El
6 de septiembre de 1522, la Victoria
amarra en el puerto de San Lucar de Barrameda donde desemboca el Guadalquivir
que corta como un tajo a la España andaluza. La nave tiene múltiples señales de
deterioro y da la impresión que ha realizado numerosas expediciones y soportó
diversos temporales. En realidad ha finalizado un solo viaje, el más largo en
la historia de la navegación hasta esa fecha: acaba de completar la vuelta al
mundo.
Réplica de la Victoria en Huelva, España. Solo tenía 28 metros de eslora.
En mucho peor estado que la Victoria, se encuentran los 18
tripulantes que con dificultad descienden a tierra firme. Aunque en realidad se
trata de marinos relativamente jóvenes parecen ancianos casi esqueléticos,
descalzos con las ropas hechas jirones caminan lentamente, algunos ayudados por
sus compañeros que todavía conservan algo de energía. La mayoría de ellos ha
perdido gran parte de la dentadura por el escorbuto. Si algún familiar hubiera
estado presente no hubiera podido reconocer a su hermano, hijo o esposo dentro
de aquel grupo de andrajosos. Y si no había nadie para recibirlos era por la
simple razón de que pasaron casi tres años desde que zarparon del mismo puerto
y desde entonces no se tenía noticia de ellos y se los daba por muertos,
seguramente en el fondo del mar.
El grupo se dirige a los santuarios de Santa
María de la Victoria y Santa María de la Antigua para agradecerle a la Virgen
de estar vivos. Entre ellos hay dos personajes importantes, uno es el capitán
Juan Sebastián Elcano, quien reemplazó a Fernando de Magallanes muerto en
combate contra los guerreros de las Filipinas. El otro, sin duda el más
importante, es Antonio Pigafetta, un noble veneciano, amante de las aventuras,
que se incorporó a la expedición como cronista y a él le debemos el relato
minucioso de la expedición, o mejor dicho la aventura más grande hasta la fecha
en la historia de la humanidad.
Antonio Pigafetta (1480-1534)
En aquellos tiempos el comercio de las
especias representaba la actividad económica de mayor envergadura para los europeos.
Por las especies se traficaba, se luchaba, se perdían y conquistaban
territorios y se descubrían mundos. Por entonces se sabía que las nuevas
tierras descubiertas por Colón no eran la India como él creyó hasta el mismo
día de su muerte, sino que estaba mucho más distante. Si Europa en lugar de
caer en el oscurantismo medieval se hubiera nutrido de la civilización
grecorromana, los marinos y aventureros no habrían caído en error de reducir la
circunferencia de la Tierra a una dimensión absurdamente pequeña. Ya en el año
280 antes de Cristo Eratóstenes de la biblioteca de Alejandría había calculado
la circunferencia terrestre en 40.000 kilómetros equivocándose en solo 76
kilómetros, mientras que los geógrafos y cartógrafos del Renacimiento jibarizaron
a nuestro planeta a la décima parte.
Magallanes, un fogueado marino que luchó
durante 10 años en la India y territorios vecinos al servicio de la corona
portuguesa, estaba imbuido del mismo error sobre el tamaño de nuestro planeta.
Le presentó al rey Manuel de Portugal el proyecto de viajar en sentido inverso,
es decir hacia el este hasta encontrar el paso en el nuevo continente que
permitiera llegar a los países asiáticos. Se evitarían de esta manera, los
numerosos peajes y aduanas con pesados impuestos que el imperio Otomano establecía a
los comerciantes y hacía que las especias llegaran al consumidor final a un
costo exorbitante.
Fernando de Magallanes (1480-1521) autor anónimo.
Expuso sin éxito ante el monarca la nueva vía
de navegación y se retiró decepcionado. Había luchado una década al servicio de
su rey, y en los múltiples combates en que se vio envuelto fue herido en una
batalla naval que le dejó como secuela una cojera definitiva. A los 35 años no
podía esperar más y sin mucho pensarlo se trasladó a España, castellanizó su
nombre que pasó de Fernao de Magalhaes para llamarse Fernando de Magallanes,
como lo conoció la posteridad, y se puso al servicio del emperador español.
Carlos I, por entonces un adolescente aceptó
el desafío de armar una expedición que terminó siendo de 5 naves: Concepción, San Antonio, Victoria, Santiago
y Trinidad. Ésta última fue la nave capitana en la que viajó Magallanes. El
emperador le otorgó el título de Capitán General de la flota, Caballero de la
Orden de Santiago y futuro gobernador de todos los países e islas nuevas que
descubriese. Pero entre la orden imperial y su cumplimiento hubo que superar
miles de obstáculos y cálculos de logística que para relatarlos llenarían
páginas. Las dos resistencias más grandes que encontró Magallanes fueron la campaña
del embajador portugués Álvaro da Costa para hacer fracasar el proyecto y el
reclutamiento de la tripulación.
Álvaro da Costa se movió frenéticamente para
abortar la expedición, intrigando en todas formas para desacreditar a
Magallanes con su loca idea y lo que debió ser un operativo de pocos meses se
extendió a un año y medio. El segundo problema fue reclutar marineros y
grumetes que se negaban a participar en un viaje con un destino tan desconocido
como el tiempo que insumiría. Uno de los pocos que aceptó de buena gana fue Antonio
Pigafetta quien se ofreció voluntariamente como cronista del viaje.
Solo la tenaz energía y disciplina de
Magallanes permitió que finalmente el 20 de septiembre de 1519, los 5 navíos
con 239 tripulantes zarparan de San Lucar de Barrameda hacia un destino
totalmente incierto, en precarias naves de escaso tonelaje y munidos con el
astrolabio, la brújula y el conocimiento de las estrellas como únicas cartas de
navegación.
Después de ochenta días que insumió
el cruce del océano Atlántico, la flota ingresó en la Bahía de Río de Janeiro,
pero durante ese trayecto ya le surgió a Magallanes el primer contratiempo. Se
vio obligado a encarcelar por rebeldía a Juan de Cartagena, el capitán de la San Antonio.
En el puerto de Brasil adquirieron
gallinas, cerdos y todo tipo de frutales a cambio de espejos, cascabeles, peines,
collares, anzuelos y cuchillos, en un trueque de valores totalmente desiguales,
como ya había hecho Colón y quienes lo siguieron con los incautos nativos. Lo
que ignoraban los expedicionarios era que pasaría un año y medio antes de que la
tripulación volviera a aprovisionarse en forma adecuada.
Al llegar al Río de la Plata,
Magallanes creyó que finalmente había alcanzado el paso indicado, según las
cartas de entonces, y envió a dos naves a explorar río arriba con lo que se perdieron
15 valiosos días. La expedición siguió costeando hacia el sur y los tripulantes
con mirada sombría observaban cómo la vegetación se volvía cada vez más árida y
hostil. Igualmente sombríos eran los pensamientos de Magallanes, había perdido
la certeza de cuantas millas más hacia el sur tendría que navegar hasta
encontrar el ansiado paso, si es que este existía.
Las brisas livianas comenzaron a ser
reemplazadas por vientos helados y tormentas de granizo sobre un mar
encrespado. Era imposible seguir navegando en esas condiciones y la expedición
penetró en la Bahía de SanJulián en la actual provincia de Santa Cruz donde
Magallanes tomó la durísima decisión de levantar cuarteles de invierno. Aquí se
produjo el amotinamiento de tres de las naves, cuyos detalles fueron fielmente
descritos en el diario de Pigafetta.
Enterado Magallanes del motín se
adelantó a los acontecimientos y envió un bote con cinco hombres a la Victoria. El alguacil Gomez de Espinoza subió
a la nave y le entregó a su capitán una orden escrita para que se presentara
inmediatamente ante Magallanes. Luis de Mendoza leyó la nota y exclamó riendo “No me pillarás allá”, pero la risa se le
congeló en la boca cuando Espinoza le atravesó la garganta con un cuchillo
escondido entre sus ropas. Ahora eran tres barcos los que rodearon a la San Antonio y la Concepción, impidiéndoles todo escape. En pocas horas el motín fue
abortado gracias a la astucia, decisión, coraje y rapidez de Magallanes. Uno de
los rebeldes fue condenado a muerte y dos quedaron abandonados a su suerte en
la Bahía de San Julián cuando al llegar la primavera, la flota se puso
nuevamente en marcha hacia el sur.
Finalmente, el 21 de octubre de
1520, después de un año y un mes de navegación desde la partida inicial, la
expedición encontró el estrecho tan ansiado donde nunca hasta entonces había
llegado nave alguna. Por primera vez en meses, el sombrío y desesperado ánimo
de la tripulación fue reemplazado por la esperanza y el optimismo, al
contemplar el gigantesco océano que se abría ante sus ojos. El rudo Magallanes,
de voluntad férrea que demostró su dureza ante todas las situaciones pasadas,
se emocionó y sus ojos se llenaron de lágrimas. Así lo describió Pigafetta a
quien no se le escapaba detalle alguno: “Capitano
Generale lacrimó per allegrezza”.
Sin embargo, durante la travesía a través de
los helados fiordos del estrecho, en un acto de abierta rebeldía, logró
escabullirse la San Antonio y retomó rumbo a España. Esta decisión fue además
una verdadera canallada, porque la nave transportaba gran parte de las
provisiones, esenciales para el cruce del océano, que Magallanes llamó Pacífico
por su tranquilidad y escasos vientos. Semejante bonanza hizo que el viaje se
prolongara en forma insoportable y la falta de alimentos y el escorbuto
hicieron estragos en la tripulación.
Al término de casi 100 días de haber sufrido
toda clase de privaciones, llegaron a las islas Guam y por fin la tripulación
pudo reemplazar las galletas agusanadas y racionadas y el agua hedionda de los
toneles, por todo tipo de frutas, verduras, carne y el agua límpida de los
manantiales.
Tanto en Guam como en el archipiélago de las
Filipinas donde llegaron pocos días después, los europeos llevaron a cabo con
los nativos, el mismo tipo de trueque que en Río de Janeiro: espejos,
cascabeles y cuchillos a cambio de oro y especias. En una de las islas el
recibimiento estuvo lejos de ser amistoso y Magallanes, junto con varios de sus
hombres, encontró la muerte en lucha muy desigual en número contra los nativos.
El relato de Pigafetta es elocuente: “…herido en una pierna el capitán cayó a
tierra e inmediatamente se abalanzaron todos los indios sobre él y le
atravesaron con todas sus lanzas y demás armas que poseían. Y así quitaron la
vida a nuestro espejo, nuestra luz, nuestro consuelo y nuestro fiel guía.”
La expedición quedó al mando de Sebastián
Elcano quien regresó a España en la Victoria
después de casi tres años, la única de las cinco naves que quedó de la aventura
más extraordinaria realizada por el ser humano. Elcano recibió todos los
honores y la figura de Magallanes fue eclipsada y misteriosamente
desaparecieron sus cartas y notas del viaje, pero quienes pretendieron
tergiversar la historia, no contaron con el diario de a bordo de Pigafetta,
transformado en libro bajo el título: Relazione del primo viaggio intorno al mondo.
Pigafetta recopiló numerosos
datos acerca de la geografía, el clima, la flora, la fauna y los habitantes de los lugares recorridos; su
minucioso relato fue un documento de valor inestimable y genera suspicacia que el nombre de Sebastian
Elcano no figura una sola vez. Probablemente existía una mutua antipatía y el
concepto de Pigafetta sobre Elcano estaba muy por debajo del que sentía por
Magallanes.
Pigafetta que era muy detallista llevó un riguroso conteo de los
días, pero cuando llegaron a España notó que era un día menos que el calculado,
había realizado un registro cotidiano y no entendía como pudo haberse
equivocado. Sin embargo, en su diario no existía error alguno. Al desplazarse
las naves en dirección al oeste en el sentido de la rotación de la Tierra, se
había ganado un día después de casi tres años de navegación.
De no haber existido el minucioso y detallado relato escrito por Pigafetta, el nombre de Magallanes, el verdadero artífice de esta descomunal hazaña, habría quedado oscurecido por la figura de Elcano.
De no haber existido el minucioso y detallado relato escrito por Pigafetta, el nombre de Magallanes, el verdadero artífice de esta descomunal hazaña, habría quedado oscurecido por la figura de Elcano.
Alan Villiers.
Magellan.National Geographic, vol 149, June 1976, pags 721-753
Stefan Zweig. Magallanes. La Aventura más
audaz de la humanidad. Editorial Claridad, Buenos Aires 1957.
Qué interesante Ricardo, como siempre! Gracias! Mònica
ResponderEliminarAsombro y placer por tú interesante relato.
ResponderEliminarGracias Mario, tu comentario es muy estimulante
EliminarSe nota que Macri lee El Mordaz, menciono la azaña de la epopeya de la cicumbalacion del mundo. Y el Rey de España rebaustizo a Borges en su cita
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