coqueteo incesante y la presencia arrebatadora de los sentidos, está ese acto humano, humanísimo. El tango convierte al abrazo en humanísima poesía.

Referencias

             Collier S. Carlos Gardel. Buenos Aires: Editorial Sudamericana 1992.
             Gobello J. Letras de tangos. Buenos Aires: Ediciones Nuevo Siglo 1995.
             Gobello J. Letras de tango, Tomo I. Buenos Aires: Ediciones Centro Editor, Selección, 1997.
             Romay H. El tango y sus protagonistas. Buenos Aires: Bureau Editor SA 2000.
             Horacio Ferrer. El libro del tango. Tomo I, Antonio Tersol Editor, Buenos Aires 1980.