Sara Laskier de Rus
En la física, resiliencia se refiere a la propiedad de un material de recobrar su forma original después de haber estado sometido a altas presiones. La psicología y la psiquiatría se apoderaron del término e ingeniosamente lo aplicaron a la capacidad que posee una persona para sobreponerse a intensos períodos de dolor emocional y traumas. Por lo tanto, la resiliencia se considera como una respuesta positiva y donde otros terminan en depresión, suicido o enfermedades, el sujeto con resiliencia logra reordenar su vida y seguir adelante.
Sara es una resiliente, está parada frente al Bosque de la Memoria en Israel, ante los nombres y las fechas de los argentinos asesinados por la dictadura del 76, entre ellos su hijo Daniel. Lleva sobre su cabeza el pañuelo que identifica a las Madres de Plaza de Mayo, pero en su infancia llevaba sobre el pecho una enorme estrella de David.
Infancia robada
Sara Laskier nació en Polonia en 1927 y llevó una vida tranquila y sin mayores sobresaltos hasta que en 1939 el ejército alemán entró en Lodz, su ciudad natal. Junto con las fuerzas del Reich llegaron las SS y la obligaron a usar la estrella de David cuando sólo tenía 12 años y no podía comprender el odio que se había desatado contra los judíos.
Un día aparecieron los alemanes en la casa, ingresaron violentamente como era su costumbre y al ver un violín sobre la mesa preguntaron quién lo tocaba. La madre orgullosa dijo que Sara estaba aprendiendo. “Ah, ¿Te gusta el violín?”, dijo uno de ellos y acto seguido lo reventó contra la mesa.
Al poco tiempo fueron enviados a un gueto y Sara veía como cada tanto los soldados alemanes seleccionaban grupos de personas que eran hacinados en vagones con la promesa de trasladarlos hacia una vida mejor. Todos ignoraban que esos trenes conducían a los campos de concentración, la antesala de las cámaras de gas.
Los que se quedaban debían trabajar si querían comer la escasa y casi inmunda ración única diaria de sopa con algunas verduras y poco o nada de carne. Sara trabajó en una fábrica de sombreros y se llevaba material a la casa para compensar la cuota de entrega que debía hacer Carola, su madre enferma, para que no le quitaran la carta de alimentación.
En el gueto Carola se embarazó dos veces, dos hermanos que Sara perdió a pesar de los esfuerzos que hizo para conseguir leche para los bebés.
Un día apareció en su vida Bernardo Rus a quién su padre había conocido e invitado a cenar. La vida gris del gueto adquirió algunos tintes coloridos al nacer el amor entre el joven de 26 años y la apenas adolescente Sara.
Bernardo sabía que un tío de ella había emigrado a tiempo a la Argentina y había leído mucho sobre ese país. Le propuso a Sara que el día 5, del mes 5 de 1945 se encontraran frente al edificio Kavanagh de Buenos Aires.
Auschwitz
Mucho antes de esa fecha, los alemanes los separaron y Sara con sus padres, durante un tiempo que no recuerda, viajaron sucios y apretados en un vagón maloliente que los depositó en Auschwitz. Comenzaba la peor parte de su vida.
En una enorme plaza empezó la selección y aquélla fue la última vez que vio a su padre. Cuando la separaron de su madre tuvo el coraje de acercarse a un SS que con un látigo estaba en el medio de la plaza. “¿Cómo tienes la osadía de acercarte?” Sara le respondió en alemán “¿por qué me sacaste a mi madre?”. “¿De dónde hablas alemán?’. Ella respondió que en su casa se hablaba. “Ve a buscar a tu madre”. Desde entonces madre e hija nunca se separaron.
Las mandaron a los baños, las raparon, les dieron ropa que no les quedaba y las llevaron a una barraca donde se amontonaron en el piso de cemento. No tenían que hacer nada, excepto salir y formar para que las contaran. Todos los días sacaban algunas mujeres de la fila. Jamás supo cuáles fueron sus destinos. El hambre y los piojos la atormentaron cotidianamente y en el invierno se agregaba el frío. Continuamente moría gente de neumonía y desnutrición.
En el 44 Sara y su madre fueron destinadas a una fábrica de aviones en Alemania, hasta que el avance de las tropas aliadas hizo que las trasladaran nuevamente en trenes atestados al campo de concentración de Mauthausen, en Austria, donde finalmente fueron liberadas por la Cruz Roja.
Sara no olvidaría nunca la fecha, el 5 del 5 del 45, el día que debía reunirse con Bernardo en el Kavanagh. Fue en Europa donde se encontraron y decidieron venir a la Argentina. Lo hicieron clandestinamente vía Paraguay porque el gobierno de Perón había restringido la entrada de judíos.
La desaparición de Daniel
En Formosa quedaron retenidos junto con otras 100 personas y con la amenaza de devolverlos al Paraguay. Fue entonces que Bernardo le escribió una carta en polaco a Eva Perón contándole la historia de sus vidas.
Sorprendentemente la carta llegó a manos de Evita, quién la hizo traducir y les mandó a decir que no se preocuparan y que recibirían los pases para ir a Buenos Aires. La promesa se cumplió y lograron afincarse en la gran ciudad, donde tuvieron una vida pacífica y dos hijos, Daniel, nacido en 1950 y Natalia 5 años después.
Sara y Bernrado a poco de llegar a Buenos Aires Daniel
El destino parecía haber entrado en un carril de estabilidad, pero a Sara la esperaba el golpe más terrible. En 1976, su hijo, de 26 años, fue secuestrado al salir de la Comisión Nacional de Energía Atómica. Militaba en el peronismo, pero nunca tuvo participación activa en las agrupaciones revolucionarias. Le habían sugerido que entrara en la clandestinidad, pero él se negó, debía terminar su tesis. Además era un científico, un físico que trabajaba para el país ¿por qué habrían de perseguirlo?
Daniel cometió el mismo error de cálculo que los judíos alemanes, que creyeron que Hitler los respetaría por haber luchado para Alemania en la Primera Guerra Mundial y ser descendientes de varias generaciones de alemanes.
La familia de Sara movió cielo y tierra, pero fue inútil. Su madre y su esposo no pudieron resistir el golpe, Carola falleció poco tiempo después y Bernardo en 1983, cuando comprobó que la democracia no le devolvería su hijo.
Pero Sara no claudicó, se puso el pañuelo blanco y comenzó a dar las vueltas alrededor de la plaza de Mayo junto con las demás Madres. Nunca recuperó a Daniel, pero al menos tiene la satisfacción de ver a los principales asesinos entre rejas.
Sara con Néstor en la inauguración de la Plaza Decalración Universal de los Derechos Humanos en la ex Esma. A la derecha Osvaldo Bayer con Cristina.
“Todos me preguntan de dónde saco las fuerzas–le comenta Sara a la periodista Victoria Ginzberg– yo lucho por no olvidar. Lucho por la memoria. Para que jamás los nazis de Alemania y los que estuvieron acá tengan el poder que tuvieron. La memoria es lo más importante, porque si no se tiene memoria las cosas vuelven a pasar.”
Sara Laskier de Rus tiene 85 años y sigue activa junto a las Madres de Plaza de Mayo.
Fuentes
22/8/2010
Eva Eisenstaedt. Sobrevivir dos veces. Editorial Mila.
Guillermo Lipis. Las dos tragedias de Sara Rus. Le Monde Diplomatique. Agosto 2012
Conmovedora historia de esta maravillosa mujer. Gracias por difundirla en una acertada síntesis, mencionando las fuentes y con excelentes fotos.
ResponderEliminarMuchas gracias, fiel lectora de El Mordaz
EliminarMmmmm, me parece que me diste la cana...
EliminarExcelente nota !
ResponderEliminar