“¡No sabés con quién te metés, tendrías que haber hablado primero conmigo!”, fueron las palabras intimidatorias de Martín Redrado (el Golden Boy como solía llamarlo Neustadt), a Mercedes Marcó del Pont cuando en 2007, siendo entonces diputada nacional, pretendió modificar la carta orgánica del Banco Central (BC).
El proyecto era ampliar los objetivos de la institución que hasta entonces se limitaban a uno solo: el control de la moneda. Según ese esquema, el presidente del BC se sentaba sobre las reservas y determinaba que eran intocables, si el Estado necesitaba dinero debía solicitarlo afuera a tasas altísimas, mientras tanto, las reservas sin cumplir utilidad alguna permanecían inamovibles. La reforma del BC hecha por Cavallo había transformado a la institución en un Estado dentro del Estado.
Mercedes Marcó del Pont, presidenta del BC
El proyecto de Marcó del Pont pretendía sacar al BC de su función ortodoxa monetarista y transformarlo en una entidad con utilidad para la sociedad. Es decir que podrá dictar políticas para mantener la estabilidad financiera, el desarrollo económico con equidad social y el empleo.
También si el Estado lo requiere le facilitará dinero, que eventualmente le será devuelto. Sobre este punto se volcaron con toda su furia los economistas neoliberales, algunos políticos y por supuesto los diarios La Nación y Clarín.
Se manejaron con slogans ominosos y fatídicos: “es la medida más siniestra de la historia” dijo en tono trágico Pinedo, diputado del PRO. “Es un zarpazo para hacer caja,” aseveró el muñeco Prat Gay de la Coalición Cívica. Dicho sea de paso, este señor en un programa de televisión manifestó con cara de mármol y sin ponerse colorado que si el Estado necesitaba dinero tenía que endeudarse con créditos, pero jamás recurrir a las reservas del BC y, para despejar toda duda, agregó “no es desacertado endeudarse”.
Ahí quedó al descubierto el motivo de la gran resistencia de estos economistas a la reforma del BC: se les arruinó el negocio de lobistas ante el FMI y otras entidades financieras. Prefieren que el Estado saque un crédito a tasas desorbitantes antes que utilizar las reservas.
Cuando el gobierno de Cristina le solicitó a Redrado utilizar los fondos del BC para pagar un préstamo, el Golden Boy, se tornó caprichoso e inflexible. Cristina de un puntapié lo proyectó a la estratósfera desde la cual Redrado, muy enojado escribió un libro, que nadie le compró, llamado “Sin Reservas”. Él y otros vaticinaron que con el dinero utilizado del BC para pagar el préstamo, la institución quedaba descapitalizada. Una vez más, sus vaticinios no se cumplieron, en menos de un año los fondos no sólo se habían recuperado sino que habían aumentado.
Martín Redrado
La postura de estos señores es perversa, porque saben que si el gobierno pide un préstamo tendrá que pagar tasas altísimas como consecuencia del puntaje que otorgaron al país las calificadoras de riesgo, territorio dominado por las firmas Standard and Poor’s, Moody’s y Fitch. Según estas instituciones, estamos como en Grecia. Sin embargo, las calificadoras no se destacan por su rigurosidad metodológica. Fueron activos partícipes del crecimiento de la burbuja de las hipotecas subprime cuyo estallido provocó el comienzo de la actual crisis internacional. Horas antes de la caída del banco Lehman Brothers, las agencias lo continuaban calificando con la nota más alta (AAA), similar a lo acontecido con Enron previo a su gigantesca quiebra.
La frase repetida hasta el cansancio por los detractores de la reforma del BC fue: “el gobierno necesita el dinero para hacer caja”. La palabra “caja” resonó en los recintos como un eco interminable y amplificada por los medios del monopolio Clarín y los comentaristas del diario La Nacion.
El periódico de los Mitre, que vio con suma preocupación como la reforma se encaminaba fatalmente a su aprobación, atacó el proyecto con virulencia a través de sus periodistas y las editoriales. Entre los comentarios rescato el siguiente: “la reforma de la carta orgánica del Banco Central le otorgará al gobierno tanto poder de intervención en la economía, como en pocos países del mundo.”
La Nación oculta que uno de esos “pocos países del mundo” es Estados Unidos hacia el cual, el diario guarda particular afecto. A solicitud de la Casa Blanca, la Reserva Federal inyectó miles de millones de dólares al sistema financiero para que no quebraran las entidades bancarias, algo que ni Italia, ni España ni Grecia pueden hacer porque no se lo permite el sistema del euro, y así les va.
El 22 de marzo, bien entrada la madrugada, el Senado transformó en ley por 42 votos a favor, 19 en contra y 2 abstenciones la reforma de la Carta orgánica del BC, desplomando una nueva barrera del neoliberalismo.
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