sábado, 2 de junio de 2012

APÁTRIDA, 200 AÑOS Y UNOS MESES

Caminando por la Recoleta, se encuentra la estrecha calle que lleva el nombre de Eduardo Schiaffino que con sus dos magras cuadras de extensión bordea la Plaza San Martín de Tours. Si les preguntamos a los peatones que por allí circulan quién era Schiaffino, dudo que haya alguno que tenga una respuesta adecuada. Quizás un vecino memorioso recuerde que era un pintor por haber visto algunas de sus obras en el Museo Nacional de Bellas Artes, pero lo que seguramente ignora es que fue su fundador.

Eduardo Schiaffino (1858-1935), forma parte del grupo de personajes de nuestra historia relegados al olvido. Si indagamos sobre su vida veremos que además de fundar el principal museo de arte de nuestro país, fue cofundador de la Academia Nacional de Bellas Artes y de El Ateneo de Buenos Aires, centro que reuniría un importante grupo renovador de la cultura hispanoamericana, con la participación de destacadas figuras como el nicaragüense Rubén Darío y Leopoldo Lugones.

Cuando Schaffino tomó la dirección del Museo Nacional de Bellas Artes lo inauguró con 159 pinturas. Quince años después y gracias a su gestión, el patrimonio artístico del museo exponía 3745 obras.

Fue también diplomático, periodista y escritor y su obra más destacada fue La pintura y la escultura en la Argentina. Estimuló la apertura de las primeras galerías de arte, de las cuales hoy Buenos Aires se enorgullece por su número y calidad y también dio gran impulso a las artes plásticas. Ah, me olvidaba, se encuentra entre los grandes pintores de la generación del 80, la que dio artistas de la talla de Sívori, Pio Collivadino, Della Valle, De la Cárcova, Giudi, y el propio Schiaffino.

 De izquierda a derecha: Eduardo Schiaffino, Eduardo Sívori, Angel Della Valle, Ernesto de la Cárcova y otros

Del casi anonimato y del injusto olvido, el artista fue rescatado en forma singular a través de una reciente obra de teatro llamada Apátrida, 200 años y unos meses. La alegría, el fervor y la creatividad del Bicentenario de 2010, estimularon al dramaturgo, actor y director Rafael Spregelburd (42 años) a retomar un proyecto que desde hacía años tenía encajonado. La idea se la dio Viviana Usubiaga (amiga de Rafael, investigadora del Conicet y doctora en la carrera de Arte de la UBA). Ella presentó una tesina que la obligó a sumergirse en las bibliotecas al rescate del intercambio epistolar y las notas de los periódicos, sobre una disputa acerca del arte entre Eduardo Schiaffino y un español radicado en Buenos Aires, Eugenio Auzón, crítico de arte, secretario de varios ministros y también pintor de marinas, de las cuales no subsiste ninguna.

Cuando Schiaffino se propuso, mediante una modesta exhibición en la calle Florida, fundar un arte nacional, la única voz que se levantó en su contra fue la de Auzón.  “Habrá arte argentino dentro de doscientos años y algunos meses”, sentenció. El español no había sido incluido en la muestra y es posible que su resentimiento lo llevara a generar la polémica que fue lúcida y amarga entre ambos en un crescendo permanente. Personajes de la política y la sociedad como Roque Saenz Peña, Pedro Luro y Aristóbulo del Valle participaron en este episodio que tuvo en ascuas al mundo porteño de los años 90.

Auzón los acusaba de ser pintores argentinos, que en pos de un arte nacional se van a estudiar a Francia becados por el estado, y vuelven acá a pintar un Juan Moreira con técnica francesa. La disputa entre Auzón, pintor mediocre y olvidado y el fundador del Museo Nacional de Bellas Artes incluyó múltiples tópicos: el uso y abuso de las becas estatales para perfeccionarse en Europa, la impronta de la nacionalidad en la identidad artística, la creación de un mercado del arte, la participación de los coleccionistas privados y la influencia viciosa del arte extranjero y el abuso de la temática telúrica. Spregelburd deja librada a la audiencia la interpretación de si los pintores argentinos son los apátridas o el apátrida es Auzón que abandonó su país, pero se siente extranjero en la Argentina.

Ninguno de los contrincantes cedió terreno y lo que comenzó con una controversia, continuó en agresiones verbales para finalizar en un duelo a sables que era una de las formas comunes de dirimir ofensas en el Buenos Aires de hace un siglo. El duelo tuvo lugar en un bosque por la zona de Morón en la madrugada de la Navidad de 1891 y Schiaffino terminó con una herida en la mano.

Fuimos a ver Apátrida, 200 años y unos meses, escrita, dirigida y actuada por Rafael Spregelburd en el teatro El Extranjero por la zona del Once. Spregelburd construyó una dramaturgia de un atractivo fascinante y creativo desde cualquier punto de vista que se la analice. Nos rodeaban estudiantes de teatro tomando nota porque está considerada una obra de referencia. A través de ella, no sólo se refleja aquella discusión sobre el arte nacional, sino que sirve de profunda reflexión acerca de temas y conceptos que aún hoy se mantienen en debate.

Apátrida, es una experiencia escénica formidable donde Spregelburd es el único actor haciendo alternativamente el papel de Schiaffino y de Auzón. El componente musical es constante y de una creatividad fascinante a cargo del talentoso músico Federico Zypce que nunca abandona el escenario rodeado de instrumentos musicales al mejor estilo de Les Luthiers a los cuales hace sonar con increíble maestría. La música y los sonidos se adaptan ingeniosamente al argumento y sin ese componente la obra perdería gran parte de su encanto, que el talento creador de Spregelburd supo tener en cuenta.

                           Federico Zypce y Rafael Spregelburd en plena actuación

Confieso que durante los primeros quince minutos cabeceé de sueño, pero a medida que transcurría el drama cada tanto salpicado con una ironía o un toque de humor, me fue envolviendo cada vez más hasta llegar al final, donde Spregelburd y el músico se involucran en la coreografía de una danza italiana. Nada que ver con el resto de la obra, pero desopilante y genial.

Debemos agradecerle a Viviana Usubiaga la idea de revolver la memoria de la historia para desempolvar del olvido a Schiaffino envuelto en aquél episodio pintoresco y medio trágico. A Spregelburd y su compañero Zypce la magia actoral y musical que contribuye a que la Argentina siga en el tope del teatro mundial.

                                            Eduardo Schiaffino: Desnudo

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