Federico Fellini (1920-1993)
Sugerir que Federico
Fellini fue el mejor director de cine constituye una aseveración exagerada, ya
que quedarían en segundo plano cineastas de la talla de Ingmar Begman, Luchino
Visconti y otros. Sin embargo, se puede afirmar, casi sin margen de error, que
fue ingeniosamente creativo.
Fellini nació en Rimini, situada al
norte de Italia sobre el Mar Adriático. Allí pasó su infancia y adolescencia
que años después plasmaría en la película Amarcord
donde la melancolía, el tragicómico y el grotesco están presentes de manera
equilibrada y sutil, junto a las inolvidables melodías de Nino Rota.
Cuando tenía 12 años, él y el resto
de los habitantes se volcaron a las playas del pueblo, muchos se subieron a
embarcaciones y se internaron en el mar para presenciar más de cerca el gran
acontecimiento: se esperaba el paso del Rex. Corría el año 1932 y Mussolini,
que se encontraba en la cima del poder, hizo construir uno de los
transatlánticos más grandes de la época. El dictador hizo que la nave
recorriera las costas de Italia como elemento de propaganda del régimen. Fellini
lo recrea en Amarcord cuando el Rex
surge de la noche, imponente, iluminado
y sonando majestuosa la sirena ante un pueblo que lo saludaba emocionado. En la
misma película, no se privó de satirizar al fascismo, ridiculizándolo con
exquisita gracia.
Guionista y dibujante de historietas
Todos lo recordamos como director y
guionista de cine, pero pasó su juventud fascinado por las historietas
ilustradas, donde Flash Gordon, Mandrake y otros personajes llenaban su mente.
Por entonces ni se imaginaba que su verdadera vocación sería la de cineasta.
Después que se escapó de la casa a la
edad de 17 años para seguir a un grupo circense, Fellini recaló en Florencia
con una mochila de esperanzas al hombro y un cheque en blanco para la creatividad.
Más tarde diría: “Es evidente que la lectura
intensa de aquellas historietas, en una edad en que las reacciones emotivas son
tan inmediatas y frecuentes, condicionó mi gusto por la aventura, lo
fantástico, lo grotesco y lo cómico”.
Tenía 19 años cuando en 1939 se
dirigió a Roma donde demostró su habilidad como dibujante y caricaturista en la
revista satírica italiana Marc’Aurelio.
Allí empezó a conocer el éxito recibiendo numerosas ofertas de trabajo seguidas
del ingreso de un flujo de dinero que le permitió alcanzar un pasar holgado. Además
de Marc’Aurelio, trabajó para las
publicaciones Domenica del Corriere y
L’Avventuroso.
Fellini en los tiempos en que era guionista de historietas
Súbitamente, las historietas
norteamericanas desaparecieron de las revistas debido a que el régimen, a
través del Ministerio de la Cultura Popular, prohibió el
ingreso de todo material gráfico proveniente de los Estados Unidos. Entonces
Nerbini, el director de L’Avventuroso, para no defraudar a sus lectores, tuvo
una idea audaz y pateando la ética a un costado, decidió continuar con las
publicaciones. A Fellini le tocó seguir recreando a Flash Gordon, uno de sus
personajes favoritos, inventándole nuevas aventuras en sus viajes espaciales
con el mismo estilo y exactitud de las originales, sin que los lectores notaran
el cambio.
Su experiencia como dibujante y
caricaturista le sirvió como puente para ingresar al cine por una puerta
extraña, ya que su primer contacto con el séptimo arte fue haciendo propagandas
para los estrenos cinematográficos. Las primeras obras fueron para la Alleanza
Cinematográfica Italiana (ACI), una compañía productora de Vittorio
Mussolini, hijo de Benito Mussolini, a través del cual conoció a Roberto
Rossellini que le abrió el camino al mundo del cine.
En 1941 ingresó
en la radiofonía colaborando con el Ente
Italiano Audizioni Radiofoniche, época plena de felicidad para Fellini por
dos razones: ingresó al mundo del espectáculo y conoció a Giulietta Masina, que
se convertiría en su esposa, su musa y actriz fetiche de varias de sus
creaciones cinematográficas. Después vino la guerra y encontramos a un Fellini merodeando
la ciudad en busca de refugios en viviendas abandonadas. Había que escaparle a
la Gestapo y a los soldados alemanes que buscaban jóvenes italianos para
esclavizarlos en la industria de guerra alemana.
La
era del celuloide
La escena más dramática de Roma, ciudad abierta con Ana Magnani
Roma,
ciudad abierta fue su primera participación importante en
el cine y lo hizo colaborando como guionista. La película, dirigida por Roberto
Rossellini, se refirió a los tiempos de la ocupación nazi en Roma y fue rodada
con escasísimos recursos. Filmada en un galpón de los desmantelados estudios de
Cinecittá, le sustraían la energía eléctrica a unas instalaciones vecinas
utilizadas por el ejército de Estados Unidos. Cuando el coronel detectó el
hurto se dirigió al sitio de la filmación para hacer los reclamos
correspondientes, pero quedó tan impresionado con el esfuerzo, la calidad de
los actores y la precariedad de elementos, que prometió difundir la obra en
Estados Unidos, donde constituyó un éxito mucho mayor que en la propia Italia,
cansada de guerra y atrocidades. El momento en que Ana Magnani corre a los
gritos detrás del camión que lleva a su esposo prisionero y cae sobre el
pavimento bajo las balas de los soldados alemanes, se transformó en un clásico
de la historia del cine.
Roma, ciudad abierta, fue el mojón inicial del neorrealismo italiano,
que Fellini adoptó sin concesiones en sus primeras películas más destacadas: La strada y Las noches de Cabiria. Para La Strada recurrió, con ese talento que
lo caracterizó para detectar al artista preciso en el guión adecuado, al actor Anthony
Quinn, quien aceptó sin titubeos el magro honorario que le ofreció Fellini.
Quinn y Giulietta Masina formaron un dúo de formidable capacidad actoral. No
creo que otra actriz haya podido lograr la gama de expresiones faciales de
ternura, miedo y asombro como las que mostró Giulietta a lo largo de la
película.
Giulietta Masina en La Strada
Por entonces,
el director contaba con Giovanni Rota Rinaldi, a quien todos conocemos como
Nino Rota. Si bien fue un excelente compositor de música clásica, su fama la
ganó con los fondos musicales que hizo para Fellini y el de La Strada es de una exquisita
melancolía, un broche de oro para la obra. Tímidamente La Strada empezó a esbozar toques surrealistas en un par de
escenas, un estilo que más tarde con Giulietta de los Espíritus y las películas
que siguieron, mostraron el talento de Fellini.
En 1960 Fellini
abandonó el neorrealismo y surgió la Dolce
Vita, donde aparece un muy joven Marcello Mastroiani, su segundo actor
fetiche, en el agua de la Fontana de Trevi junto con la exuberante Anita Ekberg
en otra escena de antología de la historia del cine. La película, que describe
las miserias, costumbres y decadencia de la burguesía italiana, fue escandalosa
para la época, en gran parte debida a las críticas y la campaña despiadada de la
Iglesia Católica. Hoy, en ese aspecto, pasaría desapercibida, y en mi opinión,
a diferencia de otras obras de Fellini, el tiempo le ha quitado cierta pátina
de su esplendor original.
Personalmente
una de las creaciones que más me fascinó fue Casanova, ambientada en el siglo XVIII con la actuación brillante
de John Sutherland. La película me sacó de la realidad y me introdujo en el
mundo mágico creado por Fellini. Allí el director llevó el grotesco a su máxima
expresión con la escena de un noble francés de tendencia homosexual que vestido
en la forma más kitsch y ridícula que se pueda concebir, entretiene a sus
invitados con una pequeña obra de su autoría. Cantando con voz horrible se pavonea
al lado de un efebo semidesnudo y con su larguísima lengua lame su cuerpo, ante
el asombro, el rechazo y la risa disimulada de los asistentes. Casi al final
del film, Casanova tiene un encuentro con una muñeca de singular belleza a la
cual invita a bailar para luego poseerla sexualmente. Y aquí Nino Rota se luce
una vez más con una exquisita melodía adaptada a los movimientos espásticos de
la muñeca. Casanova fue una de las
películas que, en tiempos de censura, obligó a que muchos argentinos se
trasladaran a Montevideo para disfrutar de esa obra de arte.
Donald Sutherland en Casanova
En Ginger y Fred, con Giulietta y Marcello
como protagonistas centrales Fellini, con sutileza y sátira despiadada, pone al
desnudo el sensacionalismo y la decadencia de los programas de la televisión italiana.
Ganó 4 premios
Oscar: La Strada in 1956, Las Noches de
Cabiria in 1957, 8 1/2 in 1963, Amarcord en 1974 y un Oscar honorífico
por su trayectoria como director y guionista.
En su mundo que era Cinecittá nos
mostró que nos podía trasladar al mar, a palacios y a gigantescos salones sin
salir de los estudios. Creó un estilo llamado felliniano, caracterizado por la
abundancia de escenas surrelistas, bizarras y grotescas. Fellini fue un grande
que enriqueció con su creatividad al séptimo arte.
Bibliografía
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