Es día viernes y el grupo allí reunido, como suele hacerlo desde hace centurias, en actitud de recogimiento y con la cabeza inclinada se encomienda a Dios diciendo: "Que el Espíritu Santo ilumine con su gracia nuestra inteligencia y nuestro corazón". La oración es dicha en latín.
El lector puede estar imaginando que esta escena ocurre en algún claustro o iglesia de arquitectura gótica y los participantes son un grupo de monjes, cuyos rostros apenas se divisan bajo la mezquina luz de las velas y la capucha que los cubre.
Pero no es así, este rito tiene lugar en pleno centro de Madrid en un edifico sobre cuya entrada se puede leer “Real Academia de Historia”. El breve rezo en latín es una herencia que la institución no ha desterrado de sus rituales. No es el único lastre que arrastra del pasado, otras son: el número acotado de mujeres y la presencia de un arzobispo, velando para que la historia se relate acorde con los principios de la Santa Madre Iglesia. También se puede agregar la hegemonía centralista (apenas hay académicos de la periferia), el predominio de especialistas en tiempos gloriosos de reyes y conquistadores y algunas funciones anacrónicas, como la del censor.
Hubo que esperar casi 200 años para que ingresara la primera mujer hasta llegar al número actual de tres.
Los orígenes de la Real Academia de la Historia se remontan a tertulias celebradas en casas particulares hasta que en 1738, el rey Felipe V, le otorgó su protección mediante real decreto. En el se establecía que su finalidad era la de aclarar «la importante verdad de los sucesos, desterrando las fábulas introducidas por la ignorancia o por la malicia, conduciendo al conocimiento de muchas cosas que oscureció la antigüedad o tiene sepultado el descuido».
Hasta hace poco la institución venía esquivando con cierto éxito las veladas críticas que recibía por su vetusta estructura, pero la indignación estalló cuando bajo el auspicio del rey Juan Carlos, la academia decidió producir en numerosos volúmenes la biografía de los personajes notables y destacados de España.
La piedra del escándalo fue el tomo referido a la guerra civil. Para escribir el capítulo sobre Franco, los miembros de la academia designaron a un tal Luis Suarez, especialista en historia medieval, miembro de la Asociación Francisco Franco, Presidente de la Hermandad del Valle de los Caídos y participante activo del Opus Dei.
Con esos antecedentes era de esperar que escribiera un juicio benévolo sobre el caudillo mientras que denostó sin contemplaciones a Juan Negrin, político destacado del partido socialista español y que llegó a ser presidente de la república hasta su exilio en Méjico expulsado por los rebeldes nacionalistas.
Según Luis Suarez, Franco aparece en su época como un estadista que montó un régimen autoritario, pero no totalitario con el propósito de establecer un principio de autoridad, preocupado por levantar el país tras la contienda. Una persona prudente, que escucha, inteligente sin llegar a genio, hábil a la hora de eludir las guerras, capaz de plegarse a quienes sabían más que él.
Afortunadamente, en el mundo de las letras y la historia de España abundan los anticuerpos. Adjetivos como “indignante”, “lamentable”, “vergonzoso” o “intolerable” fueron algunos de los dardos lanzados por destacadas personalidades de la cultura contra el Diccionario Biográfico Español y, por ende, contra la Real Academia de la Historia, institución responsable de su edición.
De los muchos escritores que se manifestaron contra este diccionario destaco las opiniones de dos de los más conocidos:
Mario Vargas Llosa: “Lo que ha ocurrido con la Real Academia de la Historia es una auténtica vergüenza, sobre todo en lo que se refiere a la biografía sobre Franco. No se puede admitir esto a estas alturas. Y aún menos se puede tolerar que esto se pague con dinero público”.
Mario Vargas Llosa
Fernando Sabater: “Me ha dejado atónito que todavía se estén discutiendo estas cosas. Y eso que, desde el País Vasco, estoy acostumbrado a ver cómo se manipula el pasado. El problema es que, si no de los políticos y periodistas, uno esperaría mayor rigor de los historiadores”.
La Real Academia de Historia es uno de los resabios que persisten en España y que aún no han sido depurados.