La última ocasión en que el soldado norteamericano peleó con convicción fue en la Segunda Guerra Mundial, pero se necesitó el ataque a Pearl Harbour, para sacar al ciudadano común de la indiferencia ante el avance arrasador de la blitzkrieg y el bombardeo sobre Londres, cuna de sus antepasados. Más aún, empresas norteamericanas como las del cártel de Rockefeller, recién interrumpieron sus relaciones comerciales con Hitler cuando los Estados Unidos le declararon la guerra.
El joven norteamericano, no tiene interés en involucrarse en un conflicto de un país lejano, al que no sabe precisar en el mapa y menos para pelear por razones que sólo importan a las empresas petroleras y a la industria armamentista.
Ante esta apatía, el Pentágono desarrolló varios recursos que son a) preparar y armar tropas locales en el país invadido, b) utilizar drones y c) contratar mercenarios. La primera opción hasta ahora dio pobres resultados, debido a que las fuerzas armadas formadas localmente tuvieron un rendimiento de combate bajísimo.
Drones
La segunda opción son los drones, aviones robot sin pilotos que se están imponiendo en los conflictos bélicos de Medio Oriente. En la actualidad el Pentágono cuenta con varios miles de estos engendros voladores. Cada uno, fabricado por General Atomics, cuesta 13 millones de dólares, sin contar el valor de los misiles Hellfire, producidos por Lockheed Martin. Un fructífero negocio para este sector de la industria armamentista.
Su diseño e implantación fue favorecido por la llamada “Doctrina Rumsfeld”, diseñada por Donald Rumsfeld ex secretario de Defensa de Reagan y posteriormente de Bush. La doctrina catapultó enormemente los costos para material bélico, incluyendo entre otras cosas, el escudo antimisiles y los drones. Rumsfeld ha sido denunciado por diversas organizaciones como criminal de guerra por sus actuaciones en Irak y en Guantánamo.
Hasta ahora, a los drones no les fue bien, gran número de ellos se estrellaron sin cumplir sus misiones. Pese a todo, durante la última década, se produjeron alrededor de 300 ataques con drones fuera de los campos de batalla de Irak, Afganistán y Libia. De esos ataques, el 95% se produjeron en Pakistán, y el resto en Yemen y Somalía. En total, estos aberrantes productos de la Guerra de las Galaxias, mataron a más de 3.000 personas, de las cuales el 20% son civiles, incluyendo mujeres y niños, a quienes el ejército norteamericano designa con el eufemismo de daños colaterales.
Drones
Según el New York Times, Obama es quién ordena personalmente los ataques en reuniones semanales que tiene con el equipo antiterrorista de la Casa Blanca en la “Sala de Situación”. En ellas se le presenta al presidente la lista de los condenados a muerte (Kill List) que han sido localizados, y este, tras estudiarla caso por caso, como en los tiempos de la Inquisición, pone su dedo sobre la futura víctima. Recemos sin embargo, para que Obama sea reelecto, porque los republicanos son peores.
No se toman prisioneros, no se arriesgan vidas norteamericanas y, el hecho de actuar con mando a distancia, adormece remordimientos (si es que los hay), de la conciencia de toda la cadena humana involucrada con los drones, incluyendo al presidente de los Estados Unidos.
Muy probablemente surjan en breve jueguitos de computadora con esta temática. Todo un mensaje subliminal.
Abu-Yahya-al-Libi, número 2 de Al Qaeda, víctima reciente de un ataque de drones
Mercenarios
Llegamos a la tercera opción que son los mercenarios. Porque es importante señalar que la guerra de Irak es la más privatizada de la historia. El Pentágono tercerizó todo, y numerosas empresas, la mayoría norteamericanas, participan de este suculento negocio, entre ellos la contratación de mercenarios. Hay varias de ellas, una es la SOC (Special Operation Consulting), fundada en el estado de Nevada por dos oficiales retirados.
Insignia de la SOC
La SOC contrata por el término de un año a voluntarios que, si son blancos y provienen de países desarrollados, reciben buena paga y trato acorde. Muy distinto es aquél que proviene del tercer mundo y se alista como mercenario. Integran la condición de “third country nationals” (TCN), o ciudadanos de terceros países. En 2010 eran más de cuarenta mil, distribuidos en las 25 bases del ejército estadounidense en Irak, siendo la mayoría de ellos ugandeses.
Esto se debió a que Kampala fue una de las pocas capitales africanas que apoyó la administración Bush, lo que dio origen a una estrecha colaboración entre los ejércitos de ambos países. El salario de los TCN es de 400 dólares mensuales contra los diez mil de los mercenarios europeos.
El TCN debe firmar un contrato de 11 páginas que apenas alcanza a leer. Se lo provee de vestimenta y equipo que son inadecuados, especialmente para soportar las heladas noches del invierno iraquí.
No hay límite de horario y puede llegar a trabajar hasta 15 horas diarias, las vacaciones suelen aplazarse y cuando le son otorgadas no incluyen paga alguna. El magro salario puede sufrir recortes ante cualquier irregularidad en el cumplimiento de las tareas, en el cuidado de la vestimenta o el desempeño militar. Las quejas y conatos de rebeldía son castigados con designaciones a zonas peligrosas.
Mercenario ugandés
El TCN recibe una atención médica insuficiente y deficiente para cualquier tipo de lesión o infección adquirida. Al término del contrato regresa a Kampala sin dinero y sin poder costearse el tratamiento de las enfermedades físicas y psíquicas que adquirió durante el año al servicio del ejército de los Estados Unidos.
Irónicamente, la empresa contratista les pide a sus TCN “Representar dignamente los ideales de la república de Uganda”.
Fuentes consultadas: Micah Zenko, investigador de temas estratégicos. El Arca Digital
Alain Vicky, periodista de Le Monde Diplomatique.
Javier Valenzuela. El País de España
Andrew Roseenthal. The New York Times
QUÉ BUENA INVESTIGACIÓN, RICARDO.
ResponderEliminarYA LA HEMOS SUBIDO A NUESTRO BLOG. ESPERAMOS NOS VIVITES Y TE HAGAS SEGUIDOR; NOSOTROS YA LO SOMOS.
UN ABRAZO
indecquetrabaja.blogspot.com
IQT